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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Deja que suceda

Posiblemente sea hora de ser honestos. ¿Para qué seguir engañándonos? Cuando este mundo y las cosas en las que tus antepasados y tu teníais depositadas grandes expectativas –un estatus económico y social mayor, una vida sexual más placentera, estabilidad en tu vida de pareja, un futuro seguro para los tuyos...– dejan de estar a tu alcance, ya sea porque estas circunstancias se te escurren como la arena entre los dedos, o bien porque dejan de constituir una meta para ti, ya sea porque el mundo aparenta impedirte ahora el acceso al crédito financiero necesario para seguir tratando de alcanzarlas, entonces o bien has alcanzado la iluminación (en el primero de los casos), o bien has caído en un estado de desesperanzada depresión. Respecto a los iluminados, pasaremos página en la convicción de que ya están suficientemente ocupados en su tarea de iluminar los rincones oscuros de este mundo. Respecto a los depresivos, aquellos a los que les embarga la tristeza y el desconsuelo, aquellos para los que los expertos no encuentran más solución que una medicación con estimulantes de toda índole, desde Prozac hasta un cambio de aires radical, pasando por los electroshocks lamentablemente tan de moda de nuevo, acaban calificados como rémoras dispensables, lastres humanos incapaces de mantener el incesante y vertiginoso ritmo de endeudamiento impuesto. Se les asigna entonces un calendario de rescates endeudantes, todo con tal de que regresen al redil, que vuelvan a entrar en la vorágine futura de la noria del frenesí cotidiano, la montaña rusa mental-emocional, el "danzad danzad malditos".

Los estímulos, ya se sabe, son siempre sucedáneos. Sustituyen ALGO. Te voy a plantear una adivinanza. ¿Qué es aquello que los humanos nos pasamos la vida buscando? Pistas: es ALGO que está en todas partes, pero difícilmente logramos ver con los ojos, tocar con las manos u oler. Algo que se muestra abiertamente en todos los ámbitos y órdenes, y sin embargo nos parece obstinadamente elusivo, huidizo y reservado. Todos nos pasamos la vida reprochando a nuestros semejantes su incapacidad para compartirlo y sin embargo nadie nunca se atreve a pedirlo pues el orgullo labrado a base de puro instinto de supervivencia no tolera reclamar lo que es justo y nataural. ¿Qué es?

Parece ser que nos referimos al amor. Un término masticado hasta la saciedad, defenestrado y vilipendiado hasta provocar nauseas en boca de ciertas personas con solo oirlo nombrar. Y sin embargo, paradojas de la vida, lo buscamos desesperadamente en recurrentes sucedáneos. Vamos en pos de él en situaciones euforizantes, junto a personas fascinantes, deslumbrantes –superhombres o supermujeres que pretendan (simulen) poseer la clave de nuestra satisfacción, o al menos aparenten ofrecer alguna solución a nuestras dudas e inseguridades.

Al principio esos seres son nuestros progenitores. Los seres más cercanos en nuestra particular esfera. Los primeros que se nos presentan al "aterrizar" en el mundo. Obvio. Los escojimos como 'cicerones'. Son aquellos que supuestamente deben cobijar nuestra natural vulnerabilidad (no en vano se afirma que el ser humano, a diferencia de la mayoría del resto de mamíferos, no está 'terminado de hacer' al nacer. Necesita continuar su gestación fuera del útero). Es el primer entorno en el que aprendemos a contextualizar nuestra presencia en el planeta. Para bien o para mal, la familia es el escenario del primer acto de la representación en la obra vital que como actores interpretamos.

La infancia, un periodo clave del que extraeremos inconscientemente todas las pautas con las que manejarnos en la fase "adulta" de la existencia. Quien más quien menos ha afirmado alguna vez que no tuvo infancia. Pareciera que los recuerdos dolorosos dejen una impronta imborrable. Pero cuando el reloj biológico marca su hora y llega el momento de la emancipación, de levantar el vuelo y salir del nido para explorar los límites de lo conocido (algo totalmente natural en todo ser vivo) y el amor se ha obstinado en negarse a hacer acto de presencia durante la infancia, no nos queda otra alternativa que prolongar la búsqueda de esa satisfacción en el siguiente acto. 'De perdidos al río' nos decimos para nuestros adentros (inconscientemente, por supuesto). Y por el camino nos lanzamos a la búsqueda de (atraemos) circunstancias y personas cuyos particulares patrones de experiencia vital, heredados a su vez de sus propios nucleos familiares, se amolden a nuestras propias necesidades insatisfechas y las complementen (satisfagan). Pero eso es imposible.

