Nace un niño. Y nace perfectamente programado: necesita. Necesita atención, que le sean satisfechas todas sus necesidades fisiológicas y afectivas. Pero también está 'programado' para darse a la vida. La inocencia le provee de una capacidad innata para fascinarse, impregnarse y adaptarse a todo (personas, entorno y circunstancias) con la maravillosa facilidad de las esponjas. No te engañes, los niños dan desinteresadamente. Lo que ocurre es que tienen una imperiosa necesidad –como la seguimos teniendo los adultos– de recibir de modo igualmente altruista al suyo. No entienden de comercio afectivo (papá te querrá si te 'portas bien'; 'si no lloras más, te lo compro'), aunque a fuerza de mamar esa distorsionada óptica acaban aceptándola como dogma de fe.
Cuando nacimos teníamos una tendencia natural a concentrar toda nuestra esencia en el el convencimiento de que todo era posible. Nuestra imaginación era creativa y floreciente. Sabíamos usarla. No necesitábamos maestros para eso. Estábamos conectados con un 'mundo' mucho más íntegro que el mundo en el que 'aterrizamos' y en el que, desde entonces, como adultos debimos interactuar. Era un mundo lleno de hechizo, de hadas y duendes, un mundo de sentimientos donde la percepción de lo milagroso era incuestionable.
Y sin embargo, aquí estamos, indignados, decepcionados,…tratando de sobrevivir cada día en un mar de incomprensión y dolor. ¿qué nos pasó? ¿Por qué al llegar a cierta edad, y observar a nuestro alrededor, el hechizo había desaparecido, dejando paso a una descorazonadora e ilocalizable frustración? ¿por qué dejó de fascinarnos el simple milagro de la vida?
Simplemente sucedió que aquellos que nos recibieron al nacer (padres, tutores, etc…) nos enseñaron a concentrarnos en 'otras cosas más importantes'. Y aunque nuestra tarea era despertarles a ellos de su confusión, nuestro poder (la inocencia) constituía en este mundo nuestra fragilidad.
¿Evasión o victoria? Los que decidimos no regresar por donde vinimos, a pesar del caos y desconcierto que presenciamos, tuvimos que zambullirnos en las reglas de juego de un programa cuya finalidad ni ellos mismos comprendían. Todos los 'resistentes', tuvimos que adaptarnos a las normas establecidas de un sistema rígido que nos empujaba a ser competitivos y competentes, a aceptar la lucha como base de nuestra existencia, en la enfermedad, la limitación de recursos, las fronteras, las tradiciones, en definitiva la polaridad (día-noche; bueno-malo; justo-injusto…), la culpa, la muerte, la escasez, la pérdida, el dolor…Y al vernos forzados, como alumnos recién ingresados en una extraña escuela, a aprender esas normas, empezamos a conocerlas y a sentirlas como familiares…naturales, incuestionables.
Nos enseñaron a sacar buenas notas, ser 'buenos' (es decir, no contravenir las normas de los adultos), es decir, hacerlo todo 'como es debido'. ¿El resultado? nos olvidamos del amor. llegamos a un mundo para recordar y despertar a la máxima de que todos estamos intrínsecamente unidos por la misma esencia que nos compone. Llegamos a un mundo que cree en religiones con dogmas que rezan que no valemos lo suficiente, que hay un 'pecado original' que debe ser sublimado, que debemos aprender de los mayores, que eramos unos ignorantes y que debíamos ver el mundo tal como lo veían y nos lo relataban ellos. Se diría que inmediatamente después de haber nacido nos hubieran ofrecido una píldora para dormir y la hubiesemos aceptado. Ese esquema mental en el marco de un mundo basado en pensar (y no amar) empezó a retumbarnos en los oídos, así que aceptamos el somnífero. A fin de cuentas el dolor y el desamparo eran tan insoportables…Y es que ya habíamos sido advertidos.
Desde entonces nos pasamos la vida autoanestesiándonos adictivamente (drogas, medicamentos, esteroides, bebida, dulces actividades/relaciones compulsivas, equilibrios mentales, actividades de riesgo, etc…) para soportar este mundo huérfano de esa cosa que todos intuimos existe en alguna parte pero que nadie se atreve a decir con la boca abierta por miedo al ridículo: amor. Y sin embargo esas reglas no fueron azarosas. No había nada de caótico en ellas. Eran las reglas de una especie de juego de rol que todos aceptamos en su momento.
El miedo es lo que hemos aprendido aquí. Y el amor es aquello con lo que nacimos pero hemos 'olvidado'. Y olvidar ha sido parte del 'juego'. La amnesia nos ha permitido enfrascarnos desde los origenes de nuestra especie (Homo Sapiens) en una rueda cíclica de experiencias que han tenido lugar en este gran teatro-escuela que ha sido la Tierra. La amnesia nos permitió sobre-valorar aquello que percibíamos con nuestros sentidos físicos y al mismo tiempo infravalorar lo que, en el fondo de nuestro corazón, sabemos que es verdad, pero es tan mágico que no encaja en esta escenografía de cartón piedra que nos hemos inventado-impuesto. Y la realidad es lo que subyace tras la cortina (Maya, velo de Isis) del sueño en que estamos sumidos y del que AHORA es tiempo de despertar.
Vivimos soñando. De eso cada vez más gente se está percatando. Un mundo tan desarmónico solo puede ser una pesadilla, un 'mal sueño'. Y como todo sueño, tarde o temprano llega la hora de despertar.
