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lunes, 12 de diciembre de 2011

Sentimientos

Muchos padres primerizos hemos tenido poca o ninguna preparación para sumir las responsabilidades que supone criar a los hijos y nos hemos apoyado en nuestras propias experiencias con nuestros padres durante nuestra propia infancia. No estuvo bien ni mal. Es inevitable. La carencia de una 'educación' adecuada para esta tarea de enorme importancia en la vida, asociada a nuestra tendencia humana a repetir los modelos comúnmente abusivos, si eso es lo que padecimos, da como resultado que los sistemas familiares conflictivos se transfieran y repitan de una generación a otra. Es algo de lo que secretamente se lamentan muchos abuelos (lo cual les honra, nunca es tarde si la dicha es buena)

Si cuando eras niño abusaron de ti emocional, física o sexualmente, te verás abocado/a a repetir, sin darte cuenta, los patrones de comportamiento del entorno familiar que hayas heredado, ya fuese como víctima o como verdugo. Y solo podrás eliminar esas pautas automáticamente destructivas de tu mente inconsciente, cuando estés dispuesto a tomarte el tiempo de observar y desgranar con sinceridad lo que SIENTES respecto de tu propia infancia. Solemos temer la catarsis emocional porque (de nuevo) tememos quedar ahogados en el contenido –aunque realmente incontenible (es cuestión de tiempo– mar de lágrimas que cargamos en nuestras espaldas. Ese miedo es el que nos empuja a creer que aceptar es reconocer que no fuimos felices. Y allí es donde la mayoría deciden bajarse del viaje trascendental. '¿De qué me sirve culparles?, Hicieron lo que pudieron/supieron', 'es mejor mirar hacia adelante', '¿qué voy a sacar de urgar más en mi pasado?' Pero la prueba de que eso no basta es que seguimos sin ser libres, continuamos hiriendo e hiriéndonos sin darnos cuenta. No basta saber que nuestras necesidades reales no fueron satisfechas, hay que sentir el dolor reprimido de esa carencia, de esos abusos, de sus prisas por hacernos crecer y armarnos hasta los dientes para sobrevivir en esta jungla (que tanto juzgan pero que ellos mismos alimentaron sin darse cuenta) Y no es hasta que nuestras víctimas más cercanas (parejas, hijos…) nos abandonan, que nos sentimos de nuevo desolados, devueltos al punto de partida. Y la rueda vuelve a girar, acción-reacción, causa y efecto…
No se trata de juzgar a nadie, sino de expresar legítimamente el dolor acumulado y que de otro modo nos va minando desde dentro, corroyendo sorpresiva o lentamente según hayamos adoptado una deriva cardíacamente insostenible o una insostenible postura vital de resentido y callado victimismo.
Solo reviviendo el dolor tan temido (reprimido) podemos finalmente ir dejando atrás a ese pasado reprimido que de otro modo seguiría insistentemente llamando a nuestra puerta cuando menos lo esperemos.
Solo aceptando que tenemos miedo llega la absolución. La paz se alcanza y fluye naturalmente una vez desatascados los grifos de los sentimientos bloqueados, una vez permitido que el caudal de residuos tóxicos acumulados desde la infancia se libere. Esa es la valentía y el coraje que los tiranos temen y de la que como pastores tanto tratan de disuadirte, incendiando la ira de sus corderos –tu legítima indignación– con sus estrategias publicitarias y titulares mediáticos.



Lo que no esperan es que halles tu redención y descubras tu ilimitado poder en el seno de tu corazón, en un entorno de amorosa aceptación. Lo que más temen los psicóticos y oscuros señores de la oscuridad que como titiriteros han manejado a su antojo hasta ahora los hilos de este mundo es que dejes de prestarles atención, les gires la cara y dediques tu precioso tiempo a enfrentar a la verdadera amenaza, tu saboteador interno, tu ego abrazado a sus miedos, a afrontar tu mente escindida y la responsabilidad de alinear tu mente con tus emociones y tu físico.



Ellos, como manda la excesivamente desapegada tradición pedagógica anglosajona que han padecido, tratan de ponerte contra las cuerdas para que te vayas de casa y seas independiente. Por paradójico que suene esto, están testando tu umbral de irritabilidad, provocando –sin reconocerlo porque no se dan bien cuenta– tu despertar para que una vez te hayas liberado de tu propio yugo, les liberes a ellos de su papel de pastores al que ellos (y sus antepasados) se volvieron vuelto adictos encarnación tras encarnación. Pero eso no te lo dirán. Tendrás que saber leer entre lineas…Lo evidente (para ellos) es que a quien no se independiza le desprecian por seguir chupando del bote de las subvenciones y las ayudas del sistema. Por eso te doran la píldora como haría el flautista de Hamelín, cuando te indignas, nombrándote personaje del año. Se frotan las manos viéndote arrastrado al desagüe que tienen preparado para todo el que les identifique a ellos con el origen de su malestar. O eso o te mantienen hechizado con sus hipnóticos eventos deportivos y Pantojas y Jesulines. La cuestión es que si no despiertas a la realidad del sueño de esta vida, te tienen preparada una alternativa desagradable. Frente a esa disyuntiva tu escoges:
1. recuperas tus reprimidos sentimientos de la consigna del teatro en donde los dejaste para participar en esta tragicomedia dualística tan aleccionadora y sales en paz a la calle, de la mano de todo quien quiera imitarte, a abrazar a tus hermanos (que te esperan con los brazos abiertos y una corona de laurel) o…
2.  destrozas el patio de butacas y la escena. La segunda opción no te la aconsejo: el teatro está siendo derrumbado desde fuera porque va a pasar a mejor vida. Por la suerte que corran el recalcitrante director de escena y los promotores y productores (illuminati) descuida. Ellos han escogido esconderse bajo tierra y quedarse a la espera que un nuevo teatro sea erigido donde ellos puedan seguir tutelando a una nueva generación de corderos.

Si diriges tu dedicación en este sentido aprenderás a educarte satisfactoriamente a ti mismo, aprenderás a descubrir la paz. Y solo cuando sepas cuidar de ti mismo serás capaz de criar, proteger y finalmente dar alas a tus hijos, que son los mensajeros de la nueva era. Bríndate el respeto que no tuviste y serás capaz de respetarles a ellos. Lo necesitan porque ellos serán un día tus padres.


 

Para volver a amar, hay que sentir.
Para volver a intuir hay que sentir.
Para volver a reir hay que sentir.
Para volver a confiar hay que sentir.
Para aceptar hay que sentir.
Para perdonar hay que sentir. Sentir la rabia del ultraje olvidado.
Para poder dejar atrás el atenazante lastre del pasado hay que regresar a él y desatar conscientemente los nudos que nos mantienen encadenados a él.

Para volver a sentir, para poder un día seguir avanzando, hay que recordar.
Y para recordar sin ira hay que disculparse.

Errare humanum est.

¿TANTO te cuesta reconocer los errores?
¿tanto temes disculparte?

Lo lamento, discúlpame…Me dis-culpo. Y lo hago por mi, porque te amo.



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