Soy el Rey. Me dirijo a vosotros, en unos momentos tan críticos y hasta dramáticos como éstos, con toda la modestia que mis atribuciones como Jefe del Estado me incumben y que la ley de leyes, la Constitución, un día no muy lejano en el tiempo me otorgó. Esa carta magna, que todos los que entonces tenían sabiduría y capacidad supieron moldear, fue convertida en la norma de convivencia que todos necesitábamos.
Una Ley inicialmente de barro, como de barro (carbono) es todo lo que nos rodea y percibimos con nuestros efímeros sentidos en este mundo. Siendo el barro moldeable y adaptable a las manos del alfarero, también debería toda ley adaptarse a sus legislados cuando en lugar de ampararlos los somete.
Una Ley inicialmente de barro, como de barro (carbono) es todo lo que nos rodea y percibimos con nuestros efímeros sentidos en este mundo. Siendo el barro moldeable y adaptable a las manos del alfarero, también debería toda ley adaptarse a sus legislados cuando en lugar de ampararlos los somete.
Desde esta tribuna, que a veces hayáis quizá considerado algo acomodada pero que os garantizo conlleva un yugo -con el que cargo en silencio- y que mi herencia me concedió como garante de la estabilidad, os digo finalmente que hoy estoy triste.
Quiero transmitiros lo que desde la Casa Real -que es la vuestra- sentimos. A todos sin excepción quiero deciros que sois queridos, que tanto yo como mi esposa la Reina os tenemos en muy alta estima y que toda diferencia que aparente distanciarnos como convecinos es ficticia. Ficticia porque las diferencias en la forma no nos hacen sino más ricos en conjunto. La diversidad de tradiciones, costumbres, vestimentas, gastronomía, y hasta lengua, no son sino signos de nuestro poder como totalidad de un estado que, no lo olvidéis, sois vosotros. Es vuestro estado de ánimo el que determina los vaivenes o la placidez del camino que recorramos juntos.
Quiero ahora dirijirme especialmente a nuestros hermanos catalanes, a los habitantes de las bellas provincias de Tarragona, Girona, Barcelona y Lleida. Desde lo más profundo de mi corazón y en nombre de todos aquellos que alguna vez os hayan agraviado, probablemente sin saber muy bien por qué lo hacían, us demano perdó de tot cor. No hubo ninguna necesidad de llamaros polacos ni tampoco la hubo de mofarse con chistes de vuestra habilidad para administrar la riqueza que tan habilmente habéis magnetizado a lo largo de los siglos. Sois un pueblo culto y altamente formado, herederos muchos de vosotros de aquellos mercaderes que poblaron nuestro apreciado mare nostrum, aquellos fenicios y hebreos sin cuyos inestimables conocimientos de orfebrería y navegación la incipiente Corona española nunca hubiera podido abordar el descubrimiento de lo que convenimos en llamar el nuevo mundo, uno que en absoluto era nuevo para sus habitantes sino tan solo para nuestros ojos profanos. Un Mundo que nos abrió sus dominios generosamente y al que quizá no supimos agradecer lo suficiente toda la riqueza que de él extraímos y generosamente nos ofreció.
Desde la Casa real os quiero decir que comprendemos que muchos de vosotros no os sintáis en sintonía con ciertas tradiciones ancestrales que muchos dimos por incontestables pero que llegados estos nuevos tiempos resultan incluso aberrantes y ya no vibran con el sentir colectivo de una nueva España que quiere, estoy convencido, renovarse para continuar viviendo en paz y armonía.
Ahora quiero dirigirme a todos vosotros, los jóvenes, las nuevas generaciones de españoles. A todos aquellas jovenes mujeres y jovenes hombres que abren apenas sus ojos a la vida en sociedad y que estáis atónitos ante el caótico escenario que os ha tocado vivir tanto en el orden doméstico como en el global -y no voy a entrar en detalles que solo enturbiarían la meta de mi mensaje. A vosotros quiero deciros que la Casa Real cree en vosotros, cualquiera que sea vuestra procedencia, color de piel o creencia religiosa, en vuestro potencial para plasmar el Espíritu de la España que todos queremos, la España que a tantos visitantes seduce por su proverbial hospitalidad, esa seña de identidad propia de los pueblos grandes, no en tamaño sino en corazón. Vosotros sois los principales destinatarios de mi mensaje. Sois la savia nueva que toda sociedad precisa para no ahogarse en la corrupción, una que parece acechar a quien se adultera, en quien se convierte en adulto en lugar de sencillamente un niño más grande.
Queridos españolas y españoles, quiero concluir este comunicado pidéndoos personalmente perdón, en nombre de esta tradicional Casa. La Corona ha permanecido demasiado ausente, se ha mostrado demasiado distante en lo esencial, han faltado más palabras en tono conciliador con mayor frecuencia.
Lo que dije el otro día no era yo, sino voces que me dictaban desde ultratumba, voces que han mantenido encorsetada a esta casa durante generaciones y que la mantuvieron hasta hoy desconectada del aquí y ahora, del presente que es a fin de cuentas todo lo que tenemos y nos importa.
Lo que dije el otro día no era yo, sino voces que me dictaban desde ultratumba, voces que han mantenido encorsetada a esta casa durante generaciones y que la mantuvieron hasta hoy desconectada del aquí y ahora, del presente que es a fin de cuentas todo lo que tenemos y nos importa.
Tan solo añadir que quien no esté a gusto en esta casa común, es libre de dejarla si así su corazón se lo dictase, como ha sido siempre libre de irse de casa todo hijo que creyese necesitar emanciparse para descubrir nuevas fronteras por si mismo. Decreto que podéis iros en paz.
Tan solo os pido que no os llevéis con vosotros el resentimiento que injustamente podáis guardarnos, pues solo abundaría en futuros desencuentros que la historia ha demostrado saber perpetuar y que nadie en su sano juicio desea. Si esa fuera finalmente vuestra decisión, deciros que en esta Casa tendréis siempre el cobijo que todo hijo pródigo merece y puede estar seguro de que recibirá en caso de reconsiderar su postura.
Tan solo os pido que no os llevéis con vosotros el resentimiento que injustamente podáis guardarnos, pues solo abundaría en futuros desencuentros que la historia ha demostrado saber perpetuar y que nadie en su sano juicio desea. Si esa fuera finalmente vuestra decisión, deciros que en esta Casa tendréis siempre el cobijo que todo hijo pródigo merece y puede estar seguro de que recibirá en caso de reconsiderar su postura.
Dicho esto quiero subrayar algo de crucial importancia y que confío pueda haceros reconsiderar una postura que parece inamovible. Desde este púlpito, que no es más que un modesto escalón para que nos veáis desde los confines de esta noble España, os digo ahora que todas las fronteras por conquistar ya han sido conquistadas, y que no hay mayor reto que permanecer unidos en las presentes circunstancias, pues juntos nos hallamos en el umbral de una Nueva Era que con su luz ya está alumbrando al mundo entero y que nos va a poner, estamos convencidos, en la senda de la Paz definitiva y tan largamente anhelada.
Gracias y buenas noches.
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