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jueves, 5 de marzo de 2015

De gatos y hombres


¿Te imaginas algo tan descabellado como que un gato pretendiese convencer a otros gatos de que es un tigre? Imagínate que presencias tan delirante acontecimiento. ¿Reaccionarías? Probablemente no porque de todos modos es un gato. No te incumbe lo que los gatos hagan o dejen de hacer, mientras no se conviertan en una plaga y te aturdan con sus maullidos hasta que tu paz se vea alterada por ello.
Sin duda que un gato obraría tal cosa si se hubiese convencido a si mismo de que mostrando una ferocidad extraordinaria (maquillada) obtendría la respetabilidad y dignidad que como gato no ha obtenido (¿qué otra cosa pretendería un gato obrando tal insensatez?) De momento ningún gato ha hecho eso. Y probablemente nunca lo haga...Su dignidad está bien salvaguardada. Su identidad es incuestionable. Ningún gato o perro, o avestruz va a cuestionarla; ningún gato le hará saber a otro gato que no es suficientemente gato. Ningún gato se va a indignar porque otro gato cuestione tu "gatunidad". Eso no va a suceder. Sería delirante, ¿no es cierto?. En cualquier caso si dos gatos están disputándose los 'favores' de una gata, o tratando de establecer los límites de su zona de influencia o jerarquía zanjarán sus diferencias a 'uñazo limpio', que es como resuelven los gatos de la calle el tema de la preservación de su especie, la procreación. Una vez establecidos los rangos todos los aceptarán. Los gatos domésticos son otra cosa. Su estrecha vinculación con los humanos que los acogen ha cambiado su perspectiva de su propia existencia. Seguramente un gato doméstico, bien o maltratado, poco importa (¿alguien acoge a un gato para maltratarlo?), no concibe su vida sin la interactuación con humanos. Sabe que su provisión de alimentos está salvaguardada por el humano que lo acogió. 

Es cierto que hay seres de la creación (plantas, insectos y anfibios sobretodo) dotados por la naturaleza de capacidades para mimetizarse cambiando de color o aparentando más volumen y masa corporal del que realmente poseen, todo para defenderse de un predador o para conseguir aparearse. Y no niego que podamos tener incorporada una dosis de esa cualidad. De hecho está más que aceptado por sesudos estudiosos en neurología que nuestro encéfalo, la parte más interna y conectada al espinazo de nuestro cerebro, es el baúl de los recuerdos ancestrales de nuestra memoria reptiliana, la que nos congracia con nuestro pasado como saurios, la parte de nuestro cerebro destinada a gestionar asuntos de inminente riesgo para la supervivencia. Pero sólo un ser mamífero humano es capaz de sentirse indignado, de...indignarse. Sólo un ser humano es capaz de engañar a otros y consecuentemente engañarse a si mismo. Sólo el ser humano que habita este planeta es capaz de aficionarse a estrategias de engaño, de volverse adicto a manipular sistemáticamente las circunstancias para sus propios fines e intereses, más allá de hacer uso de ese recurso un instante o en una circunstancia puntual en que lo precise para preservar su subsistencia. Sólo el ser humano es capaz de aficionarse a algo hasta llegar a creer que sin esa afición no es nada. Sólo un humano es capaz de matar por defender los intereses de aquello a lo que se ha aficionado.
¿De dónde procede esa, convengamos, adicción por pasar por lo que no se es, por pretender ofrecer lo que no se tiene? Mejor dicho ¿para qué hacemos eso?

Decimos que amar es dar de si todo lo que se es, estar conectado con una fuente inagotable de energía que no hace sino recargarse a medida que se extrae de ella su recurso. Los científicos más avezados hoy ya hablan del toroide como representación cinética y geométrica de esa ley de inagotabilidad. ¿Qué es entonces amar sino vivir habiendo desterrado el miedo, el pavor, a dejar de ser, a no ser, dejando de lado el miedo al cambio –puesto que cambio es precisamente lo que somos– y permitiendo que florezca lo que el miedo oculta? Nacemos, crecemos, morimos, volvemos a nacer…todo es cambio. 


