Yo también pensaba que poner completamente en tela de juicio la verdad predicada por la institución eclesial – no solo la cristiana, sino cualquiera de las que campan por el mundo– era apostar a caballo ganador. Pero hace un tiempo 'intuí' que las aguas son más transparentes en el centro del rio que en las orillas, donde se mezclan con el limo y el barro.
Independientemente de que 'crea' o no en la existencia de un personaje histórico que ciertos registros orales y escritos denominan Jesucristo (eso me lo guardo para mis adentros), lo que planteo es otra cosa: ¿por qué hay siempre que 'creer' en algo, y no simplemente sentir? Es ciertamente agotador buscar adherirse a cualquier tendencia de pensamiento. Pensar mucho, cansa, me dijo un amigo que conocí en Benarés, durante mi viaje a La India hace 10 años. Da dolor de cabeza. Sentir es más sencillo (aunque sea menos políticamente correcto). Sentir ofrece sencillamente un abanico de posibilidades más vasto y amplio. pensar es un acto constrictivo. Sentir es expansivo. Y liberador.
Te propongo un ejercicio: atrae a tu memoria a una persona que significase (o sigue significando) mucho afectivamente para ti en algun momento de tu vida ¿'creías' tu en la seguridad de su afecto? ¿necesitabas 'pruebas' de sus intenciones, o simplemente confiabas en dicha seguridad?.
Cada día acepto que el misterio de la vida tiene más que ver con las sutilezas de esos 'mundos ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón' que decía Joan Manuel Serrat. Hay una fuerza interior en ti y en mi, en cada uno de nosotros, que nos dice lo que es coherente y lo que no.
Eres libre de afiliarte a partidos, sindicatos, organizaciones, redes sociales, parejas, etc. y buscar en ellos el mástil desde el que enarbolar tu bandera. Quizá esa sea una parte de tu camino durante un tiempo, hasta que decidas que ninguna tendencia te satisface. En eso consiste la libertad. Lo cierto es que nadie, salvo tu propia intuición, puede señalarte el camino más adecuado para ti en cada momento. Será por eso que los muertos no vuelven para contarnos a dónde diablos han ido, ni nos cae un rayo justiciero en la cabeza inmediatamente tras haber cometido, individual ( o colectivamente como especie) cualquier tropelía con un ser vivo y consciente en este planeta, ya sea un especímen humano, animal, vegetal o mineral. Algo me dice que las reglas de este juego deben encontrarse llevando una venda en los ojos. Quizá porque esa venda que parece subyugarnos –aunque en realidad nos la hayamos 'autoimpuesto'– nos fuerce a ver con los ojos del corazón, que no es sino el reino de la intuición.
Yo no te pido que creas lo que te digo. Tan solo que lo leas y te atrevas a aquietar la mente mientras permites que un mensaje tan poco intelectual como éste te toque el corazón con la punta de los dedos. Tienes la capacidad y la libertad de discernir en qué confiar y en qué no.
Si has recibido este mensaje es porque alguien siente que podrías estar abierto a recibirlo.
Si no te interesa, te doy las gracias por contar hasta 10 antes de permitir que tu mente decida juzgarme.
Breve extracto del material comunicado por Jeshua, un guía espiritual quien nos dice que fue el hombre que llevó la energía de Cristo en su encarnación 2000 años atrás como Jeshua Ben Joseph (Jesús, Jesué, ‘Je suis’, Yo soy, en francés). Jeshua se presentó a mi por primera vez a mediados de 2002. Yo (Pamela Kribbe) sentí una fuerte presencia cerca de mi. Una presencia que quiso hablar claro de temas tales como el miedo, la verdad, la iluminación y la historia de los trabajadores de la luz. Esta presencia insistió desde el comienzo que prefería ser llamado por su nombre, ya que éste representa mejor su lado humano que no el idolatrado y irrealistamente divinizado, que a menudo se asocia con el nombre de “Jesucristo".
