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lunes, 25 de abril de 2011

las guerras son una mentira

Aunque no me descargaré la traducción de este libro, evitando caer en la tentación de fastidiarle a su esforzado autor, una posible y legítima edición en castellano, me permito ofrecerte el enlace a las páginas iniciales de la obra de David Swanson. Quizá las encuentres interesantes:
http://mentirasdeguerra.wordpress.com/


Sin duda que las guerras han sido en el pasado y siguen siendo en el dramático presente, algo terrible y triste. ¿Qué podemos hacer para detener tanta incomprensible violencia? Parece como si no nos quedara más alternativa que suscribir los alegatos de uno de los bandos contendientes (siempre son dos esencialmente dos, ¿alguien ha presenciado o participado en una disputa a tres bandas?), con la vaga esperanza de que la razón (el gran tirano de las sociedades desarrolladas) esté de parte del contendiente que mejor nos ha vendido sus argumentos. 
Y mientras tanto tratamos de seguir sobrellevando nuestro día a día, pagando nuestras facturas, pólizas de seguros de riesgos, tratando de disfrutar de algún instante de utópica tranquilidad en la vida que nos ha 'tocado' interpretar. Y es que elegir bando, decantarnos y posicionarnos en cualquier conflicto polarizado es lo que no nos ha quedado más remedio que hacer a los humanos a lo largo de la historia, independientemente de si interveníamos o no directamente como combatientes. ¿Qué alternativa teníamos? te preguntarás…
Optar, apostar, postularse por un bando…parece una actividad inherente a la condición humana. Y es natural porque desde que nacemos nos han enseñado que en el mundo hay ricos y pobres, malos y buenos, justicia e injusticia, victorias o derrotas, Barça o Madrid, PP o PSOE, Comunismo o Capitalismo, creyentes o ateos… 
A menos que nos atreviésemos a convertirnos en outsiders frente a la corriente básica social (tu familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo, tus superiores…) arriesgándonos a vernos defenestrados, ridiculizados por no 'tomar partido', comprendimos que debíamos afiliarnos a algo. Eran las reglas de juego. Socio de un equipo de fútbol, militante de un partido político, suscriptor de un periódico con cuya ideología poder comulgar, una religión que te ofrezca un paraíso no excesivamente inalcanzable, miembros de un club filantrópico o de una ONG (dependiendo del status social) que te ofrezca unos principios morales aceptables de los que poder presumir…
Ahora entiendo el origen del autismo y de los trastornos de personalidad antisocial.


¿Qué tal si, como sugería el historiador Howard Zinn, decidiésemos que nuestros principios no se venden al mejor postor? Quizá descubriésemos que en el fuero interno, en ese secreto lugar del alma donde tomamos nuestras más íntimas decisiones, nunca hemos aceptado la palabra guerra, ni siquiera como mal menor. Nunca nos hemos creído eso de que existen guerras justas o buenas…


Mañana saldré a la calle tratando de respetar todos los pasos de cebra y semáforos que me salgan al encuentro. Y daré los buenos días a todo el que me encuentre. Y pondré toda mi voluntad en ofrecer una sonrisa amable al mundo, la misma que quisiera observar en el rostro de quien me encuentre. Mañana voy a contribuir con mi granito de arena a que mi vida y la de aquellos que caminen a mi lado sea un poco más agradable. Trataré de incrementar la calidad del tiempo que pase con los míos, pensando en que quizá fuese el último día que paso con ellos…Y si cometo alguna equivocación, sin darme cuenta, me disculparé conmigo mismo y con quien haya sufrido por mi ignorancia. No me parapetaré tras el muro infranqueable del rencor, el orgullo, la culpa o la vergüenza, porque sé que esas energías son mis peores enemigos, hijos del miedo, de cuya esclavitud me propuse liberarme en cuanto tomé consciencia de que el único obstáculo para mi verdadera libertad está en mi mente, ese cajón de sastre donde hasta ahora han cabido todo tipo de paradigmas y esquemas que recibí en herencia o que asimilé de la confundida colectividad. 


Y si tales trampas mentales –erigidas por mis egos inevitablemente para permitirme sobrevivir en este mundo de locos– se me vuelven a colar por las rendijas para tratar de dirigir mi nave (mi vida), las abrazaré consciente de su presencia y las reconduciré, como aquél celador de hospital psiquiátrico que al observar a un paciente tratando de salir a la calle en pijama (para dirigir el caótico tráfico rodado, dice) cariñosamente lo acompaña de nuevo a la sala de visitas. 


Porque quiero volver a sentir la inocencia, la fascinación de los niños por lo imprevisto y la esperanza por un mañana lleno de paz y armonía entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad en este planeta.

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