Dicen los entendidos (líbrame de ellos) que nos hallamos ante el clímax de la evolución del Homo Sapiens en virtud de los avances tecnológicos a los que hemos llegado. Y sin embargo todos nos seguimos preguntando por qué tan agolpado avance científico va tan calamitosamente acompasado con la deriva tan autodestructiva que estamos presenciando? Todos tenemos secretamente unas todavía inconfesadas ganas de mandar tantos postulados científicos al cubo de la basura. Quiero decir, ¿para qué nos ha servido tanta devoción y sumisión por el intelecto? ¿Para qué tanto progreso científico? ¿Quién no canjearía todos los logros genéticos que las élites nos (se?) regalan, por un poco más de humanidad? ¿es que acaso hemos de dar por descartado que podamos avanzar en ambos aspectos a la vez?
Quizá antes de eso debiéramos preguntarnos qué es la humanidad...¿en qué consiste realmente ser humano?
A lo largo de multitud de vidas físicas, que encadenadas y en su conjunto suman miles y miles de años de duración, cada uno de nosotros, en particular, y el Ser Humano en su globalidad, hemos ido evolucionando progresivamente hasta alcanzar un estado que nos coloca frente al despertar de algo que, perteneciéndonos, había estado latente y dormido en algún ricón de nuestro dominio: la Consciencia.
Solemos juzgar a otros de no tener consciencia, asociando esa expresión con quien no es capaz de tener vergüenza, o quien actúa sin sentimientos o consideración hacia los demás. Pero acusar de inconscientes a gobernantes, científicos, financieros o jerarcas y monarcas nos confronta con la verdadera cuestión: ¿Ante qué más atropellos he permanecido inconsciente? ¿Acaso no soy responsable de mi propia inconsciencia? ¿Qué significa e implica zambullirme en mi interior para recuperarla?
La raza humana ha realizado y comenzado a socializar e interiorizar un hallazgo que hay que incluir entre los más importantes y trascendentes de los llevados a cabo por el “Homo Sapiens”. Se trata de un descubrimiento más notable y valioso que el del fuego o la rueda, el hallazgo de que la realidad 'exterior', la percibida por nuestros cinco escasos sentidos físico se muestra ante nuestros ojos –y depende– en función de la 'realidad interior'.
A lo largo de la historia, en todas las épocas y latitudes, multitud de seres humanos han intentado cambiar (sin duda con la subjetiva intención de mejorar) el mundo exterior para que las circunstancias personales estén 'rodeadas' de armonía. Cuántas revoluciones, por ejemplo, se han aplicado ferozmente a ello. Y cuántas personas han dado aquello que consideraban lo mejor de sí, incluso la misma vida, con la intención de conseguir esa justicia exterior tan anhelada. A pesar de haber estado actuando desde el entorno para cambiarlo (creencias religiosas, tendencias políticas, postulados científicos, sistemas económicos, redes sociales,…) el mundo exterior, lejos de experimentar las transformaciones deseadas, se ha obstinado en repetirse cíclicamente.
Hoy sabemos, por fin, que es desde nuestro interior –el estado en que se encuentre nuestra consciencia (un estado que íntimamente va ligado a nuestra salud mental)– desde donde creamos y moldeamos esa realidad exterior. Es ahora que tomamos consciencia de que todo lo que experimentamos con fastidio no es sino producto de nuestra intervención, desde nuestra creación inconsciente. El cambio del mundo exterior no puede hacerse desde el exterior, sino desde el interior: se necesitan ojos nuevos para un nuevo mundo. Y esos nuevos ojos se consiguen rindiéndonos a la aceptación de que existen mecanismos de defensa tras los que nos hemos blindado generación tras generación, como mecanismo de supervivencia, pero que han tenido una contrapartida oscura: cerrarnos el acceso a la paz interior tan anhelada. Vida tras vida, generación tras generación intentando cambiar "desde afuera" lo que solo puede cambiarse mirando adentro...
Este descubrimiento ha abierto las puertas a la posibilidad de un gran cambio, a modo de inconmensurable salto dimensional, ante el que como humanos nos hallamos, por encima y más allá de los límites de
Somos co-creadores de todo lo que existe. De lo agradable y lo desagradable, de lo armónico y lo desarmónico. Y poseemos el potencial para modificar nuestra creación.
No hace falta esforzarse ya más en alcanzar algún peldaño más en esa frenética carrera competitiva en que hemos convertido la vida por sobresalir de la mediocridad, esa a la que nuestros ancestros se creyeron inevitablemente abocados (y así nos lo transmitieron). Se trata de cambiar el punto de vista, de asumir una nueva perspectiva desde la que nos observamos para dejar de juzgarnos y alcanzar esa ataraxia soñada por Platón, adoptar una actitud compasiva frente al caos que ha regido nuestra existencia.
