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lunes, 8 de octubre de 2012

Canto a mi mismo

El verdadero rescate que la humanidad precisa no es, de nuevo, el de las volátiles finanzas, sino el requerido por nuestras consciencias. Recordar quiénes somos, cuál es nuestra verdadera naturaleza, más allá de nuestra corporeidad física, es la perspectiva renaciente que de modo imparable se está operando. El pulso constante y autónomo de nuestros corazones nos está remitiendo, de modo sincrónico a la eterna fuente de la esencia de todo cuanto es, al corazón común que todos compartimos, al origen de toda la energía esencial de la que manamos, que no es otra que el amor.
No se puede permanecer indefinidamente ajeno, por mucho que nuestras personalidades lo pretendan, desde el frenético citius, altius, fortius, al inacallable latido que nutre la vida en todos sus ámbitos, niveles y estadios de consciencia.

La compasión, la comprensión, el respeto por los ritmos de toda la biodiversidad de la que somos testigos solo es viable desde el respeto por uno mismo. La restitución de la integridad global pasa por la toma de consciencia del rescate que cada uno, a nivel individual, necesita imperiosamente realizar en si mismo. El paso, sin vuelta de hoja ya, que estamos realizando desde el reducido campo de visión del pequeño yo, escondido entre su pestilente montaña de miedos, a la macrovisión desde la azotea del Yo superior.

Todo lo que necesitas para conectar con tu cerebro del corazón es detener la máquina de pensar. ¿Tienes miedo? ¿De qué?...


"Canto a mi mismo" (de Walt Whitman):

«Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,

porque lo que yo tengo lo tienes tú

y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

Vago... e invito a vagar a mi alma.

Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra

para ver cómo crece la hierba del estío.

Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,

de esta tierra y de estos vientos.

Me engendraron padres que nacieron aquí,

de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,

de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.

Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.

Y con mi aliento puro

comienzo a cantar hoy

y no terminaré mi canto hasta que muera.

Que se callen ahora las escuelas y los credos.

Atrás. A su sitio.

Sé cuál es su misión y no la olvidaré;

que nadie la olvide.

Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,

dejo hablar a todos sin restricción,

y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza

desenfrenada.»

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