–"Apaga tu móvil durante dos días"
–"No repostes combustible durante tantos días en la red de gasolineras de tal o cual compañía petrolera."
–"Ojo, te advierto que en tal o cual tramo de la carretera hay una cámara perversamente disimulada, fotografiando a los vehículos que exceden la velocidad permitida."
–"Mira que éstos son los salarios de los políticos. Son todos unos ladrones y las arcas del estado están vacías de tanto mangoneo por parte de los cargos públicos", etc, etc.
–Ojo deja de comprar productos Nestlé porque su producción está teñida de sangre infantil.
Sé que es delicado lo que voy a decir, pero he de reconocer que hubo un tiempo en que me adhería a cualquiera de las iniciativas que alentasen a manifestarme contra todos esos desmanes. Firma aquí, firma allá hazte oir, que no te callen la voz…
Y luego tomé conciencia de que tales arrebatos distan mucho de ser acciones efectivas hacia el meollo de la verdadera cuestión que subyace.
Modestamente no creo que se trate tanto de qué podemos hacer 'contra' los que llamamos 'corruptos'. La historia ha demostrado que los malversadores de fondos públicos solo son reemplazados por personas que acaban repitiendo los mismos patrones de conducta. Más bien se trataría de reflexionar acerca de qué puedo cambiar en mi mismo para proporcionarme –mejor dicho, recuperar– estabilidad y paz emocional interna frente al caos y corrupción generalizados (por cierto, ni la sombra de lo que se avecina). En definitiva qué puedo hacer para ser más consciente de la naturaleza y calidad de los pensamientos que zumban constantemente en mi mente y que arrojo a diario en forma de opiniones.
Considerar esa sutil apreciación podría evitar que nos diéramos de bruces desgraciadamente contra un muro hoy por hoy impenetrable, el de nuestra propia ofuscación frente a los acontecimientos externos.
No somos capaces de percatarnos (ojo, no dije reprochar) de la actitud equivocada en esa madre que, haciendo cola en el super, le tira de las orejas o directamente le da una bofetada a su hija de 3 años, vejándola también verbalmente llamándola en público "tonta, estúpida, retrasada" u otras lindeces, quedándonos impasibles ante la flagrante agresión a los derechos de un menor, simplemente porque el agresor es su progenitor. Nos quedamos impasibles diciendo para nuestros adentros que esos 'asuntos', no son de nuestra incumbencia, porque hemos aprendido que en la vida del vecino no hay que meterse. Y, hasta cierto punto, es cierto que uno no debe intervenir si no es conscientemente requerido para hacerlo. Sin embargo, nos hacemos vehemente eco y firmamos animada y airadamente cientos de cartas de protesta porque a un premio Nobel de la paz chino se halle en prisión. Nos solidarizamos con las mujeres que van a ser lapidadas en cualquier país de influencia islámica. Y, en cierto modo, eso habla de nuestra sensibilidad ante el mal ajeno. Yo, por ejemplo, fui de los primero en apuntarme a limpiar las playas de Galicia cuando el vertido de crudo del Prestige… Ahora, si la prensa (siempre la prensa…) de otro país se hace eco de nuestras primitivas costumbres (corridas de toros, encierros san Fermín, Toro de la Vega, etc.) nos ofendemos tanto que nos atrincheramos más si cabe, tras inconexos argumentos acerca de la tradición.
Lo cierto es que nuestra capacidad de discernimiento –nuestra consciencia– está secuestrada por una nube tóxica llamada pensamiento colectivo. Una nube alimentada por unos esquemas o paradigmas mentales alienados, que hemos heredado sin remedio generación tras generación, y a la que también hemos nutrido con los pensamientos que de ella hemos extraído y que hemos procesado. Una nube retroalimentada de negatividad, cargada de esquemas anihilantes que postulaban, entre otras cosas, que los trapos sucios cada cual debe lavarlos en su casa. Quiero decir, sin pedir ayuda. Cada cual en la suya y Dios en la de todos, reza un refrán. Y sin embargo, las desgracias globales, esas de las que puntualmente somos notificados por los medios de comunicación de masas, sí nos afectan. Y de forma desproporcionada. Hay mucho polvo por barrer aun en la propia casa (la mente) antes empezar a juzgar la insalubridad del nido ajeno. Lo decía aquél al que llamaban Jesucristo: " Que arroje la primera piedra quien esté libre de culpa".
