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domingo, 12 de junio de 2011

Niño herido

Recientemente en un aeropuerto observé a un hombre y a su hija pequeña, sentados cerca de mi. El la regañaba todo el rato, y en cierta ocasión le dijo a ella coléricamente que, al igual que su madre, era un problema constante para él. Asumí que estaba separado o divorciado. Su hija probablemente había pasado a ser el chivo expiatorio ocasional de todas sus frustraciones. Antes de marcharse la abofeteó un par de veces. Era algo doloroso de ver…Cuando la niña se puso a llorar, él volvió a abofeterala. Tras ello la arrastró hasta el puesto de dulces y le compró un helado para acallar su incómodo llanto. Una niña así tratada aprende desde muy pronto que tiene la culpa de todo (incluso de la separación de sus padres), que ni siquiera es una persona digna de existir y que sus propios sentimientos no cuentan para nadie, que es responsable de los sentimientos de los demás y por último (aunque no por ello menos importante) que los dulces sirven para ahogar las penas.
Me cuesta imaginar dónde podría encontrar un aliado que se sentara con ella, que valorara su tristeza y le permitiera acongojarse y afligirse sin miedo a sentirse juzgada. 


Como Alice Miller ha repetido tantas veces: "No son los traumas que padecemos en la infancia los que enferman nuestras emociones. Es nuestra imposibilidad de expresar dichas emociones lo que nos mata."


Cuando un niño es abandonado, por abuso, descuido o reclusión, el dolor y las heridas resultantes constituyen un ultraje de una magnitud no reconocida en su totalidad por la sociedad.
Los niños necesitan que su aflicción sea reconocida, necesitan aprender a descargar su dolor y para ello precisan de tiempo y respaldo por parte de adultos emocionalmente maduros.


Debemos afligirnos por nuestra infancia perdida, aunque cronológicamente haya ya quedado muy atrás. Es imprescindible atravesar ese duelo. Nuestros actos compulsivos (inconscientemente repetitivos), aquellos que realizamos sin tener verdadera consciencia de ellos –mientras son llevados a cabo– hasta que somos advertidos mediante acusaciones, reproches, multas, enfermedades, accidentes… de las consecuencias que acarrean (sanciones, muerte, pobreza, dolor…), son el resultado del bloqueo de antiguos sentimientos que tuvimos que autocensurarnos y cuya aflicción no ha sido resuelta (integrada). Dichos actos tienden a repetirse cual disco rayado una y otra vez. Y lo hacen siempre en las circunstancias más propicias para ello, es decir siempre que el dolor que suponga asumir esos sentimientos reclame un acción saboteadora (anestesiante). Son actos defensivos encaminados a echar una cortina de humo ante situaciones tensas, ya sea huyendo de la inasumible responsabilidad, o atacando al sujeto/circunstancia desencadenante (matando al mensajero)


Es decir, una de dos, o aplacamos dichos sentimientos encarando su recuerdo y afrontando valientemente la responsabilidad de revivirlos –permitiéndonos manifestar las desagradables (pero necesarias) emociones consecuentes (por políticamente incorrectas que se revelen)– o desarrollamos alternativamente comportamientos compulsivos con los que echar balones fuera, es decir, disimular nuestra vulnerabilidad. Estos comportamientos compulsivos, consecuencia del abandono inicial, se manifiestan básicamente de dos formas aparentemente opuestas. Por oposición o por analogía:


1. Desarrollo de talantes agresivos. Transferencia de la humillación sufrida proyectando en el prójimo (hijos, parejas,…) por medio de estrategias interpersonales manipuladoras. Es la actitud de quien considera que la 'vida' está en deuda (de amor) con él/ella. Como no hay modo alguno de que esa deuda sea resarcida/liquidada (porque los actores de la humillación abandonaron ya el escenario y la escena), el actor sufriente decide –inconscientemente– que 'otros' van a pagar el pato (serán los cabezas de turco) a los que humillar con total impunidad, repitiendo inconscientemente el patrón humillante recibido en un momento que la memoria ha borrado del pasado. Otros van a presenciar la liberación de la válvula de escape de la olla a presión en que nos hemos convertido desde la infancia.


2. Autoinculpación. Este es el camino de la depresión. Incapaz de afrontar la estrategia de la transferencia de la humillación, el sujeto doliente se aboca a un suicidio, lento o fulminante (en virtud del umbral de dolor soportable para seguir viviendo). Nace el acrónimo PLOM (Poor little old me) 'pobre de mi'. Es la actitud del náufrago, la del subvencionado, la del que asume el papel de víctima y lo exprime hasta las últimas consecuencias.





