Cada día experimento una incrementada sensación de irrenunciable compromiso para con mi entorno. ¿A ti no te pasa? Seguro que sí. Miras a los ojos de cualquier ser humano durante más de 3 segundos y sucede un milagro de comunicación no verbal. Una comunicación que trasciende las fronteras del intelecto. Una mirada profunda basta para comprender el verdadero calado de la realidad emocional de un semejante, de tu prójimo.
Convendremos en que estos son tiempos extraordinarios. Tiempos de profundos cambios estructurales. No me canso de repetirlo, a riesgo de parecer un disco rayado. Y cuando digo estructurales no me refiero a la debacle financiera que el mundo (solo el occidental?) está atravesando. Girar el calcetín es la metáfora que más se aproxima a lo que está sucediendo. Nunca más que antes es tiempo de compromiso, de involucrarse como parte de la solución. Y es que cuando despiertas y no cooperas en la medida de tu despertar corres el más que serio riesgo de convertirte en parte del problema. ¿Pero qué significa comprometerse?
El pasado sábado acudí a un centro en Palma de Mallorca para escuchar el discurso de Sergi Torres acerca de las relaciones paterno-filiales. Debo decir, de entrada, que respeto profundamente la valentía y el coraje de Sergi a la hora de enfrentar las multitudes. Yo mismo he padecido de enoclofobia en dosis incalculables y quizá nunca llegue a trascender completamente el vértigo que produce enfrentarse a una audiencia de más de seis personas (tampoco lo pretendo, lo cual no me convierte necesariamente en un ser asocial). Sin embargo convendremos en que vencer el miedo a las multitudes, si éste es (ha sido) atenazante, es una condición imprescindible para poder aportar el rayo de luz que este mundo precisa.
La charla en cuestión, que debía pivotar alrededor de las relaciones intergeneracionales (como si se tratase de un tema aislable y no la madre del cordero de todos los temas, verdad?) adquirió una gran dosis emotiva cuando, transcurrida ya el ecuador de la jornada, Victoria, una de las asistentes entre el público, se vio impulsada a confesar sorpresiva y públicamente haber sido víctima de una violación sexual (no aclaró si eso sucedió en su infancia o con posterioridad a esa etapa, ni quien fue el autor de dicha agresión sexual) y que el conflicto de la disfuncional relación que reconoció estar manteniendo con su hija (de ocho años), estaba arraigado en la base de esa sin duda terrible experiencia. La cuestión es que esa manifestación se desencadenó como consecuencia de mi intervención al respecto de un punto muy importante dentro del discurso de Torres: sentir las emociones.
Sergi Torres, apóstol del momento presente, del Aquí y Ahora, y devoto discípulo, si se me permite decirlo así, de las tesis de Eckhart Tolle –y aparentemente también del chileno Claudio Naranjo–, había hecho previamente referencia a las funciones que cada uno desarrollamos en la vida y que son nuestra bandera, ese tipo de "habilidades" que desplegamos muchas veces a regañadientes y que constituyen nuestra inconsciente tarjeta de visita a los ojos de nuestro entorno más cercano (pareja, hijos, padres...) aquél que nos vivencia sin máscaras ni censura. Funciones tan peregrinas como la de tapador de frascos, o cerrador de puertas, o detector de manchas y olores, corrector gramatical, etc...de las que somos a la vez esclavos (en la medida en que no nos damos cuenta hasta que alguien nos pone el sanbenito) y nos enorgullecen (así era mi padre/madre y así soy yo) arraigándonos a la tra(d)ición, como si de un ardiente clavo se tratara...