Por no hablar de la dificultad que tenemos en advertir que la realidad presenciada es un espejo en el que se reflejan nuestras actitudes personales más íntimas.
Dime qué te incomoda del mundo y te diré qué te atormenta por las noches en tus pesadillas.
La salvaje deriva y voracidad de la economía de mercado, imperante durante los siglos XIX y XX y desenfrenadamente desbocada en estos inicios de s. XXI, la hemos alimentado todos con el individualismo que hemos abanderado desde las esferas más locales, producto del miedo al otro, al (aparente) caos y sinsentido de esta vida sumida en constantes disputas entre posturas enfrentadas. ¿Dónde empezó esta espiral de ignorancia? Todo parece una 'pescadilla que se muerde la cola'. Curiosa similitud, ésta, con el símbolo astrológico del signo de Piscis.
Muchos han buscado a lo largo de la historia un significado trascendental a la existencia del hombre en este planeta. Solo unos pocos, considerados elegidos, y generalmente vestidos de negro –salvo su 'jefe' (de estado!)– han ofrecido insistentemente una respuesta. Muchos se han adherido a ella. Desgraciadamente, las iglesias no se ha ido actualizando paralelamente al despertar de conciencia de las masas. Eso es debido a que no ha tenido como meta el verdadero despertar de ese rebaño al que han estado apacentando desde hace miles de años. Al igual que esa madre o padre que se ha identificado con su rol de progenitor hasta el extremo de no concebir otra razón de existencia que no sea la de 'proteger' a sus hijos, tampoco las iglesias han sabido ver en los tiempos actuales la señal de que la humanidad está abandonando el estado de adolescencia y está entrando en una incipiente edad adulta. Es hora que los autodenominados 'pastores' dejen 'volar' por si solos a los corderos. Y es hora también de que los que han asumido el papel de corderos, 'dejen ir' a sus pastores. Es hora del desapego. El desapego es, curiosamente la característica esencial de todos los nacidos bajo el signo de acuario, la constelación que regenta la era en la que indefectiblemente estamos ingresando.
El mejor antídoto contra el racismo es el amor. Y para amar algo o a alguien hay que interesarse por él. Por eso, antes de caer en la tentación de dejarme llevar por la vorágine islamófoba mediática, decidí ir a probar el té de jazmín de Mohammed. Cuando quiero tomar el pulso de la vida a pie de calle suelo acudir a mi amigo Mohammed, que regenta un café en mi ciudad. Recientemente estuve conversando con él. Sabe que muchos occidentales rechazamos (al menos de boca, la práctica ya es otra cosa) ya abiertamente las actitudes racistas y que miramos con desprecio a todo aquél que se muestre públicamente (en los medios generalmente) actitudes xenófobas, pero ¿cuántos de nosotros, hablando con un 'amigo/a', desviamos la conversación cuando escuchamos de él/ella la palabra 'moro', un apelativo despectivo se mire por donde se mire? ¿Qué nos costaría simplemente denominarlos árabes?
¿Quién, como conductor de un vehículo ha detenido su vehículo ante un paso de cebra, más allá del 20% de las ocasiones, ante la intención de un peatón de cruzar la calzada?.
No solo no somos capaces de reconocer un error al volante, sino que ante el más leve reproche recibido por una maniobra inadecuada por nuestra parte, como poco respondemos con desprecio a quien ose poner alguna objeción a nuestra particular forma de conducción . ¿Yo responsable? imposible.
Nos hemos instalado en la cultura de culpabilizar y criticar, de echar balones fuera. Nos hemos vuelto adictos a la programación de telebasura donde proliferan los debates donde los juicios de valor campan a sus anchas. ¿Y todo por qué? Juzgar las actitudes ajenas y presenciar ese espectáculo como espectador nos mantiene la conciencia alejada del verdadero trauma, el de nuestras propias tragedias. Mejor ver las miserias del vecino aireadas en público. Al menos hay alguien que lo pasa peor.
Los trapos sucios se limpian en casa, decimos. Pero es una frase hecha. En realidad nunca se limpian; simplemente se disimulan barriéndolos debajo de la alfombra. Insistimos en criticar las actitudes de los demás, sin darnos cuenta de que quien critica será criticado, quien juzga será juzgado, quien compara será comparado y sufrirá por ello.
