Te sientes estafado porque viviste una infancia llena de hipocresía. Los que te adulaban mientras eras el coderito sumiso que necesitaban, ahora te llaman amargado. ¿Cuánto tiempo llevas cabreado? ¿Qué esperas de la vida?...A ti no te dejaron vivir. Tuviste necesidades extremadamente acuciantes que simplemente no fueron satisfechas. Te da vergüenza reconocerlo (o quizá no, poco importa), por supuesto. Lo cierto es que aprendiste que en la vida no se puede confiar en nadie. Te demostraron que no les importabas en esencia lo más mínimo. "Quien bien te quiere te hará sufrir" no es una frase gratuita, y aprendiste su significado muy pronto, pues experimentaste en tus propias carnes la veracidad de esta sentencia. Quizá de cara a la galería (amigos, reuniones familiares, eventos de postín,...) fuiste superficialmente objeto de consideraciones, pero en el fondo era para su conveniencia. Por supuesto que lo hacían por tu bien. No querían convertirte en un consentido. Para ellos los mimos eran cosa de familias que alimentaban miembros pusilánimes. Y lo aplicaron desde estapas demasiado frágiles de tu vida. Quizá tus padres fueron excesivamente desapegados contigo. Pero obviamente el efecto que eso tuvo no fue el que esperaban...Te convenciste de que cada cual va a su rollo y que en definitiva, la ley imperante era..."sálvese quien pueda". En tu caso tu mal rollo lo provocó probablemente el exceso de buen rollo. Un desapego excesivamente temprano. Un buen rollo desubicado generalmente. Cuando el enfado y la impotencia ante el desamor te empezó a brotar – quizá en tu adolescencia– en forma de reproches directos te dijeron que le dabas demasiada importancia a ciertas cosas. Que de qué te quejabas, si lo tenías todo. Que eras un aprensivo (y quizá también un desagradecido). "Vamos, disfruta de la vida", te decían. Pero tu nada. Indignado hasta la médula. Todo tu entorno destilaba hipocresía. Y tus motivos tenías. Probablemente no te sentiste contenido en momentos de acuciante necesidad. No te quedó más opción que resignarte y blindarte. Pero la resignación no es inocua y tiene un precio muy caro: te volviste un resentido.
Ahora prefieres presenciar el caos (a ser posible contribuyendo a él) que una sola muestra de alegría –mucho menos de compasión y empática ternura. Pasaste de ser un oprimido a formar, sin darte apenas cuenta, parte del sistema opresor. Incluso te crees un revolucionario por combatir al sistema cuando en realidad, tu odio es el combustible del que el mismo sistema se alimenta. Luchando contra él le otorgas poder.
Es natural que rehuyas del amor. Nunca lo has conocido en este mundo. Por momentos disfrutas erigiéndote en el demiurgo que ha venido a sembrar la zizaña, la discordia y la destrucción. No importa desde qué estrato de la pirámide jerárquica de poder lo hagas. Ya sea en casa, en tu hogar, en tu trabajo, en tu comunidad, o a niveles de influencia y dominio más amplios, eres un adicto a impartir justicia, a impartir orden, a pontificar. Está bien. Es el papel por el que has optado. Gracias por escogerlo y asumirlo. Tu mal rollo está ayudando a todo el resto de hipócritas a sacudirse la hipocresía y la pereza, y te lo agradecemos. Tu demente deriva está obrando milagros. Estás contribuyendo a conducir al rebaño hasta el límite de lo que la dignidad tolera, hasta el punto de no retorno.
Dicho esto, no olvides que tu eres la primera víctima del desequilibrio que tu ira provoca. Tu resentimiento se ha enquistado en tu alma hasta el punto de convertirse en un arma de doble filo. Vives rodeado de renovados hipócritas, de personas y circunstancias que, incomprensiblemente para ti, te conducen a revivir momentos dolorosos, recuerdos que están anotados con sangre o sudores fríos en tu personal cuaderno de bitácora. Recuerdos que creías haber dejado atrás. Tu pasado está retornando. Es momento de que te tomes ese plato de recuerdos fríos –experiencias que por mucho que te sorprenda tu mismo pediste vivir, antes de aterrizar aquí– y cuya revisión tanto has estado postergando. El camarero termina ahora su turno y por última vez te sirve las lentejas recalentadas. Es su trabajo. Lamentablemente no podrás abandonar el restaurante sin comerte ese plato, sin exprimir hasta la última gota de las lágrimas que llevas conteniendo en el polvoriento desván de tu inconsciente. El resto de los comensales van paulatinamente abandonando la sala.
No eres consciente del lastre que arrastras. Estás cargado de frases hechas para cada ocasión de chistes irónicos o sarcásticos. Nunca conectaste con tu verdadera esencia. Nadie en tu entorno familiar te transmitió el testigo del amor, mantener fresco el tierno brote de la alegría de Ser, por lo que no conseguiste aprenderlo (perdón, recordarlo...). Estás atrapado en una pulsión por rodearte de personajes (pareja, jefes, vecinos, amigos, empleados, hijos...) cuyos papeles encajen en esa representación que tan viva te has propuesto mantener. Lo haces inconscientemente. Algo te empuja a no olvidar del todo, a solventar cuestiones pendientes de tu pasado. Esa llama, quizá en firma de rescoldo, sigue latente. Es hora de que atiendas esas cuestiones. Reaviva tu llama.
La vida es puro teatro. Y esa no es una frase cualquiera. Es lo único que es verdad en toda esta farsa. Un teatro de sueños. En los sueños uno cae, y uno despierta. Hace muchos miles de años caíste en un sueño de percepciones muy densas. Fue una contingencia planeada por ti, en connivencia con todo, parte del plan de la experiencia humana. Ahora es tiempo de despertar. Te está costando despegarte de las sábanas. A pesar de los altibajos, de los avatares de la rueda kármika de la fortuna, se estaba tan bien acostado en el sofá de la inconsciencia...en la irresponsabilidad. Era tan fácil echarle siempre la culpa de todo el sufrimiento a alguien, verdad?. Pero las trompetas tocan a Diana. Tras muchas vidas en los brazos de Morfeo, es hora de levantarse y recordar quién eres. El campamento ha concluido. Es hora de recoger los bártulos y volver a casa. La etapa de aprendizaje en esta etapa evolutiva se da por concluida. Un nuevo ciclo lectivo se presenta. Asume la responsabilidad de tu maestría.
Gracias Lars
ResponderEliminarEs un placer.
ResponderEliminarTiene mérito que precisamente yo haya leído un artículo de un blog, enhorabuena.
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