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martes, 6 de septiembre de 2011

Hermanos de la Oscuridad (I)





Todos somos hermanos. Cada cual, desde su particular púlpito o esfera de dominio, está interpretando un papel que se ciñe en mayor o menor medida al plan u hoja de ruta que fue conscientemente trazado antes de materializarnos en este específico mundo, antes de nacer. Cualquiera que haya sido el rol que coyunturalmente hayas interpretado en las diferentes fases de tu existencia, ya sea el de víctima o verdugo, el de indignado o represor, cualquiera que sea la entidad o corporación a la que por asociación te hayas adherido, Comisiones Trilaterales, Illuminati, Banca Mundial, Cruz Roja, Amnistía Internacional, Greenpeace, cualquiera que sea la identidad que hayas adoptado, la familia en la que escogiste nacer, Rotschilds, Rockefellers, Kissinger, Gandhis, Kennedys, Luther Kings, John Lennon, tu y yo, todos, ya sea finalmente como Hermanos de Luz o Hermanos de la Oscuridad formamos parte ineludible de una Hermandad, una grandiosa experiencia repartida y repetida en ciclos progresivamente ascendentes. Ciclos que esa ciencia tan defenestrada y ridiculizada actualmente como es la Astrología –y que los 'dioses' de la Antigüedad tanto estudiaban– ha explicado con una pedagogía muy sutil aunque inconfundible a lo largo de milenios. Ciclos éstos a su vez divididos en Eras, cuyos apogeos y declives han sido registrados en los anales de la epopeya de la Humanidad. Epopeyas como el llamado Enûma Elis, que el semidiós babilónico Gilgamesh, nos legó para honrar la memoria de los sucesos que han jalonado la creación de la humanidad y honrarnos a nosotros mismos como receptores de una herencia histórica y genética que clama ahora con fuerza por ser desenpolvada.


Los valores, leyes y reglas de convivencia que conocemos fruto de la experiencia de la vida terrenal nos mantienen insatisfechos pues no acaban de satisfacer nuestra creciente sed de saber acerca de los entresijos de la evidente conectividad que existe en todo proceso vital. Más allá de nuestras tribulaciones y trastornos cotidianos entre los que creemos estar navegando (muy a menudo decididamente naufragando) a diario, más allá de la ignorancia que padecemos al estar desprovistos de referencias con las que agarrarnos a una explicación más trascendente acerca de nuestros orígenes, nuestras individualidades, en tanto que eternas consciencias, poseen un futuro esplendoroso para nosotros en tanto que Humanidad.


Para asimilar esto, y utilizando un lenguaje universalmente accesible y comprensible para nosotros en esta época de esplendor tecnológico como es el lenguaje informático, diría que todo lo que se necesita para incorporar la nueva actualización del software que periódicamente se nos suministra, y que –parafraseando a Bob Dylan– se halla como respuesta flotando en el viento, y que ya está a disposición de todo aquel que lo acepte, es liberar espacio de nuestra mente, Desfragmentando el disco en el que una apabullante carga emocional, que arrastras desde no recuerdas ya bien cuando, se ha ido acumulando como consecuencia de la inasumible secuencia de impactos violentos (y ausencia de manifestaciones de amor) a los que te viste confrontado sin remedio. Una carga que fuiste distribuyendo a toda prisa en ese disco y almacenándola de la mejor y más eficiente manera de que fuiste capaz . Ese 'disco' donde todo lo insoportablemente inconveniente halló, y sigue hallando, un trastero emocional temporal, es tu mente subconsciente. 


Pero almacenar algo, es decir, barrer debajo de la alfombra en lugar de sacarla al jardín para sacudirla, tiene un precio: el esfuerzo de la represión. Contener la basura debajo de la alfombra aparentando que nada extraño sucede bajo ella (a los efectos de causar impresión de limpieza ante los invitados), supone un esfuerzo continuado, adictivo y desgastante, en virtud de la meta perseguida (y nunca realmente satisfecha) que acaba, si no reparas a tiempo en ello, irremediablemente pasando factura a tu cuerpo físico, esa capa tangible y perceptible por los sentidos físicos, de la que, en colaboración con otras capas más sutiles, tu, como entidad total, estás compuesto.


