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lunes, 10 de septiembre de 2012

Quien soy

"Sé tu mismo/misma, te dicen tus amigos, conocidos, parientes –que afirman (demuestran?) quererte bien– sé tú mism@ y todo 'fluirá'..." Este parece ser el mejor de los consejos cuando te sientes perdid@, impotente ante cualquier situación que reclame tu posicionamiento, que te presentes (conocer a tu futuro suegro, una entrevista de trabajo, un encuentro con un cliente/proveedor, tu primera/nueva cita con 'alguien' que te atrae, tu reencuentro con un hijo o hermano distanciado...
Pero lo cierto es que pasada la bochornosa experiencia de tener que inflar o maquillar tu curriculum vitae para encajar en la aceptación ajena, de regreso a tu intimidad, no dejas de preguntarte con los ojos humedecidos ¿quién pretendo ser?...lo que te conduce a asomarte a la madre de todas las preguntas "¿quién soy?"

¿Qué significa 'sé tu mismo'?¿Ser Pepe, Maria, Julián, Iván, Isabel, Dorotea, James...? ¿Qué se supone que es lo que ya soy y no consigo reconocer? ¿Dónde está esa parte 'genuina' de mi, que todos esos 'amigos' tanto me alientan a que ofrezca (sin haberme demostrado que ellos mismos lo hayan encontrado) y que tanto me cuesta desvelar? ¿Soy acaso el expediente académico y/o profesional acumulado, el balance de los éxitos y fracasos que he experimentado aplicando (repitiendo) los conocimientos que he memorizado desde las escuelas/doctrinas educativas por las que tuve que pasar, desde las normas de comportamiento social, que plantearon mis ancestros?
De cada vez hay una tendencia más pronunciada a dejar de presentarse en sociedad (una reunión de amigos, etc.) extendiendo la tarjeta profesional como carta de presentación. De hecho, hablar del trabajo es algo que está cayendo en desuso. Las razones son varias (y obvias) y no interesa aquí desgranarlas.
Y es que hay cuestiones que ahora están pasando a un primer plano, relegando al estante de lo accesorio todo aquello que hasta hace apenas nada tanta importancia dábamos. Es tiempo de desinflar burbujas...

¿Quién soy en realidad? Esta pregunta, formulada conscientemente, es decir, dándote verdadera cuenta de su calado y profundidad, provista de una perspectiva más íntima y a la vez cosmogónica, invita al buscador, al investigador de si mismo, a plantearse otra pregunta: ¿Qué es la realidad? ¿Es acaso la realidad aquello que percibo con mis sentidos? Si así fuese, entonces está claro que soy el conjunto de mis vanos y efímeros logros o fracasos. Pero si acepto abordar el vértigo que me produce asomarme al balcón desde el que observar el vasto infinito de mi identidad, entonces es posible que mi concepto de la realidad se convierta en algo más allá de mis aciertos o errores, distinto a lo que siempre he creído que era.

Nos pasamos la vida tratando de reivindicarnos, de hacernos oir, de 'decir la nuestra', buscando púlpitos desde los que expresar nuestras posturas y pareceres, nuestras opiniones y puntos de vista narcisísticos bajo los que se solapan necesidades no presentes sino antiguas que desde muy temprana edad permanecieron insatisfechas. Buscamos micrófonos desde los que exponer nuestra indignación frente a injusticias externas cuando, en realidad, tan solo buscamos un hombro confiable en el que poder apoyar y descargar nuestra tristeza, donde poder vomitar en una contenida intimidad, nuestro legítimo caudal de emociones contenidas. Pero ese hombro nunca aparece...y tarde o temprano acabamos, inevitablemente, traspasando la frontera de la reivindicación para adentrarnos en el terreno del juicio y la condena. Tan sutil es la linde que los separa.

Dicen que hay poderes oscuros, y ocultos, en este mundo, que saben de nuestro desequilibrio emocional, que conocen bien nuestro errante deambular por este mar de lágrimas, esta existencia que muchas veces calificamos de infernal. Conocen de nuestra desconexión con nuestra identidad, y no solo se benefician de ello sino que no vacilan un ápice en su empeño de mantener bien alimentado a ese abanico de pseudoidentidades, esas vanidades de las que somos víctimas: nuestros pequeños 'yoes', nuestros egos. Apadrinados de buen grado por quienes se siguen todavía considerando los pastores del rebaño buscamos alabanzas con las que alimentar a nuestras falsas personalidades.

Hubo épocas en las que la espada de Damocles del castigo eterno anunciado por los ministros portavoces de las sagradas escrituras, era suficiente amenaza como para disuadirnos de observar el infinito y sentirlo como propio. Esas épocas pasaron. Para salir del cascarón del paternalismo tradicional judeo-cristiano es necesario comprender que "Apocalipsis" tiene un significado más "revelador" que el armaggedonico escenario al que lo hemos asociado...

