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lunes, 14 de noviembre de 2011

La Roca

Coincido con Ilse, una compañera de trabajo de origen austríaco, en el contexto de una feria de eventos en la que ambos participamos. Ella no hace mucho que ha adquirido un perro.
–Me daba mucha pena. Estaba ciego de un ojo por haberse peleado con otro perro en la calle. Me dijo la dependienta de la tienda de mascotas que nadie lo quería por ese 'defecto'…Y Yo le contesté, con lágrimas en los ojos, que yo sí lo quería. Faltaría más. Y me lo llevé. Lo cuido como si fuera mi hijo. Ahora se ha quedado ciego del otro ojo…No entiendo cómo hay gente que pueda hacer daño a los animales.


Con toda la delicadeza que el asunto precisaba, me atreví a insinuarle que si se escarba en el pasado de toda persona violenta –ya sea hacia los animales u otros seres, incluso humanos– se acaba indefectiblemente por hallar a un niño o niña herido, abandonado, desconsoladamente dolido que inconscientemente ha optado por repercutir en su entorno las pautas agresivas y violentas que padeció en edades muy tempranas. A veces la agresividad también se canaliza contra uno mismo.


–La verdad, me confiesa Ilse, ahora que lo dices, es que yo siento una especie de pulsión autodestructiva, que me provoca migrañas constantes. Siento como si no me considerase lo suficientemente buena o valiosa…Es algo difícil de explicar.


Ella ya me ha contado que está enamorada de su chico, un muchacho sensible. No recuerdo cómo llegamos hasta el momento en que ella me confiesa que él es adoptado.
–Ni siquiera sus padres adoptivos saben cuál es su origen. Yo creo que tiene un conflicto interno con ese asunto. Es una especie de incomprensión por haber sido abandonado. Pero nunca lo dice. Se lo guarda para sí.

–Ilse, ¿te puedo hacer una pregunta un poco íntima?
–Sí.
–¿Cuál era la relación entre tus padres?
–…Bueno, la verdad es que…mis padres no se veían mucho. Mi padre trabajaba afuera y luego durante su tiempo libre se iba a jugar a football o al golf con sus amigos. Apenas lo veíamos los domingos unas horas. Sobretodo recuerdo que no le gustaba presenciar conflictos o escuchar malas noticias…Así que tuve que hacerme la dura para poder comunicarme con él…
–Tuviste que dejar de lado tus sentimientos porque él no estaba preparado para verte expresarlos…
–…(se le escapa finalmente la lágrima que pugnaba por rebosar de tus cristalinos ojos desde hacía aunos minutos)
–…Deja que salga esa pena.
Ilse empieza a llorar.
Finalmente me confiesa que se ahora se siente más ligera, menos pesada.
–Es porque alguien, yo en este caso, ha dado crédito a tus emociones. Es todo lo que siempre habías necesitado de tu padre, pero descartaste como viable porque él dejó bien claro que él no iba a ofrecerte su hombro para que llorases tus penas de infancia o adolescencia.
–Qué mierda!. Siempre he sentido una especie de rencor hacia él, pero siempre eran más fuertes los 'buenos' recuerdos…
–Tu mente ha trabajado muy duro para mantener tus lágrimas escondidas en el baúl de los recuerdos. Y así debía de ser hasta ahora. Muy probablemente no hubieses resistido entonces enfrentar la pena en soledad. Todos necesitamos tarde o temprano un testigo de nuestras catarsis emocionales.
–Es verdad. Tuve que convertirme en la roca de la familia, a pesar de ser la más pequeña de las tres hermanas. Mi hermana mayor es depresiva y ha tenido intentos de suicidio. Yo tuve que ser la columna emocional de ellas y de mis padres. Pero nunca he podido apoyarme en nadie. Y no lo aguanto más.
–Necesitas expresarlo.
–¿Tengo que decírselo a él?
–No se trata de culpar a nadie o devolver o hacerles sufrir por todo lo que te causaron. Eso pertenece a tradiciones antiguas (ojo por ojo, ley del talión) . Es una necesidad de sacar, de expresar lo que está reprimido, no de culpabilizar. Si mantienes esta conexión, lo que estás sintiendo ahora (y te será difícil desde ahora ver las cosas de otra manera) notarás como tu óptica de la vida cambia. Me pasó a mi. Y los demás se darán cuenta. Incluido tu padre. Quizá un día te diga que has cambiado, que ya no eres tan dulce con él y eso. Entonces y solo entonces, si has vomitado tu rabia convenientemente en presencia de un 'testigo' capaz de contenerte, podrás responder adecuadamente a su pregunta diciéndole asertivamente TODO lo que consideras que debas decirle. Bastará una vez, pero será contundente.
–Gracias. Muchas gracias.
–Es un placer.

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