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lunes, 6 de junio de 2011

Ser conscientes de qué?

Lo que se describe a continuación es un burdo intento de acertar a expresar con palabras la consciencia de una realidad que escapa al catalogante dominio de nuestra forma de comunicar.


Nuestras almas fueron objeto de un nacimiento desde el vacío o útero cósmico, dimensión donde la unión, cohesión y unidad era todo lo experimentable. La dualidad no había nacido. En tal estado de consciencia no existía "yo" o "el otro". La fuente de Todo lo que Es, la budista nube de Consciencia unificada de la que todos procedemos, deseaba crear experiencia y que ésta se reflejase, cual espejo, en si misma para poder recrearse en su creatividad expansiva y explorar los confines del universo. Esa es la razón por la que la energía primigenia decidió experimentar la dualidad, creando las polaridades (energías) masculina y femenina, la positividad y la negatividad, Yin y Yan. Y con todo, cada parte contenía una porción de la parte opuesta.


Es difícil para la mayoría de nosotros concebir sexualidad y sacralidad en el mismo contexto. La verdad acerca de la Creación, la Sexualidad y el Despertar ha sido distorsionada y secretamente almacenada en el guardarropa durante miles de años. Existe un completo espectro de expresividad a nuestra disposición, desde una experiencia sexual arraigada en un chackra inferior, desde la que se puede experimentar éxtasis, fusión de almas, trascendencia y unificación de lo físico con aspectos multidimensionales.
La razón principal por la que este abanico de experiencias no halla una vía para manifestarse en muchos de nosotros, se halla en el bloqueo de nuestro campo energético. Un corazón cerrado e incapaz por ello de 'sentir', es producto de la elevación de muros defensivos tras los que tuvimos que parapetarnos para defendernos del mundo al que vimos (y muchos siguen viendo) como una permanente fuente de agresiones. Dicha actitud es consecuencia de patrones mentales (pensamientos) que nuestros ancestros distorsionaron y que nos legaron en inevitable herencia. Nos hallamos desconectados de nuestra inocencia original desde que decidimos que para sobrevivir y luchar por un sitio ("ganarás tu pan con el sudor de tu frente /parirás con dolor"…) había que optar entre:


1. Dejar al margen los escrúpulos e incorporar unas herramientas válidas (carisma, narcisismo, seducción,…) que, aún no siendo sino máscaras –alienantes a la larga–, nos proveían de un salvoconducto para interactuar con los demás y –¿por qué no?– ejercer un dominio sobre ellos para obtener lo que de otro modo sabíamos que no conseguiríamos. Esa desconexión consciente nos permitió salir 'afuera' en búsqueda de los límites de lo conocido. Una voraz carrera de la que la inmensa mayoría no consigue todavía bajarse…


2.  zambullirnos en el océano de remilgos (sufrimientos) y convertirlos en nuestro 'modus vivendi', nuestra seña de identidad, viviendo de 'dar pena' e inspirar caridad en los demás. La consecuencia de ello fue enchufamos adictivamente a aquellas personas cuyas carismática energías transmitían la seguridad (y dominio) que nuestra nueva y remilgada personalidad (máscara) necesitaba para poner en marcha su neurótico juego de atracción-repulsión (te quiero-te odio)


Y es que de neurosis están infestadas las mentes de los humanos.


En verdad, lo que andamos buscando por todas partes, sin darnos cuenta por supuesto (inconscientemente), es nuestra naturaleza esencial, la peculiaridad de nuestra específica e intransferible vibración del alma. Cuando conocemos a alguien en quien percibimos un intenso atractivo, es decir, cuando contactamos con la alta frecuencia  vibratoria de 'otra' alma (elevadas cualidades: independencia, libertad, etc…), lo que está realmente sucediendo es que vemos reflejado en esa 'otra' alma el alto rango de frecuencias vibratorias (amor) que sin saberlo (ser conscientes) atesoramos y que una parte de nosotros identifica como 'vagamente familiar'. Y digo vagamente porque, a fuerza de haber sido censuradas (no aceptadas) dichas cualidades en nosotros, las tuvimos que bloquear y apartar de nuestra consciencia. Y es que la libertad manifestada por un niño es la más irreverente de las manifestaciones cuando el sistema establecido la aborrece como si fuera un atentado al orden establecido.


El 'otro' funciona, pues, de espejo en el que percibimos una energía atractivamente familiar. Y ese reflejo nos complace sin percatarnos de que responde a nuestra propia vibración. Nos volvemos adictos a un espejo sin ser conscientes de que lo que vemos reflejado somos nosotros mismos. Eso ocurre debido a que hemos desacreditado como entes amables y dignos de amor. Hemos descartado en nosotros el reconocimiento de esas cualidades (vibraciones) debido al rechazo sufrido en la infancia en el contexto de su espontánea manifestación. Los niños traen al mundo lo que los adultos han olvidado de si mismos. Exige un acto de enorme responsabilidad hacer frente a esa supresión –y su contexto histórico– y acreditar las altas frecuencias del niño como las de un maestro venido a traer la transparente verdad al mar de desesperanza en el que naufragamos. Los niños son ese soplo de aire fresco, ese remanso de cordura con el que periódicamente se nos obsequia para que recordemos quienes fuimos…


