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sábado, 15 de agosto de 2015

Llámame Fausto

Cuesta creer que nuestra odisea, como Homo Sapiens Sapiens en este planeta, en realidad sea la experiencia de chispas estelares revestidas de vestimentas humanas que todas las profecías y escrituras advirtieron, pero en los avatares de nuestra historia –muy breve sin duda comparada con la de nuestro generoso y nunca bien ponderado anfritrión, la Tierra– está encriptada la misma clave para resolver el enigma que esconde nuestra confusión.
Dicen, y es fácil constatarlo, que conocer equivale a amar. Si no amamos será, pues, porque desconocemos la realidad de lo presenciado. Porque ese conocimiento no ocupa lugar en nuestra Consciencia (ya sabes, la parte emergida de nuestra mente). Siguiendo la lógica de los silogismos aristotélicos, podemos inducir que toda la violencia desplegada por el ser humano (menosprecio por otras 'chispas') está arraigada en su ignorancia respecto a lo menospreciado. Y la ignorancia, convengamos, no puede tener otra base que la amnesia. Por lo tanto la violencia, el menosprecio, es consecuencia de la amnesia.
Johann Wolfgang Goethe, el poeta, dramaturgo y científico alemán sugirió que la ignorancia es fruto de la venta de nuestra Consciencia. Afirmó que en un momento de nuestra historia alguien vendió nuestro tesoro más preciado, el sabernos eternos (e inocentes) por otra perspectiva, la de la finitud, por la óptica de que no hay 'más cera de la que arde'. Quien opera ese canje es un usurero, al que Goethe llamó Mefistófeles. El argumento de «Fausto» remite al pacto que Mefistófeles, en su visita al Cielo hace con Dios: "Tu ser humano predilecto (Fausto) ya está en la Tierra esforzándose en aprender todo lo que puede ser conocido. Verás, te ofrezco la posibilidad de desviarlo lejos de propósitos morales, es decir, lejos del recuerdo de su filiación contigo».
Tratándose de un pacto damos por sentado que Dios accede al mismo, confiado en que su amado hijo recobrará, en el transcurso de la experiencia amnésica, la memoria, la Consciencia. La siguiente escena tiene lugar en el estudio de Fausto donde el protagonista, desesperado por la insuficiencia del conocimiento religioso, humano y científico, se vuelve hacia la magia para alcanzar el conocimiento infinito. Sospecha, sin embargo, que su intento no está obteniendo resultados. Frustrado, considera el suicidio...pero entonces Mefistófeles le propone una solución: «haré todo lo que tu Fausto desees mientras estés en la Tierra, y a cambio me servirás en la 'otra vida' (es decir cooperarás conmigo en el propósito de atrapar a más almas a mi red)». El trato incluye que, si durante el tiempo que Mefistófeles esté sirviendo a Fausto éste queda complacido tanto con algo (placentero por supuesto) que aquél le dé, al punto de querer prolongar (caer en la adicción de) ese momento para siempre (eternamente), Fausto 'morirá' en ese instante. Es decir, le ofrece a fausto la complacencia permanente en la satisfacción de los sentidos a cambio de su vínculo sagrado con su creador. El Diablo exige que ese pacto se rubrique con una gota de sangre...(¿el...Karma?).
¿De qué lado se decanta la balanza? ¿Regresa Fausto, al final de su periplo experimental, al Cielo o queda atrapado, en virtud de su apuesta, en el infernal escenario al que se ha apegado? Al final, Fausto, sin duda agotado en su búsqueda de conocimiento, va al cielo aún habiendo perdido la apuesta. Probablemente porque al final nunca se trató de una venta de nuestra alma sino de un canje, de un trueque por una experiencia. Todo lo dejado en usura finalmente es recuperado. El desenlace ya está escrito, según declaran las huestes angelicales (V, 11936-7):
"A quien siempre se esfuerza con trabajo
podemos rescatar y redimir"

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