Él mismo describió las suyas (tapador de botes y detector de luces encendidas). A medida que mencionaba dichos ejemplos la exposición el ambiente iba impregnándose de una cierta irónica hilaridad, esa que tanto caracteriza las charlas que ocupan estos tópicos. Algunos fueron los que se atrevieron a reconocer las suyas, incluso hubo alguno que apeló a sus talentos "apacibles", por así decirlo, como cantar o pintar, equivocándose en su empeño. No. No era eso. Rafa, uno de los asistentes, se atrevió incluso a revelar públicamente uno de los rasgos de su carácter, concretamente el de la arrogancia, revelando así, una oculta necesidad de liberarse de un rasgo genuinamente incómodo para él y sin duda para los que íntimamente le rodean. No. Tampoco se trataba de hacer terapia grupal. Se trataba de sacar a la luz honestamente esas pulsiones que afloran de nuestro inconsciente, como impulsadas por un resorte de origenes ignotos, que nos obligan a actuar allí donde "otros no actuan". La funcion de detector de manchas fue particularmente notoria y comentada pues desconcertó a un sector de la audiencia (abrumadoramente femenina, todo hay que decirlo) que se hallaba en el lugar. Curiosamente fue la persona que erró previamente al mencionar su talento para la música como una de esas funciones raras, la misma que acertó, en mi opinión, a 'meter el dedo en la llaga' al revelar que las tareas del hogar no estaban en su casa todo lo equitativamente repartidas que en su fuero interno ella consideraba que era 'justo' que estuvieran. Curiosamente su pareja la acompañaba lo cual queda, todo hay que decirlo, en su descargo. Dicha intervención destapó algo que probablemente se salía del guión previsto por el mismo Torres y que era imperativo ubicar en el contexto de la charla. Y la tempestiva intervención de Victoria rompió afortunadamente la cansina deriva que tiñe la mayoría de los discursos sobre Consciencia transpersonal indefectiblemente. Era obvio que si la meta consistía en aceptar sin beligerancia el guión de la vida como la sagrada dádiva que desde nuestra propia divinidad nos hemos concedido, primero había que sentir y expresar la incomodidad de la realidad emocional incuestionable involucrada en la experiencia vital: el miedo al dolor, origen de todo el abanico de expresiones temerosas que nos acompañan a lo largo de muestra vida: vergüenza, timidez, celos, orgullo, avaricia...consecuencia de la desconfianza en el mismo proceso de la vida, desconfianza arraigada en etapas preverbales de la existencia (0-3 años y etapa intrauterina). Y Victoria expuso su herida en carne viva. Y lo hizo para poner las cartas boca arriba. Poner en práctica el sentir. Ese era su papel ante la audiencia congregada. Muchos se incomodaron. Otros se conmovieron. Que cada cual sondee en su particular caja de pandora el origen de impacto. Pero a nadie dejó indiferente. Torres hizo lo que pudo, en un contexto a todas luces inesperado para él (por mucha cintura psíquica que presuma tener) para tratar de demostrar la teoría del discurso del 'aquí/ahora' con un ejemplo sorpresivo, pero igual que el mismo Tolle, la "hora de la verdad" fue decepcionante. Estando a punto de caramelo para demostrar qué es realmente sentir, Victoria fue 'amorosamente disuadida' en su empeño de 'tocar fondo'. Cierto es que 150 testigos intimidan innegablemente a la hora de abandonarte a una catarsis emocional. Por un momento sentí el impulso de salir y darle el empujón que ella, en su fuero interno, reclamaba cual bostezo que se desencadena misteriosamente solo cuando alguien más bosteza. Pero temí que re-escenificar una violación, por sutil y subliminal que fuese el intento de ayudarle a revivenciar un instante doloroso de su pasado, reconectándola con una emoción atascada que pedía a gritos una revisión de daños, era pasarse de la raya, máxime teniendo en cuenta que el contexto era una charla y no una terapia de grupo. ¿Y si no había red?. Supongo que a fin de cuentas fue suficiente con haber dado pie a su reveladora historia. Su agradecimiento fue sintomático. La catarsis llegará. Es ley de vida. A todos nos llega el momento de hacer las paces con nosotros mismos. Y ese proceso en definitiva siempre sucede en la intimidad –lejos de los focos y taquígrafos intimidantes– que es donde las catarsis reveladoras deben tener lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas puedes compartir algún comentario...