Afortunada (e ineludiblemente) la realidad de la energía emocional, ese motor interno escondido tras el gobierno inconsciente de nuestras pulsiones y adicciones no razonadas por mantenerlo todo bajo control, y su imperiosa necesidad de ser sanada, se está abriendo paso en nuestra mente consciente. El ímpetu de lo reprimido ha pugnado incansable y crecientemente, desde los albores de los tiempos, por expresarse y hacerse sentir. Y a fe que está hallando finalmente la vía de manifestación. El ruido ensordecedor que nos aturde en estos inicios de milenio es prueba fehaciente de ello.
Una nueva realidad se está abriendo paso definitivamente, tras arduos y denodados intentos. Nada la puede ya detener. Un nuevo ritmo se está insertando en la partitura de la humanidad. Un seismo consciencial que está teniendo réplicas por todo el mundo. En todas las almas está vibrando una nueva sintonía, una nueva partitura que vibra en clave de equilibrio y armonía.
Todos estamos sintiendo que el viejo mundo se está poniendo él solito en tela de juicio. Batallas internas entre facciones otrora aliadas, todas las miserias afloran a la superficie tras haber estado escondidas bajo las pesadas alfombras de los secretos sumariales. Modos, maneras y perspectivas nuevas acerca del cómo estar en la Tierra están imparablemente germinando. Nos estamos enfrentando a algo radicalmente novedoso que nos conduce, si así decidimos aceptarlo, al umbral de la realidad tras el velo. Y ello inevitablemente nos está colocando frente a la madre de todos los corderos, la cuestión de las cuestiones, tan maquillada y eludida: quienes somos.
Para saber estar hay que sentir lo que se es. Parece un juego de palabras, ¿verdad?. Así me lo ha parecido a mi también durante el breve lapso de tiempo recorrido desde que nací hasta la actual frontera de los 45 años. Tomar consciencia, despertar, darse cuenta de...es algo que todos acabamos experimentando. Es algo inefable. A duras penas sirven las palabras. Y cuando quieres ordenarlas llegas a la conclusión de que no son necesarias, salvo para usarlas creativamente, componer poemas (que luego quizá musicar).
Todos sentimos, cada vez con más fuerza, que existe, en algún no-lugar/no-tiempo que nos es muy familiar, un modo de comunicarnos desprovisto del limitado recurso de las palabras. Es como si hubiésemos estado sobreviviendo en este mundo, tanteando todos juntos las paredes de una oscura habitación buscando el interruptor de la luz. Golpes, codazos, estrategias para hacerse en propiedad con un pedazo de la pared, patadas a quien trate de buscar su propio rincón desde donde proteger sus espaldas...al principio con violencia física, luego la manipulación más sibilina, cada cual desde su esfera de dominio, más particular o colectiva. Todos en busca de la luz que revele nuestra verdadera identidad más allá de lo que hemos atinado a percatarnos mediante los escasos cinco sentidos de los que nuestra corpórea vestimenta nos ha provisto.
La luz, siempre buscando la luz. Será que nos es propia...
Y sin embargo no acabamos de creernos, de comprender, de vislumbrar la deslumbrante y pacificadora perspectiva, atrapados como nos sentimos en un entorno en apariencia más amenazante que nunca...que nunca...
Desde la reducida óptica escénica que suponen las escasas décadas que llevamos pisando nuestra casa, nuestro planeta, nos cuesta recuperar la perspectiva de nuestro viaje. La Tierra, ese "hogar en la lejanía" (Eridú, en sumerio/acadio, y que con el tiempo derivó en el Erde alemán, Jorden escandinavo y Earth anglosajón...) un hogar tan reciente para una parte de nosotros, esa porción de nuestros genes que proviene de allende las estrellas y que se arraigó en este pequeño planeta de los confines de la galaxia hace 450000 años para quedarse. Y luego está esa otra parte, más ancestral, darwiniana, terrenalmente evolutiva en el recuerdo de nuestra equilibrada simbiosis con nuestro entorno, nuestra colectiva fraternidad con todo lo que vive.
Somos seres (iba a decir perfectos o fantásticos, pero podría ser malinterpretado) inmaculados y eternos, creados y creadores, creativos hasta el infinito en este mar de probabilidades inagotables que es el universo, qué digo, el multiverso, omniverso...
