Fantástico y valiente discurso el de esta mujer. Qué bueno que haya cada vez más gente capacitada y con el coraje para comunicar la única verdad que existe detrás de todos los disimulos.
Tan solo apuntar que, estas alturas, ya se está cuestionando que la vida intrauterina haya sido ese 'perfecto paraiso' al que alude Laura Gutman. Arthur Janov, en su reciente y muy recomendable libro "Life before birth", deja claro que los meses previos al alumbramiento no solo no fueron ese remanso de paz para muchos niños antes de nacer, sino que en muchos casos muchas de las enfermedades adultas (Alzheimer, Parkinson..) tienen su germen en vivencias traumáticas acaecidas en estadios pre-verbales, in utero.
¿Cobijo permanente? Sí, obviamente…¿Ritmo cardíaco estable?¿Alimento sin restricciones? ¿Amor incondicioal? Eso ya es más dudoso...
Un embarazo no deseado, por ejemplo, no solo deja secuelas en la madre sino también en el Ser al que físicamente aloja en su vientre. La desconfianza de las mujeres embarazadas acerca del futuro acceso de su vástago –y de ella misma– a los recursos vitales (alimento, cobijo, salud, dinero, trabajo del padre, el miedo al porvenir…), deja secuelas de estrés en el no-nato que perduran más allá del alumbramiento. La ansiedad de la futura madre por la pérdida de figura (debida a los innegables cambios hormonales que va a experimentar) y el consecuente miedo a sentirse rechazadas por sus parejas por dicho motivo (signo claro de un agravio afectivo notable arraigado en la infancia), es, por ejemplo, motivo más que sufíciente para inocular estrés en el feto. ¿Cómo? Aplicarse a una dieta no acorde con las necesidades del metabolismo de la madre afecta al ser que cobija en su vientre, restringiendo la ingesta de nutrientes esenciales y, por tanto, inoculando al futuro niño temor y desconfianza en la provisión de alimentos en la futura vida 'exterior'.
– Basta. Estoy cansada de sentirme culpable.
– Te comprendo. Todos estamos cansados. Todos cargamos innecesariamente con la losa autoinpuesta de la culpa. De hecho esa energía de culpa te la inoculaste para darle un sentido al caos afectivo experimentado en la infancia. Quizá tus padres no te dijeran que tenías la culpa. No con palabras. Pero hay muchas formas de hacer sentir culpable a alguien...un gesto de desaprobación, un silencio, un desdén. Al no prodigarte el amor que esperabas, al abandonarte cuando más lo necesitabas (o atosigarte con falso amor –apego– adulándote quizá en exceso, llegaste a convencerte de que...
1. O bien "tenías la culpa" del desorden afectivo (ergo mental) que desencadenaba su incapacidad para amarte (algo "malo" tenías que haber hecho ( o dejado de hacer) que justificase el abandono a que eras sometid@. Eso es lo que hacen las crías humanas cuando no reciben lo que por naturaleza es suyo (contacto físico, dedicación desintersada...etc.).
2. O bien compraste su perspectiva desproporcionada de ti, un cuadro cargado de expectativas suyas con el que te 'estrellaste' al salir del nido. Te barrieron todos los obstáculos de enmedio para que no te hicieras daño. En realidad temían su propio dolor al verse reflejados en tu dolor. No te dejaron tropezar. No te dejaron aprender.
En cualquiera de los casos nunca fueron ecuánimes contigo. No supieron transmitirte que estabas incluido en un mundo rico y respetable en función de su diversidad. Que para convivir en paz no hay que se pretender ser más (ni menos) que nadie. Que todos tenemos un lugar en el mundo. Que no se trata de competir sino de compartir...Ahora lo sabes y quisieras hacer 'borrón y cuenta nueva' pero tu ira, esa emoción natural, contenida desde entonces, pedía ser descargada y a fe que así ha sido: la han pagado los que te sucedieron y te rodean. Y así has cooperado en el atasco emocional del mundo. Tu visión al obrar así está anclada en los miedos. O eras una mierda sin valor, o bien tenías que ser su salvador, el elegido. Desde entonces te has sentido culpable o perdido tratando de retrobar tu centro. Pero como has borrado intencionadamente de tu memoria el recuerdo de los motivos que te condujeron a maltratarte asi (a las ya exhaustas endorfinas te has visto obligad@ a añadir aditivos anestesiantes o estimulantes externos), no crees que exista tal centro y mucho menos que sea alcanzable.
