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miércoles, 2 de octubre de 2013

Sin título…

Todo el mundo empieza a estar de acuerdo en algo esencial: los humanos tenemos un problema mental. La paz no solo no termina de llegar sino que se acrecienta el clima de tensión. Los ánimos son más exaltables y están más exaltados que nunca. La humanidad es como un barril de pólvora junto a los rescoldos de una barbacoa.
Hablamos y hablamos de liberar las emociones pero pocos se atreven a hundir sus cabezas entre las piernas y librarse a una catarsis emocional, abandonándose a la libre expresión de sus sentimientos reprimidos sin necesidad de etiquetarlos o analizarlos previamente. Se hacen manifestaciones silenciosas sí..., se saluda al Sol, se ingieren vegetales crudos, ...todo eso está bien pero pocos se atreven a manifestar su rabia antigua enquistada abiertamente. ¿Por qué? Quizá porque es 'políticamente' incorrecto abandonar el sustrato intelectual, los argumentos, las razones, ese clavo ardiente al que hemos aprendido a agarrarnos desde que aparecimos en escena como Homo Sapiens.

Aferrarse a la razón cuando hay tanta basura mental pendiente por liberar no solo es fútil sino enfermizo pues aferrarse a los códigos del cerebro pensante no es sino adherir una nueva capa de cemento a la frontera que delimita las atribuciones del Neocórtex respecto del cerebro límbico (emociones) y ulteriormente del encéfalo (el instinto de supervivencia).




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