Recomiendo escuchar simultáneamente el audio propuesto.
Hace una semana íbamos una mañana mi hija de seis años y yo de camino al colegio. Mientras conducía por la sinuosa carretera que bordea la sierra iniciamos el siguiente diálogo.
- Papá...
- Dime.
- ¿Existen los terremotos?.
- Sí.
-Yo no quiero que haya ningún terremoto aquí. Tengo miedo.
- ¿De dónde has sacado esa idea?- le pregunté.
- Silvia me ha dicho que estamos en alerta naranja y que va a haber un terremoto pronto.
Silvia es una compañera de clase, famosa -como buen libra- por su maravillosa capacidad comunicativa y dotes de persuasión, aunque a veces –sin darse cuenta por supuesto– eso le conduce a pisar terrenos pantanosos...
- Verás, te voy a hacer una pregunta, Martina. ¿Verdad que nunca has visto un terremoto aquí?
- No.
- Ahora contéstame a esta pregunta por favor: Antes de que Silvia te dijera eso, ¿Tu tenías miedo a los terremotos?
-No. Había visto un trozo de una película de un terremoto con vosotros, pero para mi solo era una película. Cuando Silvia me ha dicho eso, entonces me he asustado.
Ya hemos aclarado algo. El miedo es algo que, proceda de donde proceda, está originado en el exterior. Que se instale o no en nuestra mente, depende de nosotros, de nuestra permeabilidad. Somos dueños o esclavos de nuestros pensamientos en la medida que somos respectivamente conscientes o inconscientes ( ignorantes) de su procedencia. Los niños somos muy permeables al impacto de los decretos generados en pensamientos de miedo.
- Entonces, estarás de acuerdo en que el miedo que tienes 'te lo ha dado' Silvia contándote lo que ha dicho.
- Sí.
- Muy bien. ¿Verdad que lo que tu quieres es no tener miedo a los terremotos? ¿Verdad que lo que quieres en realidad es sacarte esa idea, ese pensamiento, 'de la cabeza'?
- Sí, Papá, eso es.
- Bien. Papá te va a ayudar a dejar atrás el miedo. Cierra los ojos. Vamos a darle a ese pensamiento feo, tu miedo a los terremotos, la forma de araña peluda [esa es la fobia atávica de mi hija y de muchos niños, ¿cuál es la tuya?] Imagínate ahora que hay una araña peluda en tu habitación y que no recuerdas cuando ni cómo entró.
- Sí, Papá.
- ¿Verdad, mi amor, que todo lo que se ha metido en tu habitación, y no te gusta, puedes conseguir sacarlo?
- Sí, pero si tu y mama me ayudais...
- Sí. Lo comprendo. Te ayudamos. Todos los padres ayudan a sus hijos al principio, para que un día sepan ayudar a los suyos o a otros niños. Conseguir hacer las cosas por uno mismo es muy divertido, pero más divertido es enseñar a otros...Verás, en realidad la araña está más asustada de ti que tu de ella...
-¿De verdad?
- Sí. Por eso se esconde en las esquinas oscuras de tu habitación. No 'piensa' en morderte o picarte. Simplemente en esconderse.
-¿Por qué?
- Hay personas que cuando ven una araña o cualquier otro insecto, no se les ocurre otra cosa que tratar de cazarlas. Los hay que incluso tratan de matarlas. Verás, igual que tu, la araña es capaz de sentir tu miedo. Y tu miedo le asusta. Sabe que una persona asustada es peligrosa porque es impredecible. Sabe que el miedo, [y no el odio], es lo opuesto al amor. Ella quisiera sentir tu amor, es decir, tener confianza en ti. Por eso, de vez en cuando, sale para descubrir si puede confiar en ti. Pero si siente que le tienes miedo al final no tendrá más remedio que atacarte. En realidad lo haría para defenderse. Lo hicieron sus padres y abuelos. A eso lo llaman los adultos “instinto de supervivencia.”
Vamos a ver...Busca una bolsita de tela en tu imaginación. La primera que te venga a la mente. Ahora cierra los ojos y dile a la araña que puede salir, que no tenga miedo porque tu no le tienes miedo y por lo tanto no le vas a hacer daño. Venga, yo te ayudo.
Durante dos minutos estuvimos visualizando a la araña asomando primero sus patas y luego saliendo tranquilamente de su escondrijo.
- ¿Ya la ves?, le dije
- Sí!
- Deja la bolsita en el suelo frente a ella, y dile que puede meterse ella misma en la bolsita, donde estará segura. Allí nadie la pisará.
- Ya está, Papá.
- Muy bien. Ahora la sacamos al bosque y la dejamos libre de ir donde quiera. Durante el ritual simbólico no pude evitar dejar caer una lágrima. El miedo de mi hija me conectó con su valiente misión de despertarme a mi de mis propios miedos. Le di las gracias, me disculpé y le dije «te quiero» desde el fondo de mi corazón.
