Cogito ergo sum, la máxima con la que René Descartes acuñó su ya famoso "Je pense, donc je suis" traducido como "pienso, consecuentemente existo", podría adquirir un nuevo matiz si nos atrevemos a sustituir el verbo 'pensar' por el verbo 'reflexionar'.
Continuamente escucho y leo en entrevistas o en conversaciones privadas, que hay que pensar por uno mismo. Y estoy de acuerdo en que la meta de la mente es comunicar genuinamente sin 'interferencias' externas, dejando de comulgar con aquellas quijotescas ruedas de molino. Pero ¿en qué consiste verdaderamente "pensar por un mismo"? ¿Están las interferencias donde creemos que están, o están ubicadas en alguna otra parte (y tiempo)?
Reflexionar tiene mucho que ver con aplicarse la duda como método ante toda decisión tomada otrora de modo mecanizado, y ser capaz de replantearse acerca la autoría de los propios pensamientos. Reflexionar es ejercer la suficiente autoridad como para permitir que la intuitiva -e innata- capacidad de discernimiento (nada que ver con pensar, como verás), ese poder para 'ver' la realidad tras el muchas veces sutilmente distorsionante velo del intelecto. Reflexionar es 'pensar dos veces antes de abrir la boca y permitirle a la mente que se oxigene ante cualquier intento de 'tomar una decisión'. Reflexionar es permitir que la mente opere el ecuánime escrutinio sobre la batería de pensamientos y creencias que le asaltan. Esos pensamientos atosigantes que llevan abriéndose paso en nuestra mente, la mayoría de las veces a trompicones, como la tropa invasora que se instala a golpe de decreto. Y lo hacen siempre –afirma(mos)– "para nuestro bien".
Hablamos constantemente de poner límites a las actitudes demandantes y exigentes de los demás (sobretodo de los niños), pero pocos afrontan la única responsabilidad que nos atañe, la de establecer límites a nuestros propios pensamientos.
El título un tanto irreverente de este post tiene la intención de ayudarte a exponer a la luz del discernimiento muchos de los juicios a priori a los que de modo automatizado tienes tan acostumbrada a tu mente.
Lejos de suponer un problema, 'pensar diferente' es un ejercicio de salud mental que abre las compuertas de la libertad y consecuentemente de la empatía (y de todas sus derivaciones, solidaridad, compasión, tolerancia, paciencia...) ejercitando una gimnasia conciencial muy necesaria en estos tiempos mentalmente tan delirantes.
El único –y obvio– riesgo que se corre al bajarse del tren del pensamiento único es la marginación. Pero la marginación no debe ser un inconveniente para quien se sabe y se siente en armonía con la creación, parte indivisible de ella. Digamos que ser un outsider en este mundo es el mayor piropo que a uno le pueden hacer. Pero ser un outsider ha sido una losa muy pesada de sostener. Ha exigido un sacrificio muchas veces insoportable tratar de ser uno mismo y no morir en el intento.
Si sientes que no encajas del todo (o en absoluto) en el sistema imperante en este mundo, y no habiendo optado por combatirlo (haberlo hecho te conciliaría con el mismo sistema), no acabas sin embargo de sentirte a gusto atreviéndote precisamente a pensar diferente, si temes el juicio ajeno y la marginación, entonces quizá te interese lo que viene a continuación y he considerado oportuno traducir, para ti.
¿CÓMO NEGAR TUS SENTIMIENTOS Y ATRAER UNA MUERTE MÁS TEMPRANA?
«Juro que hago todo lo posible por mantenerme al margen de comentarios estúpidos, pero cuando el encuentro con la estupidez es inevitable y sobretodo proviene de una publicación científica, siento que debo dar un paso al frente y poner algunos puntos sobre las íes.
La revista Scentific American publicó en enero de este año 2013 un artículo referente a la cólera y la ansiedad, editado por psicólogos cognitivos (conductuales) en el que no se menciona ni por asomo la naturaleza de la ansiedad ni cómo tratarla, excepto por medio de un cambio de perspectiva mental respecto de las circunstancias que la han desencadenado.
Lo que se menciona allí es que no siempre podemos evitar lo que nos frustra, así que, para salir del envite, la solución ofrecida consiste en modificar el marco de la experiencia, observándola con "otros ojos". Pero mirar la escena frustrante con unas 'gafas protectoras' a los ojos, no es otra cosa que disuadirse (una vez más) de ver la realidad tal cual es. Y eso implica inevitablemente NEGAR NUESTROS SENTIMIENTOS.
