Adivina adivinanza. No es un concepto, pero todos hablan de él. No es una cláusula pero sin él no hay contratos (reconócelo, de ningún tipo, no tan solo matrimoniales). No es una emoción pero todas las películas en cierta medida se basan en él. No es tangible pero genera frutos pues sin él nada de lo que es...sería. ¿Qué es? ¿Qué es el amor?, te dices. ¿Generosidad? ¿Altruismo? ¿Compasión? ¿Respeto? ¿Confianza? ¿paciencia? ¿tolerancia? ¿Aceptación? ¿Todo eso y más? ¿Acaso lo es todo?
Los mismos que nunca te dieron ni una sola muestra de todas esas virtudes son los mismos que te han reprochado no tenerlas, quienes te han enseñado a buscar el amor, a perseguirlo. Incluso te dijeron que tuvieras esperanza, te enseñaron a rezar por él, a esperarlo... Pero nunca llega.
Todo lo que llega, por mucho que lo disimules, es insatisfactorio, sucedáneos insustanciales, tan solo migajas de instantes de éxtasis, de euforia, que se evaporan, dejándote más abandonado que antes de probarlos. Sin embargo te han dicho que eso sucede porque no lo ves bien, que el amor está en todas partes, que no estás mirando correctamente. O bien dicen que eres un insatisfecho, que no te contentas con nada, o bien que no insistes, QUE NO TE SACRIFICAS lo suficiente por él. En realidad te reprochan ambas cosas. En definitiva, que existe un problema (al que ellos, desde su prepotente y supuesta autoridad nunca han encontrado solución) y que el problema está en ti. Mejor dicho, te han encargado que les resuelvas el dilema que sus antepasados les plantearon.
Con un discurso te disuaden de hacer la guerra, y con el opuesto te enseñan a luchar por él. En todo caso la búsqueda es infructuosa. Lo fue para ellos y lo es para ti. Ningua victoria en batalla alguna te otorga los laureles del amor. Has aprendido que las guerras solo engendran más violencia. Toda esperanza parece resultar vana. Te alientan por supuesto a que lo fabriques, a que "hagas el amor", pero tu sabes, porque lo has constatado, que todo lo que haces siempre acaba deshaciéndose. Y eso sucede porque hacer amor es hacerse ilusiones. Y las ilusiones siempre tienen sabor amargo porque satisfacen los sentidos, y los sentidos, está demostrado, son efímeros, pues no hay cielo azul para los ciegos, ni perfume de lavanda para quien tiene el olfato atrofiado...ni placer sexual para quien teme ese placer.
Y sin embargo todos, incluso tú, tenemos la certeza de que el amor existe de que está en la esencia de todo. Se nos enseña que hallar su fuente es la panacea que concede la metamórfosis alquímica que lo cambiará todo (en eso estamos de acuerdo todos: todo necesita ser cambiado YA). ¿Todo? ¿qué es todo? Buscamos el amor horadando las raíces del árbol sin verlo en sus frutos, con los que comerciamos, los prostituimos en nuestra incansable (aunque extenuante) quimera. ¿Y si el amor no se esconde tras la lucha, tras el sacrificio?. ¿Cómo ganar es perspectiva, esa visión?
Yo te digo que tu tarea no es buscar el amor sino buscar y derribar las barreras (estructuras mentales, creencias) que has construido sin darte cuenta (inconscientemente) y que literalmente impiden que el amor acuda a tu encuentro, que lo veas.
El amor es poderoso. Pero nada puede si no le abres la puerta, si no te quitas las gafas protectoras. Es respetuoso para con tu ceguera, incluso para con tu recelo hacia él. Es paciente incluso con tu indolencia. El amor no te juzga, no te recrimina que no lo veas, igual que un padre no se enfadará con su hijo porque éste no lo reconozca.
Pero ¿qué es aquello que te distancia del amor? Dicen que es el miedo a amar. Increible ¿verdad? La mayor paradoja consiste en huir de algo que se anhela. Las verdades ofenden, decimos. ¿Qué otro obstáculo mayor que el miedo podría obrar la separación del mayor anhelo, el encuentro con la verdad? Y en tal caso, ¿por qué temes al amor? ¿Dónde se fundamentaría ese miedo? Algo sin duda traumático nos debe haberte acontecido para que hayamos interpretado que el amor es peligroso y hasta doloroso, incluso letal de necesidad.