Ese día, a diferencia de otros, habíamos llegado diez minutos antes a la escuela, así que antes de bajarnos del vehículo, le pedí que hiciera dos dibujos de una misma araña peluda.
-No sé si me saldrán iguales...
- No es necesario. Basta que tu sepas que se trata de la misma araña.
Mientras ella hacía eso, buscando en la guantera del coche, encontré...dos bolsitas de tela!. Cuando hubo terminado le dije:
- Toma. Mete ahora uno de los dos dibujos en esta bolsita.
- Papá, es igual que la bolsita que imaginé! 'Coincidencias sincrónicas de la vida', me dije, mirándome en el espejo retrovisor.
- Fantástico. Ahora escucha esto. Cuando tengas un momento de tranquilidad, quizá durante la merienda, busca a Silvia con tu mirada. Cuando en la distancia vuestras miradas se encuentren, dile en silencio que le perdonas. Luego acércate a ella, dile que le quieres y entrégale esta bolsita con el dibujo. A continuación dile 'gracias'.
- ¿Y ya está?
- Sí, cielo. 'Te perdono, te quiero, gracias'. Eso es todo por tu parte. Al principio quizá ella se extrañe y no comprenda.
-¿Qué pasará entonces, Papá?
-Tu dibujo le hará sentir el mismo miedo que tu sentiste cuando te contó lo del terremoto. En realidad eso sucederá porque le recordará el miedo que le produjo la araña que un día, cuando era muy pequeña, apareció en su habitación. Para ella la araña peluda todavía sigue allí. Solo la vió una vez, pero fue suficiente, le bastó para asustarse. Pero como sus papás no le creían, o le quitaban importancia, tuvo que hacer un dibujo de la araña para no olvidarla y te lo dio a ti. Ella sabía que tu [y todos a los que les contó lo del terremoto y se asustaron] te lo quedarías.
-¿Por qué, Papá?
-Todos olemos el miedo de los demás, pero los niños y los animales están más conectados con esa habilidad. Silvia olió que a ti también te daban miedo las arañas. Por tu forma de ser, se dio cuenta de que en tu dormitorio había una, por lo que intuyó que tu comprenderías su miedo. Era su forma decirte 'tengo miedo de las arañas y necesito compartirlo con alguien’. Lo que ella quería era saber si tu creerías su historia y sentirías lo mismo que ella. Buscaba a alguien que le consolara y ayudase a vencer su miedo, alguien capaz de ayudarle a sacar la araña de su dormitorio. No fue su intención asustarte. Es solo que se sentía sola con su miedo. No sabía lo que hacía. Por eso debes perdonarla.
- Ya entiendo. Cuando se dé cuenta de eso, ¿se pondrá un poco triste?
- Sí, mi amor. Pero las lágrimas le harán muy bien. Recuerda lo que Papá siempre te dice: «Para eso Dios nos dio las lágrimas» No temas su reacción. Cuando le des tu dibijo ella sabrá que eso significa que tu ya no tienes miedo a las arañas...puede que se enfade al sentirse de nuevo sola con su miedo, pero al final vendrá a disculparse, te pedirá perdón y te dará las gracias por haberle dado el dibujo. Entonces tu le recordarás que ya la perdonaste el día que le trajiste el dibujo. Aunque lo hayas dibujado tu, en realidad se lo estás 'devolviendo'.
-Es verdad. ¿Qué crees que pasará con la araña de su habitación, Papá?
- Después de haber llorado, ella cogerá tu dibujo y en vez de tratar de dárselo a otro niño, se lo llevará muy decidida a sus padres y se lo dará. [entre tu y yo, quizá pase un tiempo hasta que eso suceda. Cuando ella ya no les necesite para sobrevivir...cuando sea independiente, pero esto no necesitas contárselo ahora a tu hij@]
- Será su forma de decirles que tuvo miedo, ¿verdad?
- Sí, eso es. Entonces sus papás comprenderán...
-¿Qué, Papá?
- Recordarán y se darán cuenta de que fueron ellos quienes, inconscientemente, metieron la araña peluda en la habitación de Silvia.
Verás, igual que tu un día serás madre –si así lo deseas– todos los padres también un día fuimos niños...Y también nos dieron miedo las arañas. En los dormitorios de la mamá y el papá de Silvia también había una araña. Al poco de nacer y entrar en su nueva habitación, la vieron y trataron de contárselo a sus propios padres, ya sabes, los abuelos de Silvia. Como era la primera hija ellos buscaron por todas partes. Removieron toda la habitación haciendo mucho ruido. La pusieron patas arriba con tal de dar con «ese bicho que tanto asusta a nuestra niña». Pero no la encontraban. Cuando ya se dieron por vencidos, agotados, entonces les dijeron a sus respectivos hijos que sin duda tan solo se había tratado de una pesadilla, y que lo mejor era que en adelante olvidasen, que así desaparecerían las pesadillas. Los papás de Silvia intentaron advertir a sus propios padres más veces, pero pronto se vieron obligados a resignarse...Sabían que no les iban a creer. Cada vez se sentían más incomprendidos. Incluso quizá se sintieron objeto de burlas. Los adultos hacen chistes y se burlan de otras personas, incluso de sus propios hijos, para olvidarse de las burlas que ellos mismos sufrieron de pequeños. Ahora, además de seguir teniendo miedo, ellos estaban enfadados. Su papá quizá más que su mamá. En definitiva, no les escucharon.