No es fácil. Nadie dijo que lo sería. Y no se trata de desandar radicalmente 'todo lo construido' y regresar a la llamada vida natural, como hacen todos los que secretamente abominan del progreso. Todo consiste en permitirse mirar adentro y descubrir la cocina del mundo real.
Como ante toda catástrofe, lo más cabal es parar las máquinas y hacer revisión de daños. observar las heridas y sentir su dimensión, condición necesaria para evaluarlas y adoptar medidas para cerrarlas. Mirando con compasión al agredido y al agresor, que no son sino la misma entidad, (tú mism@) y confiar en la Rousseauniana creencia en la bondad intrínseca y esencial de toda criatura viviente. La sociedad eres tu.
llegado a este punto quisiera hacer incapié en la importante diferencia existente entre sentir el sufrimiento ajeno (la con-pasión) y vernos afectados por él (algo de lo que a muchos gusta presumir). No olvidemos que el término afectación viene definido tal que así: "Cuidado excesivo, falta de sencillez y naturalidad, extravagancia presuntuosa en la manera de ser". La afectación es, pues, literalmente una 'manera de ser'. Cuando adoptamos modos y formas, pretendiendo parecernos a algo o alguien, estamos desvirtuando al modelo. Y eso es una cualidad de aquel ente al que tanto Freud como todos los que le siguieron convinieron en identificar como el ego.
Cuando decimos que el sufrimiento ajeno nos afecta, no estamos siendo compasivos, por mucho que lo pretendamos y nos promocionemos, la voluntad de dar algo cuando no reconocemos que nunca tuvimos ese 'algo', no es creíble y nuestra presencia no está siendo sanadora. Solo la compasión sana. Sentir empatía por lo que siente tu semejante es lo que tiene el poder de sanar.
¿Es difícil ser compasivo?. Tan solo consiste en aparcar al demente intelecto, desautorizar esa necesidad analítica-estadística que cual armadura aflora ante eventos que tan solo precisan de compasión. Si el ego es apartado conscientemente, lo estrictamente necesario brota naturalmente.
Todos hemos sido compasivos. Todos re-conocemos esa cualidad. Lo fuimos de pequeños. No nos costaba nada ser compasivos. Al menos hasta que fuimos obligados a desestimar y desacreditar nuestra propia naturaleza. El lavado mental fue muy potente para algunos, convencidos finalmente de que ser compasivo era de débiles mentales, de pusilanimes. Algunos nos lo creimos. Y nos hicimos 'fuertes', en realidad insensibles. Nos dijeron que para sobresalir en la 'merienda de negros' que es la vida había que estudiar mucho. Más que los demás a ser posible. Ahí se labró la tiranía del intelecto, ese castillo desde el que poder humillar a los iletrados.
Regresar al momento en que la inocencia fue entregada por nosotros en usura y rescatar la luz oculta, la fe en la fuente de la que todos procedemos, el mayor tesoro de la niñez, es la clave para anclar el cielo en la Tierra. Y para eso hay que atravesar ineludiblemente por la noche oscura del alma, todas las capas de la cebolla tras las que hemos reprimido y acumulado los resentimientos. Tenemos miedo al dolor, pero hoy puedo decir que he comprobado que las lágrimas vertidas al enfrentar el dolor reprimido son tan sanadoras como placenteras.
Si eres de los que creen que Dios ha muerto, quizá te nutra este texto...
Tu presencia aquí no es fruto del casual o caótico azar celular. Observa a tu alrededor y dime si no observas orden y armonía en todo, salvo en la mente de los hombres. ¿Quieres sanar el mundo? Conecta con tu corazón y comunica desde él. Eso implica callarse las más de las veces. Ya sabes aquello de que "soy esclavo de mis palabras y dueño de mis silencios". Siente compasión por ellos porque sufren. Incluso los que más duros e insensibles se muestran, los que más pertrechados se hallan tras la barrera del poder, son los que mayores dosis de anestésicos han consumido. Anestesia para no sentir dolor…ergo sentir dolor es lo que sana.
Y dolor es lo que ahora estamos sintiendo. Todas las defensas están colapsando. El sistema controlador está revelando su manipuladora deriva, todo el maquillaje publicitario (piel de cordero) tras el que los lobos escondían sus intenciones está cayendo. Bienvenido al fin del mundo tal como lo hemos conocido. Toma asiento y observa sin juzgar. Y ríete de esta broma que es la vida, sabiendo que igual como te metiste en este embrollo igual estás capacitad@ para salir de él. Estás en el proceso de despertar de la alucinante pesadilla-espejismo-holograma en el que tu mente, y la de todos y cada uno de nosotros, ha estado inmersa desde tu/nuestro advenimiento como Homo Sapiens. Se termina la excursión. Pero quien no recuerde (no quiera recordar) de donde procede, que toda excursión tiene un origen y un propósito, tiene perfecto derecho a permanecer en 'esta' ensoñadora realidad...
Lo siento,
perdóname,
te amo,
Gracias.
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