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viernes, 21 de septiembre de 2012

aceptar el dolor

 

Todos sabemos que tenemos el poder para atraer (por medio de estratagemas seductoras) todo lo que conscientemente deseamos. Pero no es menos cierto que en ese proceso, también magnetizamos todo aquello que desde un nivel más profundo, y poco atendido, el inconsciente pugna por solventar.
Pongamos que en un momento determinado encuentro a mi hijo robando algo en un negocio. Resulta que ya me habían avisado sus amigos con anterioridad. Pero no quería creerlo. Después de juzgarlo, (quizá, también, después de haberle dado una reprimenda), me doy cuenta (tomo consciencia de), de que esa actitud me socava porque es un reflejo de mi (de mi inconsciente): "mi irritación es prueba de que estoy presenciando un lado oscuro de mi mismo que mi hijo, el 'otro', me está revelando –sin ser, obviamente, consciente de su rol como 'maestro'– algo que me incomoda en este encuentro nada casual que estamos teniendo.

¿Qué enseñanza se supone que extraigo, a parte de proponerme dejar de culparme por haberle 'condenado' tan rápidamente (castigado a quedarse sin vacaciones de verano, etc...)? ¿He de aceptar ver que mi hijo aprendió a robar (estafar, manipular situaciones, personas, a su conveniencia, porque lo aprendió del patrón que yo, como progenitor masculino, le expuse SIN DARME CUENTA (inconscientemente)? ¿He de aceptar VER al ladrón en mi? Pongamos que consigo 'rendirme' y 'confesar'(aceptar)..."me acepto"...¿Pero en qué consiste aceptar-se? ¿Se trata tan solo de asumir el miedo que me daba reconocer que soy un cleptómano? De acuerdo, tenía miedo de sentirme juzgado. Por eso traté de ocultarlo. Pero es obvio, a juzgar por la actitud 'heredada' de mi hijo, que la represión no ha surtido efecto. ¿Qué hago con esa vergüenza, una vez destapado mi secreto?
– Mirar adentro.
–¿Y qué es 'mirar adentro'? ¿Como aceptar al cleptómano en mi?

Abrazar los miedos es mirarlos con amor y perdonar-se. Mirar adentro y reconocer lo que profundamente en nuestro interior (cuerpo emocional) esconde el ladrón que tratamos de disimular en el contexto presente, pero que nuestro hermano (hijo, amigo, cuñado...) insiste 'obstinadamente' en restregarnos en la cara del único modo posible: comportándose del modo que más nos avergüenza.
El concepto de Ego, tan en boca de los psicoanalistas durante todo el siglo XX, está empezando a popularizarse entre la gente corriente, lejos de los divanes. De hecho cada hogar puede decirse que se está destapando actualmente como un verdadero centro de terapias de sanación psíquica, aunque solo sea por las desatadas catarsis que están teniendo lugar en el seno de las parejas, por no hablar de la crisis de los vínculos paterno-filiales, extrapolables a la relación entre docentes y alumnos o incluso entre élites dirigentes (corporaciones, iglesia, sistema educativo y político: los cuatro jinetes del Apocalipsis) y las 'clases trabajadoras'.

Para permitir que la transformación (metamorfosis), el acceso a la Consciencia, se opere en nosotros no queda otra salida que conectar, SENTIR las motivaciones, hasta ahora inconscientes, que me arrastraron a robar en su día (de pequeño). Y sentir, créeme, solo es posible desde la catarsis NO VERBALIZABLE, de las emociones contenidas en el cerebro límbico e incluso en el reptiliano.

Quien más quien menos presume de no sentir culpa por nada. Pero cuando la vida te coloca frente a situaciones 'avergonzantes' (un suspenso: soy un vago. Una multa de tráfico: qué despistado soy, me lo merezco, ¿Por qué no he estado más atento?. Un reproche, un abandono, cuando nos ignoran...) es cuando evidenciamos que 'nos sentimos culpables'. Algo tenemos que haber 'hecho mal' para que nos causen dolor...Y no hablemos ya si el mismo sistema judicial dicta sentencia una condenatoria. Somos CULPABLES. Sin subjetivsmos.

El Cristianismo en tanto que sistema de poder, nos ha inoculado la convicción de que somos culpables, exortándonos a entonar el execrable mea culpa...

"por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa,..."

