Cuesta creer que nuestra odisea, como Homo Sapiens Sapiens en este
planeta, en realidad sea la experiencia de chispas estelares revestidas
de vestimentas humanas que todas las profecías y escrituras advirtieron,
pero en los avatares de nuestra historia –muy breve sin duda comparada
con la de nuestro generoso y nunca bien ponderado anfritrión, la Tierra–
está encriptada la misma clave para resolver el enigma que esconde
nuestra confusión.
Dicen, y es fácil constatarlo, que conocer
equivale a amar. Si no amamos será, pues, porque desconocemos la
realidad de lo presenciado. Porque ese conocimiento no ocupa lugar en
nuestra Consciencia (ya sabes, la parte emergida de nuestra mente).
Siguiendo la lógica de los silogismos aristotélicos, podemos inducir que
toda la violencia desplegada por el ser humano (menosprecio por otras
'chispas') está arraigada en su ignorancia respecto a lo menospreciado. Y
la ignorancia, convengamos, no puede tener otra base que la amnesia.
Por lo tanto la violencia, el menosprecio, es consecuencia de la
amnesia.
Johann Wolfgang Goethe, el poeta, dramaturgo y
científico alemán sugirió que la ignorancia es fruto de la venta de
nuestra Consciencia. Afirmó que en un momento de nuestra historia
alguien vendió nuestro tesoro más preciado, el sabernos eternos (e
inocentes) por otra perspectiva, la de la finitud, por la óptica de que
no hay 'más cera de la que arde'. Quien opera ese canje es un usurero,
al que Goethe llamó Mefistófeles. El argumento de «Fausto» remite al
pacto que Mefistófeles, en su visita al Cielo hace con Dios: "Tu ser
humano predilecto (Fausto) ya está en la Tierra esforzándose en aprender
todo lo que puede ser conocido. Verás, te ofrezco la posibilidad de
desviarlo lejos de propósitos morales, es decir, lejos del recuerdo de
su filiación contigo».
Tratándose de un pacto damos por sentado que
Dios accede al mismo, confiado en que su amado hijo recobrará, en el
transcurso de la experiencia amnésica, la memoria, la Consciencia. La
siguiente escena tiene lugar en el estudio de Fausto donde el
protagonista, desesperado por la insuficiencia del conocimiento
religioso, humano y científico, se vuelve hacia la magia para alcanzar
el conocimiento infinito. Sospecha, sin embargo, que su intento no está
obteniendo resultados. Frustrado, considera el suicidio...pero entonces
Mefistófeles le propone una solución: «haré todo lo que tu Fausto desees
mientras estés en la Tierra, y a cambio me servirás en la 'otra vida'
(es decir cooperarás conmigo en el propósito de atrapar a más almas a mi
red)». El trato incluye que, si durante el tiempo que Mefistófeles esté
sirviendo a Fausto éste queda complacido tanto con algo (placentero por
supuesto) que aquél le dé, al punto de querer prolongar (caer en la
adicción de) ese momento para siempre (eternamente), Fausto 'morirá' en
ese instante. Es decir, le ofrece a fausto la complacencia permanente en
la satisfacción de los sentidos a cambio de su vínculo sagrado con su
creador. El Diablo exige que ese pacto se rubrique con una gota de
sangre...(¿el...Karma?).
¿De qué lado se decanta la balanza?
¿Regresa Fausto, al final de su periplo experimental, al Cielo o queda
atrapado, en virtud de su apuesta, en el infernal escenario al que se ha
apegado? Al final, Fausto, sin duda agotado en su búsqueda de
conocimiento, va al cielo aún habiendo perdido la apuesta. Probablemente
porque al final nunca se trató de una venta de nuestra alma sino de un
canje, de un trueque por una experiencia. Todo lo dejado en usura
finalmente es recuperado. El desenlace ya está escrito, según declaran
las huestes angelicales (V, 11936-7):
"A quien siempre se esfuerza con trabajo
podemos rescatar y redimir"
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