Algunos, por el contrario tratamos de sobrevivir a la vida pasando lo más completamente desapercibidos, de puntillas, como si fuéramos transparentes, haciendo lo imposible para conseguir parapetarnos tras la vergüenza, de modo que nuestros egos no salgan heridos, por si se repiten las odiosas comparaciones a que fuimos sometidos en nuestra infancia. Como consecuencia, a duras penas conseguimos interactuar con nuestros semejantes, si no es para emitir lacónicamente los más imprescindibles comunicados que nos permitan continuar ligados a la vida comunitaria. Saludarnos escuetamente entre vecinos se convierte en la triste norma (ni hablar de esbozar una sonrisa), ya sea en el ascensor comunitario, o en el parque cuando llevamos a los niños a columpiarse. Constantemente entramos en comercios, oficinas, etc. sin dar ni los buenos días, absortamente adheridos a nuestros teléfonos móviles como quien se aferra a una botella de oxígeno durante una inmersión.
Y qué fácil es esparcir rumores infundados, verdad?. Proyectamos la sombra de la sospecha a todo aquél que aparente ser de otra parte, que hable poco o hable demasiado (¿estará tratando de venderme algo?).
¿Alguien puede decir que nunca pasó de largo viendo a un impedido físico (anciano, invidente, etc.) tratar de cruzar una calle?. Lo más curioso es que éstos somos los primeros en alentar –desde el anonimato, por supuesto, que la tecnología cibernética ofrece– las manifestaciones populares para rebelarse contra la opresión del sistema...
Pocos practicamos conscientemente el sagrado arte de 'saber estar'. Y la vorágine de los acontecimientos globales simplemente está agudizando el caos interno de cada uno. Algo está a punto de concluir y todos corremos de un lado para otro como pollos descabezados.
Esto dista mucho de pretender ser un reproche. Tan solo es una fría constatación de unos hechos que todos reconocemos pero que nos cuesta admitir. Y es que estamos tan imbuidos en la creencia de que somos las víctimas de la inevitable fatalidad de los acontecimientos, que ni se nos ocurre concebir la posibilidad de que hayamos, a título individual (y en suma, colectivamente) tenido algo que ver en todo ello; de que nuestras acciones (u omisiones) hayan tenido y sigan teniendo un impacto, una repercusión en nuestro entorno.
Y ahora cientos de miles de personas están siendo deshauciadas en los EEUU y aquí empieza la gente a 'poner sus barbas a remojar', si no es que ya está literalmente mendigando y viviendo con sus progenitores. Vale, de acuerdo, imaginémonos que de golpe y porrazo todos conseguimos, al unísono, acordar dejar de pagar las hipotecas a los bancos. Imaginémonos por un momento que todos decidimos de común acuerdo dejar de pagar impuestos. Imaginemos que de golpe conseguimos un combustible gratuito y no dañino con el medioambiente que desbanque el monopolio de los hidrocarburos. Francamente ¿alguien puede decir que TODO iba a ir mejor? A los pocos días estaríamos debatiendo acerca de quién tiene que llevar la batuta, de quién es el más adecuado para administrar los recursos. Y no faltarían voces, como en Iraq, clamando que estábamos mejor con Saddam que con los marines y los cascos azules. Hasta que no veamos la viga en nuestro ojo, antes que la paja en el ajeno el caos las derivas personales de cada uno de nosotros, en pura justicia deberán seguir su curso inexorable.
Nosotros los humanos estamos, a estas alturas, desbordados básicamente por las emociones del miedo y la vergüenza inoculados por nuestros ancestros. –"Cuidado, que te caerás!", "–No digas estupideces", "MIra que eres tonto", "No sirves para nada"…
Muchos expertos coinciden en que colectivamente estamos atenazados por la sensación de abandono emocional experimentado en la infancia, abandono que hemos sublimado convirtiéndonos ya sea en agresivos perros de presa o en víctimas, dos tendencias o actitudes vitales (de nuevo la dualidad) por las que alternativamente hemos tomado partido (Homo homini lupus). Por supuesto que los oportunistas medios de comunicación de masas, ese llamado cuarto poder que se nutre de los despojos humanos, llevan haciendo negocio a expensas de la leña obtenida de cada árbol caído (ese que representa cada historia humana expuesta a la escena pública). Si la renuncia de Nixon a su cargo de Presidente norteamericano tuvo un impacto en la historia de la humanidad, ese no fue otro que el encumbramiento de los medios de comunicación de masas como herramienta de manipulación de la opinión pública. Frente a la expuesta y creciente corrupción del estamento político destapada por primera vez por un medio masivo, desde entonces nadie cuestionaría el apelativo de 'cuarto poder' con el que se etiquetaraía a la profesión periodística. Todo estaba calculado. Incluso el infame 11 de septiembre de 2001.
