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jueves, 10 de noviembre de 2011

Dis-CULPA-me (II)

La escuela de los niños es un terreno propicio para que viejos fantasmas del pasado salgan a la superficie. Si tienes hijos escolarizados (o los has tenido) comprenderás lo que digo. Regresar a la escuela aunque sea para llevar a tus hijos y también tener que involucrarte en la dinámica que implica la responsabilidad de revivir los ritmos entonces vividos, ahora bajo el nuevo prisma de tu rol de progenitor, te conecta inevitablemente con recuerdos que estabas convencido que habían pasado a mejor vida. Lo que no sabes, porque no eres consciente, es que dichos recuerdos tan solo se hallaban empantanados a la espera que regresases a la 'escena del crimen', para poder ser resueltos.


Teresa, una madre me comenta:
–Mi hija (6) lleva quejándose varios meses de que dos de sus compañeras de clase, le quitan la merienda. Naturalmente el cuadro no es tan claro ni crudo como aparenta la frase.
Según relata mi hija, llegada la hora del recreo, se le acercan indefectiblemente siempre las dos mismas niñas –famosas por su acentuada y dominante personalidad– y la abordan sutilmente suplicándole que les deje probar su merienda. Inicialmente Sandra (así llamaré a mi hija para preservar su intimidad) no tenía inconveniente en ofrecer parte de su merienda pues ha aprendido de nosotros dos, sus padres, que compartir lo que se tiene, ser generoso, es una cualidad que conviene practicar. Pero sucede muchas veces que las fronteras entre las emociones son tan sutiles, tan invisibles, que caminar por la delgada línea que separa la sumisión de la generosidad comporta un ejercicio de consciente despertar que los niños (y la mayoría de adultos), todavía en el proceso de vivenciarlas, aún no hemos aprendido a comprender y gestionar.
Sandra, con todo su gesto de generosidad, desconoce esa frontera por lo que no tiene 'armas' para defender su territorio (su merienda). La consecuencia es que cada día regresa sin haber merendado. Sus compañeras, en una sutil rapiña maquillada de juegos, han dado buena cuenta del contenido de su tupperware. Parece que Sandra esté, de momento, resignada a su suerte. Quizá el contexto de la escuela le resulte más intimidante. De hecho lo que más le incomoda es que su profesor se entere de lo que sucede. Con todo seguramente es mayor la indignación que despierta entre nosotros lo que viene sucediendo, especialmente en mi, pues mi marido parece no tener grandes problemas al respecto. Dice que ya se aclararán entre ellas. Qué así es la vida y todo eso que curiosamente mi padre también suele decir…"


Tras llevarme una impresión de los hechos, se me ocurre que hay varios flancos que abordar. En primer lugar es evidente que habría que ayudar a Sandra a que aprenda a determinar la frontera entre la generosidad y la sumisión. Es un trabajo de sanación de equipo que deberán afrontar y en el que deberían involucrarse sus padres (ambos –no solo la madre, que es quien plantea la cuestión– si desean superar juntos este interesante reto).
Nosotros no le hemos provisto a Sandra de armas de defensa en la convicción –posiblemente confusión– de que marcar los límites de la propiedad implica indefectiblemente  algún tipo de actitud agresiva. No en vano este mundo de energías polarizadas se ha regido por esos parámetros hasta ahora. Todos hemos aprendido que para no ser invadidos, para defendernos de una agresión teníamos que pegar primero. Requiere de una disposición de ánimo pertinaz el mantener a raya la idea de que los conflictos se solventan agrediendo. Todos quisiéramos que en el mundo no hubiese injusticias. Nuestros abuelos lo deseaban (pero lo creían imposible por lo que se decantaban por la defensa numantina de valores…). Nuestros padres intuyeron la posibilidad de convivir de otra manera. Y lo expresaron en mayo de 1968. Nosotros sabemos que es posible otro modo de interactuar en sociedad. La armonía entre los que se saben iguales. Y la paz que se deriva de eso. Y sabemos que nuestros hijos serán los que lo lleven a la práctica. Lo llevan escrito en su ADN. Sabemos que el respeto desde el amor será un día la norma entre todos, pero está claro que nos queda un tramo del camino por recorrer hasta alcanzar esa meta y poder finalmente sublimar las limitaciones y aleccionadoras fronteras que ha tenido parcelado este mundo.


