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jueves, 17 de enero de 2013

Se trata de ti

Iraq, Afganistán, Pakistán, Libia, Egipto, Siria, ahora Mali, mañana Argelia...Irán...Quizá te digas que los juegos de geoestrategias internacionales te vienen muy grandes, que escapan a tu comprensión y que ya tienes más que suficiente con evitar perder la cabeza, tratando de controlar todo lo que (crees que) todavía permanece dentro del radio de acción de tu control: hacer equilibrar tu presupuesto mensual, que la casa esté ordenada, que tus hijos te respeten y vuelvan a casa a la hora que has decretado, mantener a raya el narcisismo de tu suegra/o, las depresiones o evasivas de tu pareja, todo por tratar de impedir que tu ya reconocido síndrome bipolar te haga pisar, un día, más de lo aconsejable el acelerador y dar un golpe de volante fatal que te saque, de un modo rápido e indoloro te dices, de este ya a todas luces insufrible mundo.

Sean o no reales todas las conspiraciones destinadas a mantener al mundo colectivo sumido en las sombras, lo cierto es que existe un tirano en ti. Hace 100 años Sigmund Freud lo llamó Ego. Esto es un hecho. Al parecer se instaló un día en una 'parte' de ti...en tu mente, uno de los tres sagrados dominios (cuerpo, emoción, mente), en los que se descompone, en este particular mundo y a modo de Real Trinidad, la esencia que te anima: tu Espíritu.
Es hora ya de identificar a esa entidad "intrusa", te dices. Hablamos del epicentro de todo el caos mental. Ese mono parlanchín que no te deja en paz, libre, ni a sol ni sombra (a menos, por supuesto, que demuestres fehacientemente tu intención de mantenerlo a raya) y que insiste en su firme propósito de perpetuar tu adormecedor y distorsionante estado de inconsciencia al que interesada-mente te indujo. Y lo hizo el día que habiendo comprobado por primera vez que en este mundo quien reina es el egoísmo y no el amor. Un mundo regido por las sombras donde nada se da desinteresadamente, un mundo repleto de desesperados náufragos. Ese es el mundo al que llegaste el día que naciste. Entonces pediste desconsoladamente, entre gritos ahogados de auxilio, la asistencia de un aliado. Y ahí el ego escuchó tu llamada de socorro. Y raudo se aprestó a proveerte de su delirante lógica. Te inoculó el gérmen de la lucha, de la competitividad. Bien te convenció de que todo es producto del azar, o bien te hizo adepto de alguna de las confesiones religiosas más populares. No te quedó más opción que aceptar el brazo que te tendía. ¿Que no es verdad?...Ya ni te acuerdas.

No puedo postergar más un secreto a voces, te dices. No puedo seguir 'echándole la culpa' de todo lo que repetitivamente me pasa a causas 'externas'. El Ego, un intruso que me está causando más problemas que entuertos de los que haya logrado sacarme. ¿Evasión o victoria? te dices, apelando al título de la famosa película de John Houston...

¿Inducido al sueño?...sí, pero no demasiado, no sea cosa que dejes de mantenerte en la lucha, esa dinámica tan interesante para el ego, esa creación tuya (de eso nadie te quita el mérito) a la que C. G. Jung identificó como hija del "inconsciente colectivo". Una creación irreal per se que logra no obstante mantenerte dormid@ y a la par en inquietante tensión, a la defensiva (y listo para atacar) ante cualquier amenaza –la que él mismo sin duda difunde. Una de cal y una de arena. Generación tras generación perpetuando la negación respecto de nuestra eterna naturaleza desde la engañosa estrategia de ensalzar a nuestros pequeños yoes. En pequeña y gran escala, desde el microcosmos de las relaciones personales, hasta la globalidad de la convivencia en sociedad.