...prolongando así la lesiva tradición judaica, consignada en el libro del Génesis, concerniente al pecado original. El castigo lo venimos padeciendo desde que al hombre se le sentenció a ganarse el pan con el sudor de su frente, y a la mujer a parir con dolor. Sin embargo estas creencias no nos han mostrado el camino de la liberación de la carga de dicha culpa, que el Islam, por ejemplo, no contempla. En el Islam no existe la noción de pecado original, más bien se rechaza rotundamente. De acuerdo con el Corán, la transgresión cometida por Adán y Eva —considerada responsabilidad de ambos, y no de Eva en mayor grado— quedó zanjada con el castigo recibido, es decir, con la expulsión del Paraíso. El Islam no condena a la naturaleza humana como tal, a diferencia del judaismo, y además rechaza explícitamente que otro pague por los errores de los demás: "Nadie cargará con la culpa ajena" (Sura 17, versículo 15). La ausencia del pecado original acentúa, en el Islam, la moderna idea de responsabilidad individual, eje central del credo islámico.

Hoy, los occidentales herederos de las tradiciones judeocristianas estamos descubriendo que para liberarse de la culpa y dejar así atrás las adictivas penitencias, es necesario descargarse, exonerarse de la culpa, "Dis-culpar-se". Y he aquí que nos hallamos frente al reconocidamente más difícil de los actos humanos, pues la rendición muy frecuentemente se confunde ya sea con capitulación o resignación.

Disculparse o pedirse perdón ("perdóname") es la clave para disfrutar de la anhelada redención.

–pero ¿A quién le pido perdón?

– En primer término a ti mismo. A tu divinidad. A tu esencia trascendente. Pretender pedir perdón a otro sin antes haber hecho las paces con uno mismo es literalmente una entelequia.

– Pero eso es desquiciante. Si me pido disculpas, ¿eso significa que estoy escindido?

– Significa que has permanecido ignorante de la escisión operada en tu mente hasta que tomas consciencia de que los ídolos a los que rendías pleitesía (el cuerpo físico, tus creencias acerca de la vida y de la muerte, tus principios y postulados inamovibles, tu rigidez mental...) eran castillos de naipes. Pasajeros castillos en el aire, rodeados de vanidad por tu falso yo, el ego. Pedirte perdón es algo nadie puede hacer por ti. Es la base de tu libre albedrío. Ahí radica tu grandeza. Tu óptica de la realidad es tu responsabilidad. Al final todo depende del color de las gafas que te proporcionó tu ego con las que has estado observando la realidad. Puedes, si quieres, dejar de usarlas para verla. Existe, no obstante, un necesario proceso de aclimatamiento , pues no estás preparado para asimilar la radiante verdad, la realidad, desprovisto de tus enquistados lentes. No la soportarías. No la asimilarías. A menos que te perdones.

– y ¿Qué se supone que he de perdonarme?

– Todo aquello que jamás te has perdonado. Te has creido que eras culpable: culpable de ser un 'mal' (no lo suficientemente buen...) hijo, esposo, esposa, culpable de ser un mal padre de familia, una mala madre...un mal empresario, un mal vecino. Culparnos por la muerte de un perro, de papá o de mamá. O incluso de la muerte de un hijo (quizá de todas la más pesada de las culpas...) culpas hay para todos los gustos. Cada cual que revise su carga.

Se trata de que te exculpes. Pero claro, para alcanzar eso, debes 'contactar' con la culpa. Y eso es doloroso. Como si de un hijo no reconocido y desterrado se tratase, al que vas a restituir su herencia. No podrás ser libre de la culpa por haberlo 'olvidado' de tu conciencia hasta que consigas reintegrarlo en tu seno. Pídete perdón y te librarás de la culpa. Como diría Mayra Gómez Kemp, "...y hasta aquí puedo leer..."

El riesgo en ese instante, radica en que haga acto de presencia el orgullo, una de las máscaras (personalidades) tras la que se esconde el miedo (ego), la más férrea de las defensas tras las que te ha s parapetado.

Cuando somos exhortados a pedir perdón es común que el ego, revestido de la máscara del orgullo salga "al rescate" afirmando que "no hay nada por lo que deba avergonzarme, por lo tanto nada por lo que disculparme. Lo hecho hecho está. En todo caso, nos defendimos –dice el ego, robándote la palabra– legítimamente de multitud de claras agresiones. Y punto. No hay máscque hablar."

Lo que el ego no entiende es el daño que, en su desquiciada y demente deriva, has permitido que te causara desde que le encomendaste la tarea de defenderte.

– ¿Yo le pedí que me defendiera?