Miedos perpetuados generación tras generación.
Miedos perpetuados generación tras generación.
Haríamos mucho más por nosotros mismos y de paso por todos nuestros congéneres y demás seres vivos del planeta, agradeciendo a la Madre Tierra –nuestro hogar en la infinitud del espacio– por cada segundo de oxígeno con que nos obsequia tan generosamente –a pesar de lo obcecadamente descuidados que persistimos en mostrarnos individual y colectivamente para con el medioambiente.
¿Y vamos ahora a levantarnos unidos contra las compañías telefónicas, las petroleras, o el ministerio de interior y sus recaudadoras medidas en lo que respecta a las normativas reguladoras de tráfico, la farmacéutica Baxter, Nestlé…?
Es probable que a nuestras consciencias individuales les quede un camino introspectivo por recorrer antes de tratar colectivamente de reclamar nada a aquellos que decimos que cohartan nuestra libertad, se hallen en las esferas de poder en que se hallen. Y no digo que las corporaciones transnacionales (medios, farmacéuticas, petroleras, etc.) y las organizaciones y agencias secretas (CIA, OTAN, FMI, ONU, CFR, etc…) no estén teniendo parte en la masacre. Ellos, convencidos de su privilegiado rol de vigilantes y reguladores del flujo poblacional del planeta –papel que dicen les atribuyeron los dioses– no van a cambiar su deriva a estas horas. Es más, se han estado reservando especialmente para este momento, un estado crítico que tan pormenorizadamente han diseñado durante décadas, sino siglos (aunque la cosa se les está yendo de las manos y hay claros síntomas de disensión interna entre ellos también). La cuestión es, si los Rockefellers, Greenspams, Bernankes, Murdochs, Windsors y cia. no tienen ni han tenido nunca en mente nuestro bien común sino todo lo contrario, ¿qué puedo hacer yo? ¿cómo puedo intervenir para aportar cordura a este mundo? ¿Qué es lo que me ha mantenido maniatado e inconsciente de mi verdadero potencial hasta ahora? ¿De qué tengo miedo? ¿Tengo el poder para liberarme de esquemas mentales obsoletos? ¿Hay algún esquema o paradigma mental heredado, y obviamente ya oxidado, del que pueda desembarazarme para así poder empezar a regirme por mis propios criterios sin necesidad de repetir como un loro lo que los que me precediron ya decían hace décadas? ¿Tengo algo que aportar al pensamiento colectivo, a parte de ser el mensajero y acusador de los poderosos? Dice David Icke –de quien no soy especial seguidor– que este planeta es una prisión con barrotes invisibles. Que no hay mayor esclavitud que la que ofrece una sensación de libertad.
Propongo que quizá debamos empezar a aceptar una posibilidad. La de que los llamados 'amos del mundo' –aquellos que entre bambalinas manejan como marionetas a los que les hemos concedido nuestros votos– hayan estado interpretando un sagrado papel: el de hermanos oscuros, encargados de aturdirnos con burdos entretenimientos vacíos de contenido (noticias manipuladas, difusión de ideas paranóicas, etc…) y empujarnos lenta pero inexorablemente hacia el precipicio de su elección que se avecina. Ahora, desperezados del sueño al que nos indujeron, nos frotamos los ojos enfrentados al límite de una vía muerta, al acantilado que se halla al final de un camino cuyo final no quisimos ver, adormecidos por la comodidad de una vida teñida de ese ficticia sopa de bienestar y pseudo-comodidad en la que creíamos estar nadando.
Cada cual tendrá sus motivos, seguro, para reaccionar airadamente frente al caos evidente que el mundo está evidenciando. Razones no nos faltan, verdad? En muchos casos hay una ya insostenible hipoteca que pagar, a parte de una nevera que llenar, por mencionar las necesidades más básicas. Reconozco que muchas son las razones aparentes para desear liarse la manta y salir a las barricadas gritando el 'no pasarán'. Pero si eso llega a suceder, me temo que los Bilderbergs y cia. ya tienen previsto con antelación el movimiento siguiente de esta gran partida de ajedrez.