Aquél que dijo, ‘yo soy el Cristo’, afirma repetidamente aquí “Yo fui un hombre de carne y hueso. Soy vuestro hermano y amigo”.Pamela Kribbe
http://www.jeshua.net/esp/pamela.htm
http://spiritlibrary.com/pamela-kribbe
"En el momento en que comienzásteis la vida aquí en la Tierra, os topásteis con una realidad principalmente a través de vuestros padres. Al llegar aquí traéis con vosotros una cierta memoria del Hogar (algunos la tenéis muy fresca), y sentís una apacible sensación de nostalgia. Cada vez que iniciáis vuestra andadura como un niño/niña en una vida terrenal específica, también se produce un trauma de nacimiento. Ese trauma, en el sentido psicológico del término radica en el mero hecho de tener que ‘despedirse del Hogar’, así como la necesidad implícita de corregir esto, de encontrar vuestro propio camino en la energía de la tierra. Se sabe de personas que en el lecho de muerte, en un atisbo de lucidez, han pronunciado frases como "vuelvo a casa".
En el momento de vuestro nacimiento, vuestros padres pertenecían a la energía de la Tierra, pues la asimilaron a fuerza de verse enfrentados a ella. Ellos ya se habían adaptado a esta dimensión, a las leyes que se aplican aquí. Con frecuencia son leyes limitantes, en el área de las ideas y las normas sociales, propias de la naturaleza dualística que rige desde el imperio de las energías opuestas y enfrentadas. Vuestros progenitores las absorbieron marcadamente.
De este modo los padres representan para el niño la primera muestra de lo que es la conciencia basada en el ego. El niño se enfrenta a esto en el contexto del hogar paternal. El modo en el que este paradigma se ha desarrollado en los padres (y hermanos mayores si los hay), dejará una huella profunda en el niño el resto de su vida.
Por supuesto que los padres en algún momento también han sido niños, y han ido a través del mismo proceso. Los padres no fuerzan conscientemente la impresión de sus miedos e ilusiones sobre sus hijos. Por más que eso suceda en la etapa en que ellos ‘traen’ sus propios hijos al mundo, los adultos, inconscientemente, han absorbido muchas energías del viejo paradigma basado en el ego, procedente de sus propios padres y abuelos. El paradigma se transmite así, generación tras generación.
El niño accede, no obstante, a este esquema de la realidad, fresco y nuevo. Y pronto se apercibe de que la realidad no se corresponde con su visión interna, que no está en armonía con el estado de libertad al que su propia conciencia estaba acostumbrado ‘antes de nacer’. En esa fase muy temprana de su vida, el niño está en un estado de conciencia más bien pasivo. Está muy abierto y receptivo en su ser, en su mente y en sus sentimientos, y absorbe todo lo que lo rodea. Lo bueno y lo no tan bueno. Ese es, en el fondo, su deseo, y las condiciones existentes así lo favorecen en virtud del 'plan' u hoja de ruta planteado para esta encarnación. Especialmente en los tres primeros meses la habilidad del niño para absorber es increíble, asimila todo de la realidad energética que lo rodea, incorporándolo ineludiblemente al núcleo más profundo de sus células.
Se lo bebe todo, por así decirlo, de un solo trago, y lo experimenta como realidad, la realidad energética del entorno directo, usualmente la de los padres. Paralelamente, todavía se halla, preservado dentro de él, aquel ‘pedazo del cielo’, aquél núcleo de su ser, puro, incondicional, que no está nublado por las ilusiones, el que vive el instante en alegría, como un continuo de eternidad infinita.
Es entonces cuando, en cierto modo, estas realidades energéticas antagonistas –la traída por él y la hallada aquí– chocan entre sí. En esta tesitura, el ‘recién llegado al mundo’ que voluntariamente se ha comprometido a experimentar la totalidad de la realidad en este mundo, decide mantener este evidente conflicto de intereses escondido dentro de él mismo, poniendo su energía virgen 'a buen recaudo'. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que dicho conflicto es demasiado doloroso para ser experimentado en esta inicial etapa de existencia. Una etapa en la cual el recién nacido todavía es muy vulnerable.
