Existen dos modos de enfrentar un escenario insosteniblemente crítico y abrumador. El primero es el de la ironía. Es la vía del intelecto, que enfrenta (escapa a) lo emocionalmente inasumible mediante el sarcasmo. Es la negación del vértigo a un dolor indigesto (no-digesto) reprimido, no-verbalizable, pues yace en una fase pre-verbal (incluso intrauterina) de la existencia. Consiste en pretender pasar el "mal trago" de una escena amenazante, embriagad@s de ese "sentido del humor" sarcástico y característico de la hilaridad que nos hace "reirnos de" en lugar de "reirnos con". Es el estadio típico de las personas 'cultas' (cultivadas en ambientes intelectuales) aferradas a la lógica, parapetadas y prisioneras tras los púlpitos de sus barreras cognitivas. Estas personas gustan de hacer (o difundir) chistes burlescos ironizando acerca de los mismos eventos amenazantes, personas o situaciones que pongan en riesgo su estatus o seguridad. Estamos a punto de superar esta fase en la que está inmersa el mundo occidental.
El otro (siguiente) es la vía de la rebelión, de la revolución. Es la fase de la reacción del gato acorralado o mejor incluso, la del escorpión, que al verse amenazado, entre la espada y la pared, y no poder ya recurrir a los argumentos razonables (el escorpión astrológico no razona. Procesa su realidad desde el cerebro límbico) que proporciona el cerebro neocortical para defenderse de la situación límite a la que se ve enfrentado, se ve abocado al uso indiscriminado de su aguijón para defenderse/atacar. Pero lo hace con tan mala fortuna que ineludiblemente se lo clava a si mismo. Es la fase en la que estamos adentrándonos cuando ya no quedan más talleres de risoterapia a los que asistir.
Pero existe una tercera fase, la que sintetiza ambas re-acciones. Es la vía de la entrega, la aceptación, de la rendición incondicional a la confianza (nada que ver con la sumisión). Es la fase intermedia, que habiendo ya experimentado los extremos (opuestos), ya no combate desde ellos. Aceptar es librarse a la catarsis sanadora y liberadora, y sentir lo reprimido, todo el dolor olvidado por el tortuoso camino...y de eso nadie se muere (pues la muerte no existe). Los griegos la llamaron Ataraxia. Para alcanzarla hay que haber transitado ineludiblemente, antes o después, por las dos primeras. Es una condición sine qua non. Quien pretenda estar por encima de esa transición se está engañando a si mismo, ahondando así, en su estructura defensiva.
Me rindo. No puedo ni quiero seguir controlando (ironizando, ridiculizando, juzgando, condenando y combatiendo) lo que ME sucede. Acepto mi destino como ese náufrago que habiendo tratado, al límite de sus fuerzas, de nadar contracorriente para alcanzar la chalupa desde la que cayó (se lanzó...), se rinde finalmente a la fuerza de la corriente, después de haber medido sus fuerzas contra ella, y decide economizar sus energías permitiendo que el poder de la corriente lo conduzca allá donde decida llevarle (que no es otro lugar que el mar, donde afluyen todos los cauces).
Todos estamos confluyendo hacia el mar del que una vez salimos Y a medida que nos vamos acercando a él, lo reconocemos como el verdadero hogar. Ese mar pacífico del que una vez decidimos voluntariamente evaporarnos (escindirnos) para convertirnos en nubes. Nubes borrascosas que sobrevolaron el territorio indómito e inexplorado de la creación, para luego descender / descargarnos sobre las cimas de las más altas cumbres.
Desde entonces hemos navegado. Desde que nos precipitamos sobre esas cimas, hemos transitado a lo largo del curso del río. Y lo hicimos luchando contra la misma corriente, negando el dolor de nuestro inicial impacto, el de las gotas de lluvia sobre las heladas cumbres pedregosas. Un plan perfecto que inmanentemente conllevaba una amnesia colectiva acerca de nuestra naturaleza. Un olvido nos puso en pie de guerra, sobre la senda de la lucha, no dando el brazo a torcer, combatiendo gota contra gota de agua, en el mismo cauce que TODOS conformamos, explorando, pertrechados con la armadura del el orgullo (ego), los límites y umbrales de nuestra tolerancia al sufrimiento y nuestra capacidad para la compasión en este mundo. Amar en tiempos revueltos...
Ahora es hora inevitablemente de dejarse llevar y rendirnos a nuestro origen, a la fuente de la que procedemos. Estamos cerca de la desembocadura del río de nuestra epopeya. Es el fin del Homo Sapiens Sapiens (Cro Magnon) y el inicio del Homo Consciens, el hombre amante. Concluye un gran ciclo, como no puede ser de otro modo, pues así se rige el pulso de la Creación. El miedo es el único obstáculo. El amor, la única medicina para el dolor confiscado.
PS: ayer me encontré mi coche, en mi plaza de garage comunitario, con las cuatro ruedas pinchadas. El mecánico ha constatado que fue obra de una acción intencionada. A quien quiera que haya sido: Si por acción u omisión, directa o indirectamente, he supuesto o me has considerado una amenaza para ti...lo siento, perdóname. Te amo. Gracias.
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