Decía Charles de Gaulle que 'es preferible un poco de injusticia a la ausencia completa de orden'. En otras palabras estaba justificando los estados de excepción decretados por los gobiernos en situaciones de crisis social descontrolada. El 'orden' entendido como la antítesis –la solución– de la injusticia.
Haber estado permanentemente defendiéndonos de potenciales agresiones externas y, a la vez, a la espera de que la lotería, una quiniela (o a veces incluso una liberadora fatalidad) nos saque del pozo de sufrimiento en el que nos sentimos irremediablemente enfangados, felizmente no es sino el fruto de un maravilloso estado de transitoria ignorancia –geniales profetas como Goethe, Bach, o Calderón lo llamaron 'sueño'–, en el que nos hallamos sumidos y al que una vez decidimos consensuada y conscientemente acceder. Sí, aunque suene alocado, la buena noticia es que esa minoría dirigente (políticos, jueces, dirigentes religiosos, sindicales, mediáticos…) que legisla e imparte doctrina sobre la mayoría desde las diferentes esferas de poder de este mundo –muchos de ellos incluso ostentando cargos públicos, electos por nosotros en 'democráticos comicios', y a los que tantas veces culpamos del estado del mundo– no son sino parte, al igual que tu y yo, del reparto de una grandiosa puesta en escena que está muy próxima a terminar. Una colosal representación de una obra llamada campo de experimentación de alto voltaje. En otras palabras, la vida en este maravilloso planeta. Y ha llegado la hora –tarde o temprano siempre llega– de levantar el telón. El de la escena global y el más sutil, el del velo que todos hemos llevado, como una venda, tapando los ojos de nuestra alma. El primero está siendo retirado de forma violenta, si se quiere. No hay más que presenciar el espectáculo de caos y destrucción que nos rodea. La razón de este poco amable despertar que estamos teniendo no es sino la consecuencia de la pereza que hemos demostrado cuando sonó el despertador y no quisimos oirlo. Así hemos demostrado funcionar a lo largo de los ciclos históricos que registran loa anales (akháshicos) de la humanidad.
Y, sin embargo, todavía existe un camino para sublimar aquello que denominamos injusticia. Y no es el de la justicia, sino algo que flota por encima de esa dualidad.
Todos sabemos que los conflictos de cualquier tipo (desde peleas de hermanos hasta guerras nucleares) solo son posibles cuando dos perspectivas dualistas se contraponen. La crisis entre los opuestos solo se supera mediante la intervención de la síntesis de dichas energías opuestas.
El otro día en un centro comercial céntrico, aprovechando que nos hallábamos realizando unas compras de prendas de vestir, me hallaba en la planta de ropa infantil. Mi hija y mi esposa se hallaban escogiendo unas prendas cuando escuché, a mis espaldas, a una niña de alrededor de 7 años llamar la atención de su madre. Al parecer había dado con una prenda (una minifalda) que le había llamado poderosamente la atención por su colorido y diseño. Acercándose la madre observaron la falda y girándola para apreciarla con más detalle, la niña emitió una especie de alarido sordo, más propio de quien ha tocado sorpresivamente una cucaracha, que de quien está manipulando una prenda de vestir a la venta. La razón a tan escandalosa (y ruidosa) reacción era que la prenda portaba, bordado en un lateral, un corazón de piedras engastadas.
–Puaj! un corazón!, espetó la niña. Ambas se alejaron rápidamente, profiriendo epítetos despectivos contra el diseño de la confección.
Quizá esta anécdota te resulte cómica o hasta indiferente, y la consideres fuera de contexto (aunque si a estas alturas sigues leyendo estas lineas te exhorto a que sigas adelante un poco más). Tan solo la utilizo para ilustrar e introducir, simbólicamente, a la única energía capaz de disolver cualquier enfrentamiento, por enconado que parezca. Una energía de la que, como ejemplifica la anécota, demasiada gente abomina. Una emergía etiquetada con un nombre ignorantemente tan manoseado y manipulado, que ha llegado a ser vilipendiado y aborrecido hasta ser objeto de apostasía: el amor. Como decía la niña de los grandes almacenes:
–Puaj!