Para esconder esta colisión, este conflicto interior para él mismo, para evitar el dolor que esa fricción brutal que eso produciría, el niño se plegará y acomodará a las 'condiciones' de su entorno, bloqueando así su cuerpo emocional, su capacidad de manifestar las legítimas emociones que el patente desagrado que el rechazo encontrado le pudiese producir. Este acto instintivo es aquél que se escenifica en el llamado 'Mito de Fausto' (venta del alma al diablo, entendido éste como el ego) y que transcribió aquél que habitó entre vosotros y se llamó Goethe.
Recién aterrizado, pues, el infante busca seguridad, aceptación incondicional. Quiere hallar ratificación, en el entorno que le ha recibido –su famila normalmente–, de que estas energías de amor, de unidad, y de maestría, que aún están presentes en él en su estado natural, no son ficticias. Necesita confirmación de que el amor, esa energía de la que procede y está 'hecho' no es algo irreal.
El niño todavía es maestro de su realidad, se siente unido. Uno con Todo. Está pletórico de amor y lo exhibe y ofrece sin medida. Pero quiere –necesita imperiosamente– que éste sea confirmado por su entorno. Comienza, pues, de inmediato, a buscar confirmación y aceptación. Pero con frecuencia recibe confusos mensajes de su entorno. Sus padres desean sin duda darle amor (el vago recuerdo de ese concepto), pero también hay mucho miedo y esquemas mentales heredados en ellos que, si bien están envueltos en el intelectual hábito de la lógica, están lejos de sintonizar con el dominio de los sentimientos y la emoción. Hay mucha energía bloqueada que no puede fluir correctamente. Energía que, paradójicamente, ellos mismos son quienes no están permitiendo que fluya.
No obstante, perdura, en los padres, un anhelo latente, una sensación de añoranza de su propia maestría, su amor, el vínculo natural con Todo lo que Es del que poseen todavía un vago recuerdo, aunque se haya ido desvaneciendo por el camino. Padres que se han habituado tanto a la vida en la Tierra, y a todas la ilusión y fantasía que ésta refleja, que han comenzado a considerar dicha ilusión como la real y auténtica manifestación de lo que es.
Por lo tanto, y en virtud de ello, los padres criarán, inconscientemente, a sus hijos con energías que son confusas para ellos. De nuevo hay que remarcar que, hasta cierto punto, los padres no pueden ser ‘culpados’ por ello. Probablemente se están esforzando mucho –todo lo conscientemente que su confusión y consecuente ignorancia les permite, por dar a sus hijos 'lo mejor'. Lo que ocurre es que, en muchos casos, ‘lo mejor’, según ellos, no es necesariamente lo más conveniente.
Cuando un niño nace, los padres a menudo presentan y revelan una apertura, una predisposición a la llegada de más luz y amor a sus vidas y al mundo. En aquel momento, un núcleo de amor incondicional, divino será tocado en los padres.
Por lo tanto, y en virtud de ello, los padres criarán, inconscientemente, a sus hijos con energías que son confusas para ellos. De nuevo hay que remarcar que, hasta cierto punto, los padres no pueden ser ‘culpados’ por ello. Probablemente se están esforzando mucho –todo lo conscientemente que su confusión y consecuente ignorancia les permite, por dar a sus hijos 'lo mejor'. Lo que ocurre es que, en muchos casos, ‘lo mejor’, según ellos, no es necesariamente lo más conveniente.
Cuando un niño nace, los padres a menudo presentan y revelan una apertura, una predisposición a la llegada de más luz y amor a sus vidas y al mundo. En aquel momento, un núcleo de amor incondicional, divino será tocado en los padres.
