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viernes, 11 de marzo de 2011

Esperanza y caridad


Paz Torrabadella, psicóloga, autora de 'Estupidez emocional'

"Coleccionamos excusas para sentirnos infelices"

publicado en La Vanguardia. Viernes, 11 de marzo 2011


– La felicidad como objetivo funciona mal. Toda vida tiene una dosis de sufrimiento ineludible como la frustración, la enfermedad y la muerte. Decirle a un niño que tiene como objetivo ser feliz es estafarle.

–¿Entonces, qué hay que decirle?
– Que la felicidad sucederá, pero que no es la norma. Lo cabal es saber y aceptar el sufrimiento inevitable (porque mucho sufrimiento procede de no aceptarlo), y evitar al máximo el innecesario. Estamos siempre coleccionando excusas para ser infelices.

– Sí, qué estupidez.
– Todo el sufrimiento inútil que padece el género humano, y que es mucho, procede de la estupidez emocional: falta de empatía, intolerancia a la frustración, crítica gratuita indiscriminada, victimismo, autodesprecio, envidia, compulsión, obstinación, agresividad, adicción a la infelicidad...


Qué curioso que alguien como esta señora, que sentencia que  el sufrimiento humano se debe a la falta de empatía, sea tan poco empática con el sufrimiento humano. Por no hablar de la libertad que se arroga para descriminar entre sufrimiento útil y sufimiento inútil...Supongo que se refiere a la diferencia entre quienes padecen tragedias y aquellos que hacen de su vida una perpetua tragedia, un drama viral. Sea como sea, Paz Torrabadella no se da cuenta de que está calificando de estúpidos emocionales al 99'9% de la población mundial. Está, sin saberlo, haciendo un juicio de valor, una crítica, poniendo etiquetas, como si ello fuese a despertarnos de la supuesta estupidez. El calificativo de 'estúpido' delata una emoción atascada de la que esta señora es prisionera (un familiar cuyas actitudes considera estúpidas pero no se atreve a manifestarlo) Fantástico. Un libro más vendido. Una entrevista más publicada, un ego un poco más inflado. Pero…realmente ha dado alguna pista acerca de cómo dejar de ser estúpido? La teoría es muy bonita. Dejar de criticar (justamente lo que está haciendo ella), dejar de victimizarse, dejar de manipular, de abandonarse a la agresividad o a la depresión…Es como decirle a alguien que se está ahogando que es un estúpido y que tiene que aprender a nadar. No ha considerado que ese náufrago (todos lo somos) lo último que necesita es otro consejo o reprimenda intelectual. Quizá antes de atreverse a dogmatizar acerca de las adicciones, esta mujer podría tratar de comprender dónde se originan los comportamientos adictivos. Quizá llegue algún día a la conclusión de que en el origen y la causa que le empujan a uno a maltratarse (y de paso maltratar a los demás) yace parte de la solución. Y que esa parte de la solución tiene mucho que ver con establecer un diálogo con el niño interno escindido de cuya existencia pocos tienen consciencia. El respeto a los demás empieza por uno mismo. El dolor ajeno siempre es reflejo del dolor interno. Huimos del dolor ajeno porque amenaza la precariamente apuntalada estabilidad emocional propia. Y nos zambullimos alternativamente en el dolor ajeno, cuando, conscientes del propio dolor, hallamos sintonía compadeciéndonos de los demás, probablemente hallando cierto sosiego y redención tratando de ayudar a otros, como si eso fuese nuestra tarea, eludiendo la responsabilidad de sanarnos a nosotros mismos bajo la excusa de que no sabemos cómo hacerlo. La sanación emocional no es un proceso fácil, ni un camino que los ortodoxos de la psicología puedan recetar. Es un camino personal que surge como consecuencia de una íntima toma de conciencia de que la solución está única y exclñusivamente en uno mismo, en el interior. Desde ese momento, si esa convicción no desfallece (y normalmente un acontecimiento trágico desencadena su inevitable inicio) estamos destinados a transitar por el proceso de metamorfosis que nos está llevando individual y colectivamente de pesadas y lentas orugas a gráciles, ligeras y hermosas mariposas. La segunda venida del Cristo ya está a aquí. Cada uno de nosotros la está encarnando.
– ¿La estupidez engendra todas esas cosas y se alimenta de ellas?
– Sí, pero una vez la detectas y reconoces, puedes prevenirla. Lo primero que hay que saber es que nadie está exento de ella, todos cometemos estupideces alguna vez.

–Bien, mensaje recibido.
– La estupidez es muy común. Como sociedad la vemos en las guerras o en la destrucción del planeta; en la familia, cuando nos atacamos psicológicamente o somos poco empáticos, y eso lo veo mucho en terapia de pareja: uno se queja del otro, cuando con pensar en el otro todo se solucionaría.


–¿El estúpido se sabe estúpido?
– Por naturaleza la estupidez se blinda, el estúpido emocional se especializa en criticar, ve la estupidez ajena y se concentra en ella: es más cómodo. Son personas rígidas en su pensamiento que se mueven en dicotomías del tipo bueno-malo, y muy susceptibles.