Si, como consecuencia de una infancia de mierda plagada de abandono y vejaciones, físicas o verbales, nos hemos vuelto huraños y desconfiados, atraeremos a personas que aparenten ser confiadas y 'echadas pa'lante' (aunque en el fondo estén tan asustados como nosotros) de cuyas estrategias seductoras quedar prendados (y ellos/as de las nuestras, ojo). Cuando el amor no ha existido en la infancia aprendemos a manipular a los demás para exprimir de ellos el amor que, como agua para un sediento, tanto anhelamos. Pero no obtenemos sino sucedáneos, sustitutos que calmen nuestro desesperante síndrome de abstinencia.

Buscamos en este mundo una solución definitiva a la falta de amor, y nos rendimos a las pseudosoluciones, que se nos presentan en la medida, ya digo, que las "atraemos". Situaciones y personas que logren captar y mantener viva nuestra atención, proporcionándonos la ilusoria satisfacción de que la frenética búsqueda ha concluido. Tarde o temprano acabamos tropezando con la realidad de las verdaderas circunstancias ocultas tras las máscaras, las situaciones y personas que bajo los focos del carnaval de la vida aparentaban ser la panacea final para nuestro sufrimiento, pero que en la distancia corta acaban revelándose como irritantes espejismos, es decir, el reflejos distorsionados de nuestras propias necesidades. Es entonces cuando constatamos que la insatisfacción, que creíamos aliviada, persiste. Y nos sumergimos (de nuevo) en una sensación amarga y sufriente de depresivo y exasperante fracaso, al extremo de culparnos por haber estado ciegos, por no haber visto aquello (de lo que otros, incluso, tanto nos prevenían).

Certificamos la ruptura con la situación lastrante y emprendemos la huída de ella, rauda o anunciadamente, en busca de una nueva meta, más lejana en lo posible, de algo mejor, una relación mas respetuosa, un trabajo más digno y conforme a nuestras capacidades creativas, en definitiva, un lugar donde encajar en el mundo y conseguir "realizar nuestras metas". Una vida 'mejor'. Un propósito que se antoja encomiable, de no ser porque queda lastrado por una ignorancia supina respecto de la cíclica rueda de sufrimiento a la que esa búsqueda externa nos ancla. Una rueda a la que permanecemos enganchados y que ningún estimulo externo puede apaciguar en tanto no levantemos el pie del acelerador. Y es que el pasado del que renegamos, la historia que rehuimos, se convierte inexorablemente en ese fantasma que siempre acaba rondando nuestra morada, allá donde decidamos reubicarla. Un fantasma que clama por ser reconocido, abrazado y sentido, como esos asesinos en serie que van dejando intencionadamente huellas y pistas para que el funcionario de policía asignado a su caso no les pierda la pista y acaben en el olvido...

Regresamos, cabizbajos o eufóricos, a la noria, ya creyendo regresar al pozo de donde salimos o convencidos de haber conseguido, con esfuerzo, superar un obstáculo, cuando en definitiva estamos regresando al mismo punto de partida, donde empezamos. Cada vez, eso sí, más escarmentados, decepcionados y extenuados de esta vida. En busca, de nuevo, de una salida a esta rueda de la fortuna cuyas reglas cada vez nos convencen menos. Continuamos, dando vueltas en círculo hasta que, hartos de girar y girar, semiahogados en el pozo del desesperante sufrimiento, caemos en la cuenta de que tales situaciones son en realidad potenciales maestros (si así admitimos considerarlos), reflejos, sin duda dolorosos, del pozo oscuro de nuestros anhelos insatisfechos en la infancia.


Muy profundamente estamos cansados de danzar sin descanso tratando de 'mejorar' nuestra posición en este mundo. Cansados de dar y recibir codazos para no perder el tren de las oportunidades a las que la frenética escena nos obliga. Cansados de tener que luchar por nuestros derechos, por nuestra independencia, por nuestra dignidad e integridad. Cansados de constatar que dichas batallas a nada conducen salvo a más conflicto. Cansados de estar siempre en guardia, de tener que demostrar nuestra inocencia, de mantener el ceño fruncido esperando siempre un golpe de cualquier lado (que siempre acaba llegando, de ganto anunciarlo y temerlo). Cansados de creer que este mundo es una jungla. Cansados de tener miedo y de tener que disimularlo. Cansados de mendigar amor.

Estamos cansados de ser, no ya tan solo espectadores de los juegos malabares de aquellos ilusionistas encandiladores de serpientes que entran en nuestros hogares a través de la tele (y manipulan nuestra consciencia amparándose sin duda en nuestra atávica ignorancia), sino cansados incluso de ser los mismos actores de esta gran obra. Una obra que lleva en cartel desde los tiempos de Adán y Eva, es decir, desde que el Homo Sapiens Sapiens irrumpió sorpresivamente en la escena evolutiva. Queremos regresar a un modo amoroso de comunicación y entendimiento, sin aislamiento. Sin embargo no nos damos cuenta de que mientras sigamos reprimendo y renegando de nuestras emociones –esos "estallidos de incomprensión" que tan a menudo observamos en los niños (y que cada vez más nos cuesta gestionar pues nos recuerdan la propia represión vivida), pero que hemos etiquetado de políticamente incorrectos en los adultos– ese modo amoroso y libre de comunicar e interactuar que anhelamos no fluirá.

