Cada vez que te escuches o leas ese viejo y socarrón adagio que reza: "no te tomes la vida demasiado en serio. De todos modos no saldrás de ella con vida", acuérdate de todas las personas que fueron impúnemente masacradas a lo largo de la historia en aras de una supuesta causa humanitaria o en defensa de la seguridad nacional. Tu cuerpo es efímero. Cierto. No te lo llevarás contigo de este mundo. Pero tu consciencia, tu alma individual, te acompañará donde quiera que tu espíritu se halle. Y lo hará en la medida que perpetúes el engaño al que tus sentidos físicos se ven sometidos en este plano material de existencia. Lo único que está aquí en juego es tu mente, que es tu instrumento para navegar en este mundo. Tu decides si tomar las riendas o seguir delegando en ese intruso que alojas en ella. Tu percepción del mundo es susceptible de ser cuestionada. Tan solo debes descartar los delirantes e irreales espejismos que tu ego te sirven en bandeja de oro. El enemigo está en casa. Quien más se supone que debía quererte es quien más te ha hecho sufrir.
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