¿Quién no se ha sentido culpable en su vida? Seguramente te ha pasado, que has herido a otra persona sin querer (inconscientemente) y luego has sentido una gran culpa. Todos cometemos errores, algunos insignificantes y otros que tienen mayor repercusión. El hecho es que cuando uno de estos errores afecta de alguna manera a otra persona, nos sentimos mal. Pero ¿por qué nos sentimos mal? ¿por qué nos sentimos 'culpables'? Curiosamente tenemos mayor facilidad en detectar el dolor causado en otros –normalmente porque el agredido se encarga ineludiblemente de hacernos saber su malestar– que en en reconocernos a nosotros mismos/as como víctimas directas de nuestros actos inconscientes. Es decir cuando nos agredimos a nosotros mismos, negándonos el disfrute de algo (no comer un helado porque 'engorda', etc…)
La sentimiento de culpa es un indicador de que estamos quebrantando alguna norma social consensuada, ya se trate de reglas establecidas formalmente –como respetar las normas de circulación del tráfico, pagar impuestos…– o límites implícitos que nos hemos autoimpuesto porque nos decían que no podían transgredirse, como que no hay que decir palabras feas o insultar, en definitiva cualquier expresión que conlleve herir los sentimientos de otros (por acción u omisión). La culpa está íntimamente ligada a otra emoción muy dañino: el rencorLa culpa, pues, se define como el estado emocional que surge de pensar que hemos actuado de manera indebida, ya sea que hicimos algo que no debimos haber hecho, o que no hicimos algo que se consideraba correcto hacer. La culpa es una actitud personal autolesiva, originada por emociones contenidas. Y estas emociones, a su vez, tienen su fuente en pensamientos perturbadores, aceptados y asimilados del pensamiento inconsciente colectivo (global) del resto de personas, que incorporamos, automáticamente, en la balanza de nuestros criterios personales sin cotejar ni sopesar su credibilidad en la mágica balanza de nuestro discernimiento (sentido común), esa a la que desgraciadamente no solemos conceder excesivo crédito: nuestra intuición.
Como consecuencia, dichos pensamientos 'heredados' nos llevan a juzgarnos precipitadamente y ello repercute en una actitud auto-devaluadora, calificándonos negativamente ("Soy una mierda, qué mala persona soy…") muchas veces antes de que hayamos 'metido la pata'. Curiosamente cuando la hemos metido, tendemos a exonerarnos de toda responsabilidad con el típico 'yo no he sido'.
La culpa surge pues de manera automática, y nos suele indicar que algo en nuestra conducta no está en armonía con lo que nos enseñaron y nosotros hemos aceptado y consideramos como adecuado.
En las estadísticamente escasas ocasiones en que reconocemos el error tendemos a ahogarnos en el sentimiento de culpa, ese mar irreal que creamos de la nada. Los psicólogos en general nos dicen que culpabilizarse no sirve de nada. Ni nos sirve a nosotros ni a la persona a quien hemos lastimado. Y sin embargo ahí está. La culpa. Se instala y no hay Dios que la mueva de la cabeza.
Dicen que un error no se convierte en equivocación mientras se acepte repararlo.
De lo que se trata realmente es de asumir nuestros actos, y hacernos responsables de enmendar las situaciones que hemos desequilibrado con nuestra inconsciente (lo hice sin darme cuenta…), hasta donde eso sea posible. Hay una gran diferencia entre sentirme culpable y sentirme responsable. La culpa hace que uno se sienta mal consigo. Y si la actitud auto-devaluante y autolesiva persiste existen serios riesgos de que el malestar se filtre hasta el dominio del cuerpo físico, originando una enfermedad. Asumir la responsabilidad ante el daño ocasionado significa, por el contrario, que tomo consciencia de que yo he sido quien ha ocasionado el dolor ajeno (o propio!), aceptando que cometí un error, pero decido no cargar con una losa añadida en mis espaldas. ¿cómo se hace eso? Dirás.
Te pondré un ejemplo:
Imagínate que estás a la mesa comiendo con un amigo. De repente, en el calor de un intercambio de pareceres sobre un tema, haces un brusco (y habitual en ti) ademán o aspaviento con tu brazo y tiras el vaso de agua que estaba frente a ti, bañando por completo a dicho amigo.
Los pasos a seguir para reaccionar con responsabilidad en vez de con culpa son:
1. Lo primero que haces es reconocer ante ti mismo que cometiste un error. Es imprescindible. Muchas personas se bloquean en este paso, y no pueden siquiera aceptar que se equivocaron. Niegan la responsabilidad de su autoría y automáticamente (inconscientemente) la trasladan a algo (circunstancia, objeto o sujeto) externo. Pueden llegar a incorporar pensamientos del tipo "vaya, qué vaso tan inestable, por su culpa ahora estás empadado” (ante la estupefacción del afectado). Debes aceptar fuiste tú quien cometió el error.