Lo que sí has podido constatar es que desde entonces has ido alternativamente escupiendo fuego o permaneciendo ajeno al mundo por donde quiera que la situación se asemeje al amenazante contexto del que huyes desde tu llegada a este mundo. En ambos casos has sufrido y has colaborado al sufrimiento ajeno. Te creíste la máxima que acuñó T. Hobbes "Homo homini lupus" (el hombre es un lobo para el hombre). Todos nos los hemos creído. Era 'lógico". Los hechos lo demostraban día a día. Eran constatables.
« Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”
Zambullidos en la espiral de rencor, desde entonces vamos exigiéndole, más o menos conscientemente, a la vida que nos tribute con aquello que nuestros padres no supieron darnos. Y si no lo obtenemos por las buenas, lo arrebatamos por las malas. Por eso estamos tan enfadados cuando las cosas no salen como esperamos.
– Dame una solución a este sinsentido o deja de hablar. ¿Cómo se detiene esta espiral viciosa?
– Con responsabilidad. Entiendo que no te guste conocer la verdad. La verdad duele, pero asumir la responsabilidad de sentir el dolor es el único camino para la sanación. El miedo al dolor es un salvoconducto seguro al sufrimiento.
Sí, es cierto. Fuimos sometidos a estrés en la infancia, cada uno en su medida. Después y antes incluso del parto. Desde entonces vamos revestidos de una coraza protectora. Esa armadura de rígidas creencias heredada y de la hablan las constelaciones familiares. Una armadura que con el tiempo acabó oxidándose y dificultando la capacidad de adaptación a nuevas circunstancias, al cambio. Presenciaste toda una suerte de artimañas defensivas (no necesariamente con palabras, como dije, sino las más de las veces con actitudes) nada más nacer: "este mundo es una jungla peligrosa y que hay que prepararse para lo peor". Y cuando se teme lo peor, lo peor ocurre...(Ley de Murphy, que no es otra forma de denominar a la llamada ley de atracción).
Aprendemos pronto que es mejor no sentir. Y para no sentir, qué mejor que no tocarnos. Mejor pensar, pensar y pensar, analizar, analizar...
"Estudia mucho. Se un hombre/una mujer de provecho. Lábrate un futuro. Sé obediente y mamá te querrá...No molestes ahora, que Papá está ocupado. Sé como tu hermano, míra tu prima que bien lo hace, podrías ser como ella...No se lo digas a nadie, será nuestro secreto...", bla, bla, bla...
Crecemos evitando al otro, desafiándonos mútuamente en la firme creencia que los demás son una amenaza, incluso antes de haberlos conocido, porque tenemos miedo. Y el miedo está perfectamente fundamentado, como bien dice Laura Gutman, no en el presente, sino en el abandono sufrido en la infancia. Pero lo hemos olvidado voluntariamente. Hemos puesto un cerrojo al pasado. Sin embargo ese pasado insiste y persiste en llamar a nuestra puerta. Es su sino. Como el de los cadáveres lanzados al fondo de un lago que pugnan por salir a la superficie. Y lo hace en las situaciones presentes, en el entorno personal. En realidad nosotros mismos nos pasamos la vida tratando de dar salida al caos, buscando inconscientemente claro, situaciones que lo desatasquen. Por eso tratamos de regresar siempre a la escena del crimen. ¿Cómo? Escenificándola...buscándonos (las mujeres) un hombre que claramente se asemeje a nuestro padre (violento, ausente, soñador, etc..) o alguien que aparente estar en las antípodas (aunque finalmente, tras el fin del juego de la seducción, revele haber portado una máscara). Para los hombs lo mismo. En cualquier caso siempre aflora la decepción porque él o ella no van a cambiar. En realidad no están ahí para eso sino para restaurarte la memoria y ayudarte a enfrentar el pasado, para ayudarte a limpiar esa habitación oscura que es tu infancia.
