Yo te bendigo, dondequiera que estés, hagas lo que hagas, seas quien seas interpretando el papel que interpretes. Porque yo soy bendito y los benditos consideran a todo ser creado como un igual. Conecto con el dolor que te causé, lo recuerdo y lo siento como propio como nunca lo había hecho. Y me disculpo a mi mismo por haber sido inconsciente de mis actos, por haber permanecido ignorante. Fui ignorante puesto que no sabía lo que hacía. Te consideré una amenaza porque llegué un día a un mundo amenazante, carente del amor al que yo estaba acostumbrado allí de donde procedía. Tuve que adaptarme a las circunstancias francamente adversas y creerme lo que mis padres –esos adultos adoptivos a los que me confié– me transmitieron. Ellos, en su ignorancia, me enseñaron con sus actos inconscientes, que en este mundo salvaje y cruel hay que saber defenderse para no ser devorado. Ante esta tesitura yo asumí el papel que mi experiencia en esta vida me tenía asignado: el de víctima. Puesto que mis padres arraigaron en su mente la carencia a la que ellos mismos se habían visto sometidos –y por ello experimentaron– creí que la abundancia me estaba vetada de por vida. Que carecía de permiso para extraer abundancia del grifo al que otros sí tenían acceso. Y lo peor es que creí que ese veto no tenía fecha de caducidad y que era imborrable. Una especie de estigma familiar, un yugo con el que cargar. Creerme todo eso fue lo que desencadenó una existencia de miseria, donde la vida no era vida sino supervivencia. Llegué incluso a sentirme cómodo en ese modo de experimentara la vida. Entre otras cosas porque me eximía de algo a lo que aquellos que sí disfrutaban de la abundancia parecían estar inherentemente vinculados: la responsabilidad. Responsabilidad sobre ellos mismos y sobre el destino de los demás. Responsabilidad que generación tras generación no solo no han sabido administrar sino que intencionadamente han manipulado en su beneficio, perpetuando con ello su dominio, su papel de pastores, sobre aquellos a los que debían estimular, sus hermanos (ovejas) ignorantes, censurando el acceso de éstos a niveles de conocimiento 'secretos' en la convicción de que los corderos 'no están preparados' (Sí, no obstante, nos han considerado 'preparados' para zambullirnos en la vorágine de la frenética escalada tecnológica, la de los potencialmente esclavizantes dispositivos para cuya ecuánime gestión intencionadamente no se nos ha instruido. Sistemas educativos desfasados con métodos pedagógicos confusos y anquilosantes han sido la herramienta nefasta para lubricar la erronea percepción de las potentes energías que en nuestra ignorancia atesoramos.
En fin, me sentía cómodo en mi papel de víctima. A las víctimas normalmente se las compadece. Así nos han enseñado. Y esa sensación es placentera, cuasiorgásmica. Me apunté al carro del victimismo. Por eso me aseguré de infligirme periódicamente heridas, de enfrascarme en actividades de riesgo que potencialmente pudieran lesionarme. Por supuesto que este argumento no era consciente, sino que 'viajaba' por un canal paralelo pero más profundo que el del 'sentido común' (no por nada denominado 'el menos común de los sentidos').
La abundancia no tenía carta de autenticidad en mi esfera de influencia porque en mi ADN (el que heredé de mis padres y mis abuelos…) no figuraban las instrucciones acerca de cómo gestionar la abundancia. Ni siquiera se explicaba lo que era. Natural, ¿cómo se va a explicar la din´ñamica de algo que se desconoce?
A los 20 años mi abuelo recibió una herencia inesperada. Asesoradao por su futura esposa la invirtió en una fábrica que acabaó yendo a la quiebra como consecuencia de un desfalco provocado por uno de sus socios. Su ingenuiddad le pasó factura. Mi padre pasó de vivir nadando en la abundancia a tener que comer patatas hervidas durante años. De adulto no pudo acceder al estatus que su padre había ostentado hasta la mencionada quiebra y que en condiciones normales le habría sido legado en herencia. Sin embargo mi padre sí disfrutaba gastando (el dinero que a penas tenía) En los años de abundancia de su infancia había vivenciado el aire eclético de las reuniones artísticas que se respiraban en el hogar fruto de la sensible inspiración que mis abuelos (en realidad mi abuela) almacenaban y que la abundancia recibida había hecho posible. La poca riqueza que atrajo, la invirtió en obras de arte y libros (esos objetos que circulaban libremente en su hogar de infancia). Yo los detestaba. Eran objetos fetiches, ahora lo entiendo, que ejercían un magnetismo arraigado en su inconsciente. Le recordaban los buenos años de su infancia. Mejor dicho, lo que él creía que habían sido los buenos años. En realidad habían sido un tormento, a pesar de la abundancia económica, puesto que el amor recibido fue prácticamente nulo. Toda la atención se la llevaban las visitas. Es lo que tiene tener que luchar con otros 6 hermanos por la atención de los progenitores, el más apreciado botín que un niño reclama durante los años de ineludible dependencia afectiva. Unos años que dejan un fuerte sello en la vida futura. Un sello que yo me he propuesto borrar de mi ADN ahora. Para ello debo empezar por 'formatear la placa madre' de mi mente (ordenador). Regresar a mi pasado para leer las páginas borrosas de mi cuaderno de bitácora que tanto esfuerzo he empeñado en mantener olvidadas, aquellas que relatan los momentos en que tuve que prostituir mi esencial dignidad y adaptar mi integridad a las necesidades de mis progenitores y en general de todos los adultos de los que dependía para mi supervivencia, su ignorancia acerca de mi verdadero origen (que también es el suyo). Todos esos instantes en que tuve que optar entre morirme o robotizarme y adoptar el 'modo complaciente' aquél que los adultos que me rodeaban disfrutaban de presenciar: el obediente, el callado, el bueno que siempre se adaptaba al molde estandar que ellos recibieron en herencia y que me legaron para mi, impregnado de todas esas energías que tan maniatado me han tenido (vergüenza, miedo, frustración…) Exorcizar esa rabia por haber permitido (fue inevitable) aparcar mi verdad es la clave previa a conectar con el perdón. Solo cuando eres capaz de disculparte a ti mismo por haber mancillado tu dignidad atacando a otros en venganza por todo el poder del que tuviste que claudicar, solo cuando te congracias con tu eterna y divina esencia, tu única y esencial responsabilidad, entonces puedes ser capaz no solo de salir del mismo mar de lágrimas en el que yo he estado sumido y del que creía no iba a poder salir nunca sino también perdonar la deriva violenta de tus hermanos ignorantes capacitándote para verles incluso con los ojos de Dios, como hermanos de una gran filiación. Solo entonces puedes transmitirles paz, que es lo único que piden, ser escuchados…
Todos somos miembros de una extensa hermandad confundida y perdida hasta ahora en un mar de desesperación, en un mundo (planeta) situado en los confines de una Galaxia llena de vida inteligente. La misma vida inteligente de la que hablan las tablillas babilónicas en su epopeya de la creación (Enûma Elish) y que 'provocó' con su intervención genética el salto evolutivo que la tradición escrita ha enmascarado tras el confuso 'eslabón perdido'.
Como ave fenix, estamos resurgiendo de nuestras cenizas y dirigiéndonos indiscutiblemente hacia la asunción de nuestra herencia. Es el momento. Y es imparable. Por todo eso, bendit@ seas. Eres mi hermano. Todos somos uno. Todos procedemos del Uno. Todos precedemos de Dios.
Paz para ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas puedes compartir algún comentario...