Ahora bien, lo que inicialmente nos atrae intensamente de esa otra alma 'espejante' es también lo que termina por producirnos repulsión. Es decir, acabamos reconociendo también en esa otra alma las bajas frecuencias vibratorias que también atesoramos pero que nos producen rechazo pues aprendimos de nuestros ancestros que deben ser recriminadas y juzgadas. Al no haber sido aceptados tal como éramos, con todo el completo abanico de vibraciones, nos vemos obligados a aprender a humillarnos y, consecuentemente, transportamos la humillación a nuestros descendientes (o subordinados) con el fin de descargar ese peso insoportable que nos vemos obligados a cargar sobre nuestros hombros el día de nuestra infancia en que dramáticamente tomamos consciencia de que mamá y papá no nos aceptaban 'tal como veníamos de fábrica'. En este sentido relacionarse en este planeta como seres humanos es algo así como un inconsciente juego del perro y el gato, un vínculo de amor-odio, atracción-repulsión, que ha gobernado nuestras vidas desde el inicio de la humanidad.  Creernos insuficientemente dotados como para satisfacer las expectativas de nuestros progenitores, paradójicamente es lo que nos hace buscar la mejor actualización en el mercado. La buena noticia es, no solo que esa pulsión inconsciente ha sido parte de las reglas de juego determinadas por la Fuente de energía (Dios, electricidad, etc…) de la que todos provenimos, para experimentarse a si misma creando (expandiendo sus fronteras) sino que ese reglamento ya ha dejado de estar en vigor. Está obsoleto. 


Las rupturas se producen cuando, no habiendo aprendido a ser tolerantes con esa parte de nosotros por la que se nos humilló, acabamos mostrando una insuperable intolerancia hacia aquél/aquella alma por la que inicialmente nos sentimos atraídos.


En el inicio nuestras almas nacieron plenas de inocencia y pureza. Y nosotros pudimos experimentar todas las facetas de la vida con ojos maravillados, capacitados para percatarnos de la magia, de la alegría y del aprecio.


La urgencia de fundirnos (re-unirnos) con esa inocencia y pureza, está intrincadamente entrelazada en el tejido de nuestra esencia. Quiere esto decir que el impulso original de unión nace del profundo deseo del amante (YIN) y del amado (YAN) de (volver a) ser Uno tras haber experimentado la separación. La magnética atracción o impulso de unión, como expresión de adoración y amorosa sumisión cuando estamos realmente en comunión con nuestro compañero/a del alma, se produce a todos los niveles: corazón, cuerpo, mente y alma. La fusión manifestada recrea la Creación misma y funde las energías masculina y femenina en una única consciencia. El pensamiento no tiene cabida en este contexto. Se trata de la natural y espontánea progresión de tu alma durante su viaje evolutivo.


Abrirse a este tipo de experiencia depende de la personal capacidad para cultivar la alegría, ser capaz de maravillarse por todo en la vida. Cuando verdaderamente te observas a ti mismo y tu vida como algo sagrado, puedes conseguir estados profundos de consciencia mirando en los ojos del amado (tus semejantes) y experimentar tu eternidad reflejada en ellos. Pero para observarte como algo sagrado debes aceptar que una vez te consideraste inválido, insuficiente para tus exigentes, descuidados, desequilibrados, esquizofrénicos, intelectuales, en todo caso ausentes progenitores. Revivir esa fase olvidada de tu pasado y escondida en la consigna del teatro de tu vida, es tu salvoconducto para tu liberación verdadera, para regresar a ti mismo/a, ese ser que sabe que la alegría es nuestro estado natural y el amor nuestra verdadera esencia.




Sutra 4: Sólo el amor disipa el odio.
En este mundo el odio nunca ha disipado al odio. Sólo el amor disipa al odio. Esta es la ley, ancestral e inagotable. (Budha).
La luz disipa la oscuridad, y la oscuridad es el odio. ¿Cómo ganar la luz? A trvés de la meditación. Deja tu mente en blanco. desapégate de los resultados que generan odio. Gana el silencio, así entrará la luz en tí y el odio te será indiferente. Estamos muy acostumbrados a odiar en nuestra vida, y eso sólo refleja nuestra insatisfacción por haber firmado un contrato que después de los años reconocemos lesivo: el contrato del Ego, del condicionamiento, del sometimiento a las normas de otros. Vaciemos la mente, busquemos el origen de nuestro odio, y encontraremos la paz. La gran sorpresa será descubrir que no odiamos a los demás sino a nosotros mismos.
Sutra 5: ¿Cómo puedes pelearte?
Tú también pasarás a mejor vida. ¿Cómo puedes pelearte? (Budha).
La vida es muy corta como para gastarla inutilmente peleando. Mejor usa tu tiempo y tu energía en meditar para ganar la felicidad. Transfórmate en luz entrando en el silencio de la mente. En la muerte todos nos nivelamos; ¿a qué pelear entonces? ¿Qué ganamos con desperdiciar de este modo nuestras energías?

Inspirado en Xo, Ansara

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