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sábado, 5 de noviembre de 2011

Dis-CULPA-me

Ayer estaba en la escuela acompañando a mi hija cuando presencié una escena conmovedora. Maria, de 8 años estaba llorando desesperadamente porque quería quedarse con su mamá. 
Maria, Mamá tiene muchas cosas que hacer…Te lo vas a pasar muy bien, ya verás, decía Lucía con toda la ternura que podía.
Las palabras de la madre parecían aumentar el estado de desesperación de su hija. No éramos muchos los testigos de la escena, quizá dos o tres, pero sin duda los suficientes como para que a la dificultad de despedirse se le añadiese a Lucía  la vergüenza de estar siendo observada y el temor a ser oculta (o abiertamente) juzgada por no saber gestionar ese momento. Muchos padres se sienten extrañamente reafirmados en el modo en que tienen aleccionados a sus hijos, esos que nunca lloran en la puerta de la escuela, cuando observan a otro padre/madre impotente frente a una escena semejante. Yo reconozco que era duro presenciar los esfuerzos que hacía Lucía por persuadir a Maria–una niña con la sensibilidad a flor de piel por causa de la reciente separación de sus padres– por convencer a su hija.


En un momento determinado Lucía me miró como suplicando ayuda y me dijo, en un acto de heroismo digno de los más valientes:
–¿Qué haces tú cuando sabes que tienes que dejar a tu hija y pasa esto?
Conmovida por la pregunta le contesté: A mi me ha pasado muchas veces. No es fácil manejarse en este tipo de escenas. A base de 'padecerlas' aprendí a dejar de poner resistencia y me rendí. Un día una voz susurrante me sugirió que conectara con las emociones que me afloraban en ese instante. A veces era vergüenza, también culpa, frustración¿Qué sientes tú?
La verdad es que un poco de todo eso…Sobretodo siento culpa. Esta semana ando muy tensa por cosas que me pasan…problemas mecánicos en el coche, el recibo de la luz pendiente, mi primera actuación en público esta noche, el cumpleaños mañana de mi hija pequeña Nuria…, pensando en todo lo que tenía por hacer el resto del día, he pasado cerca de ella y le he dado un codazo sin querer a Maria y se ha puesto a llorar. Ella me estaba pidiendo nosequé entre lloriqueos y no la escuché. Supongo que tener que despertar, preparar meriendas y la ropa de dos niñas (y vestirme yo misma!) sin ninguna ayuda todos los días me pone de los nervios. Pero su llanto ahora me produce culpa. Quizá no le hice el caso que merecía. 
–¿cómo te sientes con la culpa?
–mal
–entonces, discúlpate.
–…?
–  Simplemente discúlpate. Verás, te entiendo. Estas cosas me han pasado muchas veces. Estás sobrepasada por las circunstancias y en tu estrés, sobradamente justificado, acabas inevitablemente por causar dolor a alguien. Por acción o por omisión. Simplemente porque no estás en en lo que estás. Y no puedes estar en todo. Es imposible. Esta vez es tu hija mayor. Si no te disculpas entonces cargas con la culpa. Pero eso es algo que tu decides: ser culpable. Dejas de ser culpable cuando te disculpas. Literalmente te despojas de la culpa.
A veces nos cuesta disculparnos con los niños porque quizá creemos (hemos aprendido de nuestros mayores) que debemos de darles a los niños una imagen de inquebrantable solidez y tememos que disculparnos con ellos pondría en evidencia nuestras debilidades y fallos, aquellas de las que tanto nos avergonzamos. Pero lo cierto es que mi hija me respeta más por pedirle disculpas a tiempo, en caliente, 'alla prima' como dicen los italianos. Cuanto antes eres consciente del daño que has provocado, antes puedes descargarte de la culpa e impides que el resentimiento en tu se enquiste. Los niños son criaturas limpias que nos mantienen conectados con lo esencial: los sentimientos. Todo lo demás es superficial.
Decir de corazón algo así como 'te pido disculpas, me doy cuenta de que no sabía lo que hacía, discúlpame, es altamente sanador para ambas partes.
A mi me funciona con mi hija cuando me doy cuenta y no dejo que mi orgullo me impida disolver la tensión creada. Y ella siempre las acepta (mis disculpas).
Y así andamos, metiendo la pata. 
Afortunadamente eso sucede cada vez con menos frecuencia porque trato de aprender de mis errores disculpándome. Ni más ni menos. No hay otra solución. Luego los niños aprenden a no hacer una montaña de una bola de nieve. Cuando pedir disculpas se convierte, con toda la consciencia que implica, en algo rutinario, ellos llegarán a  la edad adulta sabiendo cómo solventar cualquier conflicto sin tener que disputar y enfrentarse.


Decía el griego Solón:
"Un error no se convierte en equivocación a menos que rechaces corregirlo"
Disculparse es asumir un error. Corregirlo es hacer votos para permanecer 'despierto' (alerta) la próxima vez que las disculpas sean necesarias. Y es tan sencillo…


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