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lunes, 28 de mayo de 2012

La meta: la responsabilidad (I)

Este artículo probablemente no lo lea nadie hasta el final porque nadie se va a sentir aludido. Los egos son incapaces, por naturaleza, de asumir su propia y demente deriva. Por eso me lo escribo a mi mismo. A ver si con el ejemplo alguien permite que una chispa de santidad aflore tras la ermética armadura de intelectual racionalidad que pudre esta sociedad.
Estás bloqueado por la pulsión de controlarlo todo. Tienes una necesidad de ejercer dominio sobre el dónde y el cuándo en todos los aspectos de tu vida cotidiana. Tu mente secuestrada no para. Dia y noche analizando y tomando decisiones sobre tu circunstancia y la de los demás. Con tu acostumbrada prepotencia te dedicas incansablemente a decidir lo que es verdad y lo que es mentira, lo que es correcto o incorrecto, lo adecuado o lo inadecuado, siempre en función de tus principios. Los demás están siempre equivocados. Nunca consideras viable las decisiones ajenas.
Lo curioso es que si alguien acierta, en un atisbo de conexión con sus sentimientos, a pedirte disculpas, en tu fuero interno no las aceptas. Te ves en un aprieto inesperado. Puesto que no te permites equivocarte no toleras que alguien se disculpe. Sabes que eso traería paz a quien se disculpase y te dejaría a ti sumido en la impotencia de verte desprovisto de un contrincante contra quien pelear, de un motivo para seguir emputado. Estás enfadado. Enbroncado. Por muchas decisiones que tomes siempre hay algo que falla. Nada sale como quieres. Siempre hay alguien más a quien echarle la culpa de la falta de profesionalidad, del rigor, de la seriedad.
En el fondo, muy debajo de toda esa capa de pretendida autosuficiencia, en un nivel más profundo de tu ser, hay un niño desconsolado, asustado, oculto en una cueva de dolor congelado. Ese niño es tu miedo, atrapado en tus resentimientos. ¿Fuiste abandonado, olvidado? ¿Sobreexigido? ¿Te viste obligado a amoldarte a sus exigencias y convertirte en un clon adoptando sus principios o acaso optaste por ir al polo opuesto y jurarte a ti mismo no repetir nunca las actitudes que tanto padeciste? En ambos casos, ya te vendieras al statuquo imperante o huyeras de él, estás cargado de resentimientos, ese paquete de recuerdos dolorosos que aguardan a ser tenidos en cuenta, que esperan a ser considerados, y consecuentemente exorcizados. Resentimientos que utilizas como arma contra el primero que 'rasque' en tu caja negra. Y el primero, generalmente es el más cercano...¿Y qué hay más cercano que aquellos sobre los que tienes dominio en la familia?...Resentimentos que constituyen el lastre que impide que el globo de amor que eres coja el vuelo que le es propio y natural. Tu 'cabeza' los niega y huye de ellos como de la peste. Natural. Es como si hubieses contratado a un fiel abogado para que gestione todos tus conflictos cotidianos, desde ir a comprar el pan hasta enfrentarse a un accidente de tráfico. Lo que pasa es que este abogado está podrido de juicios. Vive de acusar y de hacer negocio extorsionando a todo aquél que aparente estar contra sus principios. A tu abogado le importas un rábano. De hecho cada vez te sube la minuta porque se da cuenta de que cada vez obtiene más poder sobre ti. Te tiene anestesiado. Has claudicado de tu libre albedrío y tu abogado, cual mono parlanchín, se ha subido a la parra y se dedica a defender su ganada posición y prestigio (el que tu le has otorgado). Ya ni recuerdas cuando delegaste tu poder en ese intruso. Domina tu dialéctica y se arroga el poder de decidir cuándo existe una agresión y en que modo debe ser contratacada. Y sin embargo vas explotando a diestro y siniestro, normalmente en presencia y utilizando de cabeza de turco a los que tienes más cerca, haciendo cierto el famoso dicho quien bien te quiere te hará sufrir...Por supuesto que no figura en su vocabulario el término compasión. El enemigo está ahi afuera y debe ser derrotado con el máximo esfuerzo (obviamente con el mínimo rendimiento). Hace falta más contundencia, te dices. Y sin embargo siempre queda un combate pendiente en el campo de batalla. Siempre hay algo o alguien a quie echarle la culpa. Es normal en el estado de secuestro en que se halla tu mente. Tu mente secuestrada por tus egos. Muy en el fondo tu Ser eterno, eso que tu eres más allá del tiempo y el espacio, sabe que el enemigo está en casa.

Es cierto. Este mundo es una jungla. Llegaste a él y te encontraste con una jauria de lobos hambrientos. Viniste a iluminar este mundo con tu paz. Todos los niños lo hicísteis (hicimos) pero sucumbiste a la ola de miedo que impregnaba cada rincón de tu entorno. Asumiste las culpas que te cargaron o que insinuaron (muchas veces con sus actos o con sus omisiones de ayuda). Te resignaste a asumir los calificativos que te endosaron (inútil, vago, lento, torpe, …) Es paradójico pero creíste que doblegándote ante su desprecio te querrían más, que serías al fin aceptado como eres. Que tarde o temprano ellos recuperarían el juicio (sentido común) y el sufrimiento terminaría. Que finalmente te amarían y se amarían y amarían al planeta. Ahora atienes ganas de gritar...