Desde inicios del s.XX la estrategia de persuasión de los estrategas del sistema consiste en patrocinar maquiavélicamente, sin reparar por en gastos (cubiertos por supuesto con el sistema impositivo), cualquier cualquier postura o doctrina que decidamos asumir o abanderar. Todo con tal de que dicha postura esté enfrentada a una postura antagonista. La cuestión es que sigamos 'decantados' por uno de los polos, que nos definamos "por oposición" a alguna de las creencias (progreso/tradición; socialismo/capitalismo, ciencia/religión...) que sustentan el mundo perceptual de densa polaridad en que se basa la experiencia dualística en "este" mundo…La cuestión es asumir unos postulados que nos identifiquen con una corriente de pensamiento acerca de cómo debe ser entendida y vivida la vida, y así, aferrándonos a alguna convicción, podamos afirmar quienes somos...

Pero lo cierto es que tras la lucha desgastante, heredada generación tras generación, tras la secuencia inacabable de enfrentamientos dialécticos y batallas, seguimos sin re-conocernos. Seguimos insatisfechos acerca del sentido de la vida. Necesitados de alguna "ilusión" para seguir levantándonos cada mañana. Seguimos con esa perenne duda acerca de quienes somos, por qué 'estamos' aquí, 'para qué' estamos y cuál es nuestro destino...Finalmente muchos acaban cayendo en la desesperada fatalidad de exprimirle todo el jugo al "aquí-ahora", quizá abrazando sarcásticamente el "ande yo caliente y ríase la gente", entregándose al "a vivir que son dos días". Como mucho nos aplicamos las enseñanzas de aquel Zaratustra y predicamos eso de "no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti". Y desconectamos del entorno sin darnos cuenta de que también desconectamos de esa búsqueda inicial a la que me refería...¿quién soy? debe de haber una razón por la que tantas almas convivan en un mismo mundo, debe haber un propósito para mi/nuestra presencia aquí y ahora...¿cuál es? ¿Quién soy como individuo? ¿Quién soy como miembro de la Humanidad, como participante de la especie llamada Homo Sapiens Sapiens?

Otros quizá crean firmemente que la propia identidad sobrevendrá cuando apartemos lo que nos molesta de nuestro entorno, aquello que –convencidos de que no nos es propio (egoísmo, corrupción, racismo, especulación, insensibilidad, avaricia, celos,…)– sentimos que interfiere en la frecuencia de onda con la que deseamos sintonizar y en la que quisiéramos permanecer. Haciendo esto caemos en la tentación de condenar todo lo que represente, en el exterior, aquello que sea susceptible de contaminarnos, sin darnos cuenta (de nuevo) que todo aquello (circunstancias, personas, situaciones...) de lo que huimos nos persigue ad infinitum, como el reflejo aborrecido en un espejo del que no podemos desprendernos, puesto que habla de nosotros mismos, nos pertenece.

Grandes maestros (ojo, no pensadores) han afirmado que para depurar las toxinas mentales que probadamente se hallan inoculadas en nuestro sistema de pensamientos, nada mejor que permitirse transgredir las fronteras de la hipocresía para ir al límite de la experiencia de abuso de dichas toxinas y comprobar las consecuencias y efectos en nuestro umbral de dolor.
Todas las opciones barajadas han sido hábilmente manipuladas por los ideólogos del mundo, abanderados de los sistemas religiosos dispuestos en el mercado de las creencias, hasta convencerte de que la expiación solo es posible cuando media un grado de penitencia proporcional al perdón solicitado. La flagelación ha sido uno de estos medios para sentir el dolor como vía de redención. Esa redención con la que los herederos de la tradición judeo-cristiana tanto andamos tratando de aliviar el sufrimiento por no comprender cuál es el sentido de la vida, por liberarnos de la losa de la culpa con la que hemos cargado desde que Yahweh/Jehová decidió expulsarnos del Jardín del Edén por haber probado el fruto prohibido del árbol del conocimiento (ciencia). Un hijo expulsado de su hogar por su propio padre no tiene más opción, descartada la vía freudiana del asesinato del progenitor, que asumir la culpa por haber cometido el infame pecado 'original' de transgredir las normas enlilitas y osar reproducirse genéticamente, otorgando con ello carta de autenticidad y plena autonomía como especie al recién nacido Homo Sapiens Sapiens.

Si admitimos que lo que exhibimos desde entonces es un manojo de personalidades, máscaras sufrientes con las que disimular y maquillar el sufrimiento por el abandono del primer padre, habremos de concluir que tras todas las máscaras que nos ponemos por el camino, se halla también alguien condenado por si mismo a vagar sin rumbo conocido. Se diría que la vida es un gran baile de máscaras donde todos disimulamos nuestro verdadero rostro (esencia) donde nadie se muestra tal cual es, donde todos nos reservamos un jardín privado, inaccesible, paulatinamente, conforme pasan los años, a cualquiera que se nos acerque. Sin duda, a medida que nos alejamos cronológicamente del momento de nuestro nacimiento nos volvemos más escépticos y reacios a compartir eso que los niños tan naturalmente tienden a brindar: amor.

No estamos ante el re-inicio de un calvario que nuestros ancestros ya presenciaron, sino ante el fin del suplicio, pues se acerca el fin del túnel oscuro, el término de un ciclo donde ha regido un modo de entender la vida. Estamos a las puertas del reencuentro con la luz. Y es inminente. Estamos rodeados de embajadores de dicha luz por doquier. Tan solo hay que levantar los ojos y acudir a su encuentro.

Lo siento,
perdóname,
te amo,
gracias.

 

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