La llegada de un niño al seno de una familia es un acontecimiento sublime. Ellos sienten el carácter sagrado del nacimiento del pequeño ser que se ha confiado a ellos para esta vida. Al nacer el niño sus corazones están, en la mayoría de los casos, abiertos de par en par, y ellos están en contacto con su propio ser divino, sagrado. Pero esta apertura, con frecuencia es temporal. Tiene fecha de caducidad, porque tarde o temprano ese estado de vibrante éxtasis comenzará a declinar, a retraerse. La realidad energética de los padres, que existía antes de la concepción y nacimiento del niño, volverá a tomar el dominio de la situación. Y así la apertura a la realidad basada en el corazón y la intuición que estuvo ahí, también puede cerrarse otra vez. Y con mucha frecuencia lo hace. Los padres retroceden a sus viejos modos de pensar, sentir y querer.
¿Y entonces, qué sucede con el niño que crece?
¿Y entonces, qué sucede con el niño que crece?
Algunos niños tienen decidido, ya de antemano, regresar por donde vinieron, incapaces de soportar el desamor y desequilibrio presenciados. Los médicos hablan en estos casos de muerte súbita. Esto no es azaroso. Estas almas eligieron el entorno y momento (espacio/tiempo) en el que 'aterrizar' y sabían que durarían poco. Su 'misión' en muchos casos' es la de provocar una sacudida emocional en sus progenitores y forzarles a dar un golpe de timón en sus vidas.
Pero la mayoría de los niños eligen sobrevivir, y adaptarse al paradigma paternal encontrado. Y en su enconado afán por adaptarse y sobrevivir, pierden el contacto con la energía original de su alma, aquella de la que aún tenían mucha conciencia al comienzo de su encarnación. En este sentido, esta 'claudicación' también forma parte del plan o compromiso que estas almas se asignaron con antelación a su venida a esta realidad. No es, pues, una tragedia o algo que suceda por desgracia. Es más bien una contingencia necesaria para que la experiencia pueda tener lugar en toda su plenitud.
En esta primer fase de la vida (hasta la pubertad más o menos) ellos están tan preocupados en enfocarse en este mundo y sus reglas, en conseguir el amor y la atención de sus padres, que ellos mismos olvidan quienes son y los motivos que les trajeron, la misión que se encomendaron.
El niño tiene un desenfrenado anhelo de amor y cercanía. Cuando los padres no pueden proveerlo suficientemente, el niño se inclinará hacia donde sea, para conseguirlo de cualquier forma. Ello forzará la búsqueda y el encuentro con sustitutos y sucedáneos de ese amor que no halla, en la medida requerida, de sus propios padres. Son las imágenes ilusorias de amor.
Aceptará, pues, como amor, las energías inadecuadas, por ejemplo, de…
1. el orgullo de un padre cuando el hijo logra algo que en el mundo externo es considerado como meritoriamente inteligente o bien hecho. Esta clase de orgullo paternal en realidad no tiene nada que ver con el niño. No es un orgullo por un logro o conquista interior del niño, sino orgullo por el desempeño externo de unas aptitudes socialmente bien consideradas que con frecuencia no está originado ni radicado en los impulsos internos del niño. El niño puede crecer considerando a esta clase de orgullo como amor. Y a menudo, más adelante en su vida adulta, llegará a trabajar profesionalmente muy duro (más incluso de lo físicamente soportable). En el mejor de los casos será testigo de un conflicto interno incomprensible, al no entender por qué el trabajo ha llegado a ser fuente de comportamiento adictivo para él. En el peor de los casos, hallará razón y soporte conceptual a tan arduo esfuerzo, en los mismos argumentos que se le esgrimieron en su entorno familiar de niño.
2. Una segunda distorsión o imagen ilusoria del amor es cuando el niño comienza a confundir amor con dependencia emocional. Muchos padres han experimentado ellos mismos una falta de amor real durante su propia infancia. Ellos no se sintieron verdaderamente acogidos en una atmósfera de cordialidad y seguridad y ello dejó una huella inequívocamente indeleble en su psiquis. Cuando luego ellos mismos tienen un hijo, lo abrazan intoxicados con esa confusión interna. Por un lado, está el amor genuino, por otro lado está la necesidad subconsciente de suplir la pérdida o ausencia directa de amor. Los padres intentan, así, sanar sus propias heridas emocionales encontrando el amor y la seguridad emocional, que ellos perdieron en su pasado, a través de la relación con sus hijos. Cuando esto sucede, el niño recibe señales muy confusas por parte de sus padres.