Todos ejercemos de maestros sin darnos cuenta de que estamos permanentemente proyectando nuestros miedos al exterior en función de la 'plantilla', el patrón de la experiencia vivida de pequeños en nuestro reducto familiar. Lo que más detestamos en nuestra pareja o lo que menos toleramos de nuestros hijos es en el fondo precisamente aquello que más nos avergüenza de nosotros mismos.
Somos hijos de la desconfianza. Vivimos parapetados detrás de personajes, máscaras prestadas de nuestros ancestros. Y las máscaras, a fuerza de no quitárnoslas ni para dormir, quedan adheridas. Nos protegen de la hipotética amenaza del entorno. Y esa utilidad las convierte también en armas de destrucción (masivas?)
Dicen los expertos que huimos del sufrimiento, que nos drogamos consumiendo. Pero consumir es natural, inherente a cualquier ser vivo. Consumimos oxígeno, recursos naturales. Tenemos que vestirnos, viajar, comunicarnos, jugar...consumimos energía practicando deporte, en el disfrute de la sexualidad,...Lo que ocurre es que cuando ha habido abandono, cuando no ha habido amor en los instantes que más falta hacía, consumir pasa a convertirse en una adicción. Es entonces cuando el deporte se convierte en competición y asume factores de riesgo. El juego sexual natural en necesidad compulsiva, etc...
Huimos de enfrentar el dolor de los sentimientos heridos buscando compulsivamente cosas y situaciones que nos mantengan anestesiados, aunque sea simbólicamente, anclados por un instante, a un sucedáneo del remanso de paz original...
La paz original...ese concepto que vagamente ubicamos en nuestra consciencia, pero para el que no hallamos definición. Laura Gutman menciona ese remanso vinculándolo a la fase vital de la vida intrauterina. Pero ¿Y si ese 'remanso de paz' se hallase mucho antes?. El anhelo que todos tenemos de una existencia sin dolor, sin estrés, una existencia sin límites físicos, sin fronteras, sin enfrentamientos, sin odio, sin manipulaciones, sin ocultaciones, sin mentiras, sin dualidad, está arraigado en el vago recuerdo de una dimensión reconocida de la existencia, a la que pertenecemos. Una dimensión digamos que 'distinta' a la que experimentamos en este mundo, de la que provenimos antes de 'nacer' y a la que regresamos cuando traspasamos el umbral de esta experiencia, momento en que un experto de bata blanca certifica que nuestras funciones vitales (físicas) han cesado. MI padre me dijo, en su lecho de muerte, 'No te preocupes, regreso a casa'. La Dra. Kübler-Ross informa de multitud de afirmaciones similares comunicadas en el lecho de muerte.
No huimos del sufrimiento, sino del miedo al dolor. Sufrir es lo que hacemos permanentemente en nuestra huida. De ahí el estado de permanente anestesia (amnesia inducida) que nos provocamos. De ahí la compulsión por la hiperactividad. Por estar permanentemente ocupados. Haciendo (y/o pensando) lo que sea. Y en nuestra huida arrastramos a todo el que se ponga en nuestro camino (hijos, pareja, mascotas, …). Son los que tienen más números para pagar "los platos rotos" de nuestra infancia, del mismo modo que nosotros pagamos los platos rotos de la infancia fracasada de nuestros padres. Huimos frenéticamente del dolor al desamor, del dolor al desamparo, a la incomprensión por no haber sido recibidos con amor…
Amor, esa palabra que a tantos avergüenza pronunciar. Amor es lo que somos. Todos lo sabemos. Y lo sentimos, aunque solo seamos capaces de asumirlo en momentos 'especiales', especialmente cuando vemos nacer un hijo.
Más allá de nuestro sexo físico, de nuestra raza, color, credo, titulacion académica, experiencia profesional, somos amor. Simplemente lo hemos tapado con miedo. Un miedo heredado, que nosotros mismos nos hemos transmitido unos a otros, generación tras generación, desde los albores de los tiempos. La cadena de dolor se remonta probablemente hasta el advenimiento del Homo Sapiens Sapiens, esa rama de los homínidos que súbitamente aparece en escena hace alrededor de entre 30 y 26000 años, y que los registros sumerios testimonian en las tablillas de arcilla grabadas con textos cuneiformes.
