Confieso que ha habido veces que que he querido dormirme para no despertar jamás. Incluso he llegado a arrepentirme de haber nacido. Fue una decisión equivocada, me decía. Todo este dolor no solo es inhumano sino antihumano. ¿Cómo es posible que en un planeta tan armonioso como la Tierra, donde todo proceso vital está regido por la danza equilibrada de las fuerzas polarizadas que gobiernan este universo, masculino-femenino, positivo-negativo, día-noche, frio-calor, luz-oscuridad, hayamos estado presenciando durante cientos (acaso miles) de años tanto dolor y padecimiento? ¿Por qué nos empecinamos en estar enfrentados?
Es entonces, cuando sentir se vuelve tan doloroso, que me doy cuenta de que 'en realidad' he estado sumido en un sueño, y que las ganas de dormirme no eran sino son mis anhelos por despertar del sueño que la percepción ilusoria de este mundo representa.
Y sin embargo, la propia naturaleza simbólica (y por tanto irreal) del sueño constituye la única escuela de la que podemos licuar un aprendizaje en el proceso evolutivo infinito del que somos partícipes... En mi frenética huida del reflejo que el mundo de espejos me proyectaba acabé enfrentándome ineludiblemente a la lección, la que dichas circunstancias me servían en bandeja. Te ruego que consideres lo siguiente:
Imagínate que estas en un teatro, viendo una representación largamente anunciada. Llevas ya mucho tiempo allí, ocupando tu butaca. Más del que recuerdas ¿Por que estás allí? Obviamente por propia voluntad. Al igual que cada uno de los que están en el teatro junto a ti, el motivo fundamental es que querías ver la obra. Tan sencillo como eso.
Se trata de una representación tan larga que los productores decidieron introducir pausas (los llaman actos) para que puedas asimilar el argumento en toda su magnitud. Pues bien, resulta que a fuerza de acostumbrarte al entorno (luces tenues, música de ambiente, orquesta, etc...) has olvidado que un día estuviste fuera de la sala y que tomaste la decisión de acceder voluntariamente al teatro. El argumento de la obra se ha convertido en tu 'realidad' y la has magnificado. Le has conferido tanto crédito a lo que estás captando, son tantas las emociones que afloran durante la representación, que llegas incluso a identificarte con alguno de los personajes. Te lo haces tuyo, hasta el punto de que serías capaz de reemplazar al actor que está interpretando ese papel. Por alguna razón, deseas 'fundirte' con ese rol y vivirlo en toda su intensidad. Es tu voluntad. Es más, quisieras compartirlo con alguien más próximo, pero las butacas contiguas a la tuya están vacías.
Alguien, que ha llegado recientemente (y que aún tiene fresco en su memoria que procede de la calle) –y se ha sentado a tu lado porque – tose, y te molestas. Se disculpa y te pide un vaso de agua, pero tu estás irritado. Te has perdido una frase de tu personaje favorito 'por su culpa' . Decides castigarle ignorándole…. Pero él vuelve a pedirte que al menos le indiques por donde se va al lavabo…Le chistas o le das un ligero codazo. Qué cosa! está visto que la gente no es capaz de guardar la compostura, te dices. Habráse visto!...
El se entristece por tu inesperada actitud.
- Está claro, se dice, que aquí nadie me va a ayudar. No entiendo nada de lo que pasa aquí. Todos parecen tan absortos en el argumento que parecen como idos. Nadie considera a nadie. Ni comen ni beben.
Insiste varias veces pero solo obtiene de ti alguna indicación acerca del argumento de la obra. Todo eso sin apartar la vista del escenario. Finalmente y tras mucho intentarlo, pierde la esperanza y acaba una adoptando una actitud defensiva ante ti y ante todos los espectadores.
No te das cuenta, pero la trama incluye en su libreto a las inesperadas reacciones de los espectadores respecto a la escena, pero también las interacciones entre los mismos espectadores. La obra está en perfecta simbiosis contigo. El argumento escrito contempla lo que te sucede en el patio de butacas…Estás sin darte cuenta participando, aun desde tu pretendido incógnito, de la trama. El empresario, sabedor de eso, se ha percatado de que la pasión con la que vives las aventuras y desventuras de tu héroe te lleva incluso a enfrentarte a otros espectadores...le susurra algo al acomodador y éste se acerca a ti y y te transmite el mensaje de su empleador: te ofrece la posibilidad de reemplazar al actor/intérprete de tu personaje preferido…y lo haces gustosamente. Faltaría más. Ya era hora de que se te permitiera intervenir en el reparto para darle a ese personaje de tu elección –con el que te sientes identificado– el golpe de timón que su rol necesita, para defenderlo de las afrentas que está padeciendo...Tras el telón, el empresario se frotan las manos. Su propósito se está cumpliendo: estás olvidando que eres un espectador. Su esperanza es que pases a nutrir al elenco de actores que permanentemente necesita para mantener la obra vigente y en cartel. Ellos saben que una obra teatral no es la realidad, sino una representación de la misma.
Desde el momento en que te zambulles en tu rol, éste te absorbe en su vórtice de emociones...Sientes, en tu ilusa creencia, que por fin eres alguien. Ya no eres más un simple testigo en el patio de butacas. Has traspasado un umbral de consciencia que te destaca de la plebe del patio de butacas, pero que también agranda el abismo entre tu percepción ilusoria, la ficción, y la realidad que se halla en la calle. Esa decisión tendrá sus consecuencias en el plano de las emociones, que, esas sí, son muy reales.
Como buen actor, te haces tuyo el papel, te metes en la trama hasta llegar a olvidar quien eres...
De repente se encienden las luces y se anuncia el fin del primer acto....los espectadores estiran las piernas y van al area de la cafeteria donde se encuentran....Te disculpas con aquél al que increpaste, él se disculpa contigo. Os reconocéis como hermanos, porque eso es lo que sois. Una gran familia. Os prometéis que trataréis de no dejaros arrastrar por las emociones que se despierten durante la representación. Que lo que importa es la experiencia que extraigáis de vuestra participación en la obra. Y para que ello sea posible decidís solicitar butacas contiguas . Suena la señal para que los espectadores se reincorporen a sus localidades.
Se retoma la sesión y poco a poco vuelve a suceder lo mismo. El recuerdo de la sensación de fraternidad se desvanece y regresan las hostilidades.
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