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lunes, 6 de febrero de 2012

Aceptar el perdón (II)

...Viene de aquí.

Es cierto que los padres merecen ser perdonados. En realidad no solo los padres sino todos nosotros, hijos, padres, madres, todos hemos venido a este mundo en este preciso momento para ser perdonados, para aceptar el perdón...¿De quien? ¿Perdonados por quien? Por nosotros mismos. Es hora de reconciliarnos.

Me perdono, me disculpo y con ello me libero de la pesada carga de las culpas que yo mismo me impuse (no soy lo suficientemente buen padre, no he sido suficientemente buen marido/esposa/pareja/compañer@, no soy suficientemente previsor, disciplinada, ordenada, complaciente en la cama, comprensiva con mis hijos, eficiente en el trabajo...) Ya no tengo mas ganas de seguir haciendo (consciente o inconscientemente) escarnio de mi autoestima. Me digo a mi mismo: basta ya de autoflagelarme. Siento que me debo algo, aunque...no consigo averiguar el qué. Como tu, me he pasado la vida tratando de salir a flote. Buscando algo con lo que calmarme. Siempre conservé la intuición de que merecía sentirme realizado. Me llegué a convencer de que mi realización sucederia como consecuencia de la obtención de una titulación académica, de una posición y prestigio social, de un acreditadamente mejorado swing del que poder presumir en mis partidas de golf, en definitiva del reconocimiento de los que me he ido rodeando. Los que me han rodeado...claro! ¿Por que no incluir en ese lote a mis padres? En realidad ellos siempre fueron la primera y ultima meta de mi obsesiva búsqueda. No he querido darme cuenta. Ellos eran los seres a quien yo mas amaba, a los que llegue a idolatrar.

Empezando por el principio, hubo una época breve de mi vida, como todos la tuvimos, en que no tuve ojos sino para mi madre. Necesitaba su mirada clavada en mi mientras estaba despierto, incluso sentirla aun cuando durmiese. Mis ojos necesitaban contactar con sus ojos, mi gusto era el suyo, mi cuerpo necesitaba su tacto, mi olfato clamaba por su olor. Su boca y labios besandome y sonriendome. No era mucha pretensión, verdad? Lo cierto es que si eso hubiera sucedido tal como lo relato, la siguiente etapa, la de la exploración y el descubrimiento, operada tras la caída de los primeros dientes, hubiera sido coser y cantar. Pero no fue. 

Atención exclusiva. Eso era todo lo que mi existencia necesitaba en ese tiempo. Ni más...ni menos. En fin. Supongo que eso es a lo que llaman ser egoísta...pero, ¿Qué tenía de malo ser egoísta entonces? Era lo natural. Todos los niños lo son. ¿Y cuándo dejamos de ser niños?, quiero decir, ¿Hasta cuando es normal ser egoista y cuando se convierte en una estrategia adictiva? 

Ella hizo lo que quiso, que no fue más que lo que supo o pudo. Y lo comprendo AHORA. Comprendo que mis expectativas acerca de su dedicación no casasen en el mismo grado, medida e intensidad con las suyas, y aunque no dudo que ella considera haber sido una buena madre (la tuya quizá presuma de haber sido la mejor...) algo siempre me ha dicho que comprender es una cosa y aceptar es otra. Comprender es algo que hacen los adultos con su intelecto, pero aceptar es algo que solo puede obrar quien esta en contacto con sus emociones...

Mi terapeuta gestalt me dice que tengo que aceptar, que lo sano es despedirse de la infancia perdonandola y olvidandola. Que ese obstinado sentimiento de que algo te falta es insano y que no va a hacer sino entorpecer tus vínculos y situaciones cotidianas... Sin embargo había hasta hace bien poco, algo dentro de mi que obstinadamente me impedía aceptar. Algo (pongamos...una energía) que percibo como una parte de mi y que siento tiene necesidad de unirse a mi, pero que no consigo reintegrar. Y esa parte que reconozco en mi me dice que lo que sucede es que NO COMPRENDIÓ en aquel momento de tanta necesidad la falta de voluntad, la incapacidad, la desidia (llamalo como quieras...) la ausencia de mi madre, su distancia, su enfado y frustración (AHORA, perfecta, merecida y justificablemente aceptables y perdonables). No puedo soslayar que esa parte de mi, que ejerce un poderoso y muy básico foco de atención, me dice que necesita expresar esa incomprensión, me pide a gritos ser atendida. Una voz en mi interior, cuyo natural reclamo en algún momento tuvo que ser acallado, una parte de mi que desde aquel momento inicial de mi existencia se tuvo que vender al mejor postor...tuvo que 'prostituirse' con tal de calmar la sed de sensorialidad y afectividad no satisfechas, para las que el sujeto de deseo inicial, la madre, por razones perfectamente comprensibles HOY, no estuvo disponible ENTONCES. 

Hubo un tiempo en que creí estar completamente loco a juzgar por las reacciones de las personas de mi entorno. Con argumentos perfectamente lógicos y razonables, desmontaban cualquier exposición mía respecto a mi interno diálogo con esa parte de mi, que ninguno de ellos acertaba a identificar o tan siquiera comprender. Curiosamente era yo quien ahora empezaba a comprender algo que ellos no. No solo no comprendían sino que lo ridiculizaban. Algo que entonces (en mi infancia) no comprendí, pero para lo que ellos (padres, amigos, novias, profesores) hallaban perfecta explicación, comprendían y aceptaban sin más. En mi busqueda adictiva de sustitutivos sucedaneos que calmasen mi ansiedad, mi necesidad oculta, probablemente al borde ya de la locura, di con un libro de Carl Jung en el que el prestigioso investigador de la Psyche humana mencionaba lo que el bautizó como 'niño interno'. 

"Tu visión devendrá más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón y descubras a tu niño interno herido... Aquel que mira afuera, sueña. Quién mira en su interior, despierta"

Fue mi ferrea voluntad de continuar urgando en ello lo que sin duda atrajo mágicamente la aparición de personas en mi vida que daban fe de la realidad oculta tras esa etiqueta. Gente que me dijo que si, que el niño interno es real, aunque su existencia no sea demostrable científicamente. Durante un tiempo me sentí menos loco, aunque solo fuese porque era agradable sentirse rodeado de gente tan 'loca' como uno. Sin embargo, mi insistencia y ganas de profundizar en el tema me condujo a descubrir (o quiza re-descubrir) un camino, una perspectiva que hubiese deseado compartir con mis padres en perfecta sintonía y armonía durante los años en que la convivencia era posible, pero a la que ellos, ignorantes entonces, permanecieron ajenos, probablemente porque no la recordaban...

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