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lunes, 31 de enero de 2011

Rebobinando

La intención de hacerme un blog y escribir, responde ocultamente –ahora empiezo a tomar conciencia– a una voluntad de reestructurar mi psiquis. Y la vía que encuentro ahora es la palabra escrita. Pura logoterapia. Escribo esencialmente para mi. Para no olvidar. Para mantener fresca la memoria de lo que me dicta el corazón en los momentos en que las musas me visitan (y no me hallan pintando) Supongo que canalizo mi creatividad/inspiración a través de la prosa ahora que llevo una temporada desentrenado con los pinceles. Pero la verdad es que encuentro en esta terapia un infinito mar de posibilidades para expresar. Y el combustible que utilizo es la rabia que libero en el coche de vuelta del cole de mi hija por las mañanas. Mi particular 'muro de las lamentaciones'. Me pongo la suite de Forrest Gump y 'conecto' con mi niño abandonado, aprovechando cualquier evento que haya tenido lugar en mi vida recientemente. Y tiro de él, como del hilo de un ovillo de lana. Sin censuras, sin a prioris. Totalmente demente. Des-mintiéndome. Re-viviéndome.
He descubierto que yo también tengo un lugar en este foro común que es la vida. Que tengo derecho a tener una opinión y la estoy expresando sin miedo al 'qué dirán'. Y he de decir que es muy liberador constatar que puedes abrir la puerta del 'cuarto oscuro'. Que los monstruos que allí escondiste no te destruyen, que las brujas no te devoran, que los fantasmas pueden ser abrazados, y que ese cuarto tiene ventanas que dan al exterior. Que es una habitación más de tu psiquis, una que estaba oculta, olvidada de la memoria consciente, por motivos de desesperante desconsuelo. Pero un lugar que, como todas las demás habitaciones mentales, acepta ser barrido; se le puede pasar la fregona y admite que la vuelvan a pintar de rosa, el color del frigopié, mi postre favorito. De hecho lo está suplicando, pero al haber sido ignorada, ha arremetido con ira tratando de someter a todo el que intentase de atacar sus postulados. En definitiva, una vida dedicada a buscar enfrentamientos dialécticos. La canalización de la rabia por medio de la fuerza bruta nunca fue un activo en mi.

Detener y rebobinar la cinta de la vida, aprovechando el benefactor 'parón' de esta crisis colectiva, es algo que no se decide intelectualmennte. No es un proceso de documentación con el que nutrir una tesis doctoral. Es algo a lo que se llega al quedarse uno sin escapatoria. Todos los implicados en un crimen, asesinos y asesinados, acaban regresando –unos astral y otros físicamente– a la siempre dantesca escena para hallar testigos de los que extraer compasión. Y compasión y piedad es lo que buscamos, en ambos casos, como desoladas víctimas de un abandono cósmico.
El que hace uso del arma homicida acude, por motivos que muy poca gente acierta a dilucidar. Subyace una oculta esperanza en que alguien suficientemente íntegro y emocionalmente sano se apiade de uno y halle, bajo las evidencias incriminatorias, el sustrato de desconsuelo originador de la matanza. Detrás de todo asesino hay un ser sufriente que pugna por darse a conocer. Tras todo dictador que se precie, existe un aparato mediático, una oficina de prensa minuciosamente preparada para difundir las atrocidades cometidas. Nada queda en el anonimato. El mayor dolor radica en pasar desapercibido.
Rebobinar la película del transcurso vital es un proceso similar. Rescatar, desde la consciencia, el maltrecho cuaderno de bitácora de una travesía llena de percances, lejos de ocasionar un mayor daño, conlleva desde un sano proceso de revisión de daños, a una mejora notable de la salud emocional (y consecuentemente física). Y salud emocional no consiste en curar tal como médicamente entendemos, sino en integrar conscientemente ese 'historial clínico' de heridas que, vida tras vida, nos llevamos con nosotros cuando las fuerzas físicas ya no nos dan para más en este plano de la existencia, cuando decidimos que ya basta de sufrir por esta vez.

