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lunes, 6 de febrero de 2012

Aceptar el perdón (IV)

¿Qué es el perdón? ¿Acaso "te perdono" o "perdóname" son simples expresiones que en el preciso momento de ser pronunciadas "hacen magia"? El perdón es algo que se da y se recibe, pero ¿no será que lo efectivo realmente es sentirlo? Forgive me...o...I'm sorry dicen los anglófonos ¿Qué hay realmente detrás de estas expresiones?¿Qué queremos decir cuando pedimos disculpas, cuando pedimos perdón?

Cuando alguien pierde a un familiar próximo (prójimo), decimos que 'le acompañamos en el sentimiento'. Pero ¿Qué es verdaderamente eso? ¿Es lo mismo que compadecerse? ¿Hay que sentir lo mismo que el afectado –en este caso por la pérdida?

Definición de compasión según Wikipedia: «La compasión (del latín cumpassio, calco semántico o traducción del vocablo griego συμπάθεια (sympathia), palabra compuesta de συν πάσχω + = συμπάσχω, literalmente "sufrir juntos", "tratar con emociones ...", es un sentimiento humano que se manifiesta a partir del sufrimento de otro ser. Más intensa que la empatía, la compasión describe el entendimiento del estado emocional de otro, y es con frecuencia combinada con un deseo de aliviar o reducir su sufrimiento

Si para sentir comasión por alguien, es decir sentir simpatía por esa persona, es necesario ser capaz de ponerse en su lugar, entonces estaremos de acuerdo en que es necesario comprender el origen del sufrimiento que padece. Ponerse en su lugar no significa "sufrir con", sino comprender, porque se ha sufrido de igual modo. Es decir, tener consciencia de que la fuente del sufrimiento ajeno no solo no es diferente de la propia, sino que es la misma para todos. Solo cuando interiorizamos esto, podemos transmitir nuestra paz, ese necesario consuelo que quien sufre tanto agradece en momentos de pesadumbre. Nuestra paz consuela no porque estemos 'dando algo' que el otro no tiene...sino porque el otro ve en nosotros el reflejo de su propio potencial, su propia paz escondida en el pozo del sufrimiento. Para poder ponerse en el lugar de quien padece, sin que el sufrimiento ajeno lo embargue a uno y nos descentre, es condición imprescindible haber estado previamente 'en su piel', es decir, haber pasado por el estadio del sufrimiento y haberlo exorcizado, haber renacido de las propias cenizas. ¿Cómo se consigue eso? Obviamente aquí entramos en el terreno del lenguaje emocional, difícilmente explicable con palabras. En resumen te diría que consiste en haber 'tocado fondo', haber llegado hasta la base del aparentemente inconsolable pozo del sufrimiento y haberlo iluminado con la antorcha del corazón, única vía para completar el necesario exorcismo de los aterradores monstruos que allí habitan, los miedos de los que huye compulsiva y frenéticamente nuestro ego.

Sentir simpatía por alguien es más que simplemente sentirte bien en presencia de o recordando a alguien. Simpatía es comprender el origen del sufrimiento e incluso acompañar a tu amigo en su particular 'descenso a los infiernos', ese camino al que todos estamos abocados, tarde o temprano, y que emprendemos gradual y voluntariamente o traumática y vertiginosamente, en ambos casis empujados por las circunstancias. Para poder limpiar las cloacas de nuestra mente y alcanzar la libertad tan anhelada, es ineludible parar las máquinas y 'descaminar' el transitado sendero de la demencia y el frenesí, afrontando que la llave de la paz la tenemos nosotros. La paz, una habitación que está en nuestro interior y que clama por ser liberada. Esa habitación oscura desde donde funcionan todos nuestros automatismos no es otra que la parte inconsciente de la mente. No es fácil acceder a esa habitación y lograr iluminarla puesto que tu propio ego realiza a diario esfuerzos titánicos para disuadirte de emprender esa tarea. Muchos han intentado exorcizar sus fantasmas por diversos métodos (hipnosis regresiva, electroshocks...) pero todos fallan porque se dejan de lado el 'sherpa' ineludible en esta expedición: la consciencia.