Como vengo esgrimiendo desde hace ya cuarenta años, nuestra corteza prefrontal, aquella parte de nuestro cerebro que es evolutivamente más reciente y que atiende a funciones cognitivas propias y exclusivas del "hombre moderno", ha venido siendo utilizada, en general, no para lo que se supone que debería haber servido (discernir y ejercitar el sentido común) sino para suprimir nuestros sentimientos. ¿Cuál debía de haber sido su función en caso de que dicha corteza nueva hubiese surgido progresivamente y no abruptamente como fue en términos evolutivos? No lo sabemos. Lo cierto es que es muy probable que cuando los expertos dicen que usamos tan solo un 10% de nuestra capacidad cerebral se estén refiriendo precisamente a este uso defectuoso de nuestro Neocortex (o deberíamos decir abuso?). Y es que ya sea por defecto o por exceso, el cerebro cognitivo, esa herramienta sorpresivamente adquirida por nuestra entonces joven mente, se convirtió a su pesar en la herramienta supresora de las funciones preexistentes (sistema límbico) en nuestros antepasados más recientes (Australopitecus Afarensis) en la garganta de Olduvai, que gestionaban hasta entonces todo lo que había que administrar: los sentimientos.
Está claro que ninguna censura ha eliminado nunca nada. Y las causas de la ansiedad tampoco se eliminan censurando su manifestación. La censura solo opera una desconexión, vía represión, y con ello simplemente retrasa la liberación de lo que permanece oculto y pugna por salir a la superficie. La represión ha trabajado siempre en aras del 'progreso', la excusa perfecta para evitar que los incómodos sentimientos –lo único REAL que tenemos después de TODO– interfieran en los procesos racionales. Pero la desconexión, ya digo, no se puede eternizar. El vínculo entre la ansiedad y su origen puede ser temporalmente dañado y mermado, pero nunca extinguido. Esa es la gloria de nuestra naturaleza como humanos. La censura es la causa del sufrimiento.
Hay una huella original evolutiva insoslayable ya por más tiempo que clama por una sanación. Una huella ocasionante de la ansiedad presente, a la que está estrechamente vinculada. Se halla más allá del desencadenante coyuntural/actual de un enfado (aunque, repito, precisa de éste para aflorar) clama por ser reconocida y sentida, como esos muertos que manifiestan sus necesidades de reconocimento. Y ese clamor percutirá indefectiblemente hasta fomentar disfunciones en nuestro comportamiento y, si llega a ser necesario, incluso lesionará nuestros órganos vitales. Todo con tal de sacarnos de nuestra amnesia respecto de nuestra desconexión. Ni siquiera la negación intelectual puede detener esto.
Un reciente estudio llevado a cabo por departamento de Psicología de la Universidad de Columbus, Ohio, afirmó que existe un método sencillo para minimizar el enfado y la agresividad cuando hacen acto de presencia. Todo consiste en que cuando alguien te provoque des 'un paso atrás' y simules estar viendo la escena desde una distancia, como si te desdoblases, convirtiéndote en mero observador abandonando (?) la escena y el rol de participante en la situación estresante. A continuación dicho estudio propone que el sujeto, ubicado ya digo en un lugar imaginario distante, intente comprender sus sentimientos. Los investigadores llaman a esto "autodistanciamiento":
"El secreto consiste en evitar zambullirse en la propia rabia o cólera. En lugar de eso, adoptar un punto de vista más desapegado", afirmó Dominik Mischkowski, autor del estudio y alumno graduado en Psicología en la Ohio State University. "Lo peor que se puede hacer ante una situación de ansiedad/rabia inducida es lo que la mayoría de las personas hacen: intentar enfocarse en su dolor y sus sentimentos. Si te enfocas demasiado en tus sentimientos corres el serio riesgo de que el tiro te salga por la culata: se activarán los pensamientos agresivos en tu mente lo cual aumenta las probabilidades de que tu conducta sea agresiva.” afirmó Brad Bushman, coautor del estudio y profesor de comunicación y Psicología en la misma universidad.
Y yo digo, pero ¿qué tiene de malo dejar que afloren emociones agresivas?