Dicen que las madres o esposas de los marineros desaparecidos mientras faenaban siguen sangrando por dentro hasta que se encuentran los cuerpos de sus maridos/hijos y pueden ser enterrados. Como almas en pena, las Madres de Mayo, reclaman justicia por sus hijos desaparecidos.


Toda herida abierta reclama sanación. Y toda herida sangrante puede ser cosida. Pero para coser la herida es imprescindible detectar su precisa ubicación en la apropiada dimensión (tiempo/lugar), y así, poder despedirse de ese pasado que no podemos/queremos soltar. Eso no significa que el recuerdo de la herida desaparezca. Los corazones están repletos de cicatrices que nos enseñan y nos curten. Los corazones llenos de cicatrices no son más feos sino más sabios. Pero para ser sabios hay que ser antes valiente y aceptar la presencia del dolor como maestro-guía con el que localizar las heridas sangrantes. Solo así se puede 'detener la hemorragia'. Luego viene la sutura. Queda la cicatriz como testigo. De la que aprender y con la que enseñar.
Solo entonces nuestras almas hallan redención.

Las cicatrices no duelen. Duelen las heridas abiertas. No sufrimos por el recuerdo, sufrimos por el olvido.



Escuché de boca de un amigo de mi padre, minutos antes de expirar su último aliento, que decía: "regreso a casa".
A los 10 años mi padre también decidió que 'ya era suficiente'. El día antes de dejarnos, prestando atención a lo que los médicos llaman delirios provocados por la morfina, no dejé de escucharle decir "ya vuelvo, mamá".
Haciendo un ejercicio retrospectivo de mis experiencias vitales, creo que éste fue uno de los momentos más epifánicos. ¿A casa? me dije…a qué casa?

Decía la Dra. Elisabeth Kubler-Ross, con más de 28 años a sus espaldas acompañando en el momento de la muerte a miles de personas en todo el mundo, que « …sé que hay realidades y verdades más allá de nuestra comprensión científica, y que están abiertas a cada uno de nosotros». Tratando de hallar esa realidad, Magda Català, en su prólogo al libro de la Dra. Kübler-Ross "La muerte, un amanecer", resumió la actitud que se precisa para ser testigo de la caída del llamado velo de Isis, el despertar de la ilusión:

«Busqué mi alma; no la pude ver.
Busqué al Dios de quien me hablaban, y me eludió.
Busqué a mi hermano, y encontré a los tres»


El mundo tal como lo conocíamos, con sus vanidades y enfrentamientos, con sus guerras e hipocresías, sus reglas limitantes y sus derechos conculcados, esa realidad que hemos asumido, generación tras generación, como la sopa básica del siempre frugal rancho que siempre estaba sobre la mesa, está cayendo literalmente como una escenografía de cartón vencida por su propio deterioro. Escenógrafos, libretistas, músicos, intérpretes, público, acomodadores y director, actores todos, estamos presenciando el inefable colapso de un teatro de guiñoles en el que todos hemos interpretado un papel.
El Dr. Deepak Chopra, en su libro Quantum Healing, habla del proceso sanador consistente en asumir, resumiendo en pocas palabras, que la vida es un sueño. Que todos formamos parte de un infinito océano de amor, la energía primordial de la que todo lo que es/existe está constituido. Esto puede sonar demasiado esotérico para muchos. Lo fue para mi durante un largo periodo de mi vida.

Escarbando en mi pasado, lejos de desestructurarme e invalidarme para seguir viviendo (sobreviviendo?), estoy hallando la verdadera panacea para afrontar y aceptar el presente con la confianza de saberme capacitado para manifestar todas las emociones que claman por ser expresadas en los diferentes contextos. No se puede explicar el proceso con palabras. Sería como pretender enseñar a nadar a alguien con un manual de instrucciones. A nadar se aprende nadando, tragando agua alguna vez…







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