Está visto que el Dios de los antiguos, –aquél al que nos obligaron a rezar de pequeños...–, no tiene, según José Sacristán, perdón de Dios. Está claro, Yah wehs, que la carrera tecnológica, la de los dispositivos electrónicos que nos inundan –por no hablar de la carrera espacial (la publicitada y la oculta)– ha superado con creces nuestra capacidad de asimilación. En nuestra devota apología por la ciencia des-corazonada, nos hemos dejado por el camino, probablemente lo más sagrado de nuestra herencia, el respeto por la infancia –la nuestra y la de quienes tomarán el testigo... ¿Nos hemos quedado ciegos de leer tantos libros sin extraer el jugo práctico, la esencia de sus enseñanzas? ¿Es posible volverse dependiente de la racionalidad hasta el punto de ser adictos a nuestra capacidad intelectual?
Más de una persona me ha confesado que lo único que reconduciría el actual desbarajuste sería una guerra mundial. Este mundo, en la búsqueda desesperada de la paz entendiéndola como la solución a una guerra, vomita a diestro y siniestro la rabia desesperanzada de la frustación colectiva, hija de todas las frustraciones individuales, sin darse cuenta de que la más cruda de las guerras, el más sórdido de los combates, ya está teniendo lugar en el más propicio de los campos de batalla: la mente colectiva. Natural. No re-cordamos lo que es ser amados. ¿Cómo vamos a dar los buenos días en la cola del supermercado, si ni Mamá ni Papá nos daban los buenos días por las mañanas. La confianza da asco...nos repetimos, desconectados del origen de nuestro des-contento. ¿Tanta es nuestra insatisfecha necesidad de reconocimiento? Sí.
Llevamos a nuestras espaldas el pesado fardo del olvido. Es imposible amar, sin hacer exámen de consciencia de los motivos por los que seguimos reclamando intereses. Normal, si no fuimos amados desinteresadamente, ¿cómo vamos a saber lo que es amar desinteresadamente? Estar permanentemente enfocado en satisfacer MIS expectativas, sin atender a las necesidades de quienes quienes me encuentro oor el camino, de quienes dependen de mi. Presuponer que todo desconocido es sospechoso de querer perjudicarme (robarme, pegarme,...) y no conectar la escena presente con un patrón anclado en el pasado inconsciente, es permanecer preso de la cadena hereditaria de pensamientos. Dos más dos cuatro...Es de sentido común.
No solo no fuimos amados sino que además fuimos manipulados, utilizados por nuestros antepasados y sus intereses (necesidades) insatisfechos, a su vez, en su propia infancia. Y no te vayas demasiado lejos en el tiempo, la mierda que peor huele es la más reciente y por ello fresca, la que guardas entre algodones de devoción en tu álbum de fotos familiar (¿le molesto a tu ego?...recuerda que te lo advertí)...aprendiste a honrar a tus ancestros y olvidaste que el hijo es la sagrada semilla de la humanidad. Todos somos hijos. Y al hijo que fuimos y somos, y a los que son, debemos honrar.
El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo ha enviado. (Jn. 23).
Te hablaron del corazón como de un dominio antagonista de la cabeza. La Razón enfrentada a la Emoción. Las mujeres (perdón, los seres humanos primordialmente derechocerebrales) apelan al corazón como el reino desde el que todas las decisiones deben nacer, desde donde son claras como el agua, desde el que todos los espejismos desaparecen, un lugar donde reside esa paz que tanto buscan en ti tus próx(j)imos y que tanto quisieras emanar. Pero no te lo acabas de creer, porque viste quizá a demasiadas mujeres de tu vida (madre, tías, hermanas...) ahogadas en el vaso de sus propias emociones. Y luego están esos que dicen misa, pero que luego no predican con el ejemplo. Esos que pervirtieron el mensaje de aquél hombre-amor, los mismos herederos (aunque oficialmente aborrezcan del judaísmo) de aquellos que lo vendieron por 30 monedas. Los mismos que elevaron luego su figura a unos inalcanzables altares que forraron de oropeles deslumbrantes desde los que reclamaron devoción. Lo llamaron Cristianismo, pero tu y yo sabemos que había gato encerrado. Su perversa propuesta fue tan sutil que incluía parte de la clave para tu liberación, pero condicionaron tu salvación a un argumento insostenible se mire por donde se mire: "Cristo murió por nuestros pecados." (Corintios 3:4)...lo cual nos remite a la madre de todas las ofensas cometidas por el hombre, el llamado 'pecado original'. Resulta que ofendiste a Dios por desobedecerle al morder una manzana 'prohibida'...¿Cómo no vas ibas a reclamar tu apostasía, denominarte agnóstico (ignorante) y hasta ateo?…quién se toma al pie de la letra el relato de la expulsión de Paraíso está actualmente invitado a cuestionárselo y a leer entre líneas, documentándose más extensamente en las tablillas sumerias.
