Cuando nos preguntamos el porqué de algo, podemos obtener dos tipos de respuesta. Una es sinónimo de «cómo», es decir, una respuesta científica, pragmática a la secuencia de causas y efectos que han generado el evento acerca del cual no estamos cuestionando. La otra tiene que ver con la necesidad de comprender la INTENCIÓN que subyace tras el acontecimiento acerca del que nos estamos cuestionando.
Un chico queda con su novia, pero ella le da plantón. Él se siente herido y se enfada. Decide reclamar una explicación a la penosa situación por la que acaba de pasar (y las inevitables secuelas). Cuando localiza a la chica, le pregunta con insistencia ”¿por qué?".
–...porque perdí el autobús, dice ella.
–...porque salí tarde del trabajo.
–...porque me dolía la cabeza.
–...porque se me fue el santo al cielo y olvidé qué hora era.
Pero él, la sigue presionando. La respuesta obtenida no le satisface. No le interesa la secuencia de acontecimientos que han ocasionado la incomparecencia de la chica. Y sigue insistiendo hasta que obtiene lo que, por decirlo de algún modo, anda buscando:
–...porque no quiero verte más.
...
De forma similar, cuando preguntamos sobre el sentido de la vida y el origen del universo (y ese momento llega tarde o temprano), no estamos preguntándonos CÓMO sucedió bajo la perspectiva de la causa-efecto; cómo los elementos y condiciones (atmosféricas, etc.) adecuadas confluyeron para formar la materia, las estrellas, los planetas, etc. Por mucho que toda esa información nos pueda interesar, en el mejor de los casos solo solo obtenemos de ella una satisfacción, vinculada a una utilidad: engrosar un Curriculum Vitae con el que hinchar pecho y hacernos un lugar en la carrera competitiva por la acumulación de datos, de información. Un delirio si se mira con detenimiento, verdad?
No. Lo que queremos saber es qué INTENCIÓN subyace tras el CÓMO. Es por ello que las grandes preguntas del PORQUÉ acerca de la vida y el universo no pueden ser respondidas por mentes estrictamente científicas entendidas como materialistas. Si les preguntamos a ellos, nos responderán con lo que en el fondo no son sino evasivas, al igual que las primeras respuestas de la chica. Respuestas perfectamente válidas, correctas semántica y gramaticalmente, aunque esencialmente insatisfactorias, pues no responden al interrogante planteado: ¿Quién pensó el mundo?
Todos tenemos el profundo anhelo de que alguien nos dé una respuesta al PORQUÉ de nuestra existencia, ¿por qué estamos aquí? Obviamente al hacerlo estamos adentrándonos en terrenos filosóficos. Es como si hubiésemos habitado una vivienda durante 80 años sin haber salido jamás de ella, porque sencillamente ni por asomo nos planteamos que existiese un "afuera". De hecho las ventanas abiertas que la vivienda tenía ofrecían unas imágenes que en realidad eran proyecciones holográficas, siempre amenazantes que lograban disuadirnos de imaginar siquiera la idea de abandonar la vivienda. Imágenes provistas por quien se ha atribuido (vía decreto) la prerrogativa de determinar qué proyecciones se ofrecen desde las ventanas (medios de comunicación) de la vivienda común (sistema socio-político y económico de convivencia).
Jerarquías aparte, lo cierto es que la ciencia ha reemplazado desde el advenimiento del siglo de la razón a la religión en lo concerniente a determinar las fronteras entre lo real y lo imaginario. Pero cuando se trata de considerar grandes cuestiones como la vida y la muerte, todas las ecuaciones científicas acaban por ser modos más o menos complicados y pedantes de decir:"lo ignoramos".
En la actualidad se nos "anima" a dejar de lado cuestiones trascendentes. ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el sentido de la vida? Se nos dice que este tipo de preguntas son absurdas y que lo que tenemos que hacer es vivir y basta...Vivir? Pero ¿Cómo se puede experimentar la vida sin comprender las motivaciones que subyacen a su inicio? Sería como hacer callar a un niño de color en Finlandia cuando se pregunte por qué no tiene el mismo color de piel que otros de sus compañeros de clase. Negar la respuesta es reprimir. Si es obvio que un niño de color tiene ancestros africanos, también es obvio que tenemos ancestros galácticos. No se puede buscar un eslabón 'perdido' ad nauseam...
La represión, no obstante, nunca consigue disuadir al inquisidor. Puede distraer y a lo sumo retrasar el cuestionamiento, pero nunca evitará que la pregunta vuelva a ser formulada. Y cuando lo haga será con mayor vehemencia, rayando quizá, con la violencia, única vía de catarsis posible ante la persistente censura. ¿Por qué insistir en censurar? Basta de "basta".
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