(...Viene de aquí)
Un día descubrí que en el perdón de todas mis culpas anteriormente mencionadas que me he impuesto, es decir, que he aceptado provenientes de mi entorno (familia, escuela, trabajo...) radicaba la necesidad que ha motivado todos mis actos compulsivos en la vida. Pero tambien sé ahora que es la clave para mi libertad. Andaba como pollo descabezado en busca de una redención a mi sentimiento de culpabilidad. No era libre porque me percibía como un ser culpable, inválido (no- valido), egoísta...me decía. En realidad todo eso eran simplemente calificativos con los que yo me etiquetaba. Pero su lastre era desproporcionado. ¿Pero por qué? ¿Por qué me trataba tan mal? ¿Era verdaderamente merecedor de ello? ¿Por qué nunca lograba alcanzar la ansiada meta, por qué no podía de una vez por todas llegar a ser el hijo perfecto, el que nunca diese problemas a sus padres, que nunca llorase por las noches cuando no lo cogen en brazos o lo dejan en la helada casa de su sorda tía cuando ellos se van a bailar, el que se come religiosamente todo lo que le ponen en el plato aunque este repleto de tóxicos aditivos, que sonríe a todo el mundo -incluso a la odiosa abuela- ? Lo se, ahora suena ridiculo. Lo cierto es que me esforcé tanto en ser como ellos querían que fuese, que simplemente me olvidé de quien era.
Fue tan frenética la búsqueda de la mirada de mi madre que creo que me 'pasé de rosca' y acabé viendo en la mirada hipnótica y penetrante de las mujeres que se cruzaban en mi camino, a los mismos ojos de mi madre. En los esquivos pechos de ellas veía los ansiados pezones de mi progenitora, los que solo pude degustar durante dos meses. Es gracioso (ahora) la medida en que conseguimos distorsionar nuestra integridad con tal de agradar a los demás. Entonces no era gracioso.
Sin embargo, nunca era suficiente para ellos, que se obstinaban en ponerme cada vez el listón más elevado. No me extraña. Dicen que les das la uña y te cogen el brazo...Cuando creía que ya lo había dado todo -y aun así seguían sin estar satisfechos (a juzgar por el poco interés que yo y mis circunstancias despertábamos en ellos)- van y anuncian que seremos uno más en la familia. Yo que todavía esperaba que ellos se fijaran en mi con los genuinos y amorosos ojos del corazón -aunque solo fuese una vez-, ahora tenía que superar otro obstáculo, aprender responsabilidad, la que se me suponía, como hijo mayor, por mi hermano pequeño. Uau, ser responsable! ¿Cómo se consigue eso? Me preguntaba. Es igual, lo lograré. Y seguro que de ésta me matriculo cum laude. Cambiaré pañales, prepararé biberones y dejaré ya siquiera de insinuar que preciso de su atención. Y esos estúpidos dibujos que tanto me gusta hacer (y más aun mostrarles a ellos) los tiraré todos a la basura...todo sacrificio será bueno para que ellos vean lo buen hijo y hermano mayor que puedo ser. Seguro que así acaban reconociendome.
Ni con esas.
Otra gota que peligrosamente llenaba mi personal vaso de la desesperación era la de las odiosas comparaciones. Sucedía cuando te comparaban con alguien, generalmente otro niño ya fuese pariente tuyo o no. Mi padre tenía la fea costumbre de expresar públicamente su predilección por las niñas. "haremos una cosa, decía a las hijas de sus amigos cuando íbamos a visitarles, vosotras os venís conmigo y los nuestros (mi hermano y yo) se quedan con vuestros papas, ¿De acuerdo?. Por supuesto que se trataba de una broma, pero cuando eres niño el cinismo o el sarcasmo no suelen ser tu fuerte. Además, ¿Que tendría de extraño creerse literalmente esas palabras, teniendo en cuenta el patente desdén que en la intimidad del hogar le despertábamos a nuestro padre. Por lo demas, ya aviso Freud acerca del modo en que el inconsciente se libera por medio de estados, afines en su esencia, como son el sueño y los chistes.
Mi padre nunca me puso la mano encima, y sobre el papel debería sentirme un privilegiado. Mis traumas probablemente no pueden compararse a las experiencias de otros niños con fortuna dispar. Pero, de nuevo, ¿para qué sirven las odiosas comparaciones sino para hacerte comulgar con ruedas de molinos? ¿acaso era menos legítima mi desolación? Si pensase eso estaría librando y sentenciando a este mundo a los designios del azar, atribuyendo los sincronizados mecanismos que rigen la dinamica del universo a la pura casualidad. Y tengo poderosas razones para no hacerlo. Cuando habiendo sido objeto de comparaciones, te percibes a ti mismo como un ser carente en alguna medida de ciertos atributos innatos que tus padres elogian en otros niños, te resignas a la convicción, no de que ellos tengan un fallo de percepción (que seria lo LOGICO pensar como adulto equilibrado) sino de que tu tienes un fallo 'de serie' del que te consideras (quien sino?) inconscientemente culpable.
A los 14 años mi padre empezó a mandarnos a la misa de las 11 los sabados antes del almuerzo. No recuerdo por qué él mismo no nos acompañaba. Ibamos con Miguel, un vecino y el más aplicado de su clase. Murió tres años despues, a los 17, de un tumor cerebral. Me dijo en sueños, meses después, que no había logrado soportar el cumulo de expectativas que su familia siempre había tenido en él. Que la cabeza literalmente le había explotado. Yo mismo estuve por entonces tentado a resignarme a la desviada idea de que 'tenía' un pecado original. Con la iglesia hemos topado. Ahí es cuando entra en juego el interesante asunto de la religión. Durante un tiempo fui adoctrinada víctima de lo que se decía por allí, que la iglesia era la única institución capacitada para activar el proceso de re-ligarte con la amorosa fuerza del perdón.
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