Teniendo todo esto en cuenta Teresa se decide a comentar lo sucedido con la madre de una de las niñas 'guerreras'. La aborda –me cuenta– en el momento en que coinciden a diario después de dejar a los niños por la mañana. El carácter y ambiente esencialmente familiar que se respira en esta escuela, influido sin duda por la pedagogía renovadora y las reducidas dimensiones físicas, facilitan estos encuentros.
Rosana, qué tal?
Bien, ¿y tu?
Bien gracias. Aquí con el tema de las despedidas, que no siempre es fácil…
Lo sé. Ya te vengo observando…
Ya…(vengo captando y padeciendo sus sutiles comentarios al respecto de las, a veces, dolorosas despedidas que mi hija y yo hemos protagonizado a la puerta de la escuela)
La cuestión es que quería comentarte que Sandra me ha dicho que tu hija (Carmen) y Marga (la otra niña) le quitan la merienda todos los días a mi hija.


Rosana cambia su risueño gesto…
¿Qué me dices?¿ ¿Es verdad?…
–…
¿Se lo has dicho al profesor?
Se lo he comentado -contesta Teresa– pero no considero que sea un asunto que deba 'resolver' él. Bastante tiene ya con hacer su trabajo pedagógico a nivel de grupo como para tener que dirimir en los conflictos emocionales para los que no está preparado. Te lo comento porque pienso que es un asunto que deberíamos abordar nosotros antes de involucrar a los niños. 
–¿Que quieres decir?
–Verás, ¿te puedo hacer una pregunta personal?
–…Sí.
–¿Recuerdas tu etapa escolar, la correspondiente a la que atraviesa tu hija ahora?
–Sí. Muy bien.
–¿Que recuerdos tienes?
(Rosana agacha la cabeza, detiene el motor de su vehículo que ahora empezaba a parecer ensordecedor, y exhala profundamente…)
–La verdad es que los recuerdos no son muy agradables. Me pasaba algo parecido a lo que le pasa a tu hija…(siento que nos estamos acercando a un vórtice emocional). Lo pasé muy mal. Peor sin duda que tu hija.
…Y te juraste que Carmen, tu hija, no pasaría por lo mismo que tu…(me atrevo a sugerir, llevada por una suerte de confianza que me da ver a Rosana tan franca acerca de su pasado)
…¿estás sugiriendo que yo he labrado el carácter  invasivo de mi hija?
La mejor defensa, dicen, es un buen ataque…
Pasan unos segundos, que se hacen eternos, durante los cuales llego a pensar que se va a revolver como un gato acorralado.
Sin embargo, sus ojos se humedecen. Me mira…nos abrazamos. Ambos hemos comprendido.
El 'problema' ya ha sido identificado. 
Y ahora ¿qué hago?, ¿se supone que tengo que intervenir de alguna manera?
De momento tienes un tema que revisar y resolver contigo misma y tu pasado. Hay una emoción reprimida que acaba de asomar la cabeza…Yo por mi parte, estoy ayudando a mi hija a autoafirmarse y establecer los límites de su integridad, las fronteras de su territorio, para que sepa qué parte de su merienda decide compartir y qué parte quedarse para ella, sin miedo a ser tachada de egoista por tu hija. Supongo que lo más coherente será que le pidas disculpas por haberla inducido –sin darte cuenta, por supuesto– a manejarse entre sus pares por medio de la intimidación.


Seguiremos descubriendo y desatando nudos...Siento que estamos en la senda correcta para la libertad.





1 comentario:

  1. qué hermoso, creo que es una situac ión común a todos los que criamos...siempre buscamos la solucion con el profesor, pero no afronatamos las situaciones con quien corresponde...

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