Convengamos en que el amor no lucha ni es amenazante. Aceptemos esa hipótesis por un instante (a nada te compromete...¿o sí?) entonces debemos concluir que algo suplantó al amor, algo se hizo pasar por él y te defraudó. Sucedió sorpresivamente, sin darte tiempo a defenderte en un lugar/tiempo en el que carecías de las defensas que ahora sí tienes. Sea lo que fuere aquello que suplantó al amor, provocó en ti una reacción defensiva. Aprendiste a defenderte.
Si el amor fuese un Estado, quien suplantó su representación ante ti debe sin duda haber sido un embajador plenipotenciario, alguien dotado de las credenciales suficientes para simular proceder de ese estado, alguien que a la hora de la verdad, fue un doloroso fraude, "salió rana".
Tu reacción defensiva te haya llenado de escepticismo. Negaste el amor en ti. Sin embargo una pulsión ignota te empujó a continuar. Te dijiste, "voy a buscar eso que no recuerdo que llevo dentro (amor) en otra parte (ya que aquí –mis padres– no son reflejo de lo que intuyo que poseo)." Y te lanzaste a la expedición. Lo buscaste denodadamente. Por todas partes: maridos, esposas, profesiones, aficiones,.... Pero todo lo que hallaste fueron exploradores, huídos cada uno en busca de su particular Eldorado. No hallaste sino más embajadores defraudadores. Y claro, aprendiste a defraudar. ¿Qué otra cosa podías hacer? Incluso exacerbas tu violencia para justificar que eres violento.
Pero te garantizo que el amor sigue inalterado. Muy dentro de ti crees en el amor porque está ahí. Amor eres tu mismo, el mejor de sus embajadores. Revestido a tu pesar de una pesada losa: La culpa por creerte imperfecto, inmerecedor del amor. Descuida, no tienes la culpa. Ya sé que suena obvio. Parece fácil sentenciar que no eres culpable, pero tus actos delatan que no acabas de integrar esa verdad, que no re-conoces tu inocencia. Tu reacción es perfectamente natural. Está fundamentada en una base incontestable. Tuviste miedo. Aprendiste a temer. Te enseñaron a desconfiar. Los mismos que te enseñaron a confiarte.
No tengas miedo, te dijeron. Sé valiente. Ponle buena cara al mal tiempo. Sé fuerte. Ama lo que haces (en vez de buscar lo que amas) y encontrarás la respuesta. Y acabas creyendo que no tienes miedo. Pero, como toda creencia, es mentira en el fondo. Es falso que no tengas miedo. Les mientes a atodos, pero sobretodo te mientes a ti. Y esa mentira es un traje que reviste a tu miedo, lo protege, lo esconde, y al mismo tiempo...lo refuerza. Mentir respecto de tu miedo te distancia más, si cabe, del amor.
El poder de amar está en ti, pero solo lo testimoniarás cuando tu antagonista, tu miedo, deje de esconderse detrás de tu soberbia, esa arrogante –y a la vez frágil– barrera que construiste para evitar volver a ser defraudado.
Ahora ya sabes qué se interpone entre el amor y tu. Es el miedo ancestral a sentir dolor. Y el miedo te hace sufrir. Desaprende a mentir y reconcíliate con tu miedo sin juzgarlo. El amor está a la vuelta de la esquina, en los ojos de quienes consideras una amenaza para tu integridad. Ellos esperan que tu cambies para seguir tu ejemplo. La paz global nunca ha estado tan cerca. Y eso es porque las mentiras están cayendo como moscas. Una tras otra. Y tras ellas quedan expuestos los miedos. Y los miedos, desnudos de mentira, no tienen otra salida que abrazar el amor. Está pasando. Era cuestión de tiempo.
Eres amor. En eso convenimos. Atiende entonces a tu miedo. No temas, nadie te juzgará. Solo puedes juzgarte tu mismo y a estas alturas ya has descartado seguir haciéndolo. Escucha lo que tus miedos quieren contarte y permíteles que se expresen con libertad. Desatiende tus murallas defensivas y sube a la torre a rescatar a tu aterrada princesa, tu hemisferio derecho. y cásate con ella, tu media naranja, reconciliando los dos hemisferios y rehabilitando las sinapsis interrumpidas. Esa es tu verdadera fortaleza. En ello radica tu coraje y valentía.
El tiempo se detiene cuando te ocupas de tus sentimientos heridos. No hay tiempo que perder, sino tiempo que ganar. Te lo debes.
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