Muchas veces, generalmente después de regresar de una experiencia eufórica, te dices, invadido por la extenuación, que ya no te queda combustible, que quisieras bajarte del frenético tren, que ya no te hacen efecto los Prozacs o Valiums, que desearías que tu vida volviese a ser como 'antes'. ¿Cuántas veces has deseado poder remontarte hasta el mismo momento en que toda tu responsabilidad se reducía a decidir qué ropa te ponías. ¿Cuántas veces al día (¿a la noche?) sueñas con regresar a la placidez de la inconsciencia de tu infancia?. Pero la inconsciencia es tan cómoda para quien no se sabe esclavo de ella como lo es para el canario que cree disfrutar de las exiguas dimensiones de su jaula de barrotes de oro. La comodidad, la sociedad del bienestar, otra gran mentira que deconstruir.

Tarde o temprano (qué más da el tiempo, puesto que es relativo, verdad?) el dolor contenido detrás del perpetuo chirriar de dientes que provocan los estados de tensa alerta –dolor camuflado tras aficiones/adicciones/compulsiones anestesiantes– aflora de forma desatada en contextos incontrolables, en situaciones donde las estrategias defensivas desplegadas poco éxito pueden tener. Y lo hace expresándose a mandíbula batiente, para anunciarnos, paradojas de la vida, que ha llegado el momento de recobrar la libertad. Una libertad no perdida sino entregada voluntariamente en usura. Recuperar nuestro libre albedrío...¿una utopía? Sin duda el primer paso consiste en re-conocer que hubo un día en que fuimos libres. Y un día en que dejamos de serlo. Que ese sentimiento es legítimo y Real.

"No pain, no gain", reza una sentencia que ha sido estandarte de la cultura vigoréxica desde mediados del siglo XX, acuñada por los comerciantes de esteroides. Sin dolor no hay beneficio, un lema abanderado por una sociedad anabolizada que busca redención huyendo hacia adelante, huyendo del lobo irracional que aloja en su inconsciente. Un recurso que, no obstante, recobra su verdadero sentido si la ganancia REAL, a la que alude la frase, es desvinculada de la competitividad y la lucha por ganarnos un puesto de relevancia a los ojos de la sociedad (en Realidad papá y mamá) y se conecta con la recuperación, la restitución de algo muy preciado que ha permanecido oculto...olvidado en el sótano de nuestra memoria como especie: nuestros sentimientos.

Dejar de necesitar seguir en la agotadora y sufriente brecha pide bajar los brazos y abandonar las armas. Dejar de continuar luchando por defender a ultranza las murallas (creencias, ideas, postulados, principios) de nuestro sempiterno bastión, para dejar de seguir manteniendo inflada la musculatura intimidante (y atenazada) del Sistema, ese agresivo (y defensivo) esquema de convivencia que hemos inventado y experimentado, y que tras mucho tiempo ha revelado abiertamente su doble filo, demostrando su capacidad autodestructiva per se (autodestrucción de la que estamos siendo gloriosamente testigos de excepción), –y hablamos de una deriva seriamente adictiva– requiere justa y necesaria-mente asumir (re-conocer, re-cordar..) que la lucha es consecuencia natural de haber estado huyendo de una amenaza primigenia: sentir el dolor.
Nadie tiene especial interés en huir del recuerdo experiencias dolorosas cuando el dolor han sido atravesado. Quien más pánico tiene al dentista es aquél que siempre ha solicitado que llegado el momento se le aplique cualquier tipo de anestesia. Todo con tal de no sentir.