Los mensajes paternos “te amo” y “te necesito” estarán indisolublemente intrincados y confundidos. Por este enredo, que podríais imaginar como una espiral de cuerdas retorcidas, el niño comienza a asociar amor con necesidad. Este enredo o ilusión es el comienzo de una relación emocional de dependencia entre padres e hijos, que puede tener un resultado muy destructivo, no sólo en la relación padre-hijo, sino también a la larga en las relaciones íntimas que el niño buscará o encontrará ya como un adulto.
En las relaciones que tenga con otros adultos, él o ella podrían fácilmente comenzar a incorporar que ‘ser necesitado’ es un ingrediente esencial del amor en cualquier relación íntima. Podrían entonces comenzar a interpretar los sentimientos de dependencia, incluso los celos y el carácter dominante, apreciándolos como una ‘forma de amar’. Estas energías son diametralmente opuestas al amor.
Resumiendo, vosotros veis que, siendo niños, en el nacimiento aterrizáis a un paradigma paternal que, en el comienzo –es decir la primer mitad de vuestras vidas– causará mucha confusión. Es como si fuéseis llevados por mal camino, y en un cierto momento (cuando vuestra conciencia da señales de estar 'preparada' para despertar) entran en vuestras vidas oportunidades y posibilidades, en multitud de formas y circunstancias, que os invitan a investigar, a desenredar el nudo. Llegado ese momento podríais sufrir una crisis de identidad, en la ya nada sea tal como lo aprendísteis, y constantemente dudaríais de quienes sois o no sois. Una etapa donde todos vuestros esquemas empiecen a derrumbarse. Esta es la primera fase de la transición del cuerpo mental (ego) al corazón.
El verdadero desenredo de vuestras ilusiones y errores ve la luz cuando contactáis con la energía del corazón. En cuanto a vuestros padres, esto significa ser realmente capaz de liberarlos y perdonarlos interiormente, para poder comenzar a seguir vuestro propio camino.
En cierto sentido, es verdad que habéis sido víctimas de vuestros padres; ellos, como representantes de la conciencia basada en el ego imperante durante vuestra infancia. Habéis vivido temporalmente y parcialmente de acuerdo a sus ilusiones y anhelos, no a los vuestros, que estaban aletargados, a la espera de vuestro ‘despertar’. En cierto modo, se puede decir que, mientras érais niños, no tuvísteis más opción. Sin embargo, trascender este estado de víctima es una de las rupturas más poderosas que podéis ejecutar en vuestras vidas. Cuando podéis reconocer las impresiones energéticas más profundas de vuestra infancia como tales, esto os devuelve la libertad personal que entregásteis, en usura, a cambio de los sucedáneos de amor que estaban disponibles entonces. Una vez reconocidas esas impresiones energéticas, podéis decidir cuáles os conviene integrar y cuáles es mejor soltar y ‘dejar ir’. En esto consiste la maestría.
Alcanzado dicho estado de consciencia, ya no os adaptaréis inconscientemente a los deseos y anhelos de vuestros padres (o de cualquier otra persona que se os cruce en el camino), si dichos anhelos no están en sitonía con los vuestros propios. Pero tampoco os rebelaréis ni enfrentaréis contra ellos. Podréis ver las impresiones que no os conviene integrar, simplemente como algo que no pertenece a vuestro período. No necesitaréis juzgar a vuestros padres ni luchar contra ellos para tratar de evitar sus intromisiones (seguirán teniéndolas probablemente) nunca más. Ellos no cambiarán (a menos que el mismo cambio de conciencia se opere en ellos). Vosotros sí.