–¿La estupidez aumenta con la práctica?
– Sí. Para justificar una estupidez se suele incurrir en otra, y es muy contagiosa.

–¿?
–Si respondo a un bocinazo (una estupidez, porque está generando un sentimiento negativo), me estoy contagiando de su estupidez.

–Entiendo.
La única manera de no contagiarse es reconociéndola. Debería existir la asignatura de estupidología, porque dedicamos muy poca energía a un fenómeno que condiciona nuestras vidas y sociedades.

No me parece una idea descabellada.
La estupidez es irracional como la crítica gratuita. Yo diría que tanto critica una persona a los ausentes, tanto está instaurada en la estupidez. Y hay grandes mentes muy estúpidas que siembran a su alrededor sentimientos negativos innecesarios.

¿Cómo detectarla?
Cuando causamos o padecemos un sufrimiento inútil. Por ejemplo, el hombre o la mujer que ante una separación utiliza a sus hijos en contra del otro haciendo sufrir a todo el mundo. Semejante estupidez hay que reconocerla y evitar entrar en una escala de estupideces.

Deme claves.
La conciencia de los propios sentimientos, darse un espacio para observar los pensamientos, porque si soy consciente de cómo me siento puedo controlar.

El autocontrol es difícil.
Una gran herramienta es compartir, poder poner en común temas personales con otros. Es impactante ver como terceros pueden intuirte y darte buenos consejos. Somos mucho más transparentes de lo que creemos, lo que pasa es que nos han enseñado a desoír esa inteligencia intuitiva, lástima, porque todo eso que no se dice es más importante que lo que se dice.

¿El autoengaño es la mayor estupidez?
Sí, y contra eso sólo podemos autoeducarnos día tras día. Albert Ellis, creador de la terapia racional emotiva, decía que todo el sufrimiento humano procedía de las ideas irracionales que no son más que exigencias: “Los demás tienen que comprenderme...”.

Pero la cosa funciona al revés...
Exacto, para los demás nuestros problemas son de una levedad inconmensurable. Hasta que aceptamos esto, nos vamos neurotizando cada vez más.

Solemos ser víctimas de nuestra propia manera de pensar.
Sí, nos tomamos muy en serio. Además, nuestra colección de excusas para sufrir se retroalimentan. La verdadera causa de la perpetuación de cada discurso es que se obtiene algo de él aunque sea insatisfactorio, por ejemplo: que las cosas me vayan mal me permite seguir quejándome.

De nuevo un juicio de valor. "nos tomamos muy en serio". Somos "coleccionistas de excusas".
Hay que ir con cuidado con este tipo de comentarios, pues dejan poca esperanza a posibles soluciones y dejan un poso de fatalidad del que cuesta recuperarse. Todos podemos cambiar este mundo si empezamos a tomarnos justamente más en serio y con más respeto nuestra verdadera esencia. El problema radica justamente en el daño que nosotros mismos nos ocasionamos al juzgarnos de incapaces, victimizándonos. La solución está justamente en restituirnos la integridad reconociendo que el mayor juez está en el interior , descreditando y deponiendo su autoridad sobre nuestras acciones.

Abarcar una perspectiva más amplia de nuestra existencia, más eterna e inmortal. Esa es la grandiosa óptica que nos permitirá tomarnos todo menos en serio. Si nos damos cuenta de que somos actores representando un papel (cada cual el suyo) en una inmensa y magnífica representación cuyo sentido va más allá del sufrimiento y la supervivencia, lograremos bajarnos de esta vorágine y congraciarnos con el puesto que realmente ocupamos en el orden global de las cosas: seres espirituales y eternos gozando de una experiencia humana temporal en una dimensión limitante que nosotros mismos, como arquitectos de la creación hemos diseñado para servirnos de un escenario en el que experimentar las limitaciones físicas y extraer de este entorno limitante lo mejor de nuestro ilimitado potencial. Somos cocreadores de la realidad que nos rodea. Porque aquella energía a la que algunos llaman Dios es justamente lo que nos anima, aquello que nos confiere existencia, lo que somos.

Hablemos de la paradoja: si persigues el sombrero, él insiste en irse volando.
Así son las relaciones humanas: es nuestra pretensión la que genera el problema. Nuestra propia insistencia genera la reacción contraria. Pero la paradoja es la base del humor, y la estrategia más inteligente y airosa de superar una forma de relacionarse estúpida es el sentido del humor.

¿Se le ocurre cómo cultivarlo?
Estando con personas que lo tienen, porque el sentido del humor es un deporte de dos.

Hay quien teme pasar por estúpido.
Tolerar algo no significa que nos parezca bien, sino sencillamente que sabemos que sucede y mientras sucede no lo negamos.

¿Qué pregunta debo hacerme a diario?
Cuánto hay en mi vida que estorba o enmaraña: pensamientos, costumbres, ruido. Alexander Lowen decía que la felicidad es la conciencia de la propia mejora.

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