Es quizá hora de rememorar nuestros orígenes. Ahora es el tiempo. Es probablemente nuestra Responsabilidad para con las generaciones futuras. Hemos de superar a Darwin. Concluir que somos más que un cuerpo físico no es más que reconocer que somos emoción, que la mente no está alojada físicamente en el cerebro ni que se extingue con la muerte física. Somos un Espíritu en definitiva que engloba todo eso y que, desde su eternidad, sabe que está experimentando voluntariamente lo que llamamos la condición humana. Somos espíritus eternos, ingrávidos y gentiles, aprendiendo a experimentar desde la densidad. Es algo que nosotros mismos hemos decidido desde estadios de existencia...'diferentes' a éste. Todos hemos salido de ese gran vientre que es la eterna Unidad y fuimos paridos físicamente por la misma madre Tierra, la verdadera madre que tanto a hombres como a mujeres nos ha cobijado
"Nunca es más oscura la noche que instantes antes de amanecer".
Esta noche que estamos viendo ahora es especialmente oscura. Todas las estructuras que iluminaban la ilusión con sus flashes y neones artificiales están cayendo por su propio peso. Todos los esquemas y aprioris que dábamos por sentado, se están revelando como lo que realmente han sido: espejismos. La verdadera vida es lo que se está abriendo paso, saliendo finalmente a la luz una vez que el cascarón paternalista izquierdocerebral que nos cobijaba –pero también nos asfixiaba–, está derrumbándose inexorablemente. El mismo sistema de convivencia se está dando por finiquitado. Y no hace falta ayudarle en su ocaso. El feudalismo no terminó con la lucha de clases, sino ahora. La decisión es nuestra de seguir anclados en actitudes de enfrentamiento o asumir la independencia y consecuentemente la alegría de recordar que somos seres eternos, sin mácula ni fallo, perfectos en nuestros orígenes.
– ¿Y si la rabia persiste?
– Y si la rabia persiste, debemos liberarla. Nos despojamos de toda vestimenta que nos ate a energías emponzoñantes (rencor, miedo, rabia, angustia, vergüenza, pereza…) y SENTIMOS las emociones que ese proceso conlleva mediante la catarsis. Tu decides el entorno en que esa catarsis sanadora se produzca. O en las barricadas frente a la sede de un organismo público, en un estadio de futbol, en un atasco de tráfico, en una discusión por la custodia de los hijos, en un concierto de heavy metal, al borde de un acantilado o en la intimidad de una habitación insonorizada en compañía de un alma comprensiva. En el último caso no hay ningún riesgo de consecuencias para tu karma. En los demás deberás sopesar los riesgos.
Cada cual es libre de seguir su camino. No existe la esclavitud. Todos tomamos decisiones libremente. Y el sufrimiento es la consecuencia de negarse a soltar el registro del pasado en el inconsciente. Recuperar la consciencia de que somos libres nos otorga la inmediata capacidad de salir de la rueda del karma, de la llamada 'Ley' de causa y efecto que no es sino una costumbre. Un nuevo capítulo de la historia de la humanidad está por escribirse.
Dejar atrás el pasado exige la responsabilidad de abrir ese baúl de los recuerdos cerrado con la llave del olvido y conectar con todo el dolor reprimido y…sentirlo. La consecuencia será sacudirse el fatal abrazo del intelectualismo. La era de la razón, del intelecto ha concluido. Ha muerto por sobredosis. Estamos naciendo a la era del corazón. Llega la Era del volver a sentir. Eres libre de expresar tus sentimientos. No tengas miedo. No hay nada que temer. Tu fuerza tu coraje radica en el rescate de tu Corazón como timón de tu nave, no en la batalla. Cuanto más corazón, más fortaleza, más valentía, más coraje. Deja la vergüenza atrás. Discúlpate a ti mism@ por haber permanecido sord@ a tu voz interior, a tu niñ@ herid@. Recupera tus sentimientos de la consigna del teatro de la vida donde los entregaste para poder encajar en este valle de lágrimas. El escenario se cae en pedazos. ¿No querrás quedar atrapado en los escombros, verdad?
Un mundo más justo solo es posible desde el amor, desde el corazón. Somos lo mismo.
Te amo. Gracias
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