"Nada permanece salvo el cambio mismo" (Heráclito de Éfeso)
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¿Qué pasaría si de repente, los humanos nos viésemos obligados a evacuar precipitada e inesperadamente este planeta y dejásemos aquí a nuestras mascotas a cargo de nuestras pertenencias? Imagínate que dejamos a unos cuantos de ellos a cargo de los demás, y les transmitimos ciertos conocimientos, que teníamos previsto comunicar nosotros mismos, notificándoles que deben filtrarlos al resto de los miembros de su especie  de modo paulatino, convencidos como estamos que el acceso total e inmediato a ese conocimiento sólo provocaría la extinción de su especie. El trauma de la separación provocaría sin duda una herida muy profunda en nuestras mascotas, solo atenuable (censurable) si los gatos y perros decidieran dejar de comportarse como lo que son y decidieran continuar su cotidianeidad imitándonos, en su anhelo por vernos de regreso algún día. Imagínate que el conocimiento que transmitimos a esos pocos privilegiados gatos, consiste en que nosotros fuimos quienes alteramos genéticamente (cambiamos) hace mucho tiempo  a los tigres para obtener felinos más dóciles...Imagínate que esos pocos gatos y perros privilegiados deciden, una vez nos hemos ido, guardar esa información y retenerla, tras descubrir que su rol como 'delegados' es tan venerado que...sería una lástima dejar de ostentarlo.


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Se dice que el desasosiego humano es una tara que arrastramos secularmente en virtud de una alteración de nuestra Psique (sólo los humanos acudimos al psicólogo –otro humano desasosegado por ende– para tratar de obtener respuestas al sentido de las cosas, y circunstancias, de la vida). Algo nos debe haber sucedido como primates que un día fuimos, algo dramáticamente abrupto, doloroso incluso, que envolvió nuestro advenimiento ramificado del tronco de los homínidos y nos colocó en un lapso de tiempo reducidísimo en un peldaño evolutivo (homo sapiens) que aún no hemos asimilado en su totalidad.


Todos hemos oido hablar del famoso eslabón perdido. Un engranaje en la cadena evolutiva con el que Darwin sería ensalzado a la categoría de divinidad. Y sin embargo es un eslabón que...falta. Hay, no obstante, a estas alturas voces respetadas que consideran nuestro advenimiento como fruto de una decisión 'intencionada', hasta el punto de que muchos científicos afirman sin rasgarse ya las vestiduras que una intervención científica(genética) inteligente se halló detrás de la mutación de la que fuimos objeto Y que ello sucedó alrededor de 700 mil años después del surgimiento del Australopitecus y 200 mil años antes del Neanderthal. Esa 'inteligencia' convivió con nosotros y monitorizó nuestros balbuceantes primeros pasos como lo hacen los padres con sus hijos. Existen suficientes registros escritos (tablillas sumerias cuneiformes halladas en Iraq) que avalan esta teoría. Unos registros que no sólo consignan el hecho manipulativo de la herencia cromosómica sino también la desaparición en un momento determinado de la escena de esos 'seres inteligentes', quienes dejaron a su criatura (nosotros) huérfana, si bien a cargo de otras 'criaturas' creadas, dotadas de la información necesaria para que en su día comprendamos el calado de nuestra epopeya, de nuestra Odisea.