2. Entonces puedes pedirle al afectado que no te inculpe (pedir disculpas). Hacerle saber a tu amigo, que honestamente lamentas lo sucedido, que asumes el hecho y que (por obvio que suene) no fue tu intención consciente. Esta es la parte de asumir tu conducta, tu error, frente al/los involucrado/s.
3. Asumir la responsabilidad implica, a continuación, mostrar disposición a reparar, resolver, componer en la medida de lo necesario (y posible para ti) para que la situación retome su cauce. En el caso de tu amigo, quizá debas preguntarle al camarero o a tu mismo compañero el modo más adecuado para reparar el error (si es que tú mismo no tienes la respuesta en ese instante). Le ayudas: le alcanzas unas servilletas, le acompañas al baño (aunque si se trata de una dama eso ni se te ocurra) para ayudarle a secar su ropa, o llevarlo, si se tercia, a su casa para que se cambie de ropa, o bien ofrecerle pagarle la tintorería, y si quieres exagerar, ofrecerte a comprarle nueva ropa. Por proponer que no quede (cuanto más solícito te muestres, más comprensivo se mostrará el afectado. Dar opciones para arreglar aquello que tú “descompusiste” sería actuar responsablemente.Y aquí viene lo más importante: ESTO ES TODO lo que puedes hacer por enmendar por esa persona, NO PUEDES HACER MÁS.
4. Y ahora viene algo interesante y complicado: finalmente, una vez has solicitado las disculpas del afectado (ello no significa necesariamente que las recibas, eso no importa), es vital que TE DISCULPES A TI MISMO. Debes reconocer ante ti mismo que ser humano implica que a veces te equivocas. Errare humanum est. Este paso es fundamental, para que te disculpes (te descargues de la eventual culpa que otros (o tú mismo) decidan cargarte.
Imposible cambiar las reacciones del otro. Si el otro se enfada y a pesar de tus disculpas y tu oferta de reparación, te insulta y decide seguir enojado, no aceptando que no fue tu intención, ese ya es problema suyo, no tuyo. No puedes revertir la cadena de acontecimientos. Lo hecho, hecho está. Se repara en la medida de lo necesario (si es posible) y te disculpas.
En resumen: una vez que tu ya hiciste lo que está en tus manos, ya no puedes hacer más. Ya no depende de ti. Tú ya hiciste lo correcto. En la vida suceden cosas. No se puede pasar de puntillas por la vida tratando de no manchar nada.
Ya aceptaste tu error y ofreciste corregir el problema. Puedes estar en paz y tranquilo contigo. Si tú ya te perdonaste, puedes sentirte bien contigo, aún sabiendo que cometiste un error. Si el otro está enojado y tú quieres ayudarle con su emoción, puedes pedirle disculpas otra vez, puedes acompañarle en su enojo (compasión) pero consciente de que no tienes por qué asumir responsabilidad por las reacciones de otra persona. Quizá puedas intentar ayudarle a que se sienta bien, pero no eres responsable de su mente y todo lo que acumula en ella.
Esta es la gran diferencia entre sentirte culpable y sentirte responsable. Con la culpa sientes que tú estás mal, te sientes mal contigo (y eres susceptible al chantaje y manipulación de otras personas que necesiten manipularte). Al hacerte responsable asumes la autoría y la incomodidad que te embarga por el error, pero al final decides no culparte. Eso te restituye la paz interna.
Hay una gran diferencia, pues, entre sentirse culpable y hacerse responsable.
Ahora bien, no se trata de decir“bueno, en adelante ya no me voy a sentir culpable de lo que haga y si vuelve a suceder algo semejante haré como si no pasase nada”. Esto sería una actitud inmadura e incluso psicopática. Se trata de reconocer mi error y hacerme responsable de él. Solamente puedo hacer algo por remediarlo hasta cierto punto. Más allá de eso ya no puedo. Ya no depende de mi.
Tampoco se trata de andar por la vida actuando sin pensar y cometiendo errores a diestro y siniestro pensando que “si el otro se enoja, ese ya no es mi problema”. Eso también sería una actitud inmadura, propia de un niño que no sabe medir las consecuencias de sus actos y no tiene conciencia de cómo sus actos repercute en su entorno, pues vive centrado en si mismo.
Se trata de aceptar que eres humano, que te vas a equivocar, y que eso es inevitable. Que sentirte mal contigo por esos errores no sirve de mucho. Que es mejor aceptar tus fallos como parte de tu naturaleza y del proceso de crecimiento, y actuar con madurez y con responsabilidad frente a los demás.
