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jueves, 11 de septiembre de 2014

Free at last


A las 15h del día*__________en la ciudad de*__________se congregaron*______ personas en la calle/plaza*____________del país/estado*__________en el continente*_____________manifestando que sentían miedo.

Todos con rostros compungidos por el dolor que les embargaba a causa de sus ya insufribles circunstancias personales, todas de diversa índole. Abandonados, despedidos, deshauciados, olvidados...tod@s reconociéndose incapaces de superar por si mismos y por más tiempo la inconfesa montaña de miedo que arrastraban desde ya no recordaban (por supuesto) cuándo. Por extensión se les añadieron personas cuya dolencia involucraba a la situación global de violenta beligerancia que afecta al mundo. También estos, otrora indignados, sucumbían al estado de ánimo colectivo. Poco a poco el ambiente, hasta entonces enmascaradamente desenvuelto, se fue tornando sombrío incluso para los visitantes (muchos llamados incomprensiblemente extranjeros por el mero hecho de proceder de otros lugares) que pasaban unos días visitando la ciudad. En definitiva todo el que transitaba por allí se veía inundado, contagiado por la pesadumbre colectiva creciente. Incluso quien forzaba una mueca risueña, tratando de maquillar en vano la escena, acababa arqueando las cejas y dejaba irremediablemente escapar alguna lágrima. Una suerte de extraño magnetismo se estaba adueñando del lugar y el momento. Las fuerzas de seguridad, policías que patrullaban la zona, no daban crédito. Desconociendo las atribuciones que la autoridad civil les tenía asignadas en tal caso, no sabían cómo actuar por lo que se sentían confundidos. Y es que no se trataba en ningún caso de una alteración del orden público. Ni siquiera las llamadas a restaurar el oremus por parte de algún anciano (y no tanto) retrógrado anclado en viejas consignas conseguían restaurar el estado previo.
Llegado un momento, algunos de los reunidos, los más compungidos, comenzaron a abrazarse, sin pensarlo mucho. Como si de supervivientes de un naufragio se tratara, quienes habiéndose quedado sin nada, buscaban consuelo en las miradas comprensivas. Dicha actitud comenzó a contagiarse y al poco, docenas de personas estaban consolándose, los más fuertes socorriendo a los más débiles, pero no por ello rechazando el abrazo sentido de quienes en principio aparentaban ser víctimas más desgraciadas. Los murmullos fueron atenuándose hasta prácticamente desaparecer las palabras. Con la excepción de aquellos que comentaban por lo bajo que paralelamente, en otros rincones de la ciudad otras manifestaciones similares se estaban produciendo de forma sincrónica, las palabras estaban desapareciendo. Era como si un idioma común y muy antiguo estuviera retomando su lugar.
A pesar de la llegada de la noche la gente congregada perdió la consciencia del tiempo y continuaron ocupando sus lugares. Poco a poco los lamentos fueron tornándose en aullidos, algunos ensordecedores, proferidos por aquellos cuya tristeza bordeaba el abismo de una incontenible catarata, una catarsis de rabia, acumulada durante años hasta entonces y oculta tras el habitual rechinar de dientes y maldiciones reprimidas. Algunos vecinos más conscientes del calibre y envergadura de los acontecimientos bajaron almohadores y colchones de sus viviendas con los que proveer y habilitar a los casos más desconsolados para que la evidente descarga fuese mas efectiva -y menos nociva para su integridad física y la de los allí congregados. Algunos encendieron una gran hoguera con la que guarecer a la colectividad del frío que las siguientes horas anunciaban. Los objetos acolchados disuadían a los más afectados de dejarse conducir por elementos adyacentes, agentes agitadores y desestabilizadores que, como los buitres sobrevolando la carnada, habían acudido prestos al oir el ruido en busca de carroña a la que dirigir hacia externalizaciones indeseadas. Los noticieros nocturnos por una vez dejaron de in-formar y "formaron" de sucesos similares en los principales núcleos poblacionales del país. Toda la noche fue una catarsis de dolor contenido, de liberación paulatina de represiones. Unos ayudándose a otros en sus evacuaciones emocionales. Como si de una cebolla se tratase, las capas de incomprensión superpuestas durante décadas fueron despegándose unas de otras. Los alaridos en muchos casos traspasaban los rios e incluso las montañas. 
Llegaron animales de todas las especies, procedentes de los rincones mas inimaginados, duendes, hadas y elfos se congregaron trayendo ungüentos y caricias consigo, sin miedo por su integridad puesto que nadie, salvo los hombre y mujeres de buena voluntad se habían percatado realmente de su presencia. Los demás estaban demasiado concentrados en su dolor como para ver a las mágicas criaturas.  En el momento más oscuro de la noche, aquel que precede al alba, se fundieron todos, bestias, humanos y demás seres de la creación en un fraternal abrazo alrededor del fuego. Todos hacían ademán de lanzar a las llamas todo aquello que deseaban desterrar de sus vidas. Y la hoguera crepitó con más fuerza si cabe. 
Poco a poco las primeras luces de la alborada asomaron sobre el horizonte y las fuerzas, ocupadas hasta entonces, empezaron a solicitar un descanso. Quienes sabían tocar algún instrumento empezaron a entonar melodías antiguas, desconocidas por haberse olvidado, canciones de consuelo, de rendición y de redención. Maestros de Reiki y sanadores de toda clase comenzaron a plasmar su sabiduría. Las sonrisas comenzaron a aflorar en los rostros, ahora relajados, a medida que el poderoso sol destacaba incipiente y  lentamente sobre el horizonte. Se empezaron a preparar bebidas calientes sobre las ascuas de la fogata, ya feneciente. Todo los congregados sintieron que, si bien no podían explicarlo, comprendían lo que les había pasado y el alcance de sus repercusiones. Ya no volverían a ser como antes. Las risas abiertas se abrieron paso y hubo bailes matinales. Hubo quien trajo pan recién cocinado y leche recién ordeñada, frutas y frutos secos. 
Desde ese día al lugar lo conocen como plaza Renacimiento, lugar al que mensualmente acuden los que allí se conocieron, junto con otros que que oyeron hablar de lo sucedido. Y lo hacen para no olvidar quienes son, cuál es su origen más allá del lugar donde nacieron y cuál es su destino más allá de sus habilidades y talentos. Desde entonces la palabra amor empezó a usarse con propiedad, sin vergüenza, y cada vez que alguien se ha sentido apesadumbrado o dolorido, siempre ha habido quien ha puesto sus hombro, quien ha ofrecido una palabra de consuelo desinteresada. La ciudad ahora es próspera y la competitividad es un termino hace tiempo olvidado.



* completar según el caso.