Sólo el ser humano va en pos de quimeras como la seguridad, el bienestar sin darse cuenta de que ya nada en ellas, en su ignorancia de la eternidad de su naturaleza. Y cuando cree haber alcanzado la anhelada seguridad (la llama comodidad), empieza a sentir que muere y la rechaza como si de la peste se tratara. Obvio: la semilla, la llama de libertad que todos escondemos en nuestro más profundo interior, SABE que el presidio, el confinamiento tras los barrotes dorados de la comodidad no es la meta. Todos tenemos espíritu explorador. Y eso lo heredamos de Papá, el 'explorador de las estrellas'. Pero el presidio es lo que parecemos buscar, cuando no hemos obtenido la aceptación de nosotros mismos que tanto necesitábamos. Te dicen que debes amarte, que sólo así podrás amar a tu prójimo. Lo que no te dicen es que ocultas un dolor apabullante por no haber sido amado y que sin reconocer ese dolor del que huyes es imposible que ames genuina y desinteresadamente. Sin reconocer tu propio dolor todo lo que harás es engañar a los demás, haciéndoles creer que tu generosidad es libre. En realidad les pasarás factura ("Todo lo que te dí y así me lo pagas..."). Mientras tanto una herida abierta va dejando a tu paso, sin que te des cuenta,  un reguero de conmoción que salpica a diestro y siniestro. Y luego atribuyes tus desgracias a la mala suerte sin darte cuenta de que los vientos que siembras se convierten en las tempestades que recoges. Un dicho popular que te causa pánico pues sabes que te concierne. Crees que para revertir el peso de esa espada invisible de Damocles que amenaza tu cuello tienes que entregarte a la felicidad de otros, cual Madre Teresa, sin darte cuenta que por desinteresado y genuina que aparente ser tu labor, en el fondo es una huída hacia adelante. Presumir de rico jugo cuando no se es otra cosa que una esponja vacía es el verdadero drama de la presuntuosa especie humana que medra a su pesar sobre la faz de este planeta. Por supuesto que la alternativa de dedicarte al disfrute de tu existencia ni se te pasa por la cabeza, convencido como estás de que quien es feliz sin duda lo es a costa del sufrimiento de otros. Ni se te pasa por la cabeza que ser feliz y obrar bondades sea compatible. Y eso sucede porque la experiencia te ha demostrado que cuando eres honesto siempre acaba apareciendo alguien que 'se aprovecha' de tu honestidad. Quizá tu concepto de la honestidad no esté del todo calibrado. Y claro, de pasarlo mal, nada, te dices. Y ahí es donde el bucle vuelve a cerrarse: no me entrego a ser yo mismo (ni me entrego a nadie), no soy fiel a mi mismo (ni a nadie) porque siempre habrá un precio que pagar...

Todas las creencias están arraigadas en la experiencia (¿dónde sino?). Y la experiencia particular del miedo a no ser comprendido, a ser juzgado, a ser criticado y condenado, o peor (lo que es lo mismo), a ser ignorado y consecuentemente abandonado,  tiene un fundamento muy sólido: el abandono que experimentaste en tu más tierna infancia. Ignorante es quien ignora, quien desprecia, quien abandona, quien no ve lo que está ante sus ojos. Y no ve porque está ciego, aturdido de ansiolíticos, de edulcorados sucedáneos alegremente dispendiados, provistos por esos gatos delegados que han retenido la documentación que te acredita como hijo de la inteligencia.

Por eso es tan importante, tan crucial, que una mujer gestante, una futura madre, pase el periodo de gestación (grandísima gesta) en paz consigo misma, dando de si todo lo que la naturaleza estrae de ella para nutrir a su vástago, el futuro adulto que poblará la Tierra y que será capaz de odiar (es decir defenderse de su miedo) o de simplemente amar, satisfecho con el modo en que fue recibido en este mundo y consecuentemente pleno de confianza en desplegar su potencial creativo.
¿Qué es amar, acaso, sino aceptar (¿quién habló de resignación?) que uno es parte de la totalidad y que cualquier pensamiento propio, independiente de ella es un suicidio literal?

"El poder no corrompe...", afirmó John Steinbeck,"corrompe el miedo, quizá el miedo a perder el poder"...poder que se ha detentado y que probablemente se desvanece al ser mal utilizado o simplemente no utilizado."

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