Para poder liberarnos de nuestras compulsiones autolesivas (o simplemente descubrirlas si aún no han sido completamente detectadas) debemos marcharnos de casa literalmente (si se reside todavía en el hogar paterno, o simbólicamente, si a pesar de haberlo ya abandonado, los vínculos humillantes continúan manifestándose, como en el caso de un progenitor manipulador que vampiriza /esclaviza mentalmente a su 'retoño', juzgando cada paso que da como adulto emancipado, o incluso desde el más allá (su recuerdo/impronta ha dejado un sello indeleble)…


Levantarse y atacar la humillación tóxica proveniente de quienes supuestamente más nos querían requiere emprender la labor de de recordar los sentimientos naturales que una vez fueron censurados para escapar al dolor primal y experimentar las emociones reprimidas, esos 'estallidos de incomprensión' que nos vimos obligados a censurarnos para amoldarnos a las expectativas y baremos afectivos de quienes se supone que debían amarnos (darnos paz, confianza, presencia…). Sentirse abandonado a los pocos meses de nacer, constatando que uno/a no es, ni va a ser, el centro de la atención de sus progenitores y que el egoísmo que uno necesita sanamente eclosionar, no tiene posibilidad de desarrollarse plenamente cuando uno más lo necesita, es algo insoportable de asimilar para un humano no adulto (ergo, desprovisto de defensas y blindajes). 


Para sobrevivir en el entorno de la censura (desamor, abandono, incomunicación…) el niño que todos portamos dentro tuvo que:
1. dejar de sentir. Dar por perdida la expresión de sentimientos que nos conectan con la realidad de la que provenimos antes de nacer.
2. asumir los patrones mentales psicóticos de aquellos de quienes somos dependientes (padres, hermanos mayores, docentes…), esos que han olvidado cuál es la fuente de su esencia, el amor incondicional.
3. empezar a construir unos muros de contención (vergüenza/culpa, orgullo/suficiencia, pereza/cansancio, cobardía/resignación, etc…)  que mantengan reprimidas las emociones (rabia, miedo, frustración,…) que pugnan por manifestarse.


Toda persona cuya identidad (personalidad) se asienta en la vergüenza o la humillación, ha vivido en el entorno traumático de una familia desconectada de los sentimientos. El trauma de sentirse abandonado, es descorazonador y bloquea la descarga de las emociones liberadoras.


Según Jane Middleton-Moz: "Una de las cosas que sabemos acerca de al menos cómo ayudar a remediar la aflicción es que se soluciona con respaldo", con compasión –al igual que todos problemas del mundo–.
El motivo por el que muchas personas postergan la catarsis de su aflicción es porque no encuentran a nadie que les respalde o dé valor/crédito a sus sentimientos. Por eso los mantienen a buen recaudo, protegidos de agresiones externas. Lo que ignoran es que lo que una vez fue un adecuado salvoconducto para zambullirse en la miseria afectiva de sus nucleos familiares, ahora que ya son adultos, está jugando en su contra, pues está revelándose como el arma de doble filo que es. Como un boomerang, todos los sentimientos que nos censuramos regresa a nuestra consciencia para reclamar el crédito que le negamos. Y regresan en forma de lecciones mimetizadas en nuestras relaciones afectivas y/o laborales-sociales-económicas. Todo lo que nos sucede en la vida lo hemos atraído, pues acude como lo que es, una lección que aprender para recordarnos que el mundo no es caótico sino lleno de sentido. Un sentido que se esconde tras las gafas oscuras que nos pusimos para protegernos de la luz entonces cegadora y que ahora nos impiden disfrutar de  ella. 


No se puede penar en soledad. Millones de nosotros lo intentamos en vano llorando en la cama al acostarnos o encerrados en el cuarto de baño. La postergación del pesar constituye el núcleo de lo que llamamos el 'síndrome del estrés postraumático'. Cuando los soldados regresar del frente de combate, padecen síntomas psicóticos comunes, viéndose desvinculados de la realidad: ataques de pánico, insensibilidad psíquica, tendencia a sobresaltarse muy fácilmente, despersonalaización, necesidad de ejercer control, pesadillas recurrentes y trastornos del sueño. Trastornos todos ellos muy comunes en las personas que han convivido en un entorno familiar problemático. Son síntomas todos ellos de la aflicción no resuelta.

John Bradshaw

"La crisis no está en la política, en los gobiernos –ya sean totalitarios o democráticos–. La crisis no está en los científicos o en las religiones establecidas. La crisis está en nuestra consciencia, que habita en nuestras mentes y corazones. La crisis está en nuestras conductas y relaciones personales. La crisis no puede ser comprendida plenamente a menos que comprendamos la naturaleza de la Consciencia"

Jiddu Krishnamurti, 1980

"Pedid y se os dará"

Jeshua

1 comentario:

  1. Después de muchos años de búsqueda y conocimiento personal, y aún en camino, creo que es el texto más claro y más fiel a la realidad que he leído nunca.
    Acercarnos a la interpretación que de nuestra realidad infantil tenemos, a nivel emocional,y que no siempre coincide con lo que nos quisieron o supieron transmitir, es fundamental para dejar de sobrevivir y VIVIR de acuerdo a quien somos realmente.
    Gracias por este texto. Me he sentido muy identificada y feliz al leer justo lo que pienso y siento.

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