Final y felizmente tanta insensatez (la de ellos y la nuestra) tiene una solución: Dios existe, pero no es tal como nos lo han relatado sus 'ministros'...
Recuerdo que hubo una época, cada vez más remota ya afortunadamente, en la que la idea de la muerte me producía un vértigo indescriptible. Cada vez que pensaba en si habrá algo después de la "muerte", ese ocaso físico que constatan los médicos cuando las llamadas 'constantes vitales' se ausentan durante más tiempo del tolerado por las estadísticas médicas, y me veía como frente a un precipicio, todo me daba vueltas. Eran pensamientos muy recurrentes. Solía suceder por las noches, antes de irme a dormir. Tenía pesadillas en las que me veía enredado en una zarza de espinos informe. Eran sueños de empantanamiento, de atasco. También soñaba que flotaba en el negro espacio y que la Tierra se iba alejando. Hasta que caí en la cuenta de que lo que me alteraba era precisamente la naturaleza de esos recurrentes pensamientos. Eso coincidió con la aparición en mi camino de autores especiales como Shirley Mc Laine, Ramiro Calle, Shakespeare, Platón, Racine, Frankl, Louise Hay, Og Mandino, Osho, Janov...y muchos otros autores de libros que seguramente tu también has leido, escritos por gente que 'sabe' cosas que no se enseñan todavía en las escuela y que constituirían un punto de inflexión en mi vida. Libros que, ya sabes, caen en tus manos cuando más desesperado estás, cuando mayor es el peso de las preguntas existenciales que has estado haciéndote, cuando -paradójicamente- más 'preparado' estás (aunque ese no sea sino el primer peldaño de una laaarga escalera al cielo). Lecturas que precedieron a fases de esa 'oscura noche del alma' en la que mis sentimientos de abandono se conectaron con la realidad de un parto poco feliz y una infancia 'desasistida', por usar un eufemismo. Entonces cesaron 'ese' tipo de pesadillas (aunque luego aparecieron otras que luego te contaré). A todos nos llega el momento de la lectura. No necesariamente cuando nos obligan a ello; de hecho odié los libros hasta que los descubrí por mi mismo (sí, ya sé, a ti también te pasó). Libros muy místicos que discernían entre realidad y sueño, que hablaban sobre mundos sensibles y mundos inteligibles.Cuando optas por permitir que una cierta apertura se opere en tu mente, muchas cosas suceden 'curiosamente' a tu alrededor. Te puede parecer que tu entorno habitual cambia. Tus hábitos cambian. Tus amistades cambian. Y duele. No entiendes por qué, hasta que te das cuenta, un día, que no son ellos los que se alejan (por mucho que así lo parezca) sino que eres tu el que estás cambiando. La vida, como dice Paulo Coelho, conspira, permanentemente para abrise paso entre los resquicios de tu mente, las puertas que inevitablemente vas abriendo, sin darte necesariamente cuenta. Y la vida acepta el espacio que le damos hasta que acaba sacando(te) esas puertas completamente de quicio.
No viene a traerte paz, sino a despojarte de la mierda mental con la que obstruyes el flujo, de otro modo natural, de tu propia paz. Tal es su misión: desmontar todas las estructuras mentales a las que te has habituado y tras las que te has parapetado generación tras generación (¿no te es familiar el término karma?). Sacarte de tu ya indignante y denigrante comodidad (la material solo es un reflejo de la mental) para cogerte por las solapas y reclamarte que recuperes tu dignidad, que rememores tus orígenes, que recuerdes quien eres y cuál es tu destino, el que nos es común a todos.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Concluido "el tiempo", el plazo que nos dimos para permanecer in-conscientes de nuestra eterna naturaleza, y 'cansada' (perdón por las comillas pero comprenderás que son necesarias) de esperar que vayamos a por ella, la Vida viene a por nosotros para cogernos por las solapas y sacudirnos todo ese lastre y rémoras mentales que precisamente eran la fuente de nuestra indignidad.