Este es un ejemplo de un error poco relevante, pero lo mismo sirve para cualquier equivocación. No importa la dimensión de ésta. Lo único que está en tus manos finalmente es reconocerlo, disculparte, intentar solucionarlo hasta donde es posible y aprender de ello. Muchas veces, como dije, no hay solución para la situación.
El sentirte culpable no va a regresar el tiempo. Hay que aceptar las cosas como son, asumiendo la responsabilidad de nuestros actos, y sintiéndote bien contigo mismo en toda situación. Valorarte a ti mismo frente a éxitos y frente a fracasos, frente a aciertos y sobre todo, frente a los errores –que son de las cosas más normales y comunes de la vida– es el camino para convertirte en una persona integrada con tu entorno y sobretodo contigo mismo.
Ahora bien, tal vez te cueste acallar una voz en tu interior que insistentemente te acusa: “pero si fui yo quien lo mojó, es mi culpa que esté enojado”. Si, a pesar de todo, no consigues aparcar la culpa, manejar tus emociones, tener mejores relaciones con otros, tener una autoestima sólida y vivenciar un crecimiento personal constante, entonces quizá estés receptivo a dar el paso 5:
Llegado a este punto, quizá decidas recapacitar y admitir que:
1. No es la primera vez que sucede algo similar. Esta vez ha sido un vaso, pero hace un mes, dejándote llevar por otra emoción similar cometiste un error con consecuencias más calamitosas.
2. En ti hay un/a rebelde que detesta en el fondo tener que pedir disculpas y confiesas valientemente que lo haces a regañadientes. Incluso de que te percatas de que el destinatario de tu petición se da cuenta de tu falsedad en el testimonio (con lo cual cualquier disculpa que recibas será un paripé)
3. Ya no te conformas con ir sobreviviendo y tratando de superar los obstáculos que admites que tú mismo te colocas en el camino
4. Si reconoces –después de mucho tropezar– que hay un cúmulo de actitudes en ti que te incomodan y te ponen en evidencia.
5. Si deseas tomar las riendas de ese caballo desbocado, o mono compulsivamente parlanchín que va donde quiere y dice lo que quiere, en lugar de ir donde tu le mandas o decir lo que ordenas.
Si aceptas cualquiera de estos puntos…entonces estás de enhorabuena. Si, a pesar de aceptar que actuaste inconscientemente, reconoces que te cuesta horrores disculparte, debes saber que estás en la senda de la sanación espiritual.
Atrévete entonces a escarbar en la raíz de una actitud, gesto, expresión o comportamiento frecuente que brota siempre "sin pedir permiso" (a veces cuando menos lo esperas). A medida que tomes conciencia de que tu mente, siempre que te enfrentas a una disyuntiva, demuestra estar escindida en dos partes, la consciente y la inconsciente, detectarás que afloran dos mensajes:
1. El primero es muy insistente. Te advierte y pone al corriente de las experiencias pasadas, y las proyecta al futuro haciendo predicciones en virtud del pasado, incitándote con ello, ya sea a ponerte férreamente a la defensiva o a desinhibirte por completo y abandonarte a estados eufóricos. En todo caso apela a tu deseo. Tiende a emitir precipitadamente juicios de valor sobre las personas que la circunstancia involucra (tú incluido) y el síntoma más fiable para reconocer la procedencia de esta 'voz' es que su mensaje viene teñido de una inconfundible impaciencia, ordenándote que tomes una decisión inmediata al respecto de la circunstancia acaecida. Por eso suena en primer lugar.
2. El segundo mensaje procede de una vocecita que espera pacientemente a que la primera concluya su discurso. Procede de tu más profundo interior y te susurra en tono amable y exento de cualquier reproche, desde la intuición, apelando al sentido común (el menos común de los sentidos, por cierto) que escuches y obres según te dicte el corazón.
Si te propones averiguar por qué actuaste de ese modo hiriente con otro (y contigo mismo porque reconoces que no deseas repetirlo y cuando ocurre te duele) o permitiste que otro fuera hiriente contigo sin manifestar la legítima emoción que experimentaste, y liberarte de ese dictador interno que manipula tu día a día, entonces serás conducido a la percepción de una perspectiva nueva de la vida de la que saldrás muy fortalecido.
Reconocer y aceptar como nada aleatorio el patrón oculto (inconsciente) de conducta que te ha empujado (y te sigue empujando) a actuar de modos indeseados, y proponerte acceder al epidentro/origen de la circunstancia acaecida, es algo que solo está al alcance de unos pocos valientes.
“Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Juan 8:31)
Se precisa coraje. Tienes el necesario.
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