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jueves, 19 de diciembre de 2013

El Gran Despertar

El símbolo de la Navidad para todos es una estrella. Una luz en la oscuridad.
Una luz que no está fuera de ti, sino que refulge en tu cielo interno, en el de cada uno de nosotros. Cada año se presenta con el ánimo intacto de ser reconocida. Es una señal de que la hora crística ha llegado.

Cristo llega sin exigir nada. No le exige a nadie ningún tipo de sacrificio. En su presencia, la misma idea de sacrificio deja de tener sentido, puesto que Cristo es el Anfitrión de Dios. No tienes más que invitar – eso hacen los anfitriones, no?– a Aquél que ya se encuentra ahí. Ningún pensamiento ajeno a esta unión puede sobrevivir en Su Presencia. El amor tiene que ser total para que se le pueda dar la bienvenida.
Ningún temor puede asaltar al Anfitrión que le abre los brazos a Dios en la hora de Cristo, pues el Anfitrión es tan santo como la Perfecta inocencia a la que protege y que le envuelve.

Esta Navidad haz algo radicalmente revolucionario: entrégale al Espíritu Santo todo lo que te hiere. Todo aquello de lo que has tratado largamente de desembarazarte, pero que finalmente no pudiste por menos que utilizar como arma contra tu entorno. Permítete ser sanado completamente de tu propia beligerancia para que puedas unirte a Él en la curación. Celebremos juntos nuestra liberación liberando a TODO EL MUNDO junto con nosotros. Inclúyelo todo pues la liberación es total. Y cuándo la hayas aceptado junto conmigo, la darás junto conmigo. Es así de sencillo. Entrega todo lo que te pesa. Todo dolor, sacrificio o pequeñez desaparecerá de nuestra relación, que es tan pura y poderosa como la relación que tenemos con nuestro Padre. Todo el dolor que traigas ante mi presencia desaparecerá.

Una vez te has liberado del dolor, el sacrificio se torna inconcebible, ya no tiene razón de ser. Y allí donde ya no hay sacrificio, ya sabes, allí está el amor.

Tu crees que el sacrificio es amor, pero déjame decirte que el sacrificio es precisamente lo que te ha alejado del amor. Pues el sacrificio conlleva y arrastra la culpabilidad (habilidad para culpar) del mismo modo que el amor brinda paz. La culpabilidad es la condición que faculta al sacrificio, de la misma manera que la paz es la condición que te permite tomar consciencia y recordar tu eterna relación con Dios. Mediante la culpabilidad le has apartado a Él y al resto de sus hijos –tus hermanos– de ti mismo. Te has excluido de ellos. Mediante la paz los invitas de nuevo. Al darte cuenta de que ellos son parte de la fraternidad a la que perteneces, ellos acuden donde tu les pides que estén. Ese es su gran anhelo. Tan solo tienes que tomar consciencia.

Aquello que apartas de ti mismo parece temible. Temes la venganza, pues te crees culpable del dolor y miedo ajeno. No lo eres. Nadie lo es desde el momento que el miedo solo se instala allí donde se desvanece la fe, donde desfallece la paciencia y la tolerancia. Tratas de deshacerte de aquello que, disfrazado de violencia, emana miedo en los demás sin darte cuenta de que, en realidad, huyes de ti mismo. ¿Quién puede afirmar estar en paz consigo mismo y a la vez percibirse a si mismo como despreciable? Ciertamente nadie. ¿Quién puede resolver el dilema interno de escoger entre el cielo o el infierno, expulsando al cielo tras haberle dotado de los atributos del mismo infierno, sin acabar sintiéndose solo e incompleto?

