Según Fernando Montesinos y otros cronistas de las Indias occidentales, un acontecimiento de lo más inusual tuvo lugar durante el reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II, decimoquinto monarca del Imperio Antiguo de los Incas. Fue en el tercer año de su reinado, en que «las buenas costumbres se olvidaron y la gente se entregó a todo tipo de vicios», cuando «no hubo amanecer durante veinte horas». Es decir, la noche no terminó cuando tendría que haberlo hecho, y la salida del Sol se retrasó durante veinte horas. Después de un gran lamento, de confesiones de los pecados, sacrificios y oraciones, el Sol apareció finalmente. Esto no pudo ser un eclipse: no fue que el Sol se viera oscurecido por una sombra. Ningún eclipse dura tanto, y los peruanos eran conocedores de estos eventos periódicos. Además, el relato no dice que el Sol desapareciera; dice que no salió -«no hubo amanecer»-durante veinte horas. Fue como si el Sol, dondequiera que estuviera escondido, se hubiera parado de pronto…
Si los recuerdos andinos son ciertos, en algún otro lugar -en las antípodas-, el día tuvo que haber sido igual de largo, y no debió terminar cuando debería de haberlo hecho, convirtiéndose anormalmente en un día veinte horas más largo. Por increíble que suene, este acontecimiento está registrado en la misma Biblia. Sucedió cuando los israelitas, bajo el liderazgo de Josué, acababan de cruzar el río Jordán y de entrar en la Tierra Prometida, después de tomar las ciudades fortificadas de Jericó y Ay. Fue cuando todos los reyes amorreos formaron una alianza para crear una fuerza combinada contra los israelitas. Una gran batalla tuvo lugar en el valle de Ayyalón, cerca de la ciudad de Gabaón.
Comenzó con un ataque nocturno de los israelitas, que puso a los cananeos en fuga. Al amanecer, cuando las fuerzas cananeas se reagruparon cerca de Bet Jorón, el Señor Dios, «arrojó grandes piedras desde el cielo sobre ellos... y murieron; hubo más de ellos que murieron por las piedras, que los que murieron por la espada de los israelitas».
Entonces Josué le habló a Yahveh, el día en que Yahveh entregó a los amorreos a los Hijos de Israel, diciendo: A la vista de los israelitas, que el Sol se detenga en Gabaón y la Luna en el valle de Ayyalón.» Y el Sol se detuvo, y el curso de Luna también se paró, hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. Cierto es, pues, todo esto está escrito en el Libro de Jashar, que el Sol se detuvo en mitad de los cielos y no se movió durante casi un día entero.
Los expertos han estado pugnando durante generaciones con este relato del capítulo 10 del Libro de Josué. Algunos lo han descartado como mera ficción; otros ven en él los ecos de un mito; y otros más intentan explicarlo en términos de un eclipse de Sol inusualmente prolongado. Pero no sólo es que estos eclipses de Sol son desconocidos, sino que, además, el relato no habla en ningún momento de la desaparición del Sol. Al contrario, relata un acontecimiento en el cual el Sol continuó viéndose, colgado en los cielos, durante «casi un día entero» -
El incidente, cuya singularidad se reconoce en la Biblia («no hubo un día como aquél, ni antes ni después» Josué 10:14), al tener lugar en el lado opuesto de la Tierra con respecto a los Andes, describiría por tanto un fenómeno que sería el inverso al sucedido en América. En Canaán, el Sol no se puso durante unas veinte horas; en los Andes, el Sol no salió durante el mismo lapso de tiempo. ¿Acaso no describen los dos relatos el mismo acontecimiento y, por provenir desde dos lados diferentes de la Tierra, atestiguan su veracidad? Lo que pudo suceder todavía es un enigma. La única pista bíblica es la mención de las grandes piedras que cayeron del cielo. Dado que sabemos que lo que los relatos describen no es la detención del Sol (y la Luna), sino una alteración en la rotación de la Tierra sobre su eje, una explicación posible sería la de que un cometa hubiera pasado demasiado cerca de la Tierra, desintegrándose en el proceso. Y, dado que algunos cometas orbitan alrededor del Sol en dirección opuesta a las manecillas del reloj, que es la inversa a la dirección orbital de la Tierra y el resto de planetas, su fuerza cinética podría haber contrarrestado temporalmente la velocidad de rotación de la Tierra, provocando una ralentización. Sea cual sea la causa exacta del fenómeno, lo que nos interesa ahora es su ubicación temporal. La fecha generalmente aceptada para el Éxodo es la del siglo XIII a.C. (hacia el 1230 a.C), y los expertos que propugnan una fecha anterior en unos dos siglos se encuentran en franca minoría. Sin embargo, en nuestras obras anteriores (véase Las guerras de los dioses y los hombres), nosotros hemos llegado a la conclusión de que el año 1433 a.C. encajaría a la perfección este acontecimiento, así como los relatos bíblicos de los patriarcas hebreos, con los acontecimientos contemporáneos conocidos y las cronologías de Mesopotamia y Egipto.