CAMBIO DE CONCIENCIA
Ahora viene la parte que muchos abandonarán. ¿Qué sabrá este tío lo que es el amor? Alguien me dijo que las palabras tan solo son pre-textos. Que las palabras no conducen a nada. Y le dí toda la razón. El amor no es algo que se pueda explicar con palabras, ni siquiera algo que se pueda 'hacer' como oposición a lo no hecho. El amor simplemente es, ha sido y será esa 'cosa' de la que todos estamos 'fabricados' (aunque a muchos nos cueste creerlo). Cuando se expresa libremente, la expresión TODOS SOMOS UNO alcanza su verdadero significado. Cuando el amor no se manifiesta, tenemos todo lo demás.
El amor es la síntesis de todo enfrentamiento entre energías (postulados) opuestos o antagónicos, pues no se opone a nada. El amor es el padre y la madre de todos los litigantes a quienes nunca juzga. El amor no es un argumento que esgrimir en un debate, no es un postulado que haya que abanderar o por el que manifestarse. Amar es algo que simplemente se manifiesta si lo permitimos brotar de nuestro interior. Es la materia prima de lo que se componen nuestros protones, neutrones y electrones (que no son otra cosa que vibración, recuerda)
–Pongamos que estoy de acuerdo en que el amor es algo que está dentro de mi y de todos los seres, ¿porqué no se manifiesta constantemente en mi día a día? ¿Por qué no experimento más que conflicto por donde vaya, en cualquier situación o circunstancia?
Todo lo que nos sucede, está inexorablemente ligado a la ley natural de atracción, también conocida como ley de causa y efecto en los cenáculos científicos. Tarde o temprano acabamos dándonos cuenta de que el origen de todas las circunstancias que nos afectan está en nosotros mismos, en los pensamientos que incorporamos a nuestra mente y en opiniones que emitimos en función de tales pensamientos. Estamos gobernados por una intrincada maraña de postulados y paradigmas que no son nuestros (por mucho que lo creamos) sino incorporados desde el pensamiento consensuado, esa Conciencia colectiva de cuya necesaria transformación tanto se habla desde finales de la década de los 50 y que tan urgentemente se está invocando en los últimos 20 años.
El amor propio (no confundir con el egoísmo) y el amor para con los demás, lleva implícito reconocer que el causante principal de cualquier merma de libertad –propia y ajena– es uno mismo. Pero reconocer que uno atrae la realidad que le rodea no significa empezar a fustigarse, zambulliéndose en la culpa (otro error de apreciación fruto sin duda del desconocimiento), sino justamente lo contrario. Quitarnos las máscaras que un día compramos y que nos hemos puesto todos los días para poder enfrentarnos al día a día, es el camino. Liberar esa energía de la que estamos compuestos, para que se manifieste libre y desinteresadamente. Esa es nuestra responsabilidad. La única que estamos capacitados para asumir. Sagrada y monumental tarea. Ni más, ni menos. Una tarea que lleva implícita una condición ineludible: dejar de luchar enconadamente 'contra todo bicho que se mueva'. Eso no significa, como quizá alguno quiera entrever, prostituirse frente al abuso de los demás. Precisamente el dejar de poner el foco de la lucha en el exterior y mirar hacia dentro para extraer los demonios internos es el camino más rápido para recobrar el equilibrio y la armonía interior, el estado apaciguado y alerta del Buda frente a las injerencias externas. Ganar equilibrada autoridad y capacidad de discernimiento frente a los intentos de abuso de los demás es el premio para el que asume que el verdadero enemigo está alojado en el propio subconsciente y que recobrar la gobernabilidad de la Consciencia frente a la tiranía del ego, es factible. Tan solo se requiere determinación y constancia.
Amarse es saber dis-culparse (no confundir con des-responsabilizarse). Disculparse es desprenderse de la pesada carga de la culpa que nos hemos autoimpuesto porque otros nos la han asignado (muchas veces para no asumir su propia parte de los errores cometido). Disculparse es la consecuencia del acto de asumir la responsabilidad frente a los retos que nos presenta la vida, de tomar el timón del curso de la existencia y dejar de achacar a agentes externos (los demás, el clima, etc.) las calamidades y crisis que nos invaden (y que no sabemos/queremos interpretar como oportunidades de cambio).