Ese 'despertar' a la Consciencia (inconsciencia = sueño) ha sucedido otras veces en la historia (y prehistoria) de la humanidad a nivel colectivo y sucede individualmente cada vez que cada persona trasciende este plano de existencia terrenal (muere) y accede a planos de realidad más sutiles. El mero hecho de que tu, al igual que tantos otros, se haya planteado esta cuestión en vida, es prueba de la inminencia de que ese 'despertar' no necesita producirse cuando mueras, sino que puedes acceder a él en vida física. Ese es el verdadero milagro.
Como todo despertar, éste puede ser plácido o brusco. Depende de lo 'metido' que estés en el sueño y de lo convencido que estés de que el sueño es la realidad. Todo depende de tu inflexibilidad. Y la rigidez mental tiene un origen: el miedo. Quizá no lo recuerdes, no lo tengas a flor de piel como otras personas que se pasan la vida patentemente aterradas ante el porvenir. Si eres de los 'duros', seguro que te has envuelto de una armadura (doctrina, creencia, pensamiento, filosofía…) lo suficiente e intelectualmente sólida como para mantenerte aislado del mundo de los sentimientos.
Sé que lo que digo es altamente desestabilizador para las mentes intelectuales, pero para acceder al amor, se demanda una 'visión' diferente de aquella a la que estamos acostumbrados. El amor solicita que te desapegues (despegues) de cualquier tipo de doctrina aprendida, que te despojes de todo lo mentalmente adquirido y que recuerdes y te quedes solo con aquello que tenías cuando viniste al mundo, la inocencia, los sentimientos, la libertad. El amor es el conocimiento intuitivo de nuestro corazón (no el órgano cardíaco, sino eso a lo que apelamos por contraposición a la razón). El amor es un mundo trascendente al que secretamente todos anhelamos regresar. Un antiguo recuerdo que nos acompaña allá donde vayamos (de ahí la expresión Dios está en todas partes), por duras que sean las pruebas, pidiéndonos que regresemos a casa.
El amor no es material. Como todo, es energía, aunque es más que eso pues es la fuente de toda energía. Por eso lo puede todo. El contacto sexual, no obstante, por placentero que sea, no garantiza el amor. El dinero tampoco puede comprarlo. El amor puede ser expresado por medio del mundo físico (ternura, generosidad, entrega, perdón, compasión, paz, júbilo, aceptación…pero cuando el mundo físico termina (muerte) el amor continua más allá…
El miedo es la falta de amor, ese infierno que experimentamos individualmente y que acabamos compartiendo en la colectividad, en la 'sociedad' que formamos. Todos somos socios, accionistas de esa gran empresa que llamamos La Vida en sociedad. Negar esta perspectiva es lo que nos ha hecho delegar nuestro papel (responsabilidad) en los que sí se lo han creído y han aceptado el rol/responsabilidad que otros no quieren asumir. Como son pocos los llamamos las élites, la oligarquía.
Le preguntaba hoy a mi hija de 6 años, qué siente cuando tiene miedo… Tras unos segundos me dió la respuesta clave: "necesito estar con vosotros, que me protejáis". Ni más ni menos.
El miedo, si no obtiene en el momento de la infancia esa contención de la que habla mi hija, duele. Y ese dolor reclama inmediata y constantemente ser expresado, manifestado para encontrar y reclamar una forma de contención un escudo tras el que parapetarnos, cualquiera que sea. Si no nos han amado, necesitamos un público que sea testigo de nuestro enfado/reclamo (una pareja, una asociación, un club, un grupo, un partido político/ideología, una religión). Y ese reclamo se expresa bajo diferentes formas: cólera, malos modos/tratos, violencia, intransigencia, enfermedad, codicia , egoísmo, corrupción, guerra…
–Papá, ¿dónde está el amor?
– El amor está dentro de nosotros. Es indestructible. Nunca desaparece. Solo puede ser ocultado durante un tiempo.
Una vez leí un libro delicioso. Las Nieblas de Avalon, una alusión mítica a las leyendas del Rey Arturo. Avalon es una isla mágica que permanece oculta tras unas tupidas e impenetrables nieblas. A menos que se desvanezcan, no hay manera de que un barco se abra paso hasta la Isla, y solo se desvanecen cuando uno cree que la isla está ahí.
Avalon simboliza un mundo que está más allá del mundo que percibimos con los sentidos físicos. Representa un sentimiento milagroso de las cosas, el ámbito encantado que conocíamos de niños. Nuestro Yo infantil es el nivel más profundo y genuino de nuestro ser. Aquel o aquella que realmente somos. Y lo que es real, no desaparece. Nunca. La verdad no deja de serlo simplemente porque no estemos observándola. El amor solo puede quedar oculto tras las nubes de los juicios y las críticas, las nieblas mentales originadas desde el miedo. Recuerda, sin miedo no hay juicio.
Avalon es el mundo que conocíamos cuando todavía estábamos conectados con nuestra ternura, nuestra inocencia, nuestra capacidad de fe, esperanza, admiración y asombro, con nuestro espíritu. Y ese mundo es fácil recuperarlo, pues la percepción es una opción voluntaria. Las nieblas se desvanecen cuando nos convencemos que tras ellas está la isla de Avalon.
Marianne Williamson,
Extractos de Volver al amor
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