Puedes ir, sin embargo, al funeral del padre de un amigo, sin haber pasado personalmente, todavía, por la experiencia de perder a tu padre. Y nuestra mera presencia, el formalismo de 'estar', está más alla de constituir un mero ritual, sino que se convierte en una ceremonia de esencial comprensión, un instante de lucidez en el que compartimos algo que no se puede explicar con palabras, pero que es muy sentido. Un cierto anhelo de trascendencia flota en el aire en toda ceremonia funeraria, que se eleva por encima de las creencias religiosas o perspectivas filosóficas. En un funeral todos nos sentimos, aunque sea durante un instante, sobrecogidos, nos quedamos sin palabras y sin embargo nos miramos y comprendemos...comprendemos que existe una fuerza mas vasta que rebasa cualquier entendimiento intelectual. Una fuerza que sabemos que es compasiva y amorosa.

El otro dia, me encontré por la calle con una mujer que evidenciaba todos los signos de estar pasando un mal momento. Sentada en un banco de una de las vias peatonales de mi pequeña ciudad, lloraba amargamente. Me fijé que tenía a sus pies un par de bolsas del supermercado, una de las cuales se había roto. Un tarro de mermelada y una botella de aceite desparramadas sobre la acera evidenciaban lo que había pasado. Me acerqué a ella y le pregunté qué le sucedía...Me miró protegiéndose del sol que le llegaba desde mis espaldas.

no es nada, no importa.

a mi sí me importa, le dije.

Me miró con cara entre escéptica y sorprendida pero, curiosamente, no me pidió que me fuera...seguramente se encontraba al límite de sus fuerzas y mi mera presencia le transmitió la confianza, la valentía de abrirse a sus emociones...

Mis hijos no vienen a verme...Estoy sola. Mi marido murió hace un par de años. Estoy cuidando de mi hermana gemela que, también está sola y ahora tiene un cancer que no tiene cura. Mi mundo se derrumba...

Mientras se secaba los ojos y los mocos con un pañuelo, por un instante creí que era el momento, mi deber, mi obligación de consolarla. Escuché la voz de mi ego diciendo, «hagamos de buen samaritano (lo que yo 'pensaba' que era eso) digámosle algunas palabras que la conforten, que le suban la autoestima, que le ayuden a seguir soportando su "cruz". Hazle ver que hay otros que están aun peor que ella, que el mundo está en guerra permanente, que hay injusticias por todas partes, que en definitiva vea el lado bueno del asunto: tiene salud y puede reencontrarse con su hermana (de la que, segun me cuenta, habia estado distanciada mucho tiempo por diversos motivos que ahora no vienen al caso). Esa es tu misión, me decía esa voz. Para eso has venido. Es lo que más te gusta hacer...ayudar a los demás.

Sin embargo escuché otra voz, a la que afortunadamente decidí hacer caso (en detrimento de la anterior). Una voz que me decía que estar ahí, simplemente sentado junto a ella, con todos los sentidos puestos en escucharla, era todo lo que ella –y yo– necesitábamos en ese momento. No pedía que nadie le solventase nada. Simplemente alguien que fuera testigo de su estado de ánimo, alguien con quien poder abrirse, sin juicios, sin consejos... Y es que muchas veces todo lo que hace falta es saber que, a pesar de las dificultades, no estás sol@...

Así lo hice. Hice caso de mi intuición, la misma que me había conducido hasta ella esa mañana. Hice un paréntesis en mi agenda matinal. Le pregunté algo que no esperaba...

–¿Es Ud. De aquí?

Fue como tirar del hilo de un ovillo...Esta es la historia de la vida de esta mujer, de sus vicisitudes y de sus lamentos inconfesados...

«No. Nací en un pueblecito de la costa sur de...

Seguirá...

 

 

 

 

 

 

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