En resumen, al nacer accedéis a la conciencia basada en el ego pasando por el puente que representan vuestros padres entre vosotros y la conciencia colectiva. El despertar requiere hacer el 'camino de vuelta'. Para trascender la vieja conciencia colectiva basada en el odio y el enfrentamiento, para trascenderla, hay que pasar, de nuevo, por ese ‘puente’–vuestros padres (aunque ya no estén físicamente ‘vivos’ en este plano de realidad)– en la dirección opuesta, transitando por el dolor acumulado y 'no experimentado' en toda su completitud. Así se consigue liberar a los padres 'dejándolos ir' en amor, compasión, agradecimiento y perdón y reconociéndoos a vosotros mismos como los maestros independiente que sois y que os habéis doctorado en atravesar los infiernos y regresar, limpios (aunque más experimentados, de nuevo a casa). En este ejercicio reclamáis vuestra maestría, el reconocimiento de que sois los creadores de vuestra vida y de vuestras circunstancias, de todo lo que habéis elegido, disculpándoos incluso de los caminos equivocados que hayáis tomado."
El niño tiene un desenfrenado anhelo de amor y cercanía. Cuando los padres no pueden proveerlo suficientemente, el niño se inclinará hacia donde sea, para conseguirlo de cualquier forma. Ello forzará la búsqueda y el encuentro con sustitutos y sucedáneos de ese amor que no halla, en la medida requerida, de sus propios padres. Son las imágenes ilusorias de amor.
Aceptará, pues, como amor, las energías inadecuadas, por ejemplo, de…
1. el orgullo de un padre cuando el hijo logra algo que en el mundo externo es considerado como meritoriamente inteligente o bien hecho. Esta clase de orgullo paternal en realidad no tiene nada que ver con el niño. No es un orgullo por un logro o conquista interior del niño, sino orgullo por el desempeño externo de unas aptitudes socialmente bien consideradas que con frecuencia no está originado ni radicado en los impulsos internos del niño. El niño puede crecer considerando a esta clase de orgullo como amor. Y a menudo, más adelante en su vida adulta, llegará a trabajar profesionalmente muy duro (más incluso de lo físicamente soportable). En el mejor de los casos será testigo de un conflicto interno incomprensible, al no entender por qué el trabajo ha llegado a ser fuente de comportamiento adictivo para él. En el peor de los casos, hallará razón y soporte conceptual a tan arduo esfuerzo, en los mismos argumentos que se le esgrimieron en su entorno familiar de niño.
2. Una segunda distorsión o imagen ilusoria del amor es cuando el niño comienza a confundir amor con dependencia emocional. Muchos padres han experimentado ellos mismos una falta de amor real durante su propia infancia. Ellos no se sintieron verdaderamente acogidos en una atmósfera de cordialidad y seguridad y ello dejó una huella inequívocamente indeleble en su psiquis. Cuando luego ellos mismos tienen un hijo, lo abrazan intoxicados con esa confusión interna. Por un lado, está el amor genuino, por otro lado está la necesidad subconsciente de suplir la pérdida o ausencia directa de amor. Los padres intentan, así, sanar sus propias heridas emocionales encontrando el amor y la seguridad emocional, que ellos perdieron en su pasado, a través de la relación con sus hijos. Cuando esto sucede, el niño recibe señales muy confusas por parte de sus padres.
Los mensajes paternos “te amo” y “te necesito” estarán indisolublemente intrincados y confundidos. Por este enredo, que podríais imaginar como una espiral de cuerdas retorcidas, el niño comienza a asociar amor con necesidad. Este enredo o ilusión es el comienzo de una relación emocional de dependencia entre padres e hijos, que puede tener un resultado muy destructivo, no sólo en la relación padre-hijo, sino también a la larga en las relaciones íntimas que el niño buscará o encontrará ya como un adulto.
En las relaciones que tenga con otros adultos, él o ella podrían fácilmente comenzar a incorporar que ‘ser necesitado’ es un ingrediente esencial del amor en cualquier relación íntima. Podrían entonces comenzar a interpretar los sentimientos de dependencia, incluso los celos y el carácter dominante, apreciándolos como una ‘forma de amar’. Estas energías son diametralmente opuestas al amor.
