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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Depresión y TDA (II)

La depresión, tal como la comprendo a tenor de los múltiples casos que a lo largo de mi carrera profesional (45 años) he atendido, reclama una perspectiva empírica y no estadística. Se trata de querer saber, no de saber lo que quieres. Saberme ignorante desde los inicios me ha liberado de la losa de la carrera cognitiva por las medallas académicas, abriéndome las fronteras del dominio de lo desconocido para hacme permeable y adentrarme en el secreto mejor guardado que la psique tiene para ofrecer: los motivos ocultos de la depresión.

No hace mucho, me reuní con un nuevo grupo de pacientes depresivos bajo tratamiento. Su intención era compartir experiencias respecto del insoportable –aunque todavía ilocalizable– dolor que les rodeaba. A medida que empezaban a hablar y tratar de identificar ciertas tendencias conductuales incontrolables y síntomas asociados con sus sentimientos empezó a revelarse todo lo que todos ellos tenían en común. Observamos que todos coincidían en:

· ilocalizable sensación de sufrimiento constante.· patente dificultad para concentrarse.· extrema fatiga.· sensación de parálisis e inmovilidad acusadas.· sentimiento de derrota e impotencia para cambiar el curso de cualquier situación.· incapacidad para expresarse.· Falta de energía.· No me puedo mover, me siento atrapado en un negro abismo· No encuentro razones para seguir viviendo.· Me siento muerto por dentro, todo es monótono, aburrido.· Siento que nada va a cambiar· Hay algo que quiere salir.· Incapacidad para sentir placer.· Incapaz de tomar una decisión, ya sea para activar algo o para detenerlo.· me siento entumecido, mis movimientos son laboriosos.· recurrente pensamientos suicidas· Sensación de aislamiento· Como si estuviese cayendo en un aagujero negro.· No hay salida· Pesadez generalizada o falta de vida.· me cuesta esfuerzos respirar o tan solo levantar un brazo.· nada me interesa en el fondo· abandono, resignación, ganas de desistir de seguir viviendo.· ¿Cuál es el sentido de seguir viviendo? No quiero seguir así.

Arthur Janov
Reflexiones sobre la condición humana

Siendo honestos ¿Quién no ha padecido en algún grado y en ciertos momentos de la vida estos síntomas? ¿Alguien puede poner la mano en el fuego y afirmar que nunca –sobretodo al tratar de enfrentar situaciones dificultosas– ha pensado, aunque fuese por un instante, que quitarse la vida fuese una salida aceptable? La mayoría tenemos un 'censor interno', un sistema defensivo que nos dota de los recursos suficientes para abortar esa frustrante sensación de invalidez, de impotencia ante eventos que -creemos- nos van a sobrepasar si no los eludimos, permitiéndonos ver el lado luminoso de la vida y conservando la capacidad de empatía cuyo dolor que acarrean no va a ser asumible. Pero, admitámoslo, hay personas que experimentan todos estos síntomas de modo generalizado.

Aquello de lo que estos pacientes acababan describiendo las sensaciones propias del trauma del nacimiento, el común denominador de su experiencia común. Nadie les sugirió ni por asomo qué es lo que debían sentir (entre otras cosas porque no hubiéramos sabido qué sugerir...)

Todo lo que una persona sintió, en tal que recién nacido, durante su traumático nacimiento, se proyecta perfectamente en la descripción de su estado depresivo presente. Esto no lo digo para sembrar desesperanza sino justamente para lo contrario, para mostrar que es perfectamente comprensible y legítimo todo aquello que experimenta una persona depresiva. Que existe una base traumática para esta patología y que esta base puede ser sanada sin necesidad de recurrir a los electroshocks. Los traumas se registran inicialmente en el útero, luego durante el parto y consecuentemente, por supuesto, durante la infancia, formando parte todo ello de una cadena lógica de eslabones dramáticos que quedan codificados, registrados y almacenados en el sistema nervioso (amígdala asociada al sistema parasimpático) a la espera de ser bien decodificados y rescatados en el momento adecuado o bien enquistarse hasta sentenciar a muerte al cuerpo físico, incapaz ya de seguir soportando la dolorosa sensación de ahogo. Repito esto no es la descripción de una fatalidad, sino la clarificación de una sintomatología que merece ser abordada más humanamente. Una persona deprimida no es un desperdicio humano, a menos que así se considere sentenciada y su entorno familiar más íntimo dé su caso por perdido. Existe una cura para la depresión, pero sin duda exige de un compromiso por parte del paciente (y de sus familiares más cercanos si los hay) así como del terapeuta convencido para levantar las capas de dolor ocultas tras el miedo, el pánico, a vivir. El pánico grabado a fuego en el canal uterino quizá durante un alumbramiento dolorosa (traumática)mente prolongado. Superar el miedo, o derrotarlo como se suele decir, consiste en mirarlo de frente y abrazarlo cual niño/a asustado/a, ese niño interno que, asustado en la medida que su aterrizaje al mundo fue poco amable (y qué llegada lo fue completamente?). Todos aspiramos a cambiar la inercia de un mundo desalmado donde el amor está exclusiva y perversamente vinculado a la satisfacción de los instintos "placenteros", a aportar nuestro grano de arena para devolver a la humanidad a su estadio de inocencia, olvidado entre los brazos de Morfeo, en el que no existía culpa. Revertir la inercia de la máquina (matrix) involucra una gran responsabilidad. Nadie dijo que iba a ser fácil, pero el esfuerzo –que no implica ningún sacrificio real, tan solo lo es para el ego– merece la pena.

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