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sábado, 2 de mayo de 2020

Dime que me quieres (aunque sea mentira)

Piénsalo bien, con la cabeza fría, digo. Los gobiernos NO SIRVEN PARA GOBERNAR, si no es para ejecutar decretos-leyes, justificados por las situaciones de emergencia. Como mucho están constituidos por una pandilla de vedettes narcisistas en perpetuo reclamo de atención, muy bien pagadas con ocultas comisiones extraídas de dinero público no auditado. Han logrado que hablar de las medidas tomadas por el gobierno sea el tema de conversación habitual. Yo pienso que deben tener orgasmos múltiples cada noche al verse en los noticieros. Y crisis de ansiedad cuando pasan mas de dos días sin que se hable de ellos. Está claro que se manejan como peces en el agua en situaciones de emergencia.
Igual que a la mayoría de nosotros nos encantaban los días en que faltaba el profe en la escuela o había que hacer un simulacro de bomba o cualquier contingencia que alterase el normal discurrir de la actividad docente. En el fondo tanto ellos como nosotros somos unos escaqueados de profesión, avestruces con la cabeza metida permanentemente en la arena a la espera que las tormentas pasen. Aplaudir desde los balcones es solo la guinda del pastel.
Los gobernantes disfrutan no teniendo que tomar decisiones cotidianas que mejoren la convivencia y conduzcan a que se hable poco de ellos. Convengamos que su narcisismo es su talón de Aquiles. Y nosotros disfrutamos lamiéndoles el culo: como buenos rehenes en pleno síndrome de Estocolmo, nos encanta codearnos con el atracador del banco, no para psicoanalizarlos, sino porque en el fondo nos gustaría estar en su excitante lugar. Somos correveidiles de profesión, aficionados a extender rumores prefabricados, a predecir (vaticinar) catástrofes anunciadas y nadar en su plasmación. Hablabamos mal de los legisladores, jueces y ejecutivos en los cafés, pero ahora aplaudimos a los represores de facto (policía) y a los actores de reparto (sanitarios) Solo nos falta llevar limosna a la farmacia de la esquina, pobrecitos. Es un circulo vicioso infernal.
Nada volverá a ser como antes. Ellos no quieren que nada lo sea; les gusta el estrés que provoca la novedad permanente. Y a nosotros, también. Por eso, aunque nos quejemos, nos va la marcha pues estamos enganchados a su dinámica. Nos excita tener que ponernos mascarillas, aunque no sirvan de nada -o incluso atenten contra nuestra salud. Y si es preciso, qué coño, nos pondremos la maldita vacuna, pero eso sí, que se publique el crimen en las redes sociales, no sea que muramos y no se enteren nuestros “amigos”. Este escenario nos magnetiza porque SE PARECE mucho AL DE LAS PELICULAS de terror que nos han servido en la TV o en el cine. Y las palomitas de maíz y el sofá ya lo tenemos.
Eso me conduce a pensar que el desescalamiento es una ficción. Hablar de nueva normalidad es el argumento perfecto para aumentar las cifras de suicidios, pues saben que mucha gente (las más decente) no quiere ni por asomo regresar a lo de antes. Esta monotonía cuarentenaria es pura adrenalina comparada con la vuelta al cole. No. Es solo un receso para enterrar a los abuelos que saturan los tanatorios. ; Paran lo justo para regresar con más de lo mismo (rebrotes, disturbios..). Al estado de alarma, seguirá el de emergencia, y el de excepción. No es alarmismo. Es que todas las tramas necesitan un clímax. Máxime cuando tanto el actor como el espectador están de acuerdo (por descontado el productor). Mientras unos y otros necesiten interpretar esos papeles...