Sin duda ese enfoque se arraiga en la incapacidad por parte del terapeuta cognitivo para hacer hacer frente a una catarsis 'descontrolada' sin caer en la tentación de prevenirla con medicación o de disuadirla con argumentos psicoanalíticos ("mira el lado bueno de la vida"). La agresividad (eso que algunos llaman las emociones malas) no es otra cosa que un "estallido de incomprensión" en el que se convierten los sentimientos cuando son repetidamente desconsiderados y consecuentemente reprimidos. La censura se opera en nosotros al percibirlos como amenazantes por el sistema, convertido en represor (al que ya pertenece Brad Bushman y a cuyos dominios está invitando el mismo Bushman a su alumno estrella). Eso es lo que quería decir cuando dije que el Neocórtex ha sido usado defectuosamente. Cuando se destina a reprimir no puede contribuir ni desarrollar sus funciones potenciales que permanecen latentes hasta que su manifestación sea solicitada...
Como vemos, la escolástica propone que mantengas tus sentimientos a buen recaudo, a una respetable distancia de seguridad, alentando con ello a las víctimas de episodios de ansiedad a que se conviertan en poco menos que robots. ¿En nombre de qué? ¿De la ciencia?
No es de extrañar que la generalizada paranoia de falta de seguridad se esté adueñando de este mundo. Y nos estamos convirtiendo en aquello que tanto juramos evitar. Lo que tememos es que nuestros herederos/subordinados (hijos, parejas, súbditos, fieles...) empiecen a "mear fuera del tiesto", como vulgarmente se dice. Estos pseudodoctos afirman que no es tan dificil ni dramático acostumbrarse a lo malo. Afirman que lo amenazante es aspirar a "lo bueno por conocer", y que tal actitud es precisamente lo que te enfermará. Más vale conocido es su motto. Llevo 40 años demostrando y publicando en mis libros que lo que sucede es precísamente lo contrario. Negar los sentimientos no solo enferma sino que acorta drásticamente la esperanza de vida. Es la incoherencia entre lo que realmente sientes y las actitudes (vía pensamientos represores) que tenemos lo que nos mata.
Los sentimientos son la esencia de la vida. ¿Por qué esa insistencia en no expresarlos?¿Qué sentido tiene negarlos? Ninguno, salvo que la negación tenga exactamente esa función: huir de ellos, en la creencia de que, puesto que nos remiten al dolor, son ajenos a nosotros y que consecuentemente están programados para aniquilarnos. Luego tenemos que reprimirlos. Es muy difícil desapegar a alguien de una creencia falsa, de una tal ideología ficticia, sin base real, cuya afiliación está sólidamente asentada (y ésta en particular lo está MUCHO) y defendida a capa y espada por sus fieles víctimas/esbirros quienes, aferradas a sus miedos, huyen en el fondo de una situación dolorosa, acaecida en el pasado, de la que creen que no pueden des-embarazarse...
Cualquier aborto (interrupción) lleva implícitas unas secuelas insoslayables. Unas huellas que sin embargo no tienen por qué enfermarmos...salvo que neguemos (intelectualmente) y reconocerlas/experimentarlas (emocionalmente).
Los investigadores y estudiosos aplican vehementemente su intelecto hacia una meta concreta: deslegitimar los sentimientos. Y son capaces de argumentar lo indefendible debido precísamente a que ellos mismos están desconectados de sus sentimientos. Son dignos en verdad de compasión, puesto que ponen todas sus energías en erosionar su salud. Sin embargo su discurso no es inocuo. En lugar de cooperar en la sanación mental a la que se deben en virtud de su juramento hipocrático, están contribuyendo a enfermar a la población. Ahí radica el peligro de su discurso, que implica una responsabilidad sobre dichas consecuencias que tarde o temprano hay que acabar asumiendo.
¿Cuántas veces hemos oido, en un velatorio, a alguien decirle al pariente del fallecido que no llore? Que piense que ahora su abuela/madre/padre/hijo está bien, que ya no sufre. ¿para qué negar lo natural? Otras culturas (árabes,...) gestionan las emociones de forma más saludable, permitiéndose abiertamente la expresión de los sentimientos sin miedo a ser juzgados. Expresiones emocionales que por supuesto nos resultan embarazosas y hasta amenazantes en occidente. Y la tradición judeocristiana se ha encargado de inocular esa represión en el inconsciente colectivo. Los afroamericanos por ejemplo cantan y comen durante un entierro. Liberan expresándose. Sin embargo los herederos de la cristiandad aprendimos a compungirnos y reprimir las emociones, cualesquiera que sean. El drama de occidente es su desconexión sentimental. Nobleza, se dicen, obliga...