Cierto es que hemos explorado con fruición cada rincón de las posibilidades en esta dimensión en este planeta y que con ello hemos colaborado en la tarea de expandir los confines de la Creación. Pero ahora la búsqueda apunta hacia el interior, esa odisea tan cercana y fascinante y a la vez tan eludida. La meta es la paz interna que tan esquiva se ha mostrado cuando la hemos buscado y reclamado afuera.

Tenemos una vida por vivir. Y queremos vivirla en este precioso mundo. Con otras reglas de convivencia. Sin duda. Queremos dejar de culparnos por haber fallado, por no haber alcanzado las cotas de expectativas que nos asignaron los que nos precedieron ("¿Cuándo me vas a dar un nieto?", "¿No te parece que ya podrías echarte una novia?" "Mira a tu hermano que ha llegado a ser director de banco...", "¿Cuándo te harás un hombre de provecho?", "a tu edad tu padre ya me había pedido la mano","a tu edad yo ya tenía dos hijos", "deja de lamentarte y hazte un hombre!",...), expectativas y listones que a fuerza de percutir en nuestros oído aceptamos heredar y autoimponernos.

Quisiéramos bajarnos de la espiral de odio, condena y venganza que la historia aparenta habernos legado. Ninguna carga se hereda si no es aceptada en consigna. Ninguna batalla, por insultante que sea la afrenta, es luchada a menos que nos dejemos embargar por un encendido ánimo combativo. Y éste no se escoge conscientemente, sino que sobreviene, nos embarga, cuando obtiene su más apropiado combustible: el resentimiento, que no es sino hijo del miedo original a vivir. Dejar de luchar, igual que dejar de perseguir quimeras y espejismos, es una decisión que se puede tomar voluntariamente cuando la ira, liberada, ya no clama por ser atendida. El motor de la batalla no se activa si la pólvora está mojada. Y la pólvora solo se humedece con las contenidas lágrimas del alma.

Una sociedad que ni comprende ni quiere atender, sin juzgar, los estallidos de incomprensión (las emociones) de los niños, está abocada a la autodestrucción. Y niños hemos sido todos. La represión se perpetúa más allá de la niñez. Todos somos niños heridos en busca de un testigo que comprenda nuestro miedo y no lo juzgue (ridiculice, o trate de disuadir).

Nos dicen que hemos de aprender a aceptar aquello que no podemos cambiar. Pero nadie cae en la cuenta de que solo se puede aceptar y rendirse a algo cuando ese algo ha sido identificado y SENTIDO. Abandonar la lucha no es "bajarse del mundo". Rendirse no significa en absoluto resignarse, sino aceptar que uno no tiene el poder para cambiar el mundo y sus circunstancias, es decir, a las personas y a sus veleidosas decisiones, pero sí la perspectiva (los pensamientos) acerca de dichas circunstancias. Y para aceptar hay que perdonar. Y para perdonar hay que recordar.

El suicidio, lo sabemos, ha sido la vía de escape de muchos seres, famosos o anónimos, a los que la abrumadora existencia ha desbordado. Rendirse es aceptar que hemos adoptado una deriva combativa, a la que nos hemos afiliado sin darnos cuenta. Rendirse es reconocer que este espíritu batallador tuvo una razón de ser. Aceptar es reconocer que vamos como almas en pena huyendo del dolor. Volver a sentir es tocar el fondo de la piscina de sufrimiento. Una vez conseguido esto -y solo entonces y no antes-seremos capaces de reconocer que la lucha no nos ha conducido, individual ni colectivamente, a ninguna parte más que al "callejón sin salida" en el que nos hallamos. Perdón, corrijo: en donde se hallan nuestros egos. Y ya sabes que es momento de que dejes de identificarte con tu ego, verdad?

Oimos hablar de sanación por todas partes. Si el rio suena es que agua lleva. Las fuerzas oscuras del mundo han manipulado esta incontenible nueva oleada de despertar consciencial inoculando un mensaje egoísta al que encaminarnos por medio de la exaltación, de nuevo, del yo como forma de reivindicar la libertad tan anhelada. 'Solo si te amas a ti mismo puedes amar a los demas' es un mensaje muy sutil que frecuentemente acaba en una espiral sin solución puesto que nadie sabe cómo amarse a si mismo sin morir en el intento. Algunos deciden zambullirse en lecturas de autocompensación (El Secreto) para tratar de regalarse sin medida todo lo que anteriormente les fue negado, cual mártires en busca de redención. Pero esa solo es una parte del menú que necesitamos degustar. En definitiva, es imposible amar al mundo sin destapar las estratagemas de nuestro inconsciente personal (hijo del ego colectivo). Partir a la conquista del amor sin reencontrarse a uno mismo es una quimera que desvirtuará cualquier intención presuntamente altruista.