Mientras percibas al cuerpo como tu única realidad no dejarás de concebirte como un ser solitario y desposeído. Y te percibirás, cómo no, como una víctima del sacrificio, al que paradójicamente veneras. Consecuentemente creerás justificable sacrificar a otros. Pues ¿quién podría en verdad rechazar al Cielo y a su Creador sin experimentar una sensación de sacrificio y de pérdida?
Sentirse privado de algo engendra ataque, pues crees que el ataque es justificable. Solo ataca quien se considera privado de amor. Mientras prefieras conservar la privación, asociarás contraataque con salvación y el amor se te aventurará sacrificado. Y así, creyendo que buscas amor, en realidad buscas sacrificio. Y por supuesto lo encuentras. Mas no encuentras amor. Es imposible negar lo que es el amor y al mismo tiempo reconocerlo. El amor reside en aquello de lo que te desprendiste. Lo que mantienes alejado encierra todo el significado del universo. Lo que prefieres conservar, aquello a lo que te aferras por mucho que te demuestre estar fundamentado en el permanente sacrificio, sin embargo, es lo que no tiene significado. Estar sin Dios es carecer de significado. Cuando las mentes se unen sin la interferencia del cuerpo, allí hay paz. El Príncipe de la Paz nació y se hizo hombre para re-establecer la condición del amor, enseñando que la comunicación prospera y continúa sin interrupción aunque el cuerpo sea destruido y sus funciones interrumpidas. Siempre y cuando no veas al cuerpo como el medio indispensable para la comunicación. Y si entiendes esta lección te darás cuenta de que sacrificar el cuerpo no es sacrificar nada y que la comunicación, propia de la mente, nunca puede ser sacrificada. ¿Dónde está entonces el sacrificio? Nací para enseñar la lección de que el sacrificio no está en ninguna parte y de que el amor está en todas partes, es decir en todo. Esta lección, dos mil años después, todavía está siendo aprendida y quiero enseñarla a todos mis hermanos. Donde hay acuerdo hay comunicación, y la comunicación lo abarca todo y en la paz que restablece el amor viene por su propia voluntad.
No permitas que la desesperanza opaque la alegría de la Navidad pues la hora de Cristo carece de sentido si no va acompañada de alegría. Rescata la alegría pues está en ti. Entrégame todo lo que la tapa y te ayudaré a reactivarla. Unámonos en la celebración de la paz, no exigiéndole a nadie ningún sacrificio, es decir nada que vaya contra la voluntad. Ausencia de sacrificio no significa ausencia de entusiasmo. Ofréceme en el pesebre de esta Navidad el amor que yo te ofrezco. ¿Qué podría hacernos más felices, no que lo tenemos todo, sino que no carecemos de nada? Ese es el mensaje de la hora de Cristo. Todos esperan, anhelan ese mensaje. ¿Te atreves a ser mi mensajero? Yo te lo doy para que tu lo puedas repercutir y se lo devuelvas al padre, que me lo dio a mi. Él se une a nosotros para celebrar la creación de Su Hijo.
Dios le da las gracias al santo anfitrión que desee recibirle y le permita entrar y morar allí donde Él desea estar. Al tu darle la bienvenida, él te acoge en si mismo, pues al darle la bienvenida le devuelves lo que te ha dado. Abrirle las puertas es abrir las puertas al recuerdo de la única relación que por siempre tuviste y por la eternidad querrás conservar.
Esta es la temporada en que se celebra mi nacimiento en el mundo. Mas no sabes cómo celebrarlo. Ni siquiera sabes si deseas celebrarlo. Deja que el Espíritu Santo te enseñe, y déjame celebrar ahora tu nacimiento a través de Él. El único regalo que puedes ofrecerme es el que yo te hice cuando nací. Libérame permitiendo que yo te libere. Celebremos la hora de Cristo juntos, tal como debe ser una celebración con significado. Verme a mi es verme en todo el mundo y ofrecerles a todos el regalo que me ofreces a mi. Si me ofreces sacrificio me lo exiges a mi también, y yo soy tan incapaz de aceptar sacrificios como lo es Dios. cualquier sacrificio es una limitación a la generosidad. Y esa limitación rechaza el regalo que yo te ofrezco. Nací con el solo propósito de dar el regalo de la Unidad.
En esta época pronto dará comienzo un nuevo año. Tengo absoluta confianza en que lograrás todo lo que te propongas hacer. Nada te ha de faltar. Tu voluntad será completar, no destruir. Dile a tu hermano:
"Te entrego al Espíritu Santo como parte de mi mismo. Sé que te liberarás, a menos que quiera valerme de ti para aprisionarme a mi mismo. En nombre de mi libertad elijo tu liberación porque reconozco que mos hemos de liberar juntos."
De esta forma damos comienzo al año con alegría y en libertad. Es mucho lo que aún nos queda por hacer, y llevamos mucho retraso. Acepta el instante santo con el nacimiento de este año, y ocupa tu lugar – por tanto tiempo vacante– en el Gran Despertar. Haz que este año un año diferente al hacer que todo sea lo mismo, igual, uno con todos y todos con uno. Y permite que todas tus relaciones te sean santificadas. Esta es nuestra voluntad. Amén.
A Course in Miracles - un curso de Milagros.

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