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martes, 22 de febrero de 2011

Lo creas o no…

Un día entré en un almacén en un polígono industrial cercano. Necesitaba unas bombillas. Era pronto, por la mañana. No había nadie más esperando, salvo yo mismo. Elk chico encargado de atender al público estaba en un despacho frente a mi con la puerta abierta, departiendo relajada y amistosamente con alguien que parecía ser un colega, hasta que, por la conversación, me di cuenta de que probablemente fuese un electricista que le pedía consejo acerca de una instalación que le presentaba dificultades. En todo caso charlaban muy distendidamente…

Al cabo de unos minutos de paciente espera, y creyendo que el tipo no se había percatado de mi presencia, decidí hacerme notar. Me aclaré la garganta.…

Me miró y continuó charlando como si nada. Entonces empecé a sentir una inquietud creciente que se fue transformando en enfado. Fue cuando el siguiente diálogo, que duró apenas un minuto, empezó a tener lugar en mi interior:


–Este gilipollas se está mostrando muy desconsiderado con nosotros. ¿no lo ves?. Vámonos de aquí. Mostrémosle que no necesitamos arrastrarnos por sus estúpidas bombillas. Las conseguiremos en otra parte donde nos traten como merecemos.


Me faltó muy poco para hacer caso a esa voz, pero algo me mantuvo clavado al suelo, incapaz de moverme. Algo 'me decía' que salir de la tienda significaba 'escapar', de nuevo, de una situación incómoda. En verdad no había sido la primera vez, y algo dentro de mi me susurraba que, de escaparme, no sería la última. Tomar conciencia de este panorama era lo que me mantenía todavía allí. Y es que aquella voz que me hablaba de orgullo e incitaba insistentemente a salir (y a la que llamaré Ego) se percataba de que esta vez no iba a serle tan sencillo convencerme y de que una disyuntiva se estaba adueñando de mi. El Ego es muy ágil y veloz. No me deja ni a sol ni a sombra.


–De acuerdo, tío. De acuerdo. Mira, vamos a hacer afirmaciones positivas, como dice el libro El Secreto y todos esos libros de metafísica que has leído. Por mi no hay problema. Vamos a mandarle telepáticamente el siguiente mensaje al encargado de la tienda. Repite conmigo "invoco a tu ser elevado. Gira la cabeza y préstame atención. Soy un cliente, estoy aquí, mírame y atiéndeme."


Lo hice. Dos veces. Tres. Nada sucedió…


–Ooootra vez, venga. Hay que ser persistente. Nada se consigue sin esfuerzo en la vida, recuerdas? (señor, qué sería de ti sin mi…)


Me sentí estúpido.


–¿Te das cuenta? No tiene sentido. Te dije que todos esos libros no servían para nada. Salgamos a respirar un poco de aire fresco. Ya solventaremos el asunto de las bombillas más tarde.


Fue entonces cuando escuché otra voz, a la que llamaré mi 'Ser', a falta de palabras que puedan describirla. Era una voz susurrante que hablaba con mucho sentido y y desde una autoridad muy…sabia. Una voz que ya había escuchado en otras ocasiones, pero a la que no hice excesivo caso.


–¿de qué quieres escapar? ¿qué te molesta?


– Bueno, es evidente que este tío me está faltando al respeto. Llevo aquí 5 minutos y ni se ha dignado a disculparse. ¿Qué le costaría ser un poco educado y prestarme atención? Después puede seguir cotorreando con su colega todo lo que quiera


– Es cierto. Menudo imbécil. Claro como tiene el sueldo asegurado independientemente de lo que venda. Si estuviera aquí su jefe seguro que despegaba su culo de la butaca y espabilaba. Además…


Bla, bla, bla…el Ego es incansable. Una mezcla de potro salvaje indomable y mono parlanchín (que me disculpen los primates por la comparación)


–No va a hacer lo que quieres. En el hipotético caso de que lo hiciera relajarías tu creciente inquietud. Esa es la razón por la que no va a comportarse como quieres. Está actuando como un reflejo de tu propia ansiedad, interpretando inconscientemente del mejor maestro que podrías encontrar. Alguien que te está enseñando una poderosa lección: que algo colea irresuelto en la parte que no controlas de tu Psike. ¿por qué no aceptas lo que te está pasando y tratas de gestionar la situación de un modo realmente útil y creativo?


–Pero, ¿cómo?


–No pretendas que no sabes cómo…Lo sabes muy bien. te enseñé a tratar con cosas así.


– Quéee!. ¿Bromeas? ¿Quién te ha apoyado toda tu vida? ¿quien ha estado siempre y no te ha fallado nunca?. Además, esto es totalmente pasado de moda. Ni funcionó en los sesentas y setentas ni funcionará ahora, te lo aseguro.


Repito que todo esto sucedió en cosa de un minuto…


–¿qué sientes?


–Rechazo


– Por favor, no. Ni lo intentes. Me duele. Es doloroso.


– Me siento rechazado. Humillado…


–Muy bien. Vamos allá…


– No me está prestando la atención debida. No me hace caso. No le importo nada…No le importa nada tenerme esperando…Entonces , de repente (aunque se precisa de un continuado –meses, incluso años– ejercicio para conseguir esta rapidez de conexión) me escuché diciendo, sin a penas darme cuenta de cómo había llegado hasta allí…A ellos no les importaba una mierda tenerme esperando, nunca les importé una mierda…


El tiempo se paró. Una solitaria lágrima cayó rodando por mi mejilla. Me sentí muy solo y desesperanzado. Sentí una íntima conexión con lo que intuí que era mi niño interior, escondido en algún rincón oscuro de mi alma. Sentí una profunda tristeza que, por paradójico que suene, fue muy…liberadora. Sentí que había valido la pena el esfuerzo por afrontar la incómoda situación y no escaparme. Sentí que había hecho algo con verdadero sentido por mi mismo: acudir al rescate de mi niño interno. Epifanía lo llaman.


Instantáneamente el teléfono sono!

Sonó tres veces. Y entonces, en ese mismo instante, el tipo de la tienda detuvo su conversación y cogió el auricular. Ignoro lo que le dijo la persona al otro lado de la linea, pero sin duda actuó de 'despertador', pues inmediatamente el dependiente colgó el teléfono, se excusó con el interlocutor de su conversación y se dirigió hacia mi.

Me atendió con plena cortesía y dedicación, a pesar de que por entonces ya había 10 personas esperando su turno tras de mi.







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