Resumiendo, vosotros veis que, siendo niños, en el nacimiento aterrizáis a un paradigma paternal que, en el comienzo –es decir la primer mitad de vuestras vidas– causará mucha confusión. Es como si fuéseis llevados por mal camino, y en un cierto momento (cuando vuestra conciencia da señales de estar 'preparada' para despertar) entran en vuestras vidas oportunidades y posibilidades, en multitud de formas y circunstancias, que os invitan a investigar, a desenredar el nudo. Llegado ese momento podríais sufrir una crisis de identidad, en la ya nada sea tal como lo aprendísteis, y constantemente dudaríais de quienes sois o no sois. Una etapa donde todos vuestros esquemas empiecen a derrumbarse. Esta es la primera fase de la transición del cuerpo mental (ego) al corazón.
El verdadero desenredo de vuestras ilusiones y errores ve la luz cuando contactáis con la energía del corazón. En cuanto a vuestros padres, esto significa ser realmente capaz de liberarlos y perdonarlos interiormente, para poder comenzar a seguir vuestro propio camino.
En cierto sentido, es verdad que habéis sido víctimas de vuestros padres; ellos, como representantes de la conciencia basada en el ego imperante durante vuestra infancia. Habéis vivido temporalmente y parcialmente de acuerdo a sus ilusiones y anhelos, no a los vuestros, que estaban aletargados, a la espera de vuestro ‘despertar’. En cierto modo, se puede decir que, mientras érais niños, no tuvísteis más opción. Sin embargo, trascender este estado de víctima es una de las rupturas más poderosas que podéis ejecutar en vuestras vidas. Cuando podéis reconocer las impresiones energéticas más profundas de vuestra infancia como tales, esto os devuelve la libertad personal que entregásteis, en usura, a cambio de los sucedáneos de amor que estaban disponibles entonces. Una vez reconocidas esas impresiones energéticas, podéis decidir cuáles os conviene integrar y cuáles es mejor soltar y ‘dejar ir’. En esto consiste la maestría.
Alcanzado dicho estado de consciencia, ya no os adaptaréis inconscientemente a los deseos y anhelos de vuestros padres (o de cualquier otra persona que se os cruce en el camino), si dichos anhelos no están en sitonía con los vuestros propios. Pero tampoco os rebelaréis ni enfrentaréis contra ellos. Podréis ver las impresiones que no os conviene integrar, simplemente como algo que no pertenece a vuestro período. No necesitaréis juzgar a vuestros padres ni luchar contra ellos para tratar de evitar sus intromisiones (seguirán teniéndolas probablemente) nunca más. Ellos no cambiarán (a menos que el mismo cambio de conciencia se opere en ellos). Vosotros sí.
En resumen, al nacer accedéis a la conciencia basada en el ego pasando por el puente que representan vuestros padres entre vosotros y la conciencia colectiva. El despertar requiere hacer el 'camino de vuelta'. Para trascender la vieja conciencia colectiva basada en el odio y el enfrentamiento, para trascenderla, hay que pasar, de nuevo, por ese ‘puente’–vuestros padres (aunque ya no estén físicamente ‘vivos’ en este plano de realidad)– en la dirección opuesta, transitando por el dolor acumulado y 'no experimentado' en toda su completitud. Así se consigue liberar a los padres 'dejándolos ir' en amor, compasión, agradecimiento y perdón y reconociéndoos a vosotros mismos como los maestros independiente que sois y que os habéis doctorado en atravesar los infiernos y regresar, limpios (aunque más experimentados, de nuevo a casa). En este ejercicio reclamáis vuestra maestría, el reconocimiento de que sois los creadores de vuestra vida y de vuestras circunstancias, de todo lo que habéis elegido, disculpándoos incluso de los caminos equivocados que hayáis tomado."
Basta que veas hasta el minuto 03:30
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas puedes compartir algún comentario...