Por mucho que los esos "espabillati" (también llamados illuminati) traten de soliviantar y exacerbar tus ánimos, apelando a tu indignación, desde la que incendiar tu ofuscación y proyectarla contra tu entorno, lo cierto es que, sin darse cuenta (maravillas de Dios), están precísamente facilitando tu regreso (recuerdo) a la Dignidad perdida, la que se operó al optar voluntariamente por zambullirnos en este 'juego de roles' que es la experiencia humana. Por medio del caos (en el que ellos mismos también están envueltos –no olvides esto–) están provocando el necesario terremoto que tus estructuras mentales reclaman desde el fondo de tu corazón, pero que tu querencia por la comodidad siempre obstaculizó. Harás bien en agradecerles su inconsciente papel (igual que a ti mismo por el tuyo). Alguien tiene que hacer de 'malo-malísimo' en la película de la dualidad. Y es que no en vano son tus "hermanos de la oscuridad", reflejo de ese lado tuyo que aún permanece en la penumbra de tu mente, ese que tanto fuiste inducido a aborrecer cuando todavía estabas en la edad de la inocencia (no te toques ahí cochino, no comas con las manos, no cometas errores, no puede fallar, no saltes que te caerás, no grites, no cantes que me molestas, no rías que ha pasado algo muy grave, no llores, se fuerte, qué insensato/a eres, hazte un hombre de provecho...), un lado del que tanto has escapado arrastrando, en tu huída envenenada, a todos aquellos (hijos, alumnos, subordinados, súbditos...) a quienes entregaste tu testigo y que te sucedieron...aquellos en quienes no pudiste por menos que ver reflejados los mismos defectos que fueron juzgados en ti. Y es que no tuvieron paciencia contigo cuando más la necesitabas. Ahora no sabes lo que es ser paciente con tus hijos, sobrinos, subordinados, clientes o súbditos. De tal palo tal astilla...Que el mundo es un espejo donde te proyectas tu mismo ya no es una expresión tan incomprensible.
Aceptar tu lado oscuro no significa, tal como promociona el sistema, darle carta de manifiesta autenticidad a tu psicopatía (ahora lo llaman bipolaridad) cuando la has reconocido (gracias a que alguien con una bata sentado detrás de una mesa de nogal en un despacho repleto de títulos enmarcados la haya diagnosticado), y dejar que campe libre a sus anchas ("como, en el fondo, no tengo la culpa de nada de lo que haga..."). Reconciliarte con la totalidad de tu esencia implica re-conocer (re-encontrarte) con las otras partes de ti, que permanecían ocultas, reprimidas (aunque no lo creas, por voluntad propia)...tus sentimientos, embajadores de la intuición que habita en tu activo intangible más preciado: tu alma. Reconciliarte contigo, implica –aparte de dejar de indignarte por las locuras que ves difundidas en los medios de comunicación de masas– implica sentir el dolor que has causado alrededor mientras negabas la naturaleza divina de tus hermanos, como la tuya propia. Y descuida, que para eso no te hace falta ningún seminario o taller. Con hacer examen de tu Consciencia tienes más que suficiente...Y revisar tu consciencia requiere hacer 'revisión de daños' sufridos.
Sin embargo, por trágico que se nos antoje el hundimiento de esta anquilosada civilización progresista, maniatada a una concepción clasista de la vida, no entraña más dolor que el que atraviesa una oruga en su proceso de mutación a mariposa. Esta es una enseñanza que muy pronto será transmitida a los niños en las escuelas. Transmitida por los que mañana serán maestros (más aún, si cabe) de las generaciones futuras.
Aceptar sentir dolor, cuando se presenta, incontenible ya, es algo que más pronto que tarde acabaremos comprendiendo como una parte intrínseca de la naturaleza humana. Ser Humano es esa experiencia sensorial desprovista, hasta ahora, de consciencia de si misma. Hasta ahora hemos acumulado conocimientos, hemos calculado (medido, pesado...) las dimensiones físicas de este escenario. Sabemos, en tanto que hemos completado la fase Sapiens. Ahora que todo lo sabido está siendo revisado, pasando bajo el ojo del escrutinio global, es cuando nos estamos metamorfoseando en hombres y mujeres conscientes. El límite de la sapiencia linda con otro territorio, el de la consciencia. Un territorio que un día no tan lejano nos comprometimos a incorporar a nuestro actual estadio de ignorancia (el del adolescente a punto de abandonar el nido paterno) una vez que ésta hubiese completado su ciclo.
Ya sabemos que el monje es quien hace el hábito. Y lo hace a base de cuestionarse todo lo incuestionado, procedan de donde procedan las lecciones, a base de renunciar valientemente a la comodidad a la que sus prójimos tanto se han habituado.
No estamos en esta vida para estar cómodos. Muy en el fondo, debajo de todas esas capas de juicios y pensamientos que incluso puedan conducirte a crucificar este texto, lo sabes. Cuando renuncias a la capacidad de sorprenderte, a tu espíritu aventurero, a cambio de estar cómodo, es cuando sellas la puerta de tu celda y mancillas el origen de tu procedencia, la libertad.
Pirámides apareciendo por todas partes emergidas y sumergidas...Ahora des-cubrimos que no hemos estado aprendiendo nada.
No aprendemos, tan solo recordamos.