Pero todo cambia maravillosamente si la perspectiva adoptada es la siguiente: ya soy perfecto (Ni mejor ni peor que nadie). Simplemente perfecto. No hay nada que mejorar en mi. No tengo ningún fallo (pecado) original que purgar. Perfectamente únic@ en la diversidad. Irrepetible. Basta observar para empezar todos mis procesos biológicos perfectamente equilibrados. Estoy equipado con todo lo necesario. Mi cuerpo responde a los estímulos de mis sinapsis cerebrales. Y mi cerebro es el mejor receptor de mi eterna y nómada inteligencia, residente, de momento y por propia voluntad, en este contexto espacio/temporal. Solo me queda poner en práctica desde mi corazón, el mecanismo mismo que logró, sin duda desinteresadamente, ponerme en el mundo antes incluso de que yo tuviese conciencia de mi mismo, cuando quizá todavía era un ser unicelular, legítimamente experimentando el darwiniano trance de la evolución. Y puesto que sin duda no me creé a mi mismo, algo debió hacerlo. Por ahí hace miles de años que hablan de un tal Dios. Quizá sea hora de dejar de creerme tan soberbio como para creerme mi propio creador, cuando a lo máximo a lo que puedo aspirar es a clonar lo ya creado.

El vago y a la vez vasto y sobrecogedor sentimiento de frustración que no solo individualmente sino como colectivo (especie) nos embarga es difícil (perdón, imposible) de explicar con palabras, lo cual es doblemente bendición, porque te ahorra finalmente el coste del diván psicoanalítico. A Freud le debemos mucho, pero igual que Darwin, él también cumplió su papel. Y le damos las gracias.

Ya me entiendes.. si todo el dolor se sanase con palabras, este mundo sería un ejemplo deslumbrante de salud mental y física. Pero no. Difícilmente hay palabras para describir lo que anhelamos todos, sin excepción. Sin embargo el río de la vida sigue fluyendo, diferente cada vez. No trates de explicar el porqué de su sinuoso curso, ni analizarlo, simplemente respétalo y permítete contemplarlo con el éxtasis de quien es testigo de un milagro. El río de la vida anuncia cambios. Haz caso a Sancho Panza y no luches contra los gigantes. No son más que molinos o deando al viento. Deja que la vida te suceda...

When I find myself in times of trouble
Cuando me encuentro en tiempos turbulentos

Mother Mary comes to me
La Madre María viene a mi

Speaking words of wisdom, let it be.
Me habla con sabias palabras: "deja que suceda".

And in my hour of darkness.
Y en mis horas oscuras

She is standing right in front of me
Ella está de pie, justo frente a mi

Speaking words of wisdom, let it be.
Me habla con sabias palabras: "deja que suceda."

Let it be, let it be. Let it be, let it be.
deja que suceda, deja que suceda.

Whisper words of wisdom, let it be.
Susurra palabras sabias: "deja que suceda."

And when the broken hearted people
Y cuando las personas con el corazón roto

Living in the world agree,
Que viven en el mundo se pongan de acuerdo

There will be an answer, let it be.
Entonces habrá una respuesta. Deja que suceda.

For though they may be parted
Pues aunque ellos quizá estén separados,

There is still a chance that they will see
Todavía existe la posibilidad de que vean

There will be an answer, let it be.
Habrá una respuesta. Deja que suceda.

Let it be, let it be. Let it be, let it be.
Deja que suceda (x4)

There will be an answer, let it be.
Habrá una respuesta. Deja que suceda.

And when the night is cloudy,
Y cuando la noche es nebulosa

There is still a light that shines on me,
Incluso entonces hay una luz que brilla sobre mi

Shine on until tomorrow, let it be.
Continua brillando hasta mañana, deja que suceda.

I wake up to the sound of music
Despierto al sonido de la música

Mother Mary comes to me
Madre María viene a mi

Speaking words of wisdom, let it be.
Con sus sabias palabras: deja que suceda.

Let it be, let it be. Let it be, let it be.
Deja que suceda...

There will be an answer, let it be.
Habrá una respuesta, deja que suceda.

Let it be, let it be. Let it be, let it be.

Deja que suceda...

There will be no sorrow, let it be.
Ya no habrá más aflicción, deja que suceda.


Whisper words of wisdom, let it be.

Susurra palabras sabias: deja que suceda.




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