– Algo así. Obviamente no eres consciente de eso. Fue instantáneo. Sucedió al poco de nacer, seguramente antes de los tres años de edad. Te "bebiste" una poción amnésica que mantuvo el dolor (que estabas a punto de experimentar) a "buen recaudo". La consecuencia fue que te distrajo de tu verdadera y eterna esencia y te proporcionó una identidad mortal con la que discriminarte y discriminar al resto de identidades. Una identidad con la que poder identificarte. Así han funcionado las cosas en este plano (planeta) hasta la fecha. Pero todo está empezando a cambiar radicalmente. El velo de la ilusión (Māya para la tradición védica) está cayendo. La cuestión es: ¿Te indignas?,¿Te enfureces?, ¿Te aterras?, ¿Te defiendes?, o ¿Te permites fluir con los acontecimientos, contagiado de la confianza en que no necesitas seguir luchando contra los molinos quijotescos?

Reconocer la culpa lastrante es ya una tarea de valientes. Tomar la decisión de liberarse de la culpa implica un gran coraje, pues significa adentrarse en el pozo del dolor reprimido. Significa "desandar" los pasos danzados sobre la vana escena. Para librarse de la culpa hay que deconstruir la vieja armadura oxidada, "perdonarse" por la narcisista deriva autoimpuesta, perdonar-nos por haber permanecido ajenos a nuestra inmaculada y eterna santidad. Perdonarnos por haber creído que éramos culpables de haber mordido la "manzana" adámica, de haber osado dar un salto evolutivo mordiendo del árbol del conocimiento, cuando en realidad fue la serpiente (Oannes/Enki) quien, contra la voluntad de su hermanastro Enlil, le dio a su 'semejante' criatura, nuestro más reciente antepasado (Adán y Eva), la capacidad para "conocerse", es decir reproducirse autónomamente. Fue una intervención que quizá contravino una ley universal, y que a la otra "mitad" de Yahweh no le sentó entonces muy bien...

Wikipedia: Los árboles del paraíso son dos árboles que aparecen en el Antiguo Testamento en la historia del Jardín del Edén. Uno de ellos es conocido como el "Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal" (simplificado como Árbol del Conocimiento; en hebreo עֵץ הַדַּעַת טוֹב וָרָע "Etz haDaat tov V'ra"),1 y el otro es el "Árbol de la Vida". Según el Génesis, estaba prohibido para Adán y Eva comer del primero, y luego de la desobediencia del mandato divino, éstos son expulsados para evitar que también comieran del segundo, igualando a Dios.

No atender a las motivaciones profundas que nos impulsan a coger algo que no es nuestro (robar) para tratar de estar 'mejor', es saltarse una página de la partitura de una pieza musical llamada SANACION que estamos interpretando, simplemente porque es la más difícil de aceptar porque nos enfrenta con la RESPONSABILIDAD, la actitud que menos entrenada tenemos, la que más vértigo da. Reconocer el dolor, que en un INSTANTE CLAVE de nuestra vida decidimos esquivar (anestesiarnos) para sobrevivir, es la única vía para la expiación. Es la liberación de la losa de los recuerdos dolorosos, los que justamente mi hijo se encarga –para eso decidió voluntariamente nacer en el seno de mi familia– de hacer emerger a la superficie del lago de las vergüenzas que he tratado de mantener ocultas.

El pasado solo se puede dejar atrás cuando el narcisismo, que rige tiránicamente mi presente, es comprendido y SENTIDO, como lo que verdaderamente es: un complejo no resuelto... De lo contrario estamos actuando como esos expertos en nutrición que juzgando (diagnosticando) de trastornada a la persona anoréxica por no amarse (alimentar su cuerpo) dirigen todos sus esfuerzos hacia la dieta alimenticia, sin atender a las motivaciones que empujan a alguien a dejar de nutrir su cuerpo.
Es cierto que hemos venido a disfrutar, pero no hay disfrute (está comprobado después de 60.000 años) cuando huyes de algo. Compruébalo: repudia a (huye de) tu madre o padre, de tu mujer o marido y de tus hijos (porque no te comprenden/no los soportas...) y búscate una nueva familia. Tu pasado (la culpa) te perseguirá donde quiera que vayas. Y te consumirá lentamente, "obligándote" a regresar, en una nueva vida, a un escena que te resultará familiar...
Hemos venido a acompañar a la Tierra en un parto a una nueva consciencia. Dicho así suena bonito, sin duda. Pero los partos, siempre que hay resistencias a sentir dolor (y créeme que ahora las hay) son dolorosos. El dolor es parte de la vida. Aceptar el dolor es decir sí a la vida con mayúsculas.
El mundo nos está conduciendo inexorablemente a una situación límite. Cuando nada puedes (ni quieres) hacer por cambiar tu vida, será mejor que dejes, sin oponer resistencia, que tu vida te cambie a ti.  

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