Y sin embargo hay tanto dolor almacenado. El recuerdo de la esencia eterna se abre paso entre muchas y espesas cortinas de confusión. Una esencia todavía inasumible para los estupefactos apegos adheridos hasta la médula a la realidad holográfica de esta Matrix que es el teatro de los sueños, que proyecta sin descnso escenarios a la par estresantes y edulcorantes. Una escena dualística que, cual carrusel, viene y se va y regresa ofreciendo los mismos perros con distintos collares. Un restaurante de cartón piedra que ofrece un menú recalentado en el microondas de los titulares mediáticos, un menú claramente repetitivo para quien ya se ha percatado de los discursos rayados de esos espabillati de hoy y de siempre que tratan de seguir pescando conciencias confusas en río revuelto.
Es paradójico porque siendo como somos, esencial e intrínsecamente libres, seguimos cayendo en la tentación de creer que lo que necesitamos son mejoras en nuestras condiciones carcelarias. Prisioneros de la perspectiva confundida acerca de la vida, creemos que este mundo no es sino una fatal prisión de la que solo se han liberado los que ya se fueron ("y vete a saber dónde", nos decimos...) Prisioneros y...carceleros a la par. Sumidos en un mar de confusión, producto de la confusión acerca de nuestra real naturaleza, hemos estado disparando contra el primero que nos cuestione nuestras creencias, que nos enfrente a la posibilidad de que nuestra visión esté siendo filtrada con unas lentes distorsionantes que negamos llevar puestas. Y matamos al mensajero. Aniquilamos a todas esas voces que trataron en el pasado y siguen tratando de despertarnos del sueño.
Expertos en el campo de la psicología como el Dr. Janov, el Dr. Gabor Maté y tantos otros que dedican sus vidas a escudriñar en las dañadas "placas madre" de nuestro hardware vital están llegando, sin muy bien saberlo, a la disyuntiva que aquel rabino judío nos presentó hace escasos 2000 años: la vía de la compasión: ofrecerás tu otra mejilla a tu hermano, en la confianza de que con esa actitud tocarás su fibra más sensible y lograrás que recapaacite acerca de su actitud defensiva/agresiva...
"Amarás a tu próx(j)imo (así) como a ti mismo."
Como a ti mismo...Amar...te.
¿Cómo sentir compasión por uno mismo?
Llegados a este punto, conviene abordar seriamente el fundamental y a todas luces insoslayable tema del niño interno, la verdadera frontera de la libertad. Y abordarlo no intelectualmente sino desde el corazón, desde la aceptación y la rendición a las ignotas profundidades del pozo de desconsuelo que arrastras y que bien has tratado de disimular por todos los medios posibles (por miedo al dolor que el juicio te ocasione), bien has blandido como pabellón de guerra con el que enfrentarte al mundo.
Arrastras mucho miedo, créeme. Si estuvieras libre de tu esclavitud mental, andarías por ahí con el rostro magnetizante de los iluminados por el amor universal, indulgente con las pataletas infantiles y con las de los todavía niños internos, abandonados, de aquellos que se dicen adultos...andarías comunicando asertivamente a los intolerantes y beligerantes egos, parapetados tras las defensas de su autosuficiente intelecto. Serías como el bambú, sólido pero flexible...
En los albores de un nuevo ciclo, para alcanzar dicho estado, tu única responsabilidad radica en liberarte de tus miedos. Y para ello debes abrazar y comprender a tus emociones, tus angustias y vergüenzas, alojadas en tu pasado. Reconocerlas, mirarlas de frente, alineándote con ellas y permitirles que se expresen ahora para que ese pasado deje de ser ese tabú sangrante del que huyes entre chistes irónicos y/o delirios de escapismo pseudoespiritualista. Para que puedas estar en el presente, alineado con el corazón galáctico desde el aquí/ahora del corazón de cada una de tus células...necesitas sanar tu pasado para vivir.
La verdadera libertad, el verdadero coraje está en mirar adentro y concederte el necesario consuelo que nunca llegó ni llegará desde el exterior. Para poder amar desinteresadamente, sin razón, y por sobre todas las cosas a la chispa de divinidad que te anima, la fuerza que todos compartimos. El único rescate viable es el que decidas operar en ti mismo, el de tu propia paz, yendo a visitar todos los rincones oscuros de tu alma. Un camino que, por otra parte, ya estás recorriendo. Todos lo estamos haciendo. Unos antes, otros después, cada unoa su ritmo...La única vía para conectar con el eterno e inagotable caudal de luz interno, el potencial amoroso y pacificador que ya no espera, sino clama para ser reconocido. Ama y deja vivir. Para de pensar y siente...todo lo demás no tiene sentido.
"La virtud es orden en el amor"
Agustín de Hipona
Namasté.
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