La carga de la que hablo es el caudal irrefrenable de sentimientos humillados cuando aún eras tan tierno e indefenso que en tu diccionario aún no existían los términos, "basta", "no", o "fuera". Convertidos en emociones reprimidas que claman por un resquicio a través del que poder expresarse y liberarse, esos sentimientos genuinos que te obligaste a entregar en la consigna de este gran teatro, te piden como pertenencias tuyas que son, que pases a retirarlas antes de abandonar la función en el que has estado interpretando tus diferentes papeles. Dejar de seguir sobrecargando y atenazando el de otro modo fluido funcionamiento de ese valioso disco alojado en tu mente, es condición indispensable para abandonar convenientemente, como Alicia, el espejismo de su país de maravillas y regresar a la Realidad. 







Esta a meditación, si la haces correctamente, debería conducirte a soltar los nudos que atenazan la capa más superficial del sistema represivo. Normalmente es la pena. Si se trabaja repetida y constantemente la pena conducirá irremisiblemente hasta la rabia. Arthur Janov (http://www.primaltherapy.com/) lo explica muy claramente en su libro, El Grito Primal. La función de la meditación es, en gran medida ésta.


La intención de este proceso liberador y libertador es que dicha carga emocional sea lo suficientemente liviana, sino inexistente, como para que puedas sacar la cabeza de la caverna de Platón y darte cuenta de que existe una realidad por encima del holográfico espejismo que constituían las atemorizantes sombras que, proyectadas sobre las paredes de la mencionada cueva, ejercían una impactante influencia en tu mente. La muerte es uno de esos paradigmáticos miedos que atenazan tu natural fluir en el momento presente. La muerte, o mejor dicho, el pensamiento de ella, ya sea la tuya o la de tus allegados. Una creencia descorazonadora a la que te has adherido desde no sabes cuando y por influencia de no sabes qué factores. Si te digo que la muerte no es nada en la misma medida que una puerta no es nada, te estaré describiendo la verdadera naturaleza de la transición que este proceso vital implica. Y convendrás que si una puerta es el mecanismo de transición desde una habitación a otra, las implicaciones acerca del concepto de Eternidad se aventuran más que elocuentes.


Una vez te reubiques en la senda, en la vía que ya anunciaron los sabios y escogidos profetas de la antigüedad como Budha, Krisna o aquél al que llamaron Jesús el Kristo, te darás cuenta de que lo que creías real, eterno e inmutable, tan solo era ficción, un holograma compuesto de átomos reacomodables en secuencias de información (ADN) que se prodigan y manifiestan (genéticamente) allá donde la Conciencia de la Fuente tenga a bien manifestarse.


La Realidad con mayúsculas está a tu alcance. Ahora más que nunca. Tal como un hijo al que su Padre realmente nunca abandonó, fuiste librado a experimentar los confines de la experiencia vital. Como si de un ritual de iniciación a la madurez se tratara, tuviste la oportunidad de abandonar el hogar paterno, la Fuente de la que tu esencia eterna proviene, para zambullirte en la epopeya de la Creación como parte integrante del elenco de actores que esa Fuente Energética que coincidentemente hemos convenido en llamar Dios dispuso para esta gran representación. Tras 3900 millones de años participando progresivamente de esta grandiosa escena, en calidad de ameba, protozoo, anfibio, alga, ave…hasta finalmente mamífero y homínido dotado de consciencia grupal, hace 300000 años la cadena evolutiva de la que habías participado hasta entonces fue bendecida con un 'acelerón cualitativo'. Un eslabón genéticamente 'mejorado' fue introducido por 'hermanos mayores' procedentes de 'otros mundos' más ingrávidos, menos densos y más gentiles, que al pasar por éste dejaron su impronta en la secuencia evolutiva. Se te concedió el titulo de Homo Sapiens hasta que tras múltiples pruebas de ensayo y error conseguiste abandonar tu conciencia tribal y acceder a un estadio en el que la Sociedad pasaba a ser tu nuevo marco de referencia. 
Reglas, Leyes, costumbres, moral, ética. Los instintos habían pasado a segundo plano. No había vuelta atrás. Empezaste a disfrutar de las prebendas del conocimiento científico pero también abandonaste la inocencia de la exploración salvaje, la fase paleolítica en que te sentías librado a las inclemencias inabarcables e incomprensibles de los elementos a cuyas fuerzas ignotas habías creído estar indefectiblemente librado, no quedándote otro remedio que idolatrarlas.
La civilización acaecida, dicen, hace algo más de 26000 años te dio la bienvenida a un nuevo ciclo en el que tus hermanos de las estrellas, los dioses de la antigüedad, eran una parte inherente y obvia en tu cotidiano devenir. Una estrecha relación genética se había establecido.


Seguirá…

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