Después de la publicación de nuestras conclusiones (en 1985), dos eminentes arqueólogos y expertos bíblicos, John J. Bimson y David Livingstone, llegaron, tras un exhaustivo estudio (Biblical Archeology Review, Septiembre/Octubre 1987) a la conclusión de que el Éxodo tuvo lugar hacia el 1460 a.C. Además de sus propios descubrimientos arqueológicos y de un análisis de los períodos de la Edad del Bronce en el Oriente Próximo de la antigüedad, los datos bíblicos y el proceso de cálculo que emplearon fue el mismo que utilizamos nosotros dos años antes (También explicamos entonces por qué habíamos decidido reconciliar las dos líneas de datos bíblicos fechando el Éxodo en el 1433 a.C. en vez de en el 1460 a.C).
Dado que los israelitas erraron por los desiertos del Sinaí durante cuarenta años, la entrada en Canaán tuvo lugar en 1393 a.C; y el acontecimiento observado por Josué tuvo que ocurrir poco después. La pregunta ahora es la siguiente: el fenómeno opuesto, la noche interminable, ¿ocurrió en los Andes al mismo tiempo?
Desgraciadamente, la forma en que los escritos de Montesinos han llegado hasta los expertos actuales deja algunas lagunas en los datos relativos a la duración del reinado de cada monarca, y esto nos obligará a obtener la respuesta dando un rodeo.
El acontecimiento, según nos informa Montesinos, tuvo lugar en el tercer año del reinado de Titu Yupanqui Pachacuti II. Para determinar este momento, tendremos que calcular desde ambos extremos. Se nos dice que los primeros 1.000 años desde el Punto Cero se cumplieron durante el reinado del cuarto monarca, es decir, en el 1900 a.C; y que el trigésimo segundo rey reinó 2.070 años después del Punto Cero, es decir, en el 830 a.C.
¿Cuándo reinó el decimoquinto monarca? Los datos de los que disponemos sugieren que los nueve reyes que separan al cuarto del decimoquinto monarca remaron un total de unos 500 años, colocando a Titu Yupanqui Pachacuti II en los alrededores del 1400 a.C. Y calculando hacia atrás desde el trigesimosegundo monarca (830 a.C), llegamos al 564 como número de años transcurridos, dándonos la fecha de 1394 a.C. para Titu Yupanqui Pachacuti II.
De ambos modos llegamos a una fecha para el acontecimiento andino que coincide con la fecha bíblica y la fecha del acontecimiento en Teotihuacán.
La impactante conclusión es evidente:
De ambos modos llegamos a una fecha para el acontecimiento andino que coincide con la fecha bíblica y la fecha del acontecimiento en Teotihuacán.
La impactante conclusión es evidente:
EL DÍA EN QUE EL SOL SE DETUVO EN CANAÁN FUE LA NOCHE SIN AMANECER EN LAS AMÉRICAS y eso sucedió hace aproximadamente 3600 años, precísamente el tiempo que tarda en orbitar al sol el llamado planeta X o como los mismos babilonios lo llamaban: Nibiru.
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