Tu y yo sabemos que 'pasar la vida' no es vivir. Que la vida es una oportunidad demasiado preciosa como para no aprovecharla hasta los límites que te brinda. Y esos límites más externos, más incluso que cualquiera de los placeres mundanos, y por ello transitorios, en los que se te ocurra pensar, los constituyen los universos de cada persona y su potencial de empatía por el otro. Todos somos 'instrumentos' de una gran orquesta, cada una con sus peculiaridades intransferibles, pero piezas indispensables e irremplazables de un mayor engranaje en la tarea de construir, desde la conciencia de nuesta profunda fraternidad, el nuevo hogar, un nuevo espacio/tiempo de convivencia.
Si hasta ahora hemos considerado al sistema como una entidad externa, ajena a nosotros, creada por no sabemos muy bien quien ni con qué fines, y cuyo germen se pierde en los albores de los tiempos, de la que en último término reclamar la satisfacción y provisión de nuestras necesidades -las perentorias y las caprichosas- ahora estamos descubriendo que el advenimiento del nuevo mundo que todos deseamos para nosotros y las generaciones venideras solo es posible desde la convicción y reconocimiento de la santidad de cada uno de nosotros, de la expiación de las culpas que hemos cargado con bíblicos yugos, ese lastre tan pesado que nos impide volar libres hasta los confines del infinito universo de probabilidades que se extiende y siempre se extenderá ante nosotros, de que cada uno es un agente crucial, una célula vital, una chispa irremplazable en el gran fuego que todos juntos conformamos y al calor del que todos queremos calentarnos, para descubrir y compartir nuestra interna e inviolabe paz. Un fuego purificador y transmutador de energías del que todos estamos participando, seamos conscientes o no, por medio de la interpretación que cada uno hacemos de los papeles que tenemos asignados en esta representación que llamamos la Vida y de la que hemos sido actores de excepción, acto tras acto, poblando la escena con tragedia y comedia. Unos papeles que lejos de 'habernos tocado' como fruto de azar, escogimos libremente en un nivel menos denso de nuestra esencia. Papeles que mos han permitido crecer y evolucionar como consciencias y ampliar nuestro abanico de experiencas. No hay loterías azarosas. Lo sabes.
No es fácil esta vida. Ni tu ni yo somos unos insensatos. A estas alturas todos sabemos, por si nos quedaran dudas, que la existencia sobre el planeta está llena de experiencias difícilmente comprensibles desde el sentido común y la sensatez. Me decía anteayer un amigo (psicólogo de formación), el padre de una compañera de mi hija, que 'el mundo ha perdido la razón'. Que cómo es posible, en resumidas cuentas, que con todo el conocimiento acumulado el Hombre esté actualmente al borde del exterminio nuclear. Es un mundo irracional me decía. Yo le di la razón. Le dije que somos desmemoriados habitando y esculpiendo un mundo demente, pero que contrariamente a lo que él cree, el nivel de demencia alcanzado está proporcional y directamente relacionado con el nivel de racionalidad que nos hemos exigido generación tras generación. La sensatez que todos deseamos, la armonía que todos (todos?) queremos, no se alcanza a estas alturas con más racionalidad, con más intelecto, con más competencia y más esfuerzo, con más eficacia o brillantez curricular, con más juicio y crítica,...sino con más corazón. El orgullo de las metas intelectuales alcanzadas por el Homo Sapiens acaba, se está demostrando, por convertirse en el obstáculo más áspero –aunque afortunadamente no insuperable– que resta por sublimar. Tan solo hace falta más amor, es decir, comprensión, capacidad de ponerse en el lugar del otro, menos crítica y más humildad. Somos uno con todo. Siempre lo hemos sido. La emancipación no es un derecho sino un destino, una profecía que se está plasmando. Quien tenga ojos para ver que vea...
El sentido común tan anhelado no proviene del instinto arraigado en las pasiones físicas que proveen los cinco sentidos con los que nos hemos manejados desde nuestro advenimiento como especie sobre la faz de la tierra, sino de la intuición, ese dominio gobernado a través del hipotálamo y que administra las emociones: el cerebro derecho. Creer en las corazonadas de nuestro lado femenino y seguirlas y plasmarlas con el siempre inestimable ímpetu de la energía masculina, congraciando ambos hemisferios cerebrales en cada uno de nosotros, ese es el nuevo reto.
No nos falta razón sino que, literalmente, nos sobra. Nos sobran, por saturación, razones para argumentar y nos falta espacio para expresar lo que el corazón quiere decir.
Son estos tiempos de cambios profundos. Cambios no solo a nivel externo, donde las estructuras sociales, económicas y políticas están revelando toda la fragilidad que ocultaban tras la espesa capa de maquillaje de la llamada sociedad del bienestar, y cuyo colapso muchos presencian ahora atónitos. Son tiempos de despertar al proceso de sanación. Tiempos de atender y restañar las heridas emocionales. El tiempo del encumbramiento del ego ha terminado. Ha cumplido su función, pero ahora es tiempo de regresar a casa, a ese reino en el que todos nos sentimos como en casa, donde no hay necesidades pues todo es puro e ilimitado, donde no hay fronteras de ningún tipo, tan solo la quintaesencia de la libertad.
Paralelamente está viéndose todo eso reflejado en el terreno personal. Todos estamos inmersos en un vertiginoso vórtice de energía que está conduciendo a todas ideas preconcebidas, las aguas fecales del inodoro mental, hacia un desagüe inapelable y purificador. Es un tiempo glorioso éste. Un momento de compartir lo esencial y eterno que tenemos y que solo se encuentra en un lugar: nuestro corazón.
Music of the night ( A. lloyd Webber)
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