Alberto fue esta mañana al cajero automático a realizar un reintegro. 50 euros para pagar a José, que limpia semanalmente el escaparate de su pequeño negocio. Una tienda de fotografia, otrora boyante actividad lucrativa en la que empleaba a tres personas más –entre las que figuraba su propia mujer y su hija– ahora el quehacer diario que le da para subsistir y poco más. Su hija aprovecha el paro forzado para estudiar, finalmente, aquello que siempre deseó, psicología. La esposa de Alberto está cosiendo por horas a domicilio. El empleado que tenían, Cuautémoc, un nicaragüense, al que Alberto pretendía tratar como a un hijo, pues no pocas veces invitaba a comer a su propia casa –aunque solo le retribuía por su jornada laboral con el salario mínimo– ha tenido que regresar a San Benito, no lejos de Managua, tras un desgastante periplo por múltiples ventanillas de organismos institucionales solicitando las ayudas que el estado español ofrece.
Alberto se dice a si mismo que espera que los 'viejos tiempos' regresen. Los tiempos de lo conocido. Alberto ha sido siempre de los que creen en el viejo adagio de 'más vale pájaro en mano que ciento volando', sin darse cuenta que con esa pseudofilosofía estaba comulgando con aquello de que mejor malo conocido que bueno por conocer, sentenciándose día a día a una ignorancia mayúscula. Como consecuencia, las declaraciones de IVAS se han convertido en la película de terror que trimestralmente se desayuna con su mujer. Los juegos malabares para sobrevivir le han producido hoy un temor exacerbado al mero visionado del extracto de su póliza de crédito, que corre serio peligro de convertirse en pánico. Por eso, al salir de la sucursal bancaria a penas ha prestado atención a un hombre, sentado en uno de los peldaños de la entidad bancaria. Un hombre que aparenta más años de los que tiene seguramente. De hecho tras una descuidada barba, unas viejas gafas de sol y un cutis enrojecido por el exceso de vino peleón que riega los menguados nutrientes de su exigua dieta diaria, se puede adivinar a un joven de treintaypocos años. Un hombre somnoliento que a duras penas acierta a embocar entre los labios su atesorado tetrabrick de Don Simón. Alberto, como digo, ni se ha percatado de su presencia hasta que observa que el joven mendigo está ahora sin pretenderlo, obstaculizándole la salida. Probablemente una parte de él no ha querido, al entrar, grabarlo en su retina, por si el impacto de esa realidad llegase a hacer mella en el sueño de uno de estos días, y acaba despertando entre sudores.
De repente, Rafa, el mendigo, que se halla en el camino de Alberto acierta a levantarse, cediendo el paso de salida al circunspecto dueño de la tarjeta de plástico dorada, dotada del chip sagrado que otorga el crédito de la abundancia a quien la ostenta.
–Buenos días, dice Rafa, verbalizando dificultosamente. ¿cómo estás? ¿hace un día bonito, verdad?¿tienes 5 euros para un bocadillo?
Alberto, extrañado por haber sido interpelado tan insospechadamente, duda por un instante cómo actuar. ¿Cuál de estos dos comportamientos es el que le va a ayudar a recobrar la paz interna?:
1. Ignora al mendigo y pasa de largo convenciéndose de que nada puede (quiere?) hacer. Es una situación incómoda. Más incluso que la experimentada frente a la máquina expendedora de billetes. El ego de Alberto le ordena que ignore la petición. Ya bastante tiene tratando de mantener el saldo de su cuenta bancaria como para entregarle a un desconocido borracho los 5 euros. –Además, continúa su ego (todo esto en el lapso de décimas de segundo), si le das 5 euros se los va a gastar en vino, con lo que posiblemente la próxima vez que regreses al cajero, te lo encuentres en la misma actitud. Te lo advierto, si le das el dinero, vas a tener que darle todos los mendigos de la ciudad. Además, ¿qué le impedía a él estar en tu posición actual? A fin de cuentas vivimos en una economía de mercado libre. Todos somos dueños de nuestro destino.
2. Sin pensárselo dos veces (y no dándole así a su ego, la oportunidad de que enjuicie su actitud), regresa al cajero y saca los 5 euros. Se los entrega a Rafa con una sonrisa y se despide, disfrutando de la satisfacción de haber podido ser generoso, una situación que había olvidado desde la última vez en sus tiempos de estudiante. –Realmente has perdido la razón, ataca el ego. –Tienes razón, responde Alberto, desde la sabiduría de su Ser Real, tú siempre tienes la razón, por eso te la entrego toda. Yo he decidido quedarme con lo que me dicta el corazón. Y el corazón me dice que yo mañana podría estar en el lugar de este hombre. Si se diese el caso, desearía que alguien me tratara como yo acabo de tratarle a él. HOY POR TI, MAÑANA POR MI, entiendes?…pero qué digo, ¿cómo vas a entender esto si estás programado para lo contrario? Es curioso, ahora me siento más libre. Tengo menos miedo. He experimentado una sensación de plenitud que me ha abstraído de todas las preocupaciones que TU me transmites cada minuto. Está visto que el problema eres tú, y la solución soy yo.
–Pero tu eres yo!, argumenta el Ego.
–Mentira. Tú eres mi personalidad. Yo te he creado. Y en virtud de ese poder, yo también te desvirtúo. Y a partir de ahora voy a ser más consciente de que mi meta es recuperar el centro, alineando mi mente, mi cuerpo y mi espíritu, para que estén en sincronía y no al arbitrio de tu tiranía.
–Pero, pero…
–Basta. A callar.
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