Nunca imaginaste que tu salvación, esa redención que andas buscando en todos los proyectos que inicias desde que te levantas por la mañana (si aciertas a hacerlo), llegaría solo cuando sintieses compasión por ti mism@. Esa opción estaba descartada. El mundo te ha ridiculizado cuando has hecho amago de introspección. Te llamaron tímido, asocial, desintegrado, desmotivado, aburrido, todo con tal de impedir que asumieses tu libertad y eso les derribase el frágil castillo de naipes desde el que controlan y monitorean los pasos que hasta ahora has dado a ciegas.
Desde entonces has escupido a diestro y siniestro, liberando aleatoriamente tu olla a presión, amparado bajo la legitimidad de tu victimismo. Olvidaste paulatinamente tu exclusiva condición de víctima y asumiste tu cuota de tiranía. Donde las dan, las toman...Ah, eso sí, todo ello mimetizado con las mejores intenciones. Lo haces siempre por el bien de los demás. Buscas imponer tu punto de vista sobre cualquier grupo étnico o socialmente desfavorecido, porque necesitas de un objetivo donde descargar tus frustraciones. Les repites por activa o por pasiva que hay que defenderse del entorno y qué mejor defensa que un buen ataque 'preventivo'.

Tus 'corderos' se han quedado en el estadio de víctimas (el que tu has 'superado'), te dices, y para ti adquieren inmediatamente el estatus de infelices redomados. Incapaces de tomar decisiones en su vida. Infelices de tomar las riendas de sus vidas. En el fondo su autonomía supone una amenaza para ti, por lo que en un rapto de perversión caes en la tentación de manipularlos y decides tomar las decisiones por ellos. Seas hombre o mujer, Tu intelectual paternalismo se apodera del servil ganado. Les ofreces una amplia y confortable prisión. Ya son tus esclavos. Obviamente despliegas una estrategia muy sutilmente confeccionada para que nunca se les ocurra acusarte de carcelero. Para eso alimentas las rencillas internas y patrocinas las batallas entre los opuestos. Institucionalizas el combate inventandote la lucha de clases, los partidos politicos, las ideologias,...

Has alimentado una sumisión a un sistema en el que hasta ahora se han sentido cómodos. Ahora que se rebelan contra tu sistema les prometes otro licuado de los movimientos revolucionarios que tu mismo patrocinas (Primavera árabe, etc...) haciéndoles creer que son ellos los que cambian la coyuntura. Les acusas de no tomar decisiones por si mismos pero, por contradictorio que suene, no deseas su libertad porque si la consiguiesen, eso te conectaría inmediatamente con la emoción del abandono. Por eso les das una de cal y otra de arena. Es la mejor manera de confundirlos. Un poco de tiranía, un poco de victimismo, un poco de inflación un poco de deflación, según las necesidades del contexto. Ahora concedes el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Alcalá de Henares a Jose Luis Sampedro, el más acérrimo crítico con la universidad del s. XXI, (y él, pobre iluso, infla su ego y lo acepta). Y tu te relames en la autosatisfacción de haber domesticado a otro ego infeliz, concediéndole el premio que en su fuero interno aborrece.
La libertad te conecta con un miedo atávico. Que ellos (hijos, esposa, marido, empleados, súbditos, fieles, cualquiera sobre el que ejerzas un dominio...) consigan salir del nido, de la prisión con barrotes de oro que les fabricaste y a la que se han acomodado te conecta con tu responsabilidad de asumir tu propia libertad, con la de reducir a tu tiránico letrado. Como bien dice Marianne Williamson, "no tienes miedo a morir, sino a vivir". La espiral de control en la que estás subido te impide, por naturaleza, bajarte de la montaña rusa de autoexigencia que te has impuesto. Sientes que te va la vida en ello, cuando en realidad vas de camino directo a la tumba. Mejor dicho, a lo que tu consideras que es la tumba. Y por el camino arrastras a cuantos se ponga por tu camino. El miedo a morir es un vórtice muy poderoso que te atrapa con su magnetismo. Tienes miedo a morir porque sabes que la muerte solo es una puerta a una dimensión más amplia de tu esencia. Y no quieres verla porque entre otras cosas en ese no lugar/no tiempo no hay necesidades que satisfacer, no hay rivalidades, no hay enfrentamientos, no hay arriba o abajo, ricos o pobres, justo o injusto, y eso te libera de tu demente adicción a controlar todo. Pero descuida, la vida es un torrente que ya no pide permiso para entrar en tu casa. Ahora entra como el agua a presión de una manguera, lo quieras o no. Y más te valdrá recibirla con los brazos abiertos. Resistirte es seguir sufriendo.

A todo aquél al que haya ofendido:
Lo siento, perdóname. Te amo.

2 comentarios:

  1. Todo es una parte de Mí, sé quien y qué Soy pero no lo estoy siendo, me pierdo en el instante pero he empezado a no luchar, solo quiero amarme, Amarnos.
    Te amo, ya no necesito perdonarte.

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