Llorar es tan esencial a la condición humana que aquellos que no pueden liberar completamente sus lágrimas están viéndose ya necesitados de acudir a terapias exclusivamente para aprender a llorar de modo que puedan obtener cierta liberación. Por supuesto que llorar no es una meta en si. Ese es sin duda el temor de quien conozca demasiado bien la naturaleza de las lágrimas de cocodrilo (lágrimas desconectadas del origen de la ansiedad que las provoca) por haberlas testimoniado, pero quien ha derramado lágrimas empáticas (con el niño eterno que porta en su interior, que a su vez es parte del niño global que simboliza a la especie humana en su conjunto) ningún temor debe albergar a quedar "atrapado" en la terapéutica fase del llanto. Ser humano es en definitiva estar conectado con la capacidad de sentir, conectado con los sentimientos...Sentir los agravios y manifestarse en consecuencia, aprendiendo a no maquillarlos con "sentido del humor" (mucho menos la venganza) nos hace más humanos. Solo quien sabe llorar con el alma es capaz de reir con sin necesidad de reirse de alguien.
Volver a ser humanos. Esa esa, esencialmente, nuestra misión en la Tierra. Nacer no para vencer sino para vivir. Hay un motivo para que los sentimientos existan. Y quien diga lo contrario falta a la verdad. La prueba es que, de ser prescindibles, las leyes de la evolución habrían eliminado los sentimientos.
Los sentimientos son manifiestos mecanismos de supervivencia tan importantes para la salud mental como lo es respirar, comer y beber para el cuerpo físico. Los sentimientos son ese chivato interno que nos informa íntima e intuitivamente de las intenciones de tal o cual persona por pocas que sean las referencias cognitivas de que dispongamos. Los sentimientos antecedieron a los pensamientos en el desarrollo evolutivo. ¿Qué más pruebas queremos?. Mucho antes de que aprendamos a pensar, los sentimientos ya nos informan del contexto y condiciones de vida a las que nos vamos a enfrentar. Son clave para la vida. Son la vida misma, esencialmente, éxtasis, belleza, amor.
Conectar con los sentimientos es la única llave para acceder a la capacidad reflexiva. Solo cuando con re-conocemos en nuestros sentimientos somos capaces de discernir lo real de lo falso. Solo cuando sentimos podemos PENSAR POR NOSOTROS MISMOS y apelar al equilibrio interno en el contexto del colectivo lodazal mental en que se ha convertido el escenario que compartimos y del que de otro modo seríamos fácil presa. Ahora y aquí, más que nunca si cabe, es imprescindible una masa crítica suficiente tenga libre acceso a su capacidad de discernimiento para operar la necesaria separación entre el grano de la paja, lo imprescindible de lo accesorio en la marea informativa con la que estamos siendo literalmente bombardeados.
Desconectarse de los sentimientos es, por contra, empezar a morir. Pero ¿Por qué huimos de nuestros sentimientos? ¿Por qué condenamos al ostracismo a una parte tan esencial de nuestra naturaleza? ¿Es simplemente porque habitan en un dominio no medible con los cinco sentidos físicos? Sin duda que las doctrinas (las religiosas sobretodo) y las formas de pensamiento tradicional heredadas han contribuido a marginar los sentimientos y quizá reducir su area de dominio exclusivamente a las mujeres en la convicción de que ellas los conocen son las naturales depositarias de su secreto. Pero esto ya es antiguo. Los hombres reclaman desde hace muchas décadas su admisión en el círculo de los sentimientos. Es más, no deberíamos ceñirnos al sexo físico. Los hemisferios cerebrales y no los sexos físicos de los que un ser humano está revestido coyunturalmente son las verdaderas mitades de la naranja mental, un fruto prohibido que clama por su reconocimiento e integración. Mentalmente somos más iguales, hombres y mujeres, de lo que se nos ha querido hacer comprender. Y en esta época de tantos cambios estamos convergiendo en lo esencial hasta límites insospechados por nuestros padres y abuelos.
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