Todos
parecemos tener claro que una cosa es verdad hasta que se demuestra que
es mentira. Por ejemplo: ¿Bin Laden ordenó derribar las torres gemelas
del World Trade center? Eso era verdad hasta que se demostró que fueron
otros intereses menos claros quienes estuvieron detrás de esa maniobra
de distracción masiva.
Mientras
la Verdad no nos es revelada, creeremos en la mentira como paradigma de
lo que es cierto. Ocurre que la Verdad puede estar rampante frente a
nuestras narices y no la estemos viendo porque, sencillamente, no
deseamos verla. Ocurre con los sentimientos. Se pueden negar. Entonces, a
la pregunta de si nos sentimos tristes, contestaremos que no es verdad.
La verdad es tan dolorosa que no hay esfuerzo suficientemente titánico
como para suplantarla por un sucedáneo más agradable. "Nunca es triste
la verdad, lo que no tiene es remedio…" (Joan Manuel Serrat)
Al
igual que la disyuntiva entre Verdad y mentira, también existe una
inquietante dicotomía entre lo que llamamos 'La Realidad' y lo que
comprendemos como ficción. Películas como Matrix constituyen también
inquietantes mensajes.
Hoy
nos vanagloriamos de saber distinguir entre realidad y ficción puesto
que la era de la virtualidad computacional nos ha servido en bandeja un
salto consciencial inasumible tan solo una generación atrás. Lo que no
está tan claro es que aquellos que presumen de ello, sean capaces aún de
extrapolar a su vez la conocida virtualidad a lo que conociben como
real.
La
película origen fue si cabe más perturbadora que Matrix puesto que
desplegó ante el público la posibilidad de esa danza interdimensional.
Cierto-falso. Real o ficticio...Verdad
o mentira, todo es del color del cristal con que se mira….hasta que te
quitas las lentes y ves sin necesidad de intermediarios.
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