Sin embargo el dolor reprimido (no sentido) es el que más terror causa puesto que se magnifica mentalmente: es cuando aparecen los pre-sentimientos (nada que ver con las corazonadas): recordar no solo implica en primer término restaurar el cuaderno de bitácora de nuestro pasado inmediato, nuestras experiencias (traumas) particulares en esta vida actual y concreta, nuestra infancia reciente, sino que concierne a nuestros mismos albores como miembros de la especie humana, hacer frente a la realidad del abandono ancestral, ese trauma muy REAL padecido cuando fuimos expulsados del plácido jardín edénico en el que disfrutamos tras haber sido genéticamente actualizados a imagen y semejanza de los Elohims. Es lo que nos pasa a los herederos de las tradiciones judeo-cristianas (por mucho que nos creamos ateos o agnósticos 'en esta vida'). Las experiencias acumuladas y padecidas durante vidas y vidas, transcurridas en el contexto de credos y creencias intensamente vividas desde las que sin duda hemos contribuido a escribir con sangre la historia, ahora acumulada en libros, nos remiten siempre al evento original, cuyo doloroso recuerdo ya no podemos seguir reprimiendo ni dejando de incorporar a la parte consciente de nuestra mente: el abandono cósmico.

Igual que es doloroso tomar la decisión de separarse de un maltratador psicológico (marido, esposa, padre, madre, empleador,...) a quien uno ha estado vinculado durante un periodo prolongado por propia decisión, también es doloroso abandonar las creencias estrechas y lacerantes que niegan nuestra verdadera dimensión. Creencias firmes y sólidamente ancladas en tradiciones (traiciones?) generacionales que nos han aislado del resto de la fraternidad estelar. Creencias a las que nos tuvimos que apegar como clavos ardiendo para sobrevivir en este mundo infestado de miedo. El orgullo es el primero de los dementes hijos del ego. Un orgullo que sin duda nos ha servido de coraza ante las agresiones externas, pero también nos ha impedido ver la realidad tras el espejo, a un hermano detrás del aparentemente obvio agresor.
El orgullo impide tomar la sanadora perspectiva respecto de nuestra odisea exploratoria como especie, obligándonos a percibirla como una interminable penitencia encadenante...el orgullo que impide pedirse disculpas, dis-culpar-se por el atropello autoinfligido a base de negarnos mútuamente (padres a hijos y así sucesivamente). El orgullo impide re-conocer las consecuencias de los errores cometidos. Impide pedir disculpas y abrazar la redención que conlleva el perdón recibido. El orgullo posterga sine die la voluntad de observarnos libres de tomar decisiones por nosotros mismos, inoculándonos la necesidad de delegar cada decisión en autoridades divinizadas, negando nuestra propia naturaleza divina. El orgullo es la divina herramienta que nos permitió zambullirnos voluntariamente en este mundo de sufrimiento, sin fenecer en el intento. Una herramienta que devino en arma a la que hemos llegado a idolatrar.

El ego colectivo está quemando todas sus naves en su afán por impedir que recordemos nuestra naturaleza de embajadores de la divinidad, cocreadores del universo, delegados de Dios (no el Yahweh de los judíos) la causa primordial de todo lo que es. Pero no se da cuenta (normal, es inconsciente) de que en esa hoguera de amnesia también arden las vanidades de los propios incendiarios. El fuego destructor también es purificador.

Abandonar una dependencia es doloroso. Y si no lo crees, pregúntaselo a cualquiera que esté tratando de librarse de una adicción. ¿Por qué no aceptar que eso es precisamente lo que nos está sucediendo a nivel colectivo? ¿Por qué no aceptar que éste es el momento, precísamente ahora que nuestras Consciencias están debidamente predispuestas, tras decenas de miles de años de experiencia acumulada en un mundo de densa dualidad, para asimilar que lo que llamamos vida no es todo lo real que creíamos. Vigilia y sueño confunden sus fronteras...Heisenberg y su principio de incertidumbre...el pricipio holográfico (por el que Gerhard t'Hooft recibió el premio Nobel en 1999) no han caído en saco roto. El mito platónico de la caverna es tanto más vigente hoy en día cuanto que la saturación informativa nos remite irremisiblemente a la verdadera necesidad, la de recuperar nuestra conexión con el verdadero hogar, lejos del zumbido de lo dispensable, nuestra conexión con una realidad más allá de este delirante mundo. Una re-conexión que nos permita plasmar el plan al que todos nos comprometimos: traer el cielo a la tierra.

 

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