El cambio, una palabra de la que tantos se llenan la boca y que tan pocos asumen y llevan a la práctica con placer. Para permitirse cambiar hay que aceptar, de entrada, que la vida es cambio, que científicamente se ha demostrado que nuestras propias moléculas se regeneran, en función y a la par de la naturaleza de nuestra conciencia, a una velocidad pasmosa, por lo que por mucho que nos esforcemos nunca podemos afirmar que somos los mismos. Desearle a alguien que no cambie, que sea siempre así, que permanezca igual que siempre, es intrínsecamente perverso pues literalmente equivale al mandato de un mensaje contradictorio, un mensaje emitido a su conciencia (y de paso a su sistema inmunitario) que va a traducir como una incongruencia, a una contradicción, un enfrentamiento que necesariamente lleva al deterioro celular (todas las batallas llevan al deterioro) y a ese estado del cuerpo físico que llamamos muerte. Si quieres ayudar a alguién a quien se le ha diagnosticado una enfermedad terminal, exhórtale a que altere su forma de pensar. Solo así se puede realmente operar un cambio en la degeneración celular del enfermo.
La muerte es probablemente la madre de todos los tabúes del pensamiento occidental. En aras de la eficiencia –ese paradigma que tan de moda se puso desde los albores de la revolución industrial– hemos aceptado que vivir solo tiene sentido si es para innovar, para hacer algo de provecho, algo original y único, distinto y diferente a todo lo conocido. Hemos comprado el argumento de que la eclosión de nuestros talentos consiste en luchar en esta jungla para destacarse de los demás buscando denodadamente mostrarnos genuinos y diferentes. De ahí, la envidia, los celos, y toda esa montaña de bajas pasiones que nos aturden y nos dejan sin aliento, a la espera de cualquier otro enfrentamiento que la vida cotidiana tenga a bien presentarnos.
Y dirás: "Yo ya estoy cansado de luchar, esto no es vida". Y tienes razón. No vas a cambiar nada poniendo en el paredón a los políticos corruptos. Ellos son como las cucarachas: perviven a los mayores holocaustos nucleares.
Si estás cansado de estar constantemente batallando (dialéctica y físicamente), deja de luchar. Sé valiente y déjate llevar por los acontecimientos. Dejar que las circunstancias sean tus maestros no es claudicar y 'entregarse a los leones', sino sacarse verdaderamente el yugo de encima de que tienes que ser un hombre/mujer de provecho, leal y defensor de las causas justas y de las injusticias del mundo. El mundo es mucho más viejo que tú y sabe de sobra qué tecla tocar en cada momento. Luchar es oponerse al ritmo de la vida. Si ninguno de los procesos naturales de la vida (fotosíntesis, división celular, etc.) están librados al azar, si todas las formas que la naturaleza diseña están amparadas por leyes de geometría sagrada, es más inteligente 'rendirse' a la evidencia de que nuestra existencia, vinculada ineludiblemente a los procesos naturales de los elementos químicos que gobiernan la realidad física, no está regida por el azar.
Deja, de paso, de considerar al tiempo como un factor cronológicamente lineal porque aquí lo único que verdaderamente pertenece a la generación ni-ni es la materia, que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Y si la materia es eso de lo que estás compuesto, entonces convendrás en que eres eterno. Los relojes están bien, pero más allá del cronómetro, tu esencia es intemporal. Lo sabes y siempre ha stenido esa intuición. Pero nadie, salvo los de negra sotana se han atrevido a decirlo públicamente. Obviamente manipularon ese mensaje en beneficio de sus intereses particulares, pero como sus transcurrires vitales, a la postre, se han revelado tan tortuosos y conflictivos como el tuyo mismo, has decidido que su evangelio no tiene el más mínimo crédito.
Esto es cierto: Has venido a este mundo para brillar y relucir. Eres un ser único y glorioso y nada tienes que demostrar ( a ti o a nadie) Simplemente sé creativo, sé tu mism@.
¿No sabes cómo ser tú mismo? No conectas con tu creatividad? Bueno, empieza por no ser demasiado exigente contigo mism@. Casi nadie recuerda quien es (hasta que el recuerdo aparece) El olvido es consecuencia de las capas de 'mierda' que has acumulado a lo largo de tu vida aquí. Estiércol heredado de tus ancestros, lejanos y presentes. Nada pudiste hacer para impedir que todas esas energías opacas te impregnaran por completo. Estabas indefens@. Eras un niño. Los niños rara vez son escuchados. Los niños, como los animales, no han tenido la oportunidad de ser escuchados verdaderamente.
Y tú como adulto, has aprendido a repercutir a conciencia todo lo que se te dió. Miedo recibiste y miedo transmitiste.
¿Quieres ser tú mism@? Empieza, de entrada, por tener el coraje de aceptar que la confusión que arrastras nace de esa espesa capa de basura mental que te nubla el entendimiento, todos esos esquemas y patrones que simplemente has repetido porque 'estaban ahí', flotando en el aire, repetidos generación tras generación. Todas esas energías que sin darte cuenta impregnan tu día a día. Detecta el miedo, el rencor, la pereza, la mentalidad, la culpa, el odio,…y exorcízalos en un ritual personal de renacimiento. No viniste al mundo con nada de eso y, definitivamente, ya no quieres seguir en este mundo lastrado con todos los detritos que arrastras desde que decidiste que aquí solo podías sobrevivir a base de golpear primero dos veces, desde que asumiste que la mejor defensa era un buen ataque. Esa basura te hizo falta para continuar erguido y sobre-vivir en este hostil entorno, pero ahora sabes que no necesitas seguir 'dando guerra'. Que de eso se ocupe quien quiera seguir viviendo beligerantemente. No se lo vas a impedir. Bastante vas a tener manteniéndote al margen, verdad?. Y sabes que eso no es 'escurrir el bulto' de la responsabilidad, porque a estas alturas ya sabes que la responsabilidad nada tiene que ver con tratar de cambiar a los demás, sino con cambiar uno mismo, con entregarse al natural proceso de evolución, con ascender a cimas más elevadas.
Por mucho que te creas un ser inofensiv@, cada día vas, si darte cuenta, sembrando tu doliente ruta de hirientes represalias que no son en absoluto inocuas (ni siquiera para ti). ¿Y todo por qué? ¿Porque la vida ha sido tan 'injusta' contigo…y nadie se ha hecho responsable de tus sufrimientos? Qué desgracia sufrir, verdad?. Ni tus padres, ni tus amigos ni tus profes ni tus lamentosos compañeros de trabajo. Todos ellos considerados como las muletas en las que puedes confiar pero que siempre acabaron lanzándote un puñal donde más duele. Ninguno de ellos se mostró responsable para contigo en las facetas que tenían 'asignadas'. Bueno, quizá eso te ha hecho madurar. Superar obstáculos y sublimar la oposición de las dualidades/opuestos es la esencia del proceso vital en la densidad de este plano que llamamos vida en la Tierra.
¿Qué tal, si para variar, decides afrontar que la vida es tal como tú te la has diseñado, que tú eres el responsable de todo lo que te sucede desde que te levantas hasta que te acuestas? Más te vale examinar qué patrones torcidos te han impulsado a convertirte en esa personalidad que tanto aborreces y cuyo papel (o los papeles) de víctima o verdugo, según se tercie, tan metódica y neuróticamente interpretas.
Quizá todo responda a un plan diseñado por nosotros mismos en otra dimensión como campo de experimentación de las formas. Quizá todo el caos que reina actualmente en el mundo obedezca, desde una perspectiva más elevada –y en consonancia con el fin del tiempo medido por los Mayas– a la manifestación del doloroso proceso de metamorfosis que experimenta la larva de mariposa antes de revelar su real y magnificente naturaleza.
Verás, hay un ser de luz intemporal, multidimensional y majestuoso debajo de todas esas ignominiosas capas de cebolla, tras las que te has parapetado para proyectar al exterior la imagen distorsionada de lo que tu ego ha querido convencerte que debes llegar a ser. Una meta, por supuesto, intrínsecamente inalcanzable, porque cualquier expectativa, por ingeniosa que sea, lleva (afortunadamente) implícita, por el mero hecho de estar fundamentada en una proyección de base irreal, la impronta del fracaso.
Por eso es mucho mejor aceptar que la vida es algo que está ahí para ser experimentado con la fascinación de los ojos de un niño en lugar de obcecarse en luchar contra ella con rencor y frustración. Estas energías oscuras están ahí. No las niegues o te engañarás. Exorcízalas para que dejen de dominar tus actitudes y acciones diarias.
Aceptar que una 'energía' más consciente –que la tuya o la mía lo están en la actualidad– te ideó a ti y a mi y a este maravillosamente intrincado campo de probabilidades que conocemos como mundo físico, para que ambos podamos experimentar, crear y crecer, permitiendo que fluya el sagrado río de la existencia, y que se expandan los posibles horizontes de nuestros futuros campos de experiencias, permaneciendo rendidos y entregados a la magnífica y redescubierta dicha que es la realidad de la vida.