Un día los papás de Silvia se fueron de sus respectivas casas, igual que mamá y yo lo hicimos, para formar un nuevo y propio hogar en el que tu pudieras vivir.
-¿Que pasó con la araña que había en sus habitaciones, Papá?
-Cada uno se llevó esa araña consigo. Tambien se llevaron su enfado. No pudieron evitarlo. Preferían eso a dejar la araña en la casa de sus padres.
- ¿Por qué?
- Por que tenían miedo a la reacción de sus papás, los abuelos de Silvia, cuando la encontrasen. Pensaban que, aunque no la hubiesen visto antes, tarde o temprano acabarían por descubrir a la araña y entonces o bien se asustarían –y quizá por eso se enfermasen (lo cual a ellos les pondría muy tristes y les haría sentirse culpables)– o bien se enfadarían con ellos por haberla dejado en su habitación, al irse de casa, sin avisarles, creyendo que sus hijos querían asustarles.
-Pero eso no es verdad. Les habían avisado varias veces...
-Es cierto. Pero no les creyeron. No habían conseguido verla porque la araña, al ver sus formas bruscas, temió que quisieran hacerle daño por lo que se escondió donde no pudieran encontrarla. Los adultos se suelen comportar de esa manera porque tienen miedo, aunque rara vez lo reconozcan.
Cuando nació Silvia, las dos arañas se escondieron en su habitación. Sabían que la habitación de un niño siempre era el mejor sitio para ser encontradas, reconocidas y abrazadas. Se hicieron tan amigas la una de la otra que parecían una sola. De hecho Silvia creía que solo había una araña en su dormitorio porque nunca salían juntas de su escondite sino una vez cada una.
Ahora no debes preocuparte. Cuando Silvia les dé tu dibujo a sus padres, ellos normalmente se pondrán tristes un rato. Luego los tres juntos le dirán a la araña que puede salir de su escondite sin miedo, que no le harán daño. Igual que hemos hecho tu y yo ahora. A continuación verán como la araña en realidad eran dos, una de su papá y otra de su mamá. Los tres juntos dejarán a las dos arañas libres en el bosque. Finalmente consolarán a Silvia de su miedo y se disculparán por haber traído sus propias arañas a la familia.
- Y Silvia ya no tendrá más miedo a los terremotos...
- Eso es. Entonces Silvia les recordará que ya les perdonó cuando les trajo el dibujo.
-¿Que harán sus papás entonces con el dibujo?
- Después de haberse secado todas las lágrimas por los recuerdos que tu dibujo les traiga, cada cual dibujará su propia araña (quizá sea una serpiente, o una rata...dependerá de qué forma le den a sus miedos) y se lo llevarán a sus propios padres, los abuelos de Silvia y les perdonarán.
- y ayudarán a las arañas a salir de su dormitorio.
- Eso es. Quedan muchos insectos escondidos por acompañar al bosque. A tu dibujo le queda una larga y bonita misión que realizar.
...
Quizá te preguntes qué hicimos con el otro dibujo que hizo mi hija (recuerda que le hice hacer dos)...eso mismo me preguntó ella. Le contesté que me lo llevaba de vuelta a casa. Que era para nosotros, sus padres.
- Discúlpame y gracias, le dije, mientras se me escapaban dos lágrimas. Te quiero.
- Te quiero, Papá.
Me dio un beso y me sonrió con ternura. Supe entonces que había comprendido. Al llegar a casa, por la tarde, los tres juntos ayudamos a sacar a la araña de mamá de debajo de la cama y llevarla al bosque. Mágicamente no ha vuelto a mencionar el tema de los terremotos.
Y tu, ¿De qué tienes miedo? ¿Cuál es tu fobia atávica?
Dedicado a Rodrigo y a mis padres.
Lars Quetglas. Derechos de reproducción impresa reservados. Agradecimientos especiales a Sonia. Si quieres compartir este cuento, no tendré inconveniente. Tan solo recuerda mencionar su origen. Gracias. He escrito un ensayo complementario a este relato, por si te interesa...
Si este relato te ha incomodado en alguna medida, antes de juzgarme o